jueves, 28 de octubre de 2010

EL ÁRBOL IMAGINADO

Las obras que se realizan para celebrar una fecha especial suelen generar un poco de recelo en tanto parece que las motivaciones no surgen de la inquietud del escritor frente a un problema que lo habita, sino a coacciones externas, en ocasiones lejanas a lo estético. En este año del Bicentenario, por ejemplo, se vive el furor de la publicación de obras sobre dicho momento histórico: recreaciones de Bolívar, textos sobre el levantamiento de los comuneros, encuentros académicos alrededor de la Independencia, son, entre otros, documentos que vuelven doscientos años atrás en nuestra historia.

En esa maraña de propuestas, es imprescindible leer atentamente para saber cuáles de esos libros hacen parte de un oportunismo editorial y cuáles profundizan en los temas y la condición humana de quienes hicieron parte de la historia nacional. La tarea es difícil no sólo por el volumen de lecturas sino también por las ampollas que levanta.

He tenido esa primera inquietud al leer la contraportada de la más reciente novela de Carlos Flaminio Rivera, escritor de El Líbano que ya cuenta con varios libros de cuento en el mercado y tres novelas, la más reciente de ellas titulada El árbol imaginado, y a la que se presenta, en letras mayúsculas, como una “NOVELA EN CONMEMORACIÓN DEL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA”.

Para voces irreverentes, la novela comenzaría mal desde este anuncio, no sólo porque anticipa que, como dije en las líneas anteriores, la motivación no es estética, sino porque hablar de Independencia de Colombia produce una sonrisa cargada de ironía. Esas voces hablarían de una obra por encargo –en este caso histórico, pero acaso también comercial- que además tiene la desfachatez de referirse a nuestra Independencia, luego de doscientos años de subyugación y cambios de amo. En gracia de la discusión trataré de construir mi evaluación de la novela.

La obra recrea el momento de la Expedición Botánica, unos años después del levantamiento de los Comuneros y unos antes del 20 de Julio. Desde la Nueva Granada, don Baltazar envía una carta a su primo Emilio en España, en la que le asegura haber encontrado una planta que lo enriquecerá. La información es un embuste y don Emilio viaja desde España cargado con sus ilusiones y con un paquete en donde, sin saberlo, trae la Declaración de los derechos humanos y una serie de obras eróticas con las que la población se alborotará.


Al llegar a la Nueva Granada, don Emilio descubrirá la muerte y lo inhóspito de los caminos, la naturaleza desbordada y, hacia el final de la obra, la mentira en la que ha caído. Paralelamente se habla de los indios Mineimas, antiguos habitantes de El Líbano Tolima y de los esfuerzos, desde diferentes frentes, de José Celestino Mutis y Antonio Nariño, por insertar la Ilustración en las colonias americanas.

La novela tiene una tendencia que viene buscando el autor desde obras predecesoras: la del lenguaje poético. En esa búsqueda hay imágenes sobre la naturaleza y los viajes de la época realmente significativas. Incluso el narrador deja que, por momentos, se plasmen poemas enteros cuyo autor, en varias ocasiones, resulta indiscernible, y que, en términos generales, se refieren a la riqueza de la flora colombiana descubierta por la Expedición Botánica.

Ese tono poético no alcanza a subsanar, sin embargo, la caída en la tensión de la narración por cuenta del olvido paulatino de la historia principal. El creativo argumento del viaje desde España realizado por don Emilio con material incendiario, y en el que, sin él saberlo, está involucrado el destino de una nación, pierde fuerza cuando se le agrega, casi tangencialmente, las historias de los Mineimas y de personajes como Mutis y Nariño. Así, como en un árbol con un robusto tronco principal que poco a poco se va desperdigando en diferentes ramas, esta novela de Flaminio Rivera no alcanza a volver constantemente sobre su sabia y se pierde en ocasiones en detalles que, para efectos de la fuerza en la narración, parecen intrascendentes.

Existen momentos cautivadores, como los relatados por don Emilio en su diario alrededor de las costumbres de los Mineimas, o los de las reuniones insurrectas en cabeza de Antonio Nariño, o las conversaciones entre don Emilio y Baltazar, pero esas partes no se articulan eficientemente con la trama principal. No basta la unidad que le da la época, los datos históricos y las cuitas de los protagonistas de nuestra historia, y acaso falta un tejido mucho más articulado de todos estos elementos. En ocasiones da la impresión que precisamente ese distanciamiento entre las partes afecta la profundización en los caracteres y, sin riesgos de ambigüedades, se perfilan personajes de quienes ya sabemos desde la historia oficial lo que la novela nos dice, como el Antonio Nariño luchador desde la imprenta y la Ilustración y José Celestino Mutis como botánico excelso.

Al parecer estos aspectos se desplazan a favor de un lenguaje poético que busca la riqueza de la imagen. El título, por ejemplo, es en sí una metáfora de lo que fue la esperanza de la Independencia para los neogranadinos. El árbol imaginado es aquel que da la sombra de la libertad y los frutos de la autonomía, es la esperanza nunca cumplida en el plano de lo real. En ese árbol convergen indígenas precolombinos, ideas de la Revolución Francesa, plantas extrañas y atractivas, los Derechos del hombre, la imprenta insurrecta y clandestina.

En ese sentido, la obra sí es una conmemoración, tal como se presenta en la contra carátula aunque dudo que las motivaciones del autor hayan sido extraliterarias (como en algunas novelas policiacas me he guardado un dato esencial para el final: sé que Flaminio Rivera preparaba la novela hace tiempo). Acaso ni la constatación de lo primero ni la negación de lo segundo sean ya importantes para mí. Ahora me parece que la obra es un frondoso árbol con muchas ramas y un tronco apenas perceptible en su raíz.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro:

Rivera, Carlos Flaminio. El Árbol Imaginado. Bogotá: Códice/Biblioteca Libanense de Cultura, 2010.

sábado, 9 de octubre de 2010

NOSTALGIA BOOM DE JOSE STEVENSON

El volumen 78 de la Biblioteca de Literatura Colombiana de la Editorial Oveja Negra, se titula Nostalgia Boom o El Fausto Tropical. Subtitulo que hace evidente sólo al revisar los datos biográficos del autor, José Stevenson. Se resume allí el trasegar desde Santa Marta en 1934 y algunas publicaciones como, Los Años de la Asfixia (1969) su primera novela editada en Buenos Aires.

La historia suena en principio algo rectilínea: la vida de Simón Argote, el cómo se transformó en una leyenda negra, prototipo de Latin Lover que se divierte en Europa. Después encontramos la relación con la tradición literaria pues en Nostalgia Boom no es gratuito el hecho de subvertir el arquetipo de Don Juan y la leyenda germana de Fausto: “(…) Entonces surgieron los rumores de las malas artes, de que a un pacto satánico se debía su increíble atracción de las mujeres de todas la edades.” (Pág. 66)


Sin embargo, éste pícaro no tiene pacto alguno con el Diablo. Él mismo es un pobre diablo, astuto, amable, agrio, dulce, generoso, aventurero… Inclusive noctívago, hombre de mar, también supo sobreponerse al naufragio en la cultura borrascosa de Occidente, donde un culto icónico a los mitos y anti-héroes modernos del cine, la televisión y la literatura resumen la masa humana entre la indiferencia y la ruindad. Por eso, cuando Gastón y Nicole, esos parisinos despóticos e ilustres, salieron de la Opera, ella le preguntó: “Vamos, Lover, tú qué opinas?”. Él escuchó y tras su silencio más la intervención de otros dijo:

“Yo no soy ningún intelectual, no conozco a Goethe, pero lo que sí le puedo asegurar es que Fausto me pareció medio apendejao.¿ Tú crees que si yo soy él, me dejo engatusar por un diablo tan guevón? No hombre! Ni de vainas. Acaso es que tú crees que yo soy marica? Al diablo se le ha podido hacer su pilatuna. Yo nunca había visto un diablo sin tanta malicia…” (Pág. 73)

En este sentido, Milán Kundera, desde el Arte de la Novela, plantea que este género es una investigación sobre lo que es la vida humana, además es una denuncia de la trampa en que se ha convertido el mundo. Quizá por esto en Nostalgia Boom se hace mención de la decadencia de la cultura moderna, la cual se presenta como un torbellino de inmundicias. Esto lo demuestran las descripciones de un narrador en tercera persona, ajeno al ambiente de neón desangrado, del Night-Club, Champaña, smoking de roseta en el ojal, Jazz delirante, bikinis, yates, Roll-Royce, hascish con opio con coca con Nembutal… ad infínitum.

Los variopintos personajes demuestran miradas escépticas. Adheridos con una falsa afección, el amor platónico se desmitifica. Con ello, caen en el profundo cinismo, es decir en el mentir eficaz. Franceses, norteamericanos, árabes, australianos, alemanes, colombianos… En fin, toda una fauna babélica en el laberintico ocaso sangriento del Oeste.

La historia del siglo veinte fue escrita y subrayada con tinta rojinegra y en Nostalgia Boom, esa onomatopeya explosiva significa el atravesar varios campos de guerra, internas y externas al ser humano. También se mencionan los hechos que sacudieron la mojigatería provinciana de Santa Fe de Bogotá el 9 de abril de 1948 cuando le metieron candela al Palacio de Justicia (con lo cual Simón Argote habría podido regresar de Europa sin tener líos judiciales en Colombia…).

Sin embargo, el lector de Nostalgia Boom se encontrará no sólo con las aventuras de un hombre-viajero, con la denuncia de los ambientes sórdidos y artificiales de las grandes ciudades, o la plasticidad de la naturaleza humana, sino con una revisión del mundo del símbolo y su efectividad desde la influencia del paisaje audiovisual. Un narrador recuerda que: “Todo mito se alimenta de la palabra y la imagen (Pág. 105)”. Y Simón Argote reconoce que:

“(…) En todo caso yo me daba cuenta mientras más crecía mi imagen pública como el gran amante, como el play-boy internacional, más me hundía yo como hombre. Eran las reglas del juego. Ciertamente yo era un héroe. Para todos era una celebridad, the play-boy of the western World. Pero en el fondo yo sospechaba que yo no era un héroe, sino que era lo que siempre había sido: un pícaro. Por lo tanto replanteé las reglas de juego. Esta vez no me dirigí a lo alto, al cielo, al barbudo, sino al de abajo, a ese caballero orejón, de risa zurda y de fregado, de cachos, cola, y en medio del mar de azufre, le dije: ¡quédate con mi imagen y devuélveme el alma! No creas que fue fácil, siempre me tocó regatear”. (Pág. 105)

Quizás ahora son pertinentes las palabras del maestro Héctor Rojas Herazo, a quien José Stevenson dedica su obra:

- La falla para mí radica en que se ha perdido la fe en el demonio. Eso es todo. Ni la sociedad ni el hombre pueden lograr nada, nada en absoluto, sin su ayuda. Sobra, por tanto, cualquier pragmatismo de ocasión. Mire todo lo que se ha logrado por él: las religiones, el arte, el estado, la servidumbre técnica de las multitudes. En fin, todo el orgullo creador está en su órbita. Pero lo hemos olvidado y debemos pagar ese olvido. Sufrimos la nostalgia del demonio. Hemos perdido las herramientas mágicas que servían para comunicarnos con él y retenerlo para poner a nuestro servicio su potencia creadora”. (Celia se Pudre. Pág 438- 439.)

El anterior comentario sobre la situación actual del país puede leerse en sentido simbólico, como en el poema A Satán de Luis Carlos López: “Satán, te pido una alma sencilla y complicada/ Como la tuya. Un alma feliz en su dolor./ Tu gozas, y yo te envidio tu alegre carcajada,/Si un tigre, por ejemplo, se come a un ruiseñor”. No obstante, algunos pueden caer en la lectura literal de Nostalgia Boom, lo cual no sólo es aberrante sino de atrofia imaginativa y miedo a la libertad: amoldarse a calabozos metafísicos.

FICHA DEL LIBRO: Nostalgia Boom o El Fausto Tropical. Stevenson, José. Editorial Oveja Negra. Biblioteca de Literatura Colombiana. N° 78. 106 pág.

POR: VÍCTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES

jueves, 30 de septiembre de 2010

LA RESIGNADA PAZ DE LAS ASTROMELIAS (I PARTE)

De modo progresivo, el presente literario nos muestra algunas propuestas en narrativa testimonial colombiana, las cuales empiezan a posicionarse en las esferas académicas gracias a la fuerza con que se instauran ante el lector. Aun a riesgo de ser catalogadas como best seller y perder de esta manera cierta trascendencia, los escritores serios van más allá en tanto exploran realidades que muy difícilmente pueden hacerlo relatos insipientes, documentales mórbidos o prudentes reportajes audiovisuales que no ayudan a entender las diversas manifestaciones conflictivas de nuestra sociedad.

No se trata sólo de retomar los viejos conflictos o hechos históricos que marcaron a una nación. Para ello, basta revisar un poco lo existente a fin de proporcionar un vasto panorama. La idea principal es explorar las nuevas situaciones que se establecen en el terreno poco ahondado –la ciudad es un ejemplo claro– y desde allí, posicionar a las víctimas arreciadas por las desigualdades socio - económicas y las derivaciones bélicas entre grupos legales e ilegales.

Ante tal reto, deseo poner en evidencia la arriesgada labor de Rubén Darío Zapata por adentrarse en los terrenos literarios testimoniales. Su obra, La resignada paz de las astromelias, es una propuesta interesante que desea explorar las cruentas dinámicas y vicisitudes de las comunas en Medellín. Es una novela construida a partir de una serie de relatos que tratan de vincular personajes entre sí, todos familiarizados con el peligro y la cercana muerte. Es un lento recorrido por algunos sectores marginales de la capital de Antioquia, donde el lector deduce las dinámicas propias de este espacio urbano marginal.

En esta ocasión, y con el ánimo de abordar de una manera fluida las variadas historias que articulan esta propuesta literaria, presentaré las tres primeras secciones de la obra (introducción – Capitulo I y II)

Historia de ángeles: entre La primera derrota y El milagro de los fierros.

Estos capítulos, configuran la fundación de los espacios urbanos en donde se desarrolla gran parte de la trama. Además, cuenta el desarrollo – o subdesarrollo, más bien– social y económico del las comunas. De hecho, “Historia de ángeles” refiere a la creación de un mísero barrio llamado El Morro en honor a su deplorable ubicación geográfica. Los gestores de este nuevo espacio de invasión, son una familia numerosa; sobresale Ofelia, narradora - personaje, quien empieza a narrar las vicisitudes de su llegada allí y de la formación de lo que sería su hogar. Asimismo, enumera algunos aspectos del crecimiento de este suburbio.

“Y poco a poco El Morro se fue llenando de ranchitos miserables: de madera, de barro y hasta de cartón. Algunos cargando por detrás un barranco y otros volando sobre una falda” (pág. 17)

Con una vida atormentada por su cónyuge, esta mujer empieza a dar cuenta de hechos sobrecogedores, como por ejemplo, las múltiples penurias económicas para sacar adelante a sus hijos. Por esta misma senda, después de un tiempo prudente, llega la verdadera y conflictiva vida en las comunas. “En La primera derrota” –primer capítulo– ese fenómeno empieza a configurarse dentro de un panorama desolador en el seno de la juventud. Una juventud sin oportunidades, con penurias individuales y colectivas, la cual se deja llevar por la delincuencia.

A este flagelo se suma uno nuevo: La conformación de Los Montunos, una banda de limpieza social. Su accionar está determinado por el exterminio sistemático a todo aquel joven de dudosa reputación.

“Son unos tipos, Los Montunos, que no hace mucho llegaron al barrio, pero que ya venían resentidos con toda la juventud. Y no podemos quedarnos de manos cruzadas viendo como matan a los muchachos
–Dígame cómo es –dije–. Usted sabe que conmigo puede contar para lo que sea” (pág. 31)

Y como es común en estos casos de represión, tuvo que llegar una respuesta para Los Montunos: las pandillas. Con el tiempo se irá diluyendo todo ese ideal de autodefensa, en tanto dichos grupúsculos empiezan a inmiscuirse en actos delictivos. Con este tipo de acontecimientos, el lector podrá hacerse una idea de la difícil situación que se vive en “la ciudad de la eterna primavera”, donde la ley de la violencia resulta ser acatada por sus diferentes actores. Duras jornadas se esconden en el diario vivir de los personajes. Chiqui, por ejemplo, ve caer a muchos de sus compañeros, la mayoría de estos asesinados sistemáticamente.

No basta mencionar los apartes mismos de los relatos. El autor quiere que vayamos más allá, y por eso plantea, en el siguiente capítulo el tema de las armas y el supuesto poder que despierta quien las posee; es en “El milagro de los fierros”, donde describe algunas escenas claves que permiten entender la dinámica de los recién entrados a este mundo a partir de la obtención de un arma de fuego, “fierro”, “trueno” o “tote”.

Con estos aspectos mencionados, resulta valido empezar a explorar nosotros mismos las dinámicas citadinas, juveniles y sociales de nuestras ciudades, para entender un poco el momento tan conflictivo que nos ahoga. La literatura, en cabeza de esta novela, propone algunos visos de lo que en realidad podemos encontrarnos allí afuera. Una lectura crítica, bien sea a la calle o a las páginas de algún libro, permitirá reencontrarnos con el verdadero sentido del testimonio y la verdad en un esfuerzo de explorar el presente colombiano.

Juan Carrillo Aranzalez
juanelicarez@hotmail.com

jueves, 2 de septiembre de 2010

TRANSEÚNTE DE LA AUSENCIA: MIS TRES PATRIAS Y UN PUÑADO DE POLVO DE ANDRÉS BERGER-KISS

Olvido: Estado o condición en que los malvados
dejan de luchar y los pelmazos descansan.
Depósito refrigerado de las grandes esperanzas.
Ambrose Bierce.
Diccionario del Diablo
[i].

Tal vez sea la poesía el único espacio en el que todas las presencias se funden para hacer posible la efusión de los encuentros, la imposibilidad de los adioses; manifestación perfecta de la fragilidad humana y su cansado vuelo; mugir ecuménico de mil regiones habitadas por hijos de lugares secos, ciudadanos de pequeñas Itacas.

El eterno retorno del ser humano al recuerdo de los ausentes es la posibilidad de sostenerlos vivos en la inmortalidad de las catástrofes que los hicieron partir. Por eso, no acercamos la resignación a la mirada ni aceptamos que existan posibilidades para que el olvido nos asalte la conciencia y pervierta la memoria.

Habitar el exilio, sufrir la doble partida, y el recuerdo de su abuela asfixiada en Auschwitz, parecen ser la triada inversa que hace de la poesía de Berger-Kiss un encuentro a tientas con el silencio y el desarraigo en el que sucumben sus pasiones y miradas. No hay aquí espacio para gastadas biografías, tampoco para los elogios; sólo se permiten la caída y el vacío de los versos, el agonizar lento de la huida y la no presencia. Y bien que sabemos de lo cotidiano que resulta todo esto los que habitamos un exilio permanente, hijos de todas las partidas, dolientes de cualquier muerte, amantes del único encuentro.

La tragedia y el llanto parecen ser el eje transversal que atraviesa las páginas de este libro; un recorrido tortuoso por las tropezadas vías del destierro. Memorias disipadas en el tren que se aleja apresurado y lleva adentro nuevas muertes que se anclan en la esperanza de un encuentro; otras patrias y caminos. Huyentes del pasado, ansiosos de nuevo puerto, dolientes seguros de la siguiente guerra. Así van todos, murmurando afrentas:

Ondeando sus manos y mirando hacia tras.
“Esa es mi patria, mi pequeña Hungría-dijo en voz alta”
La siento lejana
Porque mis brazos no alcanzan
Y ya no la puedo abrazar.
Se me acaba de perder en la bruma.
Ni siquiera la puedo ver más.
Mi pasado no existe ya.
[ii]

Por eso no es extraño que el virgen residente, llegado en la penumbra y atiborrado de un recuerdo plano y gris, halle consuelo y recogimiento en la verde geografía tropical, que se encante con sus aguas y sus ríos cargados de colores y desnudas hembras. Es el ojo de un neonato en el descubierto paraíso; este que se abre en arcoíris y pulula aromas de carbón y canela fresca. Ya habrá tiempo para odiar también en él la hambruna y la barbarie. Por ahora, en el exilio inmediato, Berger-Kiss, se funde en la incredulidad de un ambiente entre feliz y tibio:

Para mis padres
la lluvia andina
traía un dejo de melancolía.

Para mi
era brisa fresca y raudal de dicha
-precursor del arcoíris-
Promesa.
[iii]

Precisamente fue su vida en Medellín la que quitó de su ojo el velo dulce de la infancia y aterrizó al viajero en aeropuertos de pobreza y crimen; el lugar perfecto para ser arena, polvo, nada. Entendimientos colmados de cayos que hicieron hombre al poeta en medio de la realidad tosca de un país en constante muerte; verdadera muerte para ser exacto. Encuentros con su feroz pasado, el que nunca comprendió por ser tan niño, porque en ese entonces, a la edad de cuatro años, vio el tren que lo alejaba de su Hungría como un divertimento, y no como el fantasma que seguiría en adelante la carrilera de su tormento eterno. Sólo ahora en Medellín pudo acercarse al olor de la miseria, y supo que la despedida blanca, como las palomas que recuerda de su feliz día, no eran más que presagios de la inminente muerte de su abuela en un campo de concentración nazi y el inicio de su putrefacción personal en tierra ajena.

Quizá sea esta la razón por la que los versos contenidos en Mis tres patrias y un puñado de polvo, se antorchan corrosivos y escupen, desde la cotidianidad de los días en la casa paterna, la fetidez del desencanto propio de los que crecen a la sombra de una parca anticipada de imposibilidad y hastío:

Fuimos sangre
rocío del ojo
Un frenesí de víbora que se arrastró herida
hacia el abismo
y a veces una risa de niño cuyos ecos
son la blasfemia del anciano.
¡Qué se yo! ¿Y acaso importa?
Tal vez sólo fuimos un retazo de la ruina:
un pedazo de musgo repartido al azar
en ternuras
odios
frases
pan.
[iv]

“Te enseñaré el terror en un puñado de polvo” sentenció TS Eliot, y Berger-Kiss emplea esta frase como epígrafe de la última parten de su libro. Y bien que así sea, pues en los textos, que revelan los sucesos del arribo del poeta a Estados Unidos, se percibe fácilmente que el pasado se hace polvo en cada verso, como la vida misma se desploma en el presagio del futuro desarraigo, y que el poeta cae fácilmente en la hondura de tres abismos: una Hungría reconocida a tientas; la Colombia alas de mariposa cercenada; y Oregon, ciudad luz, poco a poco ensombrecida por el deseo de ver en ella los resquicios vagos de haber sido transeúnte de dos patrias, siempre amalgamadas por el odio y la venganza:

Después de nacer y antes de morir
Estos breves instantes de luz
No deberíamos desperdiciarlos
En trivialidades.
[v]

Partir no es olvidar, volver es reincidir; poesía es unificar las dos posibilidades en una argamasa solida de memoria y huida. Abramos la puerta para que Berger –Kiss, un exiliado de esta tierra que aún duele y se dilata en la mirada, nos presente su existencia como transeúnte de la ausencia en Mis tres patrias y un puñado de polvo.


OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ.


[i] BIERCE, Ambrose. El diccionario del diablo. Debolsillo, Barcelona, 2007.
[ii] En el tren del exilio . Pág. 23.
[iii] La lluvia andina. Pág. 30.
[iv] Bosquejo de la vida fugaz. Pág. 40.
[v] Entre la oscuridad de ayer y la de mañana. Pág. 86.

jueves, 26 de agosto de 2010

“UN HOMBRE Y UN PERRO” DE LUIS FAYAD Y LOS PELIGROS DE LA FICCIÓN.

Cuando a Jorge Luis Borges le preguntaron qué consejo daría al escritor joven, él recomendó entre muchas otras cosas “…que trate de no escribir nada que no pueda imaginarse con sinceridad. Que no escriba sobre los hechos sólo porque le parezcan sorprendentes, sino que lo haga sobre aquéllos en los que su imaginación pueda creer”. De estas palabras podría decirse que además de ser un buen consejo, encierran sin quererlo, una suerte de ley universal de la literatura.

Prueba de ello son los innumerables casos en los que nuestra imaginación, seducida por el universo entretejido dentro de un texto literario, sin preverlo, se ve impedida por un hoyo negro que carcome los cimientos de la ficción, o si se prefiere, por un par de piezas desencajadas que hacen tambalear dicho universo develando su artificialidad, llegando al punto de desmoronar nuestra fe en las palabras.

Sí, en algunas ocasiones lo que nos parecía una buena historia, con sus personajes vivos y sus espacios palpables, puede convertirse inesperadamente, y como consecuencia del obrar equivocado de una pluma, en un universo inverosímil, percudido de artificios visibles que nos impiden, como dice Borges, imaginar con sinceridad, jugar a ser dioses mientras leemos, porque es verdad, cuando se rompen las reglas, el juego se nos torna amargo y decidimos parar; nuestra imaginación se resiste al texto.


Ahora bien, “Un hombre y un perro” del escritor bogotano Luis Fayad perteneciente al libro Un espejo después publicado en 1995 e incluido en la recopilación de cuentos realizada por Luz Mary Giraldo que lleva el nombre de Nuevo cuento colombiano 1975-1995, se me antoja preciso para reflexionar en torno a dicho tema. Este cuento nos presenta la historia de Leoncio, un hombre que por azares del destino un día, luego de salir de su oficina mientras espera el bus, se topa con la compañía indeseada de un perro callejero “pequeño, magro, amarillento” cuyo pelo “se le ha caído casi en su totalidad y su cuerpo está cubierto de llagas”. Un perro que atormentará con su presencia infranqueable a este personaje hasta arrastrarlo al desespero.

El cuento narrado en tercera persona y tiempo presente, consigue transmitir al lector eficazmente la angustia de Leoncio frente al acoso del perro desde un comienzo. En tanto la frenética ciudad que ambienta la narración, con sus tumultos de personas, sus calles congestionadas y sus buses repletos, representa el complemento perfecto de cada situación:

“Como toda la gente, camina en forma precipitada en un eterno y a veces vano intento para lograr sentarse. A pesar de ir pensando sólo en esto, advierte a su lado la presencia de un perro. Pero no lo tiene en cuenta y continúa dando grandes zancadas, acelerando cada vez más. Más adelante siente que el perro lo sigue y él lo espanta con la gabardina. El perro se detiene agachando la cabeza en un acto de sumisión. Leoncio no ha aflojado el paso y ni siquiera se acuerda del perro, cuando llega al paradero. Se coloca en la fila y entonces siente que algo le roza el pantalón. El perro lo mira como si lo escrutara.”

De esta forma, la historia transcurre con una sucesión de situaciones cada vez más complicadas para Leoncio, que convierten poco a poco al perro callejero en un monstruo. El problema viene cuando dichas situaciones empiezan a reñir con la naturalidad de los hechos que había caracterizado el cuento hasta determinado momento, es decir, cuando choca con los mismos parámetros del mundo ficcional que se nos habían impuesto en el relato, con esa verosimilitud de la historia que había convencido a nuestra imaginación de que era posible, como es posible gracias a secretos artificios Macondo en Cien años de soledad, Los hombres soñados por otros hombres en “Las ruinas circulares” de Borges, la corrección en “Miel silvestre” de Horacio Quiroga y las alfombras voladoras en Las mil y una noches.

Es el caso de la persecución del perro cuando Leoncio va en el bus. Es cierto, las calles congestionadas hacen que el bus vaya lento y entonces avala la posibilidad del perro corriendo al ritmo del bus, no obstante, es un acontecimiento tan lleno de evidentes artificios que le resta impacto y verosimilitud al relato. Al igual que aquel episodio donde el perro de pronto es dotado de una agilidad extraordinaria que le permite, desde entrar al apartamento del prevenido Leoncio antes de que cierre la puerta, hasta esquivar los golpes de una escoba que lo quiere fuera de la casa:

“Hasta el apartamento lo sigue el perro sin descuidarlo un momento y, lo que no puede explicarse Leoncio, logra colarse antes de cerrar la puerta. Leoncio vuelve a abrirla y trata de ahuyentarlo con la gabardina. En ese momento baja una señora de otro piso y le pregunta por lo que sucede, y él cierra sin dar respuesta. Se vuelve para ocuparse nuevamente del perro. Es el colmo, está acostado sobre la alfombra mirándolo con desparpajo. Leoncio lanza iracundo el periódico, la carpeta y la gabardina sobre una silla, va a la cocina, trae una escoba y se alista delante del perro. Este continúa con los ojos despreocupados y elude los golpes con increíble maestría.”

Y entonces todos se preguntarán ¿si es verosímil que alguien levite gracias al chocolate, cómo no lo va poder ser, que un perro logre con éxito seguir un bus, entrar a un apartamento antes de que su propietario logre cerrar la puerta, esquivar toda clase de golpes e incluso resistirse a salir del lugar a cambio de un buen trozo de carne? La respuesta es sencilla, no es verosímil por el simple hecho de sobrepasar los límites plasmados por el mismo texto desde un comienzo, por contrarrestar ese realismo impecable con que nos relata tales sucesos extraordinarios en gran parte del texto.

Porque faltan elementos que ayuden a este perro callejero y enfermo a cumplir el rol que le ha sido encomendado por su creador sin levantar sospechas de la naturalidad de sus actos, como ocurre en el siguiente fragmento: “No importa, se le puede dar una patada y sacarlo así, pero al intentarlo, el perro se ha apartado y el pie de Leoncio se estrella contra la pared”

En suma, “Un hombre y un perro” de Luis Fayad es una de esos cuentos que nos permite reflexionar sobre lo dicho por Borges en aquella entrevista, sobre esos peligros que se corren cuando se ensaya la ficción, porque a pesar de ser un relato que vale la pena leer por sus virtudes escriturales y su trama, deja esa amarga sensación de espejismo, de rompimiento de la ficción, donde todo lo que había sido construido con tanto empeño se fuga y se desvanece sin explicación aparente, dejándonos desconcertados preguntándonos por qué no logramos imaginarnos aquel evento con sinceridad, por qué podemos resbalar sin saberlo en los abismos de la ficción donde ya no hay luz imaginativa que valga.

Damián Guayara

Ficha del libro:
FAYAD, Luis. “Un hombre y un perro”. En: Nuevo cuento colombiano 1975-1995. Fondo de cultura económica: México, 1997. Pág. 142-146

Enlace: http://poesiaculinaria.blogspot.com/2008/04/un-hombre-y-un-perro-de-luis-fayad.html


jueves, 12 de agosto de 2010

PRIMER VIERNES Y OTROS CUENTOS DE JOSÉ BERCELIO FORERO ÁNGEL

Son escasas las instituciones comprometidas con la difusión de las literaturas periféricas. Cuando no son ciertos grupos editoriales, una que otra administración municipal o departamental se aventura en una hazaña de estas, gestionando –por no decir mendigando– proyectos ante determinadas instancias del Estado que permitan compilar y exteriorizar la producción de aquellos escritores poco conocidos.

En este contexto, surgieron varias antologías y compilaciones. La Biblioteca Libanense de Cultura, por ejemplo, es una muestra fehaciente, que en once volúmenes intenta recoger la narrativa y la poesía más significativa de algunos escritores del Líbano, entre quienes se destacan Eduardo Santa, Celedonio Orjuela, Alberto Machado, Fabio Morales Restrepo y otros.

El volumen número nueve de esta biblioteca, titulado Primer viernes y otros cuentos, se encuentra dedicado a José Bercelio Forero Ángel, un escritor cuya producción se había filtrado en los concursos de cuento, especialmente en el Concurso Nacional de Cuento “Ciudad de Barrancabermeja”, y en el cual tuvo la oportunidad de clasificar entre los finalistas, destacándose con El cadáver de mi abuelo en 2001 y Salomé en 2002.

Compuesto por diez narraciones, Primer viernes y otros cuentos reelabora varias situaciones propias de la condición humana, pero desarrolladas en la atmosfera de la provincia y la ruralidad: la mujer solitaria ávida de satisfacer la ausencia de su esposo, la angustia originada por la partida de un ser querido, las desviaciones sexuales de un músico empírico, el ascenso en la escala social por vía de la ilegalidad y otras que reivindican personajes comunes y corrientes quienes transitan por calles escarpadas y la plaza central de un pueblo.

La mayoría de los títulos con las que inician las narraciones son un buen abrebocas para el lector. Por ejemplo, “Alegro Crescendo”, “Regreso a Casa”, “Primer Viernes”, “Hastío” y “Desagravio” se inscriben en esta línea, por cuanto encubren, en primera instancia, la historia que narran los textos. Sin embargo, una vez abordados su sentido se devela y quien los lee establece la relación directa con el título, el cual encierra un ápice del contenido de las narraciones.

Por otra parte, son cuentos que privilegian diferentes narradores y puntos de vista: unas veces parten de los recuerdos de un adulto, un joven o un niño y en otras ocasiones favorecen un narrador omnisciente que de vez en cuando le brinda a los personajes una oportunidad para intervenir. Además, los enriquece con numerosas digresiones que proporcionan detalles importantes y una que otra alteración temporal que le otorga a los relatos una ruptura con la linealidad en la que a veces se sumergen.

De igual modo, una porción considerable de los relatos encuentran en el pueblo, asumido como espacio, un punto de confluencia. Este es configurado, no solamente con las descripciones necesarias y pertinentes, sino también, con las actitudes de los personajes, quienes se comportan como los pueblerinos que son, y con descripciones mínimas acerca de la vestimenta que usan, la cual pone al descubierto la ausencia de la urbanidad desarrollada.

Finalmente, Primer viernes y otros cuentos, en medio del realismo que lo caracteriza, ofrece, por los puntos de vista explotados, una mirada diferente de la vida y sus conflictos. ¿Cómo concibe una relación sentimental un joven? ¿Cómo se ven los problemas desde el punto de vista de un niño? ¿De qué manera una madre siente a través de la voz de su hijo menor? Son algunas de las preguntas que abordan los cuentos. De esta forma, exploran la condición humana a través de otros ojos, quizás los no muy notables en otrora, pero que en esta ocasión tienen un lugar.

Puede que los relatos de José Bercelio Forero Ángel se etiqueten como literatura regional, pero merecen ser leídos, ya que desde la experiencia periférica logra un acercamiento a la vida humana, la cual, e independiente del espacio y el tiempo, se define por tensiones, euforias, tristezas y desgracias que logran edificar Primer viernes y otros cuentos.

Gabriel Bermúdez.

Forero Ángel, Bercelio. Primer Viernes y otros cuentos. Biblioteca Libanense de Cultura. Bogotá: Códice, 2006.

jueves, 5 de agosto de 2010

PARA ASUMIR LA SOLEDAD

El número 19 de la revista Exilio que dirige Hernán Vargascarreño, ofrece al lector de la publicación una antología del poeta cucuteño Miguel Méndez Camacho, reconocido en el ámbito de la poesía colombiana. Esta compilación de textos corresponde al interés particular del director de la revista, quien decide, a manera de homenaje, agrupar una serie de textos poéticos que revisten lo mejor de la producción del escritor.

Para asumir la soledad es un poemario cargado de reflexión, de ausencia; es el devenir de un hombre que ha mantenido su rumbo por los horizontes de la desposesión en la memoria, que ha trasegado por los caminos del tedio y ha urdido con sus piedras la armazón de un pensamiento abierto siempre a las posibilidades del desencuentro. Textos alimentados por el encuentro con su pasado, tejidos al calor de los cuerpos en huida, solventados en la inoperancia fresca de una partida, una pérdida: una muerte.

Subyace en este antología la producción poética del autor, fundamentalmente de sus cuatro libros: Los golpes ciegos (Cúcuta, 1968), Poemas de entrecasa (Cúcuta, 1971), Instrucciones para la nostalgia (Buenos Aires, 1984), y Desencantos y cantos (Bogotá, 2003). Compendio que resalta la capacidad del autor hacia las hondas reflexiones de lo cotidiano, de la soledad continua, la inacabada sed de compañías, y sobre todo el hastío.

Ponte el pudor:
Está ahí debajo del lecho
junto las ropas caídas.
Recógelo y dilúyelo sobre tus mejillas
como si fuese un maquillaje.

La formal, ese es el título del poema que inicia con las anteriores líneas, en el que puede verse el hastío de besar mujeres que tarde o temprano serán presas de la huida; pero mujeres comprometidas con las artes amatorias, entregadas, no sumisas, arriesgadas, no atrevidas. Hembras de lecho y agonía, de esas que comparten junto con su cuerpo la soledad de quien las posee; aquellas que entienden que la cama es un tren con único boleto, que al partir se deja atrás la misma ausencia que acompaña el recorrido. Niñas, sólo niñas que nos recuerdan que…

los amantes no se dan nada nunca el uno al otro
y las manos que recorren los cuerpos
no persiguen la piel
si no el olvido de la futura soledad.
Y las caricias se prodigan
No a los cuerpos
Sino al vacío de la ausencia
Al temor de quedar sin compañía.

Méndez Camacho nos adentra ahora, a medida que transcurre el poemario, en los vericuetos del viaje, más que del viaje del viajero, el insomne transeúnte del recuerdo, el que maldice una y otra vez el olvido de la amada, el que caza peleas con sus propias ropas y equipaje, el que nunca estará a tiempo en la siguiente estación, el otro amor. Esto es, al menos, lo que puedo recibir de su poema Noche de viajero, texto hermoso en su concepción y cargado de metáforas hechas pasos, fugas.

El viaje ofrece vistas, paisajes, algo de animales; y en todo ello la representación de los ausentes, que se hacen árboles, bestias, caminos y montañas lejanas a la mano inerte, siempre pegada al vidrio, al otro. Ese que ocupamos por algún tiempo y ahora cierra puertas y ventanas para permitir la salida indiferente, para provocarnos, así, de tajo la inclemente duda…

Me he estado preguntando
quiénes ocuparán ahora
nuestro pequeño albergue transitorio.
Y qué rostro distinto
colgará en el espejo
en el mismo lugar donde quedabas
doblemente desnuda.

Sentir la soledad es abandonarse por completo a un estanque desprovisto de algas y de peces, más que estanque es una alberca en la que un día sumergimos nuestras ropas y los trapos del amor que aun nos queda, palacio de aguas turbias en las que indistintamente, la vasija del otro nos busca y nos rescata; claro está, en el recuerdo.

No sé en qué momento la lectura del poemario me atrajo y terminé de bruces en el estanque de mi propias historias, tan llenas de vacío y de ausencias, frescas como limpia agua, aun transparentes de tan recientes. Por eso, sigo el hilo de las letras y me atrevo a susurrar el poema “para leer en voz baja”…

Compartimos los cuerpos
que era lo único nuestro que teníamos,
y eso fue suficiente
para que todo aquello que soñamos
y que nunca tuvimos
también nos fuera dado.



Para asumir la soledad es muestra fina del tacto que posee el autor, para crear y recrear los mundos hostiles de la memoria del otro, para aunarlo en su propio dolor y asegurar que no hay nada más universal que el adiós que duele. Por eso, el poeta nos invita a tomar de prisa el pasaje a otros puertos, un boleto a mala parte. Nos corteja y nos seduce para que en medio del hastío hallemos regocijo en los adioses, en las manos que se baten y la lágrima que ondea, como la risa sorteada a nadie en los aeropuertos de la partida. No obstante la burla a esta parca que significa estar solo…

Y cuando los altoparlantes anuncian
que el viaje continúa,
vuelve y levanta el brazo
hacia la muchedumbre
que es posible que quienes te saludan
sean también solitarios
que no tienen
ni visitas ni ausencias.

Te vas y te quedas en este texto, y sabes de antemano que tienes que abandonarlo, que el final de la lectura será también la ausencia de compañía, de buena letra. Aun así volverás a él, tornado en reminiscencias. Tal vez, cuando leas algo similar recordarás sus páginas, desangradas en el que ahora es el recuerdo de una mujer hecha con mil y una tristezas que también te ha dejado, ebrio y vacío de costilla a costilla, esa “otra” hecha poema en los versos de Mèndez…

De todas la mujeres que te habitan
hay una agazapada que me espera.
No la recatada, la escrupulosa, la puntual,
la sutil comprensiva,
la translúcida
la dignísima requetesabiada.
La otra:
la enajenada, la procaz, la posesiva,
la lasciva imprevista,
la insaciable, la cruel, la inoportuna
la única respetable
de esas tantas mujeres que te habitan.

Ya no queda más que seguir el juego que el poemario incita, es momento de la despedida, del adiós doliente y la gota que se fuga. Sabremos soportar la ausencia y la partida, hallaremos lugar en el rincón de una memoria hermana, tal vez amante, ojalá lasciva. Sólo queda gatillar que uno siempre busca estar solo, encadenado en la nada, cerrado por el propio egoísmo, negado a la libertad del otro que nos huye. Es uno mismo quien trasgrede el orden de huída y acompasa los pasos propios con la melancolía del adiós en los labios del otro…

Uno se va sin trenes
sin aviones,
uno se va sin barcos.
Uno se va.

Omar Alejandro González.

Ficha del libro: MÉNDEZ, Camacho Miguel. Para asumir la soledad. Antología. Ediciones Exilio. Bogotá-Santa Marta. 2009. Vol 19.

jueves, 1 de julio de 2010

VOCES QUE NO MIENTEN. NARRATIVA TESTIMONIAL EN COLOMBIA

Los medios masivos de comunicación, en especial los más cercanos al Establecimiento, pretenden ser los abanderados en la presentación de todos aquellos dramas que a diario identifican a comunidades excluidas y desprotegidas, en la mayoría de los casos, por el Estado. Sería una total falta desconocer que detrás de esa dinámica mediática se esconde cierta manipulación de la información la cual permite, en el imaginario colectivo, la absolución de la responsabilidad del mismo aparato estatal y la minimización de sus conflictos vivientes.

Cuando esto ocurre, la verdad no es trasmitida. Se empieza a configurar una sola voz “autorizada” que permita dar cuenta al colombiano de las más grandes tragedias que lo marcaron y que aun lo aquejan. Surgen así interrogantes en torno a este fenómeno, derivados de la inquietud de conocer otro discurso que pudiera hacer contrapeso y fuera al mismo tiempo, la voz de aquellos que aun no la tienen.

Es allí en donde el narrar literario se posiciona, materializado en el abordaje directo del testimonio. Tal como lo plantea Lucia Ortiz, en Narrativa testimonial en Colombia. Alfredo Molano, Alfonso Salazar, Sandra Afanador, una de las labores más comprometidas y solidarias que se fomentan en este género es la libre asociación de la ficcionalidad con los diversos testimonios o relatos de sobrevivientes y actores directos de situaciones sobrecogedoras en una nación.

Esta experiencia narrativa no es ajena en nuestro continente y mucho menos en el país. Los conflictos armados de Centroamérica, por ejemplo, fueron momentos propicios para configurar este tipo de acercamiento entre realidad y ficción. Los casos analizados por Ortiz en su artículo, descritos en el contexto colombiano, reafirman que el eje central de esos relatos giraba en torno a aquellos fenómenos socio – políticos de gran importancia: las dinámicas internas de las FARC-EP según sus integrantes, la toma del Palacio de Justicia, las masacres a manos de paramilitares. En palabras de la autora: “(…) el principio básico de este género es darle expresión a los asuntos que han afectado a aquellos que no han tenido voz en el mundo moderno” (pág. 342)

El carácter de denuncia, sumado a la recreación de un espacio íntimo en donde el relatante –aquel ser humano que cobija su integridad presentándose con algún nombre falso pero ligado a un drama real– ofrece detalles o realidades desconocidas por el lector, conjugan, un últimas, una propuesta de alto valor histórico y estético.

Un adentramiento al género, nos permite dar a conocer algunas características principales que se tienen en cuenta. Una de ellas, refiere al “medio” que canaliza la experiencia recogida. Lógicamente este apartado refiere al escritor de turno quien debe poseer un manejo especial de la información para llevar a cabo tal empresa. Ese especialista o conocedor de la técnica apropiada, bien pudiera ser un periodista –como es el caso de José Navia en Confesiones de un delincuente–, sociólogo –si hablamos de Alfredo Molano en Trochas y fusiles– u otro mediador profesional interesado y comprometido en aportar a la verdad.

Del mismo modo, Ortiz da cierta valía y preponderancia al Prólogo de los textos testimoniales, ya que: “(…) las páginas prologales sirven para aclarar el proceso de elaboración del proyecto y establecer su objetivo.” (pág. 345).


En términos puntuales, las historias analizadas por la autora permiten encontrar ciertas marcas referenciales que difieren de las propuestas testimoniales mediáticas de radio y televisión. Básicamente se apoyan en la estructura de cada relato, las denuncias constantes de los personajes centrales, las reflexiones profundas al hecho vivido, el sesgo ideológico que permuta en cada propuesta, y sobre todo, la originalidad que el (re) creador puede imprimir a un hecho verídico ficcionalizado.

En concreto, este documento permite un acercamiento a algunas experiencias de narrativa testimonial locales, exaltando el arduo trabajo hecho por el escritor y la base misma del relato que nos identifica en cierto modo con nuestra realidad. Realidad, que como nos muestra el tiempo ha seguido posicionándose y deriva en otros nuevos aspectos a tener en cuenta: narcotráfico, paramilitares, conflicto armado, delincuencia, secuestro.

Luego de ver el presente mediático - artístico gravitar sobre el eje del testimonio y la denuncia, queda por determinar, a la luz de lo expuesto por Ortiz, las propuestas narrativas venideras. Afortunadamente la literatura se fía de ser solidaria para con aquellos que no tienen voz, y que pueden opinar a pesar de no haber ganado la lotería, en palabras de Eduardo Galeano.

Elaborado por:
Juan Carrillo Aranzalez

Referencia bibliográfica.
ORTIZ, Lucía. Narrativa testimonial en Colombia: Alfredo Molano, Alfonso Salazar, Sandra Afanador. En: literatura y cultura. Narrativa colombiana del siglo XX. Volumen II. Diseminación, cambios, desplazamientos. {Consultado el 15 de junio del 2010}. Disponible en: <http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/narrativa/Volumen2CapIII.pdf>.

jueves, 17 de junio de 2010

LA OTOMANA

Las primeras páginas de esta novela se escriben en medio de un derroche lexical que apabulla: términos tomados de la alta cultura, mezclados con imágenes eróticas se expresan en una prosa limpia aunque un poco alambicada. Si se está acostumbrado a la narración escueta de los hechos o a lenguajes mucho más cotidianos, se debe hacer esfuerzos para superar esas líneas iniciales y adentrarse en el conflicto principal de esta novela de Phillipe Potdevin, de quien ya fue galardonada su obra Metatrón.

La Otomana narra la historia del profesor Scipino quien se enamora de Morgana, una docente que llega al Alto Meusa, lugar de recogimiento de varios intelectuales. Hacia el comienzo de la obra, Scipino roba unos documentos personales de Morgana en los que ella afirma que siente placer sexual sólo si es raptada o tomada violentamente. Scipino establece una relación sentimental con la docente y, en efecto, la somete por medio de ejercicios que conjugan la violencia sexual. Pero Morgana decide alejarse de repente y Scipino comienza a tener premoniciones de que le sucederá algo malo. Por eso decide visitarla una noche en su cabaña y en esa travesía se encuentra con Telmo y Edward quienes le revelarán algunos secretos de la mujer. El final es un poco predecible e involucra una muerte.

Desde el manejo del lenguaje y el tratamiento de las acciones, esta novela explota el erotismo como regodeo en la palabra y como conjugación de la vida y la muerte en el acto sexual. En el primero de los casos se recurre a metáforas que tratan de huir del lugar común, cuando de relaciones eróticas se trata, aunque en algunas ocasiones –como cuando se compara una espada con el pene- el intento parece fallido.

El lenguaje es sugerente y a la relación sexual se la observa desde la aproximación de los cuerpos y el derroche de los sentidos, más que desde el coito descarnado. Incluso en escenas en las que se mezcla sexo y violencia, el narrador se cuida mucho de no exceder los límites de las descripciones que revelen –en lo que sería un verdadero pornotexto- todos los misterios amatorios.

En este sentido, las acciones asumen el ritmo lento de los contactos que quieren detenerse en el detalle de las pieles y las miradas. Así, en la relación de Morgana y Scipino el narrador ralentiza los momentos de encuentro, fijándose en las pequeñas acciones que se ejecutan para llegar al placer. La ralentización produce ansiedad en el lector –voyerista desenfadado- a quien el relato lleva sin aceleraciones. Las mejores escenas de la novela se concretan en esos momentos en los que el descubrimiento del climax está precedido por los rituales eróticos.

Sin embargo, ni el conocimiento lexical, ni la justa velocidad de la narración alcanzan a disimular algunas debilidades. Primero, en ocasiones la exagerada descripción topográfica torna soporífera una narración que pudo haber sido más dinámica. En la fijación con mobiliarios o con la atmósfera del lugar, termina sucumbiendo la fuerza de la historia central entre los docentes. A eso debe sumársele discusiones llenas de erudición que por momentos no se articulan con el eje de la obra.

Pero lo verdaderamente incómodo es la repentina fuerza de dos personajes –Edward y Telmo- hacia el final de la novela. Es cierto que se había hablado sobre ambos durante la narración, pero sus acciones, sistemáticamente ocultadas por el narrador, terminan siendo de una importancia desmedida hacia el final. El lector se siente como frente a los antiguos narradores de novelas policiacas que ocultaban hechos importantes para, en las postrimerías de la novela, sacarlos de debajo de la manga y tratar de impresionar. Es una estrategia que, por lo artificiosa, genera incomodidad.

Acaso a estos dos elementos deberíamos sumar un tercero que es el final predecible: una muerte generada en los juegos entre el sexo y la violencia, esto es, una muerte placentera. Parece que se quisiera confirmar que se está hablando de erotismo, que, desde Bataille es, en términos generales, la conjugación de la vida y la muerte.

Los anteriores elementos me sugieren una lectura de esta novela erótica como una obra desbalanceada, la cual por momentos asciende pero a la que también se le perciben baches. Para lectores promedio la novela puede espantar por la profusión de términos y la poca aceleración en las acciones; para los amantes del erotismo hay escenas de valía; para académicos, tal vez hay en La Otomana lagunas y lugares comunes.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro:

Potdevin, Phillip. La Otomana. Bogotá: Planeta colombiana, 2005.

sábado, 12 de junio de 2010

MÚSICA CALLADA DE JORGE CADAVID

“De todos lados
Llueven sobre el estanque
Pétalos blancos”
BÁSHÓ


Perteneciente a la colección UN LIBRO POR CENTAVOS, el tomo 44, se titula Música Callada. El autor, Jorge Cadavid, nació en Pamplona (1962); “aprendiz de naturalista y entomólogo”, se asume como poeta y ensayista; también es catedrático de Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana. Se hizo además Doctor en Filosofía en Sevilla (España) y hasta el momento cuenta con siete libros publicados.

Pero hay algo que atrae más allá de sus laureles, como los del Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 2003 por El Vuelo Inmóvil (Universidad Nacional, 2003) o acaso por Tratado de Cielo para Jóvenes Poetas, con el cual recibe el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquía en 2008.

Tal atractivo se deriva de la edición misma del libro, un ejemplar bello que como anota el editor: “(…) persigue la amplia divulgación de los poetas más reconocidos en el ámbito nacional e internacional y la promoción de los nuevos valores colombianos del género”. Lo cual se logra aunque de manera parcial, pues el librillo es distribuido -en teoría- exclusivamente a los suscriptores de la revista El Malpensante.

Aunque la iniciativa surge desde la Universidad Externado de Colombia, por razones azarosas el libro ha llegado –en la práctica-- a mis dominios. Y a los ojos del lector, con quien quisiera compartir unos versos:

MIMESIS

Las cosas habitadas
Por las palabras
Basta nombrarlas
Para verlas moverse.

Lo anterior sugiere la posibilidad de crear y re-crear e imaginar con el lenguaje, pues el arte de la palabra es mucho más que simple representación de la realidad externa; mimesis, según la poética aristotélica. La poesía se funda en el nivel simbólico, en el plano de lo misterioso, a veces inefable; no en el literal y denotativo.

Llama la atención el hecho de escribir poemas con temas de la Entomología y la Botánica. Aunque el libro no es un herbario ni un texto taxonómico de libélulas rojas atravesadas con un metal, ahogadas en formol, tampoco el concepto científico es elevado al lenguaje poético.

No se queda atrapado en la definición conceptual que se halla en diccionarios y enciclopedias, o en la tarea que adelantaron en estas tierras, por ejemplo, Alexander Von Humboldt o José Celestino Mutis, y otros, en la Expedición Botánica, casi dos siglos atrás. Pero no quiero escamotear los textos; por eso transcribo para quien lee sigilosamente:

CRISANTEMOS

(Chrysanthemun silence)
No hablan de nada.
Largos silencios
Llenan la plática
De indecible blancura.

Quizá por lo anterior, la cara posterior del pequeño libro se expresa con un comentario del escritor colombiano Giovanni Quessep, quien afirma que “(…) su aire oriental, la claridad de sus versos, me convencen de que la nueva poesía colombiana va por caminos muy seguros hacia lo alto”. Coincido en la atmosfera oriental; pues el valor de lo poético quizá reside en la duda de toda certeza, en el quiebre de lo calmado; también en el hondo sentimiento de lo que puede o no suceder: en la incertidumbre.

Aunque, si retomamos la tradición oriental, encontramos en el Haikú, la posibilidad de revalidar la sensibilidad, el asombro, un homenaje al silencio, a la suma brevedad y condensación, al acertijo. Báshó (1644-1694) maestro del Haikú, recomendaba a sus discípulos “dar vida a lo inerte”. Por eso, cuando uno de ellos escribió: “¡libélulas rojas! / Quitádle las alas / Y serán pimientos”; el maestro, con un dejo de nostalgia le sugirió que lo trastocara; así: “Estos pimientos / Añádeles alas/ Y serán libélulas”. Este ejemplo es apropiado para resaltar la brevedad y la intención vivificante de los versos que componen la esencia de lo poético; presencia del libro Música Callada. O si no leámoslo:

HONGOS

(Fungi imperfecti)
El hongo digiere al mundo
Con un ritmo propio.
Es la vida que sigue
a la muerte
y está bien que así sea.
El pudrirse de una noche
de hecho es la fabricación
de un día nuevo.

Es la muerte que supura vida. Espiral de la existencia, laberinto del tiempo donde es necesario perderse para re-encontrarse. Condición vana, efímera, insondable, desfundada y desfondada: aquí el sentimiento de lo vivo es parte de lo muerto; así viceversa.

No quisiera dejar sin anotar un poema más, además asomar algunos títulos de otros para los curiosos e inquietos que, como el insecto entre zumbidos, procuran encontrar la savia que embriaga, la sangre del verso. He aquí algunos encabezados: Árbol sin sosiego; La manera de marchitar Tulipanes; Psicoanálisis del musgo; El sabor de lo real; De la errancia de los arboles; Odisea del insecto; Líquenes; Lapsus…entre otros, por ejemplo:

A LA SOMBRA DEL CEREZO

Las sombras
Siempre son compañía
Nadie se queda solo
Con sus sombras.

Por: VICTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES
FICHA DEL LIBRO:
CADAVID, JORGE. Música Callada. Bogotá: Departamento de Publicaciones Universidad Externado De Colombia, 2009, 72 páginas.

viernes, 4 de junio de 2010

LA MULTITUD ERRANTE DE LAURA RESTREPO: “EL ENVÉS DEL TAPIZ, DONDE LOS NUDOS DE LA REALIDAD QUEDAN AL DESCUBIERTO”

“Cuando la guerra amaine… ¿Cuándo será ese cuando? Ya pasó medio siglo desde ese entonces y todavía nada; la guerra, que no cesa, cambia de cara no más.”

La multitud errante es un título que bien podría expresar la actitud del pueblo colombiano en cualquiera de sus episodios electorales o simplemente la suerte de una nación condenada por su falta de conciencia histórica y política al eterno devenir de la violencia y la miseria, el desacierto de los sin memoria.

No obstante, en el caso de la bogotana Laura Restrepo Casabianca, reconocida por sus novelas galardonadas Dulce compañía (1995) y Delirio (2004), La multitud errante (2001) es el nombre que recibe una novela corta dedicada a explorar las fibras más profundas del drama del desplazamiento forzado y el despojo producidos por la guerra. En esta historia, que es la suma de muchas historias, cada personaje es el retrato de una búsqueda, la búsqueda del destino, del pasado, de la tierra o del amor.

Sus páginas nostálgicas reconstruyen por medio de una narración de gran belleza y recursividad, la Colombia de la guerra, donde pueblos enteros eran expulsados de sus tierras por la violencia y la violencia acompañaba sus pasos como una epidemia que se expandía. Todo el relato es un juego entre el presente del personaje narrador (una mujer de buena familia que es voluntaria en un albergue de monjas francesas donde se presta ayuda a toda suerte de seres despojados) y la historia de Siete por tres, un desplazado que hace parte de una multitud de sobrevivientes sin rumbo de un pueblo borrado por la guerra de la faz de la tierra.

Siete por tres es un hombre sereno y reservado, distinguido entre la multitud por tener un dedo de mas en el pie derecho y ser dueño de un pasado enigmático propio de quienes son abandonados aun siendo muy pequeños. Un día llega al albergue preguntado por Matilde Lina, una joven lavandera quien fuere su madre adoptiva desde aquel día que fue abandonado y que, luego, los asares del destino y la guerra apartaron de él para siempre en medio de una emboscada. Es así como este hombre que busca incansablemente a su ser querido sin éxito alguno, encuentra a cambio y sin pensarlo una confidente que resulta sumergida en los abismos de su vida.

Es ella quien nos cuenta todo sobre él y su origen, la destrucción de Santamaría Bailarina por los ejércitos conservadores y el errar de los sobrevivientes en la selva en búsqueda de una nueva tierra. Es esta mujer la que nos habla de esa otra mujer, Matilde Lina, y la odisea desesperada que emprende Siente por tres en su búsqueda. De su boca se desprenden simultáneamente las más profundas reflexiones sobre la guerra y las más íntimas confesiones sobre sus sentimientos hacia aquel hombre de 21 dedos.

La novela, en términos generales, goza de múltiples atractivos, siendo el más notorio el manejo de un lenguaje cargado de imágenes bien construidas, las cuales, sumadas a reflexiones de gran calibre, atrapan al lector. Pero también cabe señalar la impertinencia de algunos episodios que le restan verosimilitud al relato, como aquellos donde se desdibuja el perfil de un desplazado (es el caso de doña Perpetua) al enriquecer de manera sospechosa sus maneras de expresarse o, simplemente, aquel otro donde una manifestación de jóvenes rodea el albergue para protegerlo. De lejos estos hechos difieren de la mayor parte del relato y brillan por su ingenuidad.

No bastante, a pesar de estos pequeños defectos, La multitud Errante es una de las novelas que trata el tema de la violencia bipartidista sin caer en la crudeza de los hechos o someterse al sesgo infértil de la literatura panfletaria dándole cabida a las contradicciones de la condición humana que va muy bien con la ambigüedad de la literatura. Por tal razón y por la fuerza de su estilo narrativo, es preciso acercarse a las páginas de este libro, que garantizan por poco, unas cuantas horas de peregrinaje errante por los pasillos de nuestra historia y los fantasmas que aun hoy la persiguen, o como lo diría nuestra narradora un paseo por “el envés del tapiz, donde los nudos de la realidad quedan al descubierto”.

DAMIÁN GUAYARA GARAY

FICHA DEL LIBRO:
RESTREPO, Laura. La multitud errante. Colección letras colombianas de hoy. Bogotá: Editorial Planeta, 2007. 138 p.

viernes, 28 de mayo de 2010

EL ACTO CREATIVO Y LA IMPOSIBILIDAD DE TALAR UN BOSQUE.

La palabra bosque estaba sin árboles.
NELSON ROMERO GUZMÁN

Los procesos de escritura son compendios de sucesos en los que generalmente la imagen emerge como centro de múltiples ideas, a partir de las cuales el autor manifiesta sus concepciones de mundo y su visión particular del hombre y la existencia. Así, cuando aflora la imagen literaria, devienen con ella las evocaciones conscientes de lo real, a la vez que emergen del inconsciente las representaciones que sobre lo social el escritor asume, según sus relaciones con el contexto y su apreciación de los fenómenos socio-culturales que tienen lugar en el mundo mental, no sólo en el poeta, sino en cada hombre, pues todos, a su manera, son víctimas del subconsciente que los habita.

Desde esta perspectiva, es posible acercarnos al poema 6 del libro Obras de mampostería, de Nelson Romero Guzmán, escritor tolimense bastante reconocido en el campo de la poesía colombiana. Como el poema en sí consta de tres versos, me tomo el atrevimiento de ponerlo a consideración del lector para que hagamos una lectura juiciosa de las representaciones que sobre el proceso de escritura subyacen en él:

En los ojos crece la hierba,
se hace monte la palabra,
Es impenetrable la escritura.

Cuando se realiza una primera lectura es obvio caer en la meditación que el mismo poema supone. A partir de las imágenes simples, en apariencia, el autor logra establecer criterios de unidad alrededor de la naturaleza, evocada en palabras como hierba y monte, ante las que aparecen sentidos iniciales, evocaciones de un contexto verdecido y algo primaveral; sin embargo, estas palabras son guiadas por otras, contrapuestas, que inician el proceso de simbolización y hacen que la imagen misma adquiera un sentido mucho más avanzado y rico en interpretaciones. Dichas palabras parecieran no tener sentido directo en el plano de lo real, sin embargo, cuando la palabra ojos precede a hierba, y además se acompaña de la acción de crecer, la imagen se torna en matices poéticos hermosos, según los cuales el ojo se llena de hierba, entendiendola como todas aquellas imágenes del mundo objetivo que nos circundan y colman a borbotones la inerte mirada de quien no puede menos que mirar y mirar, como en el poema
“¿Que putas puedo?” de Jaime Sabines.

Así las cosas, en una segunda mirada al poema (obligatoria de por sí) ya no nos fijamos en imágenes por separado, sino que asumimos el universo que se halla rebosado en apenas tres líneas, tan suficientes al plano de la imaginación que no queda menos que enamorarse de ellas, reveladoras de misterios y verdades que establecen la fantasía del acto creador, pues el verso se hace monte la palabra condiciona el hecho anterior de la mirada atónita, en la que la hierba, el mundo, la realidad, lo objetivo, se materializa como saliva ácida, que reclama salir en dirección del atrevimiento y de la pluma, hábil, diáfana.

No obstante, la imagen potencia otros sentidos que enrarecen lo aparentemente hermoso del proceso creativo, en especial cuando la vista es atrapada con el verso es impenetrable la escritura, pues en este caso, evocamos las primeras interpretaciones y los sentidos iniciales, en los que hierba y monte nos llevan al plano de lo natural, del contacto bello con el mundo verdecido, que ahora se torna oscuro, extraño, inhabitable impenetrable.

Así, impenetrable es una representación simbólica de bosque, de selva, sin follaje, más bien llena de fango, de impedimentos, trabas y ramas que cortan, duelen, astillan, porque sólo así se entiende que monte ya nos había contaminado de esta imagen, que la anticipaba desde la segunda línea y que caíamos en el juego del lenguaje con múltiples sentidos, según el cual los ojos llenos de imágenes se abrían en cantidades de intentos por abrazar la escritura, fallidos, inútiles como la llama inútil de Borges –su ceguera-, como la sombra de
Asterion. Al fin de cuentas sólo eso, intentos, nada concreto, bisutería que nada arma, que se entremoja en los labios y la punta del lápiz pero que jamás aflora porque no existe, porque para hallarla habría que internarse y es imposible, es impenetrable, porque es el acto creador, posible sólo por la palabra, tan ajena a nuestros labios a nuestra boca, inútil, inútil.

Nelson Romero es artífice con las palabras, sabe emplearlas, pero conoce que para hallarlas es preciso morir a cualquier intento por representar con ellas más allá de lo evidente. Se trata únicamente de combinarlas, imaginárselas en una cópula incestuosa en la que dos o mas hermanas se acarician para crear otras palabras inconexas, extrañas, poco útiles.

En estos versos asistimos al encuentro de tres hermanas desprovistas de ambición pero cargadas de magia, sencillas palabras que revelan mundos de quietud, de calma, impenetrables suertes, escritura fallida, de imposibles, fracasos, como ir a un bosque con infinidad de árboles del bien y el mal y no tener siquiera un hacha para astillarlos.
OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ

FICHA TÉCNICA: ROMERO, Guzmán, Nelson. Obras de mamposteria. Alcaldía mayor de Bogotá, 2007. Obra ganadora premio nacional de literatura ciudad de Bogotá.

viernes, 21 de mayo de 2010

LO AMADOR Y OTROS CUENTOS

Imágenes del barrio, de la costa, de la cultura colombiana inundan los cuentos de Roberto Burgos Cantor. Estas primeras palabras pueden sonar a texto pago por editorial, pero es lo primero que sale de mi cabeza una vez he terminado de leer unos cuantos cuentos de este escritor cartagenero.

Lo Amador y otros cuentos, es una recopilación de escritos que se centran en esa cultura de la periferia del país, llena de arena y de arepa 'e huevo, un mundo que hasta el momento me ha sido ajeno y para el cual yo soy simplemente una 'cachaca'.

Mi madre siempre me ha dicho que para nosotros (los del 'interior') es difícil comprender el 'costeñol', y sé que es así, porque siempre he sentido una cierta discapacidad auditiva cuando alguna persona, de cualquiera de nuestras dos bellas costas, se dirige a mí. En efecto, esta discapacidad auditiva se transformó en una barrera lectora, en el momento en el que leí este libro, pues no cabe dudas, para cualquier persona que lo lea, que la falta de signos de puntuación en párrafos extensos genera una cierta fatiga. Tampoco es un secreto que los costeños hablan rápido y que este libro está escrito 'tal cual, nene'.

Antes de empezar a hablar de las historias y de la construcción de los personajes en Burgos, quiero ofrecer (no de antemano) una disculpa a aquel lector que se pueda llegar a sentir ofendido con lo que he dicho acerca de la cultura de la costa, o del lenguaje en los textos del autor cartagenero, que a decir verdad, me parece tiene muy buen dominio del mismo.

Continúo: en cuanto a los personajes, Burgos logra desarrollar características únicas y sutiles en cada uno de ellos, características mismas que le dan los matices necesarios a cada una de las historias, e incluso esa misma falta de puntuación puede encontrar verosimilitud en la velocidad misma con la que avanza el relato.

Adicionalmente, me siento un poco parnasiana al juzgar a Burgos por una que otra coma olvidada. Y es que así es Colombia, o así la veo yo, como un país lleno de cosas que se olvida y de otras que se inventan, de personas–personajes, como los de Burgos, que a pesar de las desdichas son capaces de cantar y bailar, pero que aún así mueren convencidos que todo aquello no es más que un sueño que les permite su triste condición.

Pereciera entonces que todo esto que late en el sentir latino y que se nos hace tan cotidiano no podría generar mayor asombro en un lector hijo de noticieros y telenovelas rencauchadas, pero en los cuentos de Burgos lo logran, y generan una cierta tensión que es interrumpida sólo cuando se debe, a fuerza, detener la lectura para tomar un descanso y no perderse en medio de recetas, listas y reseñas de reinas de belleza.

Sin lugar a dudas, los cuentos de Burgos tienen un valor nacional importante, en cuanto al valor literario pero me sigue pareciendo un poco desconsiderado con el lector, aquel olvido voluntario de signos de puntuación que generan párrafos de páginas completas y que en cierta ocasión hacen perder un poco la historia. A decir verdad me distraigo fácil y necesito de ciertos descansos.

Ahora bien si está usted dispuesto a correr una maratón de lectura, este es el libro que necesita para entrenar. Hablando en serio, es un texto valioso, cargado de esos simbolismos que nos hacen patria y que llevan impresos la marca de toda una sociedad que se ha rehusado a dejar a tras unos valores que la hicieron lo que es ahora. No es de olvidar entonces que Colombia desde su propia fundación, poco después de aquel momento independentista, buscó la forma de abrirse espacio en un mundo liberal que se encaminaba a un capitalismo que poco a poco se fue tomando el propio continente.

Vivimos en un país que se formó de importaciones y culturas ajenas pero que logró preservar las propias e incluso modificar entre sí las que llegaban y las autóctonas, y es así pues, como historias como las de Burgos, hechas con toda la innovación de movimientos europeos pueden entrar a ser parte de una colectividad renuente al cambio pero soñadora con una diferencia significativa.

Escrito por: Nazly Johanna Pita López

Ficha del Libro: Burgos C,, Roberto. Lo Amador y otros cuentos. Bogotá: Oveja Negra, 1984.

jueves, 13 de mayo de 2010

LITERATURA Y POLÍTICA. UNA ENTREVISTA AL ESCRITOR MARCO SCHWARTZ.

En alguna ocasión, en este espacio, se mencionó de Marco Schwartz su novela El salmo de Kaplan. Ahora deseo hacer referencia del mismo autor, desde una óptica polifacética, basado en una entrevista hecha en Suiza en el 2008, en el marco del lanzamiento de otra de sus obras, Vulgata Caribe. En esa oportunidad, se indagó acerca de su vida, su corta carrera literaria y las apreciaciones que tenía sobre Colombia. De estos tres aspectos sobresale el último, referido a la situación de nuestro país, por lo que significa retomar algunas reflexiones que en estas fechas son importantes hacer y que imprimen una voz consciente de un académico serio.

En un principio, el diálogo que sostiene Schwartz con los entrevistadores permite dar a conocer sus primeros acercamientos con las letras. Lector asiduo de la Biblia –sugiere su interés más a la forma y contenido literario que al aspecto religioso– este barranquillero relata que su afición estuvo emparentada con el íntimo acercamiento hacia el periodismo y la literatura, aunque advierte su renuencia a la labor de publicar constantemente evitando ajustarse a esos compromisos editoriales absorbentes en la carrera como literato.


A la par de esto, confiesa algunas cuestiones concernientes a sus raíces judías y cómo estas han sido eje central de sus relatos. De por sí, El salmo de Kaplan mantiene una relación intrínseca con El Quijote lo cual da cabida para ser indagado sobre este apartado.

El fenómeno García Márquez, temática bien recurrente en las entrevista a escritores, sale a relucir, permitiendo que las consideraciones que tiene Schwartz sean validas e importantes, sobretodo porque la crítica busca centrarse un poco sobre la posición de las nuevas generaciones en torno a la figura del Nobel colombiano. Él no se queda corto en hablar sobre esto, al tiempo que valida la propuesta narrativa de Tomas González, del cual considera: “un escritor formidable”.


Ahora bien, el punto llamativo de la conversación, fue Colombia. En este apartado, Schwartz posiciona una reflexión importante sobre la crisis vivida en el país a lo largo de 50 años de violencia. Va más allá del discurso mediático, en torno a las derivaciones del actual conflicto social y armado, asegurando que: “Ahora la propaganda oficial es que el problema de Colombia es la guerrilla. No, la guerrilla es uno de los problemas de Colombia y es una consecuencia de un problema anterior. Lo que pasa es que está triunfando ese discurso oficial. Pero yo creo que la gente debería aproximarse y aprovecho esta entrevista para que la gente se aproxime con otros ojos, que se interese más allá de estos mensajes propagandísticos, porque es mucho más complejo el problema de Colombia y reducirlo a que es las FARC pues no ayuda a resolver el problema.”


Con esta entrada a la problemática local, empiezan a surgir una serie de consideraciones ligadas al fenómeno. El narcotráfico, la alianza de la insurgencia con este flagelo, el paramilitarismo, el insuficiente esfuerzo del Estado por solucionar estas problemáticas y, obviamente, las condiciones míseras del colombiano, debatido entre la guerra y la pobreza.


Dije anteriormente que me había llamado la atención tales apreciaciones, porque vienen de un compatriota escritor que lleva tiempo fuera del país y que ejerce el periodismo en España, variables que en el común de los casos –los he leído para poder afirmarlo– harían de sus declaraciones una caja resonante del discurso manejado por el sistema.


Siento que su sentido humanista se ve reflejado allí mismo, cuando trata de explicitar las causas y consecuencias del olvido del Estado colombiano para con sus ciudadanos y lo que esto ha generado. Encontrar posiciones de ese tipo, en momentos como los actuales, permite ver que el tema socio – político de Colombia, por ejemplo, no murió con García Márquez ni con otros autores que plantearon el tema de la violencia en su escritura a lo largo de las décadas del siglo XX. Si bien Schwartz no aborda el fenómeno en sus propuestas literarias, evita quedar al margen de la discusión de fondo que compete a su país, tal cual lo afirman sus intervenciones.


La visión crítica de este coterráneo me sorprendió, y creo que ahí radican sus aportes fundamentales en el debate de cara a la construcción de una Nueva Colombia. No se queda únicamente en el plano político, sino que avanza también en el terreno artístico, propiamente en el literario, al señalar las grandes maquinarias editoriales que influyen en el oficio de ser escritor. Literatura y política, dos temas que el escritor colombiano posiciona de manera crítica y con pleno acercamiento a la realidad.

Tomado de: http://archivo.puntolatino.ch/literatura_entrevistas/lit_schwartz08/

Elaborado por:
Juan Carrillo Aranzalez
juanelcaibg@gmail.com

jueves, 6 de mayo de 2010

EL TRANSEUNTE DE ROGELIO ECHAVARRÍA

En la portada del libro que tengo –el número 65 de la Biblioteca de Literatura Colombiana de Oveja Negra- figura el valor con el que compré El transeúnte de Rogelio Echavarría: indignos 2000 pesos. Podría especular con que a la fecha, hace unos diez años, esa cantidad era el equivalente a unos 5000 mil de hoy, lo que me sigue pareciendo desconcertante. Una revisión mesurada me lleva a la conclusión de que, como lo anticipó Hegel hace unos dos siglos, la poesía y el poeta quedaron –por fortuna- al margen del mercado de bienes y servicios.

Lo compré en una tienda de usados, cuando mi obsesión por hacerme a muchos libros sobrepasaba mi capital de estudiante de pregrado. No iba con un conocedor que me dijera que este libro es el más importante de Echavarría, que ha contado con críticas favorables, que el autor fue ganador del Premio Nacional de Poesía organizado por la Universidad de Antioquia y que fue periodista en El Espectador y El Tiempo. Nadie me advirtió tampoco de la impresión de esta colección, en una letra pequeña que en ocasiones me genera rechazo. Por eso, tal vez, se mantuvo escondido en los entrepaños de la biblioteca personal esperando a que el azar de una búsqueda le imprimiera vida.

Cuando lo revisé de nuevo experimenté un placer especial de sentirme identificado, por momentos, con ciertas imágenes que pueblan sus versos. “El transeúnte”, poema que le da título al libro, es la expresión del desencanto frente a la vida citadina y al incómodo paso del tiempo en las intersecciones de las ciudades. Aunque afirmamos en ocasiones que las metrópolis nos ofrecen múltiples sitios de esparcimiento, la voz poética nos devuelve al tedio de recorrer las mismas calles pidiendo a un hado desconocido que nos traiga de nuevo las incertidumbres. Bajo esta atmósfera, el transeúnte no encuentra nunca un motivo de reconciliación con quien comparte la ciudad, como se explora en la primera estrofa del poema:

Todas las calles que conozco
son un largo monólogo mío,
llenas de gentes como árboles
batidos por oscura batahola.

Bostezos crónicos, seres humanos derrotados por la monotonía citadina y la resignación frente al destino, hacen parte de las sugerencias de estas líneas. Ellas se complementan con dos versos que estrangulan:

Las gentes que hallo son simples piedras
que no se por qué siguen rodando

La poesía de Echavarría parece estar salpicada de un hálito existencialista, de una nausea raizal, como la del personaje principal de la novela de Sartre, aunque, a mi modo de ver, un poco menos cruel. Ver la ciudad y sus habitantes sumidos en el reseco movimiento cotidiano es una constante en algunos de los poemas de Echavarría. Léanse ustedes, por ejemplo, “Vida Corriente” y encontrarán “La misma luz, el mismo sol y el mismo desayuno”, el reiterativo sinsabor de todos los días. Pero para que no nos confundamos, “Vida Corriente” tiene otra musicalidad, e incluso un tono un poco más festivo, más acelerado, como de bus municipal. Precisamente la metáfora con la que la voz poética corona el poema va en esa dirección:

Es que la vida es este bus corriendo
que de pronto paró y hemos llegado

Unos suben, otros bajan (algunos violentamente), hablan, se aferran, ríen ¿Cómo transitamos este viaje? Es la pregunta que está detrás de este poema y que seguramente debemos responder íntimamente.

La relación entre las imágenes de ciudad y el desvaído espíritu humano recuerda mucho lo que George Steiner en su libro En el Castillo de Barba Azul, ha denominado “El gran Ennui”, una suerte de tedio fundamental que en Europa fue la antesala de la barbarie del siglo XX. En los poemas de Echavarría no es antesala –porque la barbarie ya nos tomó- sino presente con el que hay que cargar. Un presente de gente apresurada para ir a su trabajo, de congestiones en las avenidas, de poco tiempo para los afectos.

En este sentido, casi todo este libro de Echavarría lo pueblan estampas citadinas descoloridas: el indigente devorado por la lluvia, el jubilado en su mesa de ajedrez, el bebedor aferrado al único bote que le queda –su botella-, el artista con su figura excéntrica, el pasajero, el amante impenitente esperando una carta. Todas esas imágenes representan partes de la sociedad con la que nos encontramos constantemente. Así, los poemas de El transeúnte, escritos desde la concisión y la búsqueda de imágenes impactantes (como cuando afirma “Demonio de la lluvia/látigo de lujuria”) nos recuerdan que somos ciudadanos y nos despliegan facetas del otro anónimo, con quien nos cruzamos y a quien ni siquiera determinamos.

Detrás de toda esta horda de civilizados está la poesía, esperándonos con sus enigmas. Es preciso recordar el poema en el que Echavarría declara principios, de manera paródica:

POÉTICA
¿Qué es poesía? Preguntas.
Hago luz y –discreta
y sorprendida- huye
la poesía… ¡esa sombra!

Porque la poesía encierra el misterio que nos quita la vida cotidiana y porque no tiene precio (¿2000, 5000?) para quien puede compartir la felicidad con ella, hay que ir de la mano con El transeúnte de Rogelio Echavarría. Acaso allí nos encontremos.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Echavarría, Rogelio. El transeúnte. Bogotá: Oveja Negra, 1985 (1964)


viernes, 30 de abril de 2010

JORGE ERNESTO LEIVA Y LA ESENCIA DE LA POESIA

“Arte es dar cuerpo a la esencia de las cosas; no copiar su apariencia”
SANTINO

No es fácil llegar a la esencia de los objetos. Estos tienden a revelarse tras escrutinios y asedios. Pero a veces lo misterioso es simple manifestación. Como aquella ocasión en que llegó a mí un libro de Jorge Ernesto Leiva Samper.


Antes, había escuchado alguna reseña y unos poemas en la voz del profesor Jorge Ladino Gaitán; asimismo, algunos datos del autor en conferencia ofrecida por él en la Universidad del Tolima. El fallecimiento, en 2008, de Jorge Ernesto Leiva (nacido en Ibagué en 1936) significa también la aparición de una obra basada en una solida posición ante el mundo, desde el compromiso social, lo pasional y amatorio, pero también desde el pensamiento filosófico.


Su vida fue toda una aventura. Algunos lo han llamado mitómano, fabulador, historiador, narrador, poeta. Su actividad académica, lo llevó a participar en los movimientos estudiantiles en París. Tras Mayo del 68, viajaría por Europa y Asia. Fue allí donde participó en la llamada Revolución Cultural China.


Sus versos son reconocidos por la madurez de su contenido. Por ello fue recopilado en varias antologías de poesía colombiana. Además de ser traducido al sueco, francés, inglés, chino, y es considerado como una de las voces más brillantes tras la generación de “Mito”. Veamos un poema de su libro “Diario de Invierno”.

ESTE INVIERNO

Este invierno como un oso blanco
quiere siempre detener nuestro paso
el pobre viejo Gerard fuma su pipa
y escupe en el charco
donde su vida parece que se consumiera.
Este sol de invierno
es una fruta de menta que no alegra
me lavo los cabellos con agua de rocas
y en los bulevares
la nieve quema mis labios de trópico
estas manos de mestizo blanco
las lanzo al aire, las libero
para sentir entre la sangre
esa alegría de festejos glaciales.
El viejo Gerard me entrega su amistad con una sonrisa.
Tanto invierno en la vida de Gerard

¿Quién es el viejo Gerard? Se trata de un ser del anonimato. Una víctima de la soledad más depravada y ruin que lo consume lentamente. El olvido lo corroe. El viejo Gerard es un ser perseguido por la sombra de su soledad. Tanta soledad no es buena para el Hombre. No en un mundo donde se siente una multitudinaria desolación. Y nada más desolador que la constancia de la nieve cayendo invierno tras invierno: tiene un aroma triste ésta estación.


Por eso se aferra el viejo Gerard a cualquier extraño transeúnte. Una sonrisa le es suficiente para no naufragar en ese océano de sombras blancas que es su vida, un océano glacial, con un sol gélido que penetra su existencia con rayos azules y hace desangrar la esperanza.


En este poema subyace la voz de los acallados, de los solitarios, de los anónimos, no como un reproche por la bestialidad absurda de la guerra, o la contradicción de un mundo pensado para seres sin vida, sino como un grito silencioso que surge de lo más recóndito del ser, en las más ignotas regiones donde se forja la ebullición de toda relación metafórica.


Es en esa dirección, quisiera validar la metáfora en la poética del Leiva Samper, pues logra instaurar una realidad aparte. Sus dominios están donde yace la unión de los opuestos. Su fuerza vive allí donde la lógica teme ingresar: en los abismos del ser humano, en los acantilados del tiempo, en la vastedad infinita del cosmos, en los misterios de la vida en el universo.

Las comparaciones consientes son sucias, metáforas simples que son en extremo realistas, planas, lineales; se basan en conceptualizaciones, ejemplifican, son didácticas e inclusive moralizantes. Pero la creación poética de Leiva Samper es búsqueda de las esencias. Es la posibilidad de hallar el propio lenguaje, la sibilina voz de la interioridad. ¿Y qué son las esencias? Pues lo esencial es la posibilidad de encontrar la verdad interior. Pero no se trata de la verdad aristotélica, es decir, lógica y matemática. Pues el arte es una mentira. Se habla de la “mentira poética”, retórica, metafórica. O, lo que es una verdad aparte de la razón positiva. Quizá, para no sucumbir en la verdad tenemos la mentira del arte. Tenemos la esencia de la poesía.

POR: VICTOR HUGO OSORIO CESPEDES

Ficha Del libro: LEIVA SAMPER, Jorge Ernesto. Diario de Invierno. En el libro, “La Siesta de los Dioses”, publicado por: Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. (2002)


domingo, 18 de abril de 2010

UNA VÁLVULA DE ESCAPE QUE OXIGENA LA POESÍA COLOMBIANA

En una entrevista realizada por Universia a Jota Mario Arbeláez en el marco de la Feria del Libro de Bogotá en el año 2008, respondiendo a la pregunta de cómo veía el panorama actual de la poesía colombiana, el poeta afirmó que “…la única novedad que ha existido en los últimos cincuenta años ha sido el Nadaísmo” y puntualizó “…estamos cumpliendo 50 años, y sin embargo seguimos siendo como una válvula de escape que oxigena la poesía colombiana”.

Sin duda alguna, esta respuesta tiene tanto de controversial como de sensata. Tal vez, sí han surgido propuestas novedosas en Colombia durante los últimos años pero de manera aislada e individual, prueba de ello son Andrés Caicedo, Efraím Medina o Fernando Vallejo. Al respecto Arbeláez explica “…lo que pasa es que no han surgido nuevos movimientos de verdad. Ningún movimiento ha sido capaz de sacar al Nadaísmo del ring como nosotros hicimos con nuestros antecesores”.


Cierta o no esta afirmación, el Nadaísmo se ha caracterizado por ser un movimiento que representa la rebeldía y la juventud dentro de nuestra tradición literaria. Y si algo es palpable, es el hecho de que la Colombia ante la cual se levantaron, con sus ansias de cambio y sus versos de escándalo, sigue flamante blandiendo su espíritu de sedentarismo e hipocresía.


Esto explicaría por qué uno al leer los poemas de Jota Mario Arbeláez, lo siente tan joven, tan contemporáneo, encontrando en cada uno de sus versos un discurrir de novedad que se niega a perecer, pues estos siguen desatando las reacciones propias de una poesía anárquica que apunta con sus dardos incansables de irreverencia a los lugares más sensibles de una sociedad conservadora.

Vulva

Henos por fin en el lugar de los hechos.
Púrpura y arremolinada como Maiacovski,
allí también la anatomía se ha vuelto loca.
Surco bestial
y creador de enervamiento.
la estalactita canta durante la noche
restregada por mi pata de grillo.
Y más adentro sensaciones: calor,
óxido húmedo,
rasguño.
rozadura,
pequeños aletazos.
Y el olor de oro de mar
en la nevera.

El cuerpo de ella (poema orgánico) publicado en 1991, es un libro que expresa muy bien dichas bondades. A su encuentro, el lector no solo participa de una alta muestra de originalidad que se escapa de los lugares comunes de nuestra poesía, sino que también, huye de los protocolos, los prejuicios, los tabús y de toda clase de tradicionalismos ortodoxos, para brindarnos múltiples desfogues de erotismo y liberación sexual expresados en un lenguaje fresco, descomplicado, desprovisto de convencionalismos estéticos.

Culo

Complemento genial.
Urano reducido al ojo erótico.
Lujoso lulo para la lujuria.
Oscura inclinación.
Territorio extensísimo:
moneda
de a centavo de cobre,
paraíso,
sumersión de gaviotas extraviadas.
En ella se dilata y está vivo,
violento y vivo y dúctil y agresivo

Inicialmente este libro de versos orgánicos como lo señala su subtítulo, nos sorprende con un epígrafe de Henry Miller, en el cual, se habla de la revisión del cuerpo de una mujer parte por parte. Se puede decir, entonces, que el libro en su conjunto es un experimento que se desprende de esta idea y la lleva a su límite. El poeta recrea en sus versos el cuerpo de una bella mujer que posó como modelo una tarde en su estudio.

Nalgas

Nalgas de par en par
o pergaminos
para leer antiguos
reclinados
como en las neronianas bacanales.
Burbujas que el amor
Infla
en sus ratos más ociosos y gratos.
Cojinetes
de mejillas
y abiertas para el ósculo
del labio y de la lengua enardecida.

Después de un poema inicial titulado “El cuerpo de ella” el cual aclara la situación de la mujer que llega, se quita la ropa y posa para el poeta que se dispone a transmutar el cuerpo de la joven en papel y reproducirlo para que el público lo pueda acariciar, llega el examen minucioso de las partes: ojos, cabellos, nariz, orejas, dientes, lengua, senos, manos, cuello, nuca, uñas, vulva, culo, son los títulos de los poemas que retratan el cuerpo de la chica con algo de mordacidad y humor.

Uñas

No se si describirlas es sus dedos
O en mis brazos y espalda.
Siempre rojas.
Unas veces de esmalte,
Otras veces de sangre.
Aliadas ferocísimas del diente
Taladrador contra mi labio inerme.
Las de los pies son casi microscópicas.
Las de las manos armas peligrosas
Que el estado de sitio no prohíbe.
Soy un piojo del miedo
Que les tengo.

“He terminado, el libro, Dina. Puedes vestirte” es la frase que cierra el ciclo de las partes, luego viene otra que asegura: “el cuerpo de este poema se compuso en Cali la tarde de jueves santo y primeras horas del viernes del 61”. Finalmente lo que sella las páginas de este libro es una jocosa nota posmorten donde se asegura que la mujer “se acabó primero que la ropa que se quitó”.

Manos
Me gusta más la izquierda,
la del reloj,
la de la argolla de oro.
La otra mano es más blanca
y más directa. Como que está más cerca de sus actos.
Me he fijado en las líneas de la suerte
y en cada una el trazo es diferente.
Por lo poco que sé de quiromancia
adivino que es frágil, enfermiza,
con un tic de maldad.
En lo que toca
deja huellas de polen. O de polvo
para ser menos líricos.
Para ser más concisos, periodísticos.
Describiré sus manos dedo a dedo
pero en otra ocasión.

Ahora bien, no estoy seguro si todo lo que afirmó el poeta en aquella ocasión es completamente cierto, pero de lo que si estoy convencido, es que ejemplos de iniciativa y originalidad como este son escasos en el marco de nuestra poesía y nuestra sociedad. Por tal razón, el presente texto más que una reseña, es una calida invitación a revisar dicha literatura, a menudo marginada por su carácter contracultural y nihilista. Quizá el nadaísmo sí sea esa válvula de escape que oxigena nuestras letras; o si no juzguen ustedes.


Damián Guayara


En línea: http://www.ellibrototal.com/ltotal/nuevo_inicio.jsp?t_item=2&id_item=193