jueves, 15 de diciembre de 2011

CHE, CANTATA PARA VOCES, TAMBORES Y CHIRIMÍAS DE JORGE ZALAMEA

Así pasa la vida, vasta orquesta de Esfinges
que arrojan al vacío su marcha funeral”.
CÉSAR VALLEJO
Jorge Zalamea (1905-1969) es conocido por ser un escritor colombiano que ocupó cargos  diplomáticos, luego fue exiliado, y  también activista de la paz. Se le confirió el premio Casa de las Américas en 1968 y por la totalidad de su obra el Lenin de la Paz. Tradujo además la obra del poeta Saint Jhon- Perse. Algunos de sus libros  son El Gran BurundúnBurundá ha Muerto, El Sueño de las Escalinatas, El Viento del Este da Nuevas Al Gran Salto, así comoIntroducciòn a la Prehistoria y el libro que da título a este texto.
Quizá como él, vivimos en un mundo cada vez más sordo a la música.Por eso extraña el hallar obras poéticas emparentadas con el lenguaje de las melodías, por ejemplo de la cantata. Esta, es una composición musical profana o religiosa para una o varias voces con acompañamiento.
En el caso de la obra Che, Cantata para Voces, Tambores y Chirimías, se compone de un primer movimiento, “grave o scherzo furioso” por segundo un “Andante”, el tercero es un “Adagio” y por último un “Allegro Moderato”.
Es perceptible la musicalidad de los versos, que al ser leídos en voz alta se comportan melodiosos, dramáticos, con un fuerte componente de tragedia, donde la visión maternal y mítica de la MadreTierra acoge en su seno primordial al héroe caído.
En ese sentido, el hombre muerto por quien retumban las voces, tambores y chirimías, simboliza la lucha del Ser por superarse así mismo, o de la naturaleza humana por superar el imperio de la razón instrumental, la eterna búsqueda de la libertad del espíritu cultural, aquel que otorga a la imaginación una facultad de conocer lo verdadero, como una mentira que muestra la verdad, o así como lo manifestó el poeta francés revolucionario y vanguardista André Bretón: “lo imaginario es lo que tiende a volverse real”.
PROSA Y VERSIFICACIÓN EN LA CANTATA
El primer movimiento es abierto por el Coro, quien observa y canta que: “el horror, como un murciélago, las enloquece”. Pág. 24. Además  que las Mujeres lucen: “Poseídas por el bifronte dios del amor y del odio, ya sus palabras no son inteligibles para nosotros y se confunden como la lluvia a la granizada en este estrépito que nos atemoriza”. Pág. 28.
El segundo (Andante) se caracteriza por la percusión. Símbolo de la guerra, resuenan los tambores. El trueno es una alegoría del conflicto bélico. Así como resuenan el huehuetl, el tepoznotle azteca, el tunkul maya, el pax, los atabales tendidos con piel humana de las antiguas comarcas del Cauca: “¡En toda América una tempestad de tambores enlutados!” pág. 39. “La tempestad de los tambores, en horrísono crescendo, dispersa al Coro, doblega a las Mujeres sobre la tierra, persigue al Mensajero y sacude toda la selva de cobre y estaño que rodea el lugar donde yace Él”. Pág. 40.
Con el Corose sienten las voces de cinco diferentes hombres: indio, negro, mestizo, blanco y mulato. Ante ellos, cuatro mujeres plañen sus penas. Estas “aullantes de viudez” reclaman al “Gran Tata”, Al Comandante, al Che, arrebatado violentamente por oscuras fuerzas. Frente a sus lastimeros gritos, el Coro manifiesta lo siguiente: “Mujeres de poca fuerza: cada vez que uno como él cayó, uno nació como él”. Pág. 50. No obstante, también es cierto que “ (…)  la gris desesperanza ventea sobre ellas y las salpica con la caspa de su viudez renovada.” Pág. 54.
Con una especie de poemas sociales, se tematiza el hecho de encontrar contradictoria más que absurda la guerra fratricida, puesto que:“bajo el uniforme se niega la sangre y se pudre el corazón” pág. 57. Por lo cual, la voz poética se cuestiona: “No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo”. Pág. 58. Quizá le resulte vergonzoso el hecho de ser colombiano, de esa catástrofe que es el acto de nacer, de vivir para una muerte violenta y sin sentido; aunque aparentemente sea la condición natural del hombre: “Vergüenza, vergüenza, vergüenza de nuestros vientres mal sembrados / ”. Pág. 60.
De nuevo, el Coro nos recuerda cómo se ha envilecido el valor de la vida, así como el valor de la muerte, al hacer de esta un trofeo de guerra, por ejemplo al exhibir imágenes o porno-textos en los medios de comunicación masiva, ya sea la prensa con su crónica roja y su prosaico amarillismo o los noticieros donde todo es un diminutivo falazo simplemente las falacias de la Internet de nuestros días:
“Alucinadas por imágenes que nuestros ojos no perciben, las mujeres azotan la tierra con sus frentes, vierten sobre ella todos sus miembros en espasmos tetánicos./ Sus gritos agrietan los tímpanos, taladran el cráneo, penetran hasta los sesos vivos y los baten como una crema teñida de sangre.” Pág. 60.
También se encuentra un hombre desnudo, al parecer el Comandante,  recitando una especie de letanías u oraciones como estas: “semilla de la violencia/ fornícame/ Estrella de la sangre/ condúceme/ Cobra de la falacia/ adiéstrame…/ ¡Capa pluvial de la muerte/ cúbreme! / ¡Crujiente arreo de la muerte/ cúbreme! / ¡Bandera triunfal de la muerte/ Cúbreme, cúbreme, cúbreme!” pág. 66.
Ante estas palabras, las Mujeres y Hombres, lanzan imprecaciones al Recluta y el Maniquí Militar, quienes tras asediarlos, se esfuman hasta desaparecer cuando vuelve la plena luz al lugar. Con esto no solo se reconoce el poder de la santería afro-caribeña; pues también se adhiere a una suerte de hibridación con los rituales místicos o las creencias espirituales y cosmogonías de las tribus pre-hispánicas. 
De lo anterior, se desliga el que esta elegía coral a Ernesto Guevara es idealista y utópica cuando pretende la función social de la poesía, al construir hombres dueños de su propia existencia en sociedad, de la naturaleza, de sí mismos, individuos libres.Es decir, que se aferran a una verdad individual quizá absoluta y definitiva así como su desenfrenado amor a la humanidad. Una verdad por la cual vivir o morir para enfrentar así la vida desde un idealismo encarnizado o en realidad una lucha contra la “vasta orquesta de Esfinges que arrojan al vacío su marcha funeral”.
Algunos escritores como César Vallejo, Luis Vidales, Pablo Neruda o Nicolás Guillen también se aventuraron con este tipo de creaciones basadas en la realidad social e histórica y política. Aunque, actualmente, causa desencanto y perplejidad el impacto simbólico de un personaje legendario como Ernesto el “Che” Guevara.
 Lo digo apoyándome en el hecho de encontrar su imagen convertida en un ícono de la industria cultural, es decir, reducido a objeto de consumo audiovisual, imagen masificada y desmitificada, también símbolo desgastado de cierto espíritu beligerante, subversivo y divergente, por ejemplo en canciones de “Música protesta”, en largometrajes hechos en Hollywood, en camisetas, gorros, afiches, calcomanías, separadores de libros, grafitis, murales, o en tatuajes de jóvenes suicidas.
También el boxeador norteamericano campeón de los pesos pesadosMike Tyson, se hizo uno cuando estuvo en prisión junto a otro del rostro del chino Mao TseTung. Y el futbolista argentino Diego Armando Maradona también lleva un rostro de Guevara tatuado en su brazo. Y algunos estudiantes universitarios lo llevan más que en sus carnes tatuado, en el alma. Porque significa sus espíritus contrariados e inconformes con la realidad y la libertad que les han obligado a discutir y derrumbar por ser tradicionalista, autoritaria, dogmática, burocrática, conservadora de las tradiciones, contradictoria, perversa.
Quizá esto se deba al problema planteado por Jesús Martín Barbero, al retomar a Marlyse Meyer, quien cree que vivimos en una realidad contradictoria y desafiante, bajo una lógica perversa donde se logra hacer coexistir y juntarse de modo paradójicamente natural la sofisticación de los medios de comunicación de masa con masas de sentimientos provenientes de la cultura más tradicionalmente popular.Esto en el seno de una sociedad violenta, cínica y corrupta, cerrada a la diversidad y pluralidad de pensamientos, a la imaginación y la posibilidad de creación de mundos… para despegar pues ya no es mágico el mundo o como escribierael chileno Pablo Neruda:
“Hay cementerios solos,/ Tumbas llenas de huesos sin sonido, / El corazón pasando un túnel / oscura, oscuro, oscuro, / como un naufragio hacia dentro nos morimos, / como ahogarnos en el corazón, / como irnos cayendo desde la piel al alma.”
Por: Víctor Hugo Céspedes. 
CHE, CANTATA PARA VOCES, TAMBORES Y CHIRIMÍAS; ZALAMEA, Jorge. Carlos Valencia editores, Bogotá, 1980. 78 páginas.

lunes, 5 de diciembre de 2011

LA CALLE DEL CAPITÁN DE ELMER J. HERNÁNDEZ

“La nostalgia del paraíso es el deseo del hombre de no ser hombre”.
Milán Kundera
El mundo, desde su esfera circundante, nos muestra distintas posibilidades para construir un ideal de vida. Sin embargo, en la mayoría de los casos terminamos desorientados  y en vez de construir  nos moldeamos como simples figuras de la tradición. Por tal motivo, se crea en nuestras vidas una atmósfera de  inconformidad que genera conflictos existenciales llevándonos a cuestionar nuestro lugar en el mundo.

Es así como surgen dos posibilidades: seguir el camino que nos trazaron, decorado con una modesta tristeza que se encarga de ser nuestra guía, o  dirigirnos ciegamente por lo que nos hace felices y nos da el placer, así esto nos cueste la exclusión pertinaz del sistema.  Pero independiente de la decisión que tomemos, también existe la posibilidad de que ambos caminos se crucen y, por un momento fugaz nos cueste distinguir si es sueño o realidad.

En ese sentido, el cuento del escritor tolimense Elmer J. Hernández,  “La calle del capitán”, muestra una situación en la que su personaje principal, “Anselmo”, se pierde por un instante en un mundo ideal que es una simple calle cercada de personas y cotidianidad. Sin embargo, todo lo deseado, soñado y buscado por Anselmo, se encuentra allí, aunque su paranoia y desconfianza finalmente lo lleven a escapar de esa calle a la que nunca más puede volver, generando en él una nostalgia incesante.

Ante esta situación se ve demostrada la complejidad del humano, y esto se da no porque este sea complejo por naturaleza, sino porque el sistema se encarga de imponernos un “deber ser”, que en la mayoría de los casos va ligado con la productividad. Por lo tanto si no produces ganancias no eres útil a la sociedad. Y este sentimiento invade regularmente a Anselmo, el personaje principal del cuento, por eso trabajaba a hurtadillas de la ley:

Anselmo descubrió que poseía una amplia imaginación y una sorprendente capacidad para urdir cierto tipo de acciones. Ante el despliegue de su ingenio Grette y Lalo lo miraban y le sonreían con sincera admiración. Así, pues, y aunque ahora no recordaba las circunstancias precisas, pero sí la sombra de Grette y de Lalo al lado de su sombra, se encontró enrolado en una banda de ladrones (…) (pág. 18)

Anselmo, como muchos, era un soñador y anhelaba vivir en su pueblo como un triunfador, y a pesar de que con su oficio de ladrón ganaba dinero, no lograba impresionar a su familia: nadie se entusiasmó con el fajo de billetes que puso en el comedor a la mañana siguiente (pág. 20). Por lo tanto, los sueños de Anselmo se vieron frustrados y ya no tenía sentido estar en su pueblo: con amargura, Anselmo comprendió su deseo de distanciarse por siempre de ese pueblo (pág.20).

De esta manera, Anselmo caminó sin rumbo ni horizonte, y como todo hombre furtivo vivía con el temor de ser aprehendido, por eso cuando llegó a “La calle del capitán” por causas del destino, él mismo fue quien se encargó de salir de allí, aunque en el fondo su deseo fuese quedarse por siempre: Anselmo salió de la calle desierta y como no quería tropezarse con nadie y menos con el viejo capitán aligeró el paso. ¿Quién era él para merecer la vida en ese lugar? Se preguntó varias veces y luego echó una ojeada atrás. (Pág. 42).

Allí queda demostrada la indecisión que somete a Anselmo a renunciar a una vida de tranquilidad, pero ante todo, a una felicidad acompañada de una hermosa mujer, un amigo sabio e influyente como el capitán y toda la comunidad de gente que rodeaba la calle. Es decir, renunciar a un paraíso que como un sueño fugaz lo abrazó, pero ligeramente lo soltó, dejándolo desamparado en el mundo hostil de donde vino y que tanto aborrecía.

Así, el cuento  muestra cómo desechamos o no sabemos distinguir cuando se nos presenta una oportunidad de cambio y en ese devenir dejamos escapar la felicidad tan anhelada. Finalmente no sé con claridad cuáles eran las verdaderas intenciones de Anselmo,si en realidad su objetivo era salir de esa calle, porque no se sentía capaz de vivir en plena tranquilidad o su paranoia de ser capturado y perder lo más preciado, su libertad o quizás las dos. Pero lo que sí pude descifrar es que la nostalgia que lo invadió al no poder encontrar nunca más La calle fue inmensa e inmutable.

En ese sentido, resta decir  que más que un paraíso efímero, “la calle del capitán” es una grieta que tal vez todos en algún momento encontramos en la pared de lo cotidiano y lo monótono, pero, como Anselmo, dejamos escapar, ya sea por paranoia, ignorancia o simplemente porque así lo deseamos, pues qué sería del hombre sin los declives que se presentan en la vida. Supongo que no seriamos humanos, sino unos entes dados a la felicidad y la tranquilidad.

Paul Riaño Segura
CALLE DEL CAPITÁN.
Autor: Elmer J Hernández E.
Primera edición 2008-01-29 Ibagué Tolima Colombia.
Edición germinemos editores. ISBN 978-958-98528-0-4.
Impreso por EDITORIAL ATLAS impresores

sábado, 19 de noviembre de 2011

LA PROHIBICIÓN Y EL DESEO EN MIS JUEVES SIN TI DE OSCAR GODOY BARBOSA.


Las formas y modelos mentales que posee la sociedad actual están movidos por los arquetipos del imaginario colectivo[1], que la mayor de las veces es dictado y estereotipado a través de las formas de consumo. Religión, política, dolor y muerte poseen estereotipos prefijados, y el amor, como es de esperar, también ha caído en  estas maneras del desuso.

Los prototipos son simples: el amor filial, que corresponde a los arquetipos matrimoniales, familiares y de noviazgo, acompañados por la idea de compromiso, fidelidad y entrega total del cuerpo y el deseo a figuras que corresponden a relaciones aceptadas frente a la aprobación de otros; el amor ágape, que se liga a los sentimientos de fraternidad, amistad y solidaridad para con los seres que consideramos cercanos e influyentes, tanto en lo personal como en lo colectivo; y el amor vulgar, atado a los conceptos de hedonismo, placer, lujuria y promiscuidad, manifestados en contextos y situaciones de profundo ocultamiento, que en el mayor de los casos es satanizado y desvirtuado, como el acercamiento a los moteles, burdeles, las orgías, las relaciones homosexuales y los actos sexuales fugaces que tienden a volverse patológicos.

Sin embargo es preciso que se piense en otra manera de entender estas formas del amor, pues existe, como en el caso del cuento de Godoy Barbosa, un amor que se fragua en la imposibilidad del contacto físico, y por tanto, en la negación de las imposturas sociales. Para ello es necesario que recurramos al ejemplo de las llamadas líneas calientes, en las que la persona acude a la sensualidad de la voz de la persona que atiende desde el otro lado y que por medio de su capacidad para generar asombro desde el poder erótico de su palabra, hace que su interlocutor alcance el clímax mientras desnuda su entera satisfacción en una bocina que se cuelga.

Se diría que este ejercicio deviene de un placer morboso y algo patológico, pues no sólo evidencia la imposibilidad de la sensualidad hecha carne en unos oídos ávidos de obscenidad, sino que al tiempo enmarcan la absoluta negación de la capacidad tímica del contacto. Al respecto, quiero entonces iniciar el recorrido por el cuento, en el que, para resumir la anécdota, existe un hombre y una mujer que se encuentran cada jueves en un motel , siempre en habitaciones distintas, sólo con la certeza de saberse ahí desnudos para otros, pero amalgamados en el acuerdo de gemirse y saborear sus cuerpos y su esencia a través de la voz.

El relato es asumido por su protagonista –el hombre- que estando con una mujer en el motel escucha por azar mientras duerme otra voz, venida de un cuarto vecino. No una voz, “Unos quejidos largos como de gata en celo”, que lo sumen de inmediato en la contemplación de las características de la persona que puede emitir un gemido de ese calibre, es decir, nacidos del profundo deseo y la lujuria de una mujer “Apoyada en los codos, o en las dos almohadas de la cama, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada hacia atrás, sacudida por espasmos, (…) acaballada. Las piernas a lado y lado de otras caderas, la cabeza levantada y las manos inquietas.” 

El personaje en su cavilación acude al modelo estereotipado de ver la sensualidad femenina, que no comprende entre su imaginario a la mujer común; sólo tiene cabida el prototipo del desborde carnal de la exuberancia y la rigidez gimnástica de la carne, jamás a la mujer que recata con limpidez su deseo, que oculta su cuerpo tras ropajes casuales y palabras simples. Esto se debe a que nuestro personaje está acostumbrado a llevar al lecho únicamente a mujeres que logran despertarle la promiscuidad con actitudes felinas, lo que supone que es nuestro hombre el típico Don Juan que se enorgullece cuando sucumbe ante el arquetipo de la mujer fatal.
Es más, el personaje de este cuento siente especial cuidado por dar cumplimiento a su curiosidad, pues evidencia que la única cosa que lo lleva a buscar una mujer distinta cada vez, es el hecho de saciar la obsesión de descubrir todas las formas posibles en las que duerme su compañera de cama:

Camila dormía. Le gustaba voltearme la espalda y olvidarse en sus sueños. (…) Liliana dormía. Adoraba rodear la almohada con los brazos y descolgar la cabeza sobre el colchón. (…) Carolina dormía boca arriba, con los brazos y piernas extendidos en cruz. Pensaba que la cama era toda para ella. María José dormía de medio lado, justo al borde del abismo. Milena se encogía como un bebé. Sandra nunca se quedaba quieta. (…)  Catalina dormía boca abajo, con la cabeza un poco ladeada para respirar. Sonia parecía un cadáver, rígida, sin doblar codos ni rodillas. Leila esparcía su negra cabellera por la almohada.”

En este sentido – dice Cristina Peri Rossi- el erotismo es una libido encarnada en un objeto. Cuando la libido aún no ha encontrado su objeto (o lo ha perdido), produce angustia. Es el estado de ansiedad adolescente, cuando el instinto, plenamente potente y apto, todavía no ha encontrado el objeto donde fijarse.[2]

Y eso es lo que ocurre con nuestro personaje, pues cuando cree que su fijación está en la forma de descansar que expresan sus mujeres, descubre que ha encontrado otro objeto de deseo: la voz de una sirena varada en otro cuarto. La misma autora argentina sostiene que “el deseo tiene sonido, no es mudo. La turbación, la emoción, el ansia fluyen por la boca, modificando nuestra voz y expresando aquello que bulle. Los amantes jadean, resoplan emiten sonidos guturales, onomatopéyicos, que incitan al deseo y lo estimulan”[3].

No es extraño que el hombre sienta atracción por la tesitura sensual que expele la voz femenina, o por el encanto de sus palabras; basta hacer un recorrido mental  simple para recordar como Lilith sedujo a Adán, que más tarde perecería por el labio envenenado de Eva; o la hermosa voz de Nefertiti persuadiendo  a Aquenaton para adorar al naciente dios Aton en lugar de al legendario Amón; El canto de las mujeres del Chalco que enamora al pequeño Axayácaltl para que les conceda la fertilidad. No obstante, existe una anécdota que se adecúa mucho más a la situación narrada en el cuento: Ulises –falto de capacidad viril para atender al llamado femenino- se amarró al mástil de su barco para no sucumbir ante la libidinosa voz de las sirenas, y más tarde, necesitó de la ayuda de Hermes para no dejarse seducir por el encanto de la palabra de Circe. Aunque cabe la posibilidad, como dijera Kafka en su texto El silencio de las Sirenas, que el silencio sea más profundo que el canto y que la acción del héroe homérico no sea sino una triquiñuela para parecer más fuerte y mejor líder frente a sus acompañantes y súbditos.

Sin embargo, la voluntad del personaje no sólo sucumbe, sino que voluntariamente se entrega a la seducción, en la que la belleza o fealdad desaparecen, pues se asume que más allá de la carne existe únicamente la voz que incita y que despierta, que irriga, que derrama, no lo corporal sino las necesidades propias del espíritu:

Mientras gimieras, el mundo alrededor, la historia que tuvieras, tu forma de vestir y de actuar, no tenían importancia. Te prodigabas, la música de tu garganta era el final y el comienzo”.

Allí donde hay un deseo imposible,  -continúa Peri Rossi- surge el mito: en el plano de lo imaginario, es decir, la fantasía, se realiza aquello que no puede ocurrir en la realidad. Este mecanismo (la sublimación del deseo insatisfecho a través del recurso a lo imaginario, a, lo fantástico) sucede tanto en el ámbito individual como en el  histórico o colectivo.[4]  El héroe homérico sabía -o suponía- que rendirse a las sirenas era asumir la muerte, pero al héroe del cuento de Godoy Barbosa poco o nada le importa, porque el final y el comienzo son enteramente su deseo materializado en la garganta abierta o contrecha de su hembra, que pulula melodías frenéticas a sus oídos, ante lo que inicia , como en mil odiseas, la visita infaltable cada jueves al motel en busca de su Nereida.

El bestiario de Pierrre Ricard   se mencionaque “las sirenas significan las mujeres locas que atraen a los hombres mientras duermen engañándolos con sus palabras y conduciéndolos a la muerte”. Aunque es cierto que las sirenas enloquecen de manera dual –Voz y excentricidad- a los hombres, al nuestro sólo lo seduce el canto, pues reconoce que su muchacha no muy alta, vestida con discreción, con falda tobillera, lentes gruesos, cabello corto y aire doméstico, ha logrado resarcir su imagen de fatalidad femenina que rompe pausadamente su arquetipo prefijado y confuso de belleza.

Las discusiones de formalidad o informalidad sociales bien pueden aislarse para dar paso a la idea espiritual del encuentro sensual y erótico que se da en el amor sin contacto, pues poco importa la corporeidad, la textura de la piel, lo flácido, lo obeso, lo anoréxico, lo pulcro y asqueroso cuando se le da valor al efecto que produce en si mismo el objeto sensible y metafísico de deseo.

Para concluir –apresuradamente- recurro a un fragmento del cuento en el que el personaje niega la posibilidad de un encuentro con su objeto de deseo, pues sabe que la consumación del mismo, acabaría la sensación efervescente de lo oculto y prohibido; es el drama del querer y no poder que reconoce la magia de lo que nunca se consolida, el arte de pintar sin lienzo, de escribir sin el poema o el danzar sin música, como lo hacía Casandra, tan negada al ojo simple:

“Hay un pánico peor: me aterra pensar que un día decidas llegar sola al motel y me dejes abierta la puerta. Conocerte de cerca, ver tus ojos, ser causante de  tu quejido. (…) El día en que conozca tu forma de dormir se acabará el misterio.”

Cabe decir que el problema no es quedarse dormido para que las sirenas nos engañen y asesinen, como dice Ricard, más bien, me recojo en el sentido de Kafka, en el que el problema no es el canto sino el silencio mismo, que nos sume infinitamente en  el sueño del valle que era trampa, como el sueño de nuestro personaje. Lo único importante en esta fantasía es quedarse dormido voluntariamente para que sin falta, y sin vacilo, nos unamos en el llamado que hace un hombre naufragado en la noche de jueves:

“No me desespero. Tengo confianza en tu quejido que surge de la noche en mi rescate.”

OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ VILLAMARÍN.
Ficha del libro: Godoy Barbosa, Oscar: Mis jueves sin ti. EN: Cuentos del Tolima. Antología Crítica. AA.VV. Alma mater ediciones. 2011. Pág 239.


[1] Jung, Carl Gustav (2002). Obra Completa volumen 9/I: Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Madrid: Editorial Trotta. 
 [2] PERI ROSSI, Cristina: Fantasías eróticas. Editorial Temas de hoy. Buenos aires 1991. Pág 50.
[3] Ibid Pág 188.
[4]  Ibid pág 71.

viernes, 28 de octubre de 2011

EL SILENCIO DE LAS COSAS PERDIDAS DE LAUREANO ALBA

Contemplar el silencio sea quizá la tarea más aguda que pueda tener el hombre no solo como posibilidad de apreciar la esencia de las cosas sino, como primera experiencia estética que afronta desde que es dueño de su ser, es decir, cuando sus sentidos le permiten apropiarse del mundo con la percepción sensible a la que estos nos llevan.

Pero cuando uno de ellos carece de vida –médicamente reconocida- las condiciones cambian drásticamente para quien lo padece. En “El silencio de las cosas perdidas” del poeta y novelista boyacense Laureano Alba se halla una historia con muchas historias como las de Huracán Ramírez, Don Isidoro el zapatero, el fisiculturista, la esclava del amor, el taxista, Elías  entre otros.
Alejandro, un joven con menos de 13 años de edad y una ceguera parcial, se enfrenta a un mundo en su compleja realidad. Dicho mundo lo encuentra en la casa de inquilinato donde vive bajo ciertos cuidados con sus padres y dos hermanas mayores a él. Tal sitio es sin duda un microcosmos de la sociedad capitalina en la que historias de vida y muerte se entretejen para que Alejandro encuentre allí caminos que se bifurcan pero culminan su recorrido en el mismo punto al que el hombre está condenado a llegar.
De esta manera la vida para Alejandro goza -en apariencia- de una normalidad propia de un infante a pesar de su ceguera: él disfruta la vida escolar acompañada de juegos y demás actividades propias de esta etapa, pero las cosas cambian cuando su madre contrae una grave enfermedad y perece a causa de esta. Tal hecho se pretende ocultar, pero el panorama en su casa habla al oído de Alejandro mientras dice: “(…) ¿Por qué hay tantas coronas de flores en mi casa? pregunta. ¿Es que vamos a tener una fiesta?”
El primer encuentro con la muerte para Alejandro es representativo no solo porque la protagonista haya sido su madre sino, porque a partir de este hecho su vida se confronta con las múltiples realidades que en el inquilinato conviven, posibles reflejos de imágenes invisibles pero presentes. Alejandro se reconoce en estas historias como en un gran espejo que, quiéralo o no es parte de su propia historia.
Ruth, su hermana mayor, decide enseñar a Alejandro las personas que conviven junto a ellos “haciendo honor a su fama de amante de las bellas letras”. Ella adopta en su narración la imagen de narrador omnisciente mientras él interpreta la seguidilla de historias que le salen al paso. El encuentro con María Constanza, la mujer con “voz tan clara como un manantial de luciérnagas” Pág. 45, despierta en Alejandro el primer encuentro con el erotismo: “tiene unos grandes senos que vibran bajo sus emociones y Alejandro lo percibe como algo nuevo para su vida” pág. 45. Sin embargo lo que más llama su atención es el oficio que ella ejerce, como se aprecia a continuación: “Maravillado por la idea de que vende su cuerpo en las noches, aunque esto solo le parece el título de una canción y no esté seguro de lo que se trata” pág. 47.
El recorrido continúa bajo el celoso cuidado de su hermana encontrándose a Elías, un anciano quien vive, igual que Alejandro, entre sombras, guiado únicamente por su oído y dedicado a labores artesanales, o como lo dice el anciano “desde que tengo uso de razón no he hecho otra cosa que estos monigotes que aprendí a tallar de mi padre” pág. 66, pequeñas figuras de madera con formas definidas que sorprenden al tacto de Alejandro mientras sus cavilaciones lo llevan a contemplar la mejor manera para que la naciente amistad se consolide. De esta manera concluye lo siguiente: “decide que el silencio es un mejor medio para la amistad” pág. 67.
De ahí que en la novela el silencio se interprete como un estado inicial, espacio que alberga desafíos de vida y muerte. Alejandro siente que al anciano la vida se le agota  a la par que los dos saben que comparten el mismo panorama pero es Alejandro quien se atreve a decir: “-¿es usted ciego verdad? –Desde que comencé a conocer el mundo, contesta el anciano. Del mundo sólo he visto el silencio que acompaña a la bondad y el fastidioso sonido del siniestro y la miseria, agrega.” Pág. 68.
El anciano muere, Alejandro comprende esta muerte como el preludio de su propia desaparición mientras en la casa revolotean para recaudar el dinero destinado al entierro de Elías. De esta manera la historia toma tintes Wertherianos por los hechos que rodean la muerte de Alejandro, entre ellos el enamoramiento a su corta edad y las múltiples historias que en su recorrido por el inquilinato lo llevaron a este fin. La confluencia de varias historias en esta obra la hacen interesante para el lector, pues las múltiples voces que participan en ella la enriquecen temática y discursivamente.
Jhon Edwin Trujillo
Alba, Laureano. El silencio de las cosas perdidas
Pijao editores- caza de libros 2008

jueves, 20 de octubre de 2011

DEMONIOS COMO EL AMOR

Cuando abordé la obra “Del amor y otros demonios” de Gabriel García Márquez  comprendí que el peligro es una constante de la vida y no precisamente por lo que se encuentra en el mundo, sino por lo que se encuentra en nosotros; me refiero a sentimientos como el odio, la felicidad, la tristeza y entre tantos el amor. Como es sabido, el amor es algo sutil que se da de manera espontánea y en apariencia representa el lado bello de la vida. No obstante, cuando no tomamos control de éste sentimiento se convierte en la piedra angular de nuestros temores, entonces pasa de ser sutil a destructivo.

 Y así  sucede en la novela, cuando Sierva María, la única hija del marqués de Casualdero, es mordida por un perro contagiado de rabia, lo que le produce síntomas extraños que alertan a la comunidad y piensan que ella está endemoniada. Poco pasó para que el rumor llegara a oídos del obispo y de inmediato pidiese la captura de la niña, sus padres no se opusieron, dado que su madre la despreciaba y su padre se mostraba pusilánime ante el poder del clero, y así  fue recluida en el convento de Santa Clara, donde la sometieron a fuertes castigos y a vivir en condiciones precarias. Hasta que conoció a Cayetano Delaura, sacerdote encargado de hacer el exorcismo, y con el cual vive una experiencia amorosa, que finalmente  termina convirtiéndose en el tormento de ambos hasta arrojarlos en el vacío de sus desventuras. 

En ese sentido, el amor es un demonio que nos gobierna de manera inexplicable y sin darnos cuenta de ello, nos sumerge en un mar de desilusiones, tal como sucedió con Sierva María de todos los Ángeles (personaje principal de la obra) quien de manera inocente se perdió en el laberinto del amor, por ir en busca de un abrigo que le fue arrebatado por su madre cuando la rechazó:

“Bernarda, por su parte, ni siquiera lo pensaba. Tan olvidada la tenía, que de regreso de una de sus largas temporadas en el trapiche la confundió con otra por lo grande y distinta que estaba. La llamó, la examinó, la interrogó sobre su vida, pero no obtuvo de ella una palabra. «Eres idéntica a tu padre», le dijo. «Un engendro»”. (…) P. 12

Ante esta situación, Sierva María se ve cautiva por aspectos de la vida que no concibe, debido a su corta edad. Por lo tanto el único refugio se encuentra en las personas que la aman como sucede con Dominga de Adviento, su padre (el marqués) y por supuesto Cayetano Delaura. Sin embargo, estos amores se reducen a una impotencia enorme, producto de las circunstancias que en ese momento la acechan. Primero, la persecución constante de la iglesia que de manera negligente asegura que Sierva María está poseída por el demonio, cuando no es más que una peste de rabia causada por la mordedura de un perro.

Segundo, su posición política, dado que Sierva María, a pesar de ser hija de un marqués fue criada bajo las costumbres africanas, lo cual no fue bien visto por la iglesia y la comunidad, pues muchas  de estas costumbres son catalogadas como herejías. Tercero, ser una niña de doce años, porque fue lo que la hizo vulnerable ante la vida y por supuesto ante el amor.

Es así como dichas circunstancias se dirigen a un solo camino: la infelicidad,  puesto que fueron los obstáculos los que se encargaron de coartar  la posibilidad de amar libremente. Ella creyó perderlo todo con la muerte de Dominga, sin embargo al conocer a Cayetano una leve luz surgió en su camino y acarició la felicidad por un instante:

“Cayetano tomó la mano de Sierva María y la puso sobre su corazón. Ella sintió dentro el fragor de su tormenta. «Siempre estoy así», dijo él, y sin darle tiempo al pánico se liberó de la materia turbia que le impedía vivir. Le confesó que no tenía un instante sin pensar en ella, que cuanto comía y bebía tenía el sabor de ella, que la vida era ella a toda hora y en todas partes, como sólo Dios tenía el derecho y el poder de serIo, y que el gozo supremo de su  corazón sería morirse con ella.”(…)P.78

Cayetano, al igual que Sierva María, tenía su propia encrucijada y aunque ambos sufrían desde distintas perspectivas estaban unidos por el lazo indeleble de un amor turbio, pero que a su vez era la única luz en el camino; un camino lleno de piedras y sin sabores que se transformó en la causa de la tragedia de estos personajes. Así se ve en el siguiente fragmento, pues Cayetano se encuentra totalmente vencido ante la pertinaz mirada de la condena, y la flagelación desmedida es la única forma de evitar el dolor que lo posee:

(…) Entonces se desnudó el torso, sacó  de la gaveta del mesón de trabajo la disciplina de hierro que nunca se  había atrevido a tocar, y empezó a flagelarse con un odio insaciable  que no había de darle tregua hasta extirpar en sus entrañas hasta el último vestigio de Sierva María. El obispo, que había quedado pendiente de él, lo encontró revolcándose en un lodazal de sangre y de lágrimas. «Es el demonio, padre mío», le dijo Delaura. «El más terrible de todos».P.74

De acuerdo con el fragmento anterior, es curioso creer que algo tan simple como enamorarse, se convierta en el inicio de la tragedia, pero es tan verosímil como cualquier enfermedad terminal. De esta manera, Cayetano descubrió que el único demonio que habitaba a Sierva María era “el amor”  y que este sería la desgracia de ambos, pues su oficio de clérigo y de exorcista lo enviaría directamente al abismo junto con Sierva María.

Sólo resta apreciar la sutil manera que tiene Gabriel García Márquez de ambientar una situación amorosa en un momento de la historia donde el entorno político se mostraba más oscuro que nunca, y la iglesia, ante su paranoia moralista, causaba más miedo que tranquilidad. Pero a su vez nos ubica en una esperanza cautivadora, porque si se ha de morir de algún mal, mejor que éste sea el amor.

Colaborador.
Paul Riaño Segura
FICHA BIBLIOGRAFICA. Gabriel García Márquez. Del Amor y otros Demonios. Editorial. Diana, Edición. 1a

miércoles, 12 de octubre de 2011

EN NOVIEMBRE LLEGA EL ARZOBISPO


Héctor Rojas Herazo (1921-2002) pintor, periodista, poeta y escritor  caribeño que recibió  una cantidad de reconocimientos y premios entre los cuales destacamos el premio nacional José Asunción Silva en el ámbito poético y el Premio Nacional de Novela Esso, 1967, con la obra En noviembre llega el arzobispo  de la cual trataremos de hacer una lectura.


La novela se construye en medio de un mar de historias que tiene  personajes con problemas existenciales y de locura, presenta mujeres sumisas frente al machismo y el conformismo de vida, además de algunos hombres con la disputa de encontrar el camino de salvación. Sólo el lector podrá descubrir si la llegada del Arzobispo puede cambiar las cosas para bien o para mal.
En noviembre llega el arzobispo  se sitúa en un ambiente desolador, en medio de las calles empolvadas y tristes desde las que los personajes intentan buscar sus sueños. Los individuos de esta novela son, en la mayoría de los casos, seres  con  rasgos definidos y determinados por las costumbres de la costa, con el sol como carnicero en pieles, y los animales, espejos de sus dueños. Todos expresan las inconformidades que subyacen en el pueblo en la espera del Arzobispo. Cada uno de los personajes va apareciendo y realizando sus conflictos que adquieren fuerza a lo largo de la narración.
En esta  novela los  rasgos de locura se manifiestan en uno de los personajes, que, intermitente, va apareciendo para explorar conflictos que se esclarecen o se enredan. Es el caso de Gerardo, quien en raptos de locura afirma: “¡Leonor, Leonor, ya llegó la gran Bestia!” (pág. 7). Esta actitud, un poco demencial,  conlleva a que lo encuentren en medio de heces y que su mujer lo defienda: “Dentro de él está Gerardo, el verdadero Gerardo” (pág. 13). El verdadero Gerardo es el trabajador, el educado y buen esposo, pero él continúa en su necedad paranoica, haciendo más complicada su definición.
De otro lado, las imágenes simbólicas que mantienen a una figura tan emblemática como es la del crucificado, llegan a despertar cierto interés en el transcurso de la novela, pues  no hay conformidad con el paraíso edénico y se busca lo terrenal más que lo metafísico. Sin embargo, aun desde formas que parecen profanas, algunos intentan la salvación, lo que traerá conflictos morales al pueblo.
Otro de los puntos centrales de la obra es la política acérrima que se esconde tras las máscaras de la inocencia, y que conlleva a presenciar los conflictos de dos bandos históricos en los mandatos legislativos del lugar. Tal situación deriva hacia mundos de sangre, de guerra, de soledad, dando por fin último, la devastación de un territorio y de los sujetos. Así se advierte en uno de los pasajes de la obra, en el que “La cabeza del mulato, rebotando, fue a detenerse entre los zapatos del alguacil.” (Pág. 172). Esta decapitación se genera por el intento de perpetuar el poder por medio del despotismo desde el cual la única salida que se encuentra es  la violencia.  
En general, cada uno de los personajes de la obra tiene sus conflictos que se van esclareciendo en el desarrollo de la narración. Poco a poco el pueblo se va empobreciendo, y las salidas se vuelven únicas, interminables necesidades o alternativas para no sucumbir frente a su propia naturaleza. A menudo los individuos se aferran a sus más cercanas amistades,  sus seres queridos; otros laceran sus rodillas en busca del perdón ajeno y personal para liberarse de este mundo, y otros, transforman sus creencias, considerando como única alternativa reflexionar, dudar y acercarse hacia sí mismo.
Finalmente, puede que el lector esclarezca las historias que subyacen en la novela y las armonice  con  curiosidad  mientras cada personaje sufre, se interroga, se interrumpe y anhela otra vida. La pregunta final es si en medio de este ambiente de turbación y desenfreno, de locura y escepticismo ¿puede cambiar algo la llegada del arzobispo?
LUIS FERNANDO ABELLO
Ficha del libro: ROJAS,  HERAZO, Héctor,  En noviembre llega el arzobispo,  Editorial Oveja negra, Ltda. 

miércoles, 5 de octubre de 2011

HISTORIAS SIN TESTIGOS

Historias sin testigos es un libro ganador del Concurso Nacional de Cuentos Ciudad de Bogotá, categoría adultos, en el año 2002. Su autor es Juan Manuel Camargo González quien alterna la publicación de libros en su profesión –es abogado y especialista en Derecho Financiero- con obras de ficción. En este último caso, además de Historias sin testigos, Camargo publicó una novela en 2005 titulada Las cornisas de Brezo.
El libro en mención (Historias sin testigos) contiene 9 cuentos de disímiles características, en especial en términos de extensión y temáticas, aunque cruzados por una constante estilística: el uso de un fraseo equilibrado en la medida –ni muy sintético, ni muy extenso-  de un léxico que busca la precisión en el detalle, e incluso un tono poético, decantado en la utilización de algunas figuras literarias. Así, si bien es cierto todos los narradores de los cuentos son diferentes (un aficionado a los libros que encuentra un texto extraño del siglo XVII, un personaje que instala una librería y cuya esposa muere paulatinamente, el hombre que en su madurez recuerda la historia de amor del compañero más retraído del colegio, por ejemplo), la sintaxis y el léxico se mantienen constantes, sin variaciones dramáticas ni juegos experimentales que rompan con la coherencia interna del libro.
La posible monotonía que esta marca estilística pudiera tatuarle, sería evidente si el autor no se permitiera los giros en los tonos. Por ejemplo, para hablar sobre la obsesión de un personaje por un objeto, en el cuento “El anillo de Gabriela” se recurre a la ironía y al matiz carnavalesco en las escenas; contrario a él se encuentra la nota nostálgica de una voz que recuerda un pasado de amores infantiles en “Cuaderno de tinta roja”, y la narración, en clave de drama, explícita en el relato de la muerte del hijo del gamonal del pueblo, propia de un cuento titulado “Quién mató a Nicolás Moreno”. Esa pluralidad tonal le da vida a un libro que de otra forma tal vez se hubiera quedado en un estado de infinito monocordio.
Además de estas características, la tensión en la mayoría de los cuentos está bien lograda, en tanto se da espesor a los conflictos y se apuntalan cambios en la trama en los momentos indicados. Sólo dos narraciones parecen desentonar en este caso: la primera –cosa que es inconcebible para un libro de cuentos que pretenda atrapar al lector desde el principio- titulada “El parque, ese parque”, que narra la historia de un magistrado quien en sus últimos años visita cualquier parque y termina atrapado en sus recuerdos de infancia (el lugar común del viejo que se arroba en su memoria no permite el vuelo poético de la narración). La segunda, “En la infancia”, cuyos conflictos arrancan tardíamente, en medio de la maraña un poco desconcertante de personajes sin vida.
Estas excepciones no restan amenidad y profundidad a los otros cuentos que componen el libro, en cuyo interior se hallan historias de la violencia sociopolítica (incluida una sobre el desplazamiento forzado), el amor en la adolescencia (“Patricia” y “Cuaderno de tinta roja”), los delirios de personajes involucrados en el mundo del arte y la literatura y las reminiscencias de la infancia. Lo importante en varios de estos cuentos es que se logra retomar detalles de la vida de muchos seres humanos pero se trata de imprimir una mirada diferente y creativa sobre su desarrollo.
De esta forma, por ejemplo, en “La puerta abierta” el tema del desmejoramiento paulatino en la salud de la esposa de uno de los protagonistas se mezcla al misterio frente al descabalamiento de los libros de la biblioteca de la pareja, y se decanta en un final poético en el que se cruzan la tristeza y la nostalgia, pero también la celebración del desconocimiento de la vida de la amante. Así mismo en “Patricia”, el tema del primer amor, desgarrador y fugaz, también se observa desde la síntesis de una narración en primera persona de quien ha disfrutado del sexo condimentado con el amor, en una tarde febril, pero quien al día siguiente debe despedir a la fuente de sus sensaciones porque se irá a estudiar a otro colegio.
En general, Historias sin testigos se deja leer de manera auspiciosa y pese a los baches –dos cuentos que tal vez hubieran sobrado- es recomendable para lectores de cualquier edad. Un acierto no sólo del autor, sino de los jurados del concurso en el que participó.
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del libro: Camargo González, Juan Manuel. Historias sin testigos. Bogotá: Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá, 2002. 

martes, 13 de septiembre de 2011

PRIMERO ESTABA EL MAR DE TOMÁS GONZÁLEZ

Tomás González es un escritor de Medellín que cuenta con varias novelas publicadas –algunas de ellas premiadas a nivel nacional- así como con libros de cuento. Entre las primeras están Para antes del olvido (1987), La historia de Horacio (2000) y los caballitos del diablo (2003) y en cuento destaca El rey de Honka Monka (2003). Primero estaba el mar (1983) fue publicada en 2006 por editorial Norma con una extensión de 125 páginas.
En términos generales, la historia de esta novela de Tomás González es la siguiente: una pareja –J. y Elena- se traslada desde Medellín a una zona costera y casi inhóspita de Antioquia, en la que compran finca con gran parte de los ahorros que disponen. Ninguno de los dos tiene experiencia en el manejo de este tipo de negocios así que cada uno hace lo que puede para mantener a flote la inversión y, de paso, no dejar naufragar una relación labrada desde Medellín. El clima, las deudas y la voracidad de ciertas personas del lugar, los avasallan hasta doblegarlos paulatinamente.
La linealidad de este argumento tan sólo la rompe una carta que se incrusta hacia la mitad de la novela, amén de un indicio que emerge casi imperceptible en el capítulo 6, y que anticipan el final de J. El lenguaje no es experimental y los diálogos se solucionan con matices coloquiales que ubican al lector en la naturaleza de los personajes. Este armazón se complementa con la intromisión tímida y esporádica de un diario que conserva algunas de las peripecias sufridas por J.
Vista en perspectiva, la escritura de esta obra es muy convencional lo que no quiere decir que desde la sencillez no se logre profundidad en el conflicto. En gran parte de la novela se mantiene la expectación frente a las verdaderas razones que ha tenido la pareja para trasladarse a un lugar desconocido, cuyo único atractivo es un mar que, muy a pesar de los viajantes, se torna arisco en épocas de lluvias. Hacia el final se resuelve la incógnita cuando el narrador afirma sobre J que:
… la perspectiva de volver a Medellín a buscar trabajo con Ramiro o alguien como él de jefe, le ponía la carne de gallina… Tampoco le atraía mucho volver a la vida de antes de escapar al mar con la ya demasiado conocida y tal vez inevitable rutina de borracheras y cocaína en apartamentos desabridos o aparatoso rock en discotecas modernas hasta la náusea. (115-116)
J. y Elena se desplazan hacia la costa antioqueña para huir de la civilización. El tópico ya ha sido trabajado en Colombia en novelas como La vorágine de José Eustasio Rivera y La nieve del Almirante de Álvaro Mutis. La huída pretende alejarse de las exigencias de la vida moderna que ha fracturado al ser humano, en medio de los conflictos como el rápido paso del tiempo, el afán de lucro y la cárcel del trabajo. Sin embargo, el anhelo de un mundo no salpicado de problemas se desvanece en la vivencia de una naturaleza devoradora –como la de La vorágine- y de trabajadores con rasgos violentos similares a los que habitan la ciudad. La huida de la civilización en J. y Elena no es, finalmente, un paliativo.
Esta frustración es predecible, al fin y al cabo la novela moderna es el género del fracaso. Lo importante entonces no es que los dos personajes principales de Primero estaba el mar cumplan con el destino de la mayoría de quienes habitan el género novelístico, sino cómo logra la novela desmarcarse de los lugares comunes. Tomás González asume dos posibilidades: por un lado, personajes bien definidos – J. turbulento y bohemio, amante de la vida natural, mientras que Elena tiene un carácter hostil, en ocasiones arrogante y violento, para sólo hablar de los protagonistas-; por el otro, un tono que no cede a los extremos y que mantiene la narración en un estado de calma, afín con la experiencia vivida en zonas inhóspitas.
En el primero de los casos, hay una tendencia a conservar los detalles en las descripciones y los diálogos, para que los personajes conserven su estructura: a Elena, por ejemplo, la escuchamos desde las primeras páginas vociferando vituperios a quienes han arruinado su máquina de coser, la que eventualmente sería su única entretención en su finca. El segundo es tal vez el logro mayor: los intentos de describir una vida alejada de la civilización, y en medio de la naturaleza, me parecen un poco violentos en La vorágine y francamente patéticos en La nieve del almirante. El tono equilibrado con el que se abordan los conflictos en Primero estaba el mar es tal vez su mayor atractivo.
Sumado a estas consideraciones se encuentran algunos temas importantes: la nostalgia por una vida sin los afanes cotidianos y la lucha por encontrar un reducto más amable (el locus amenus de los latinos); las difíciles relaciones de una pareja que ha vivido el paroxismo de los vicios de la ciudad; la existencia, un poco al garete, en regiones apartadas de las ciudades. Primero estaba el mar narra algunas de las aspiraciones de una franja de seres contemporáneos cansados de su vida urbana, febril y descompuesta, pero devorados por una naturaleza humana que, aun en regiones apartadas, deja ver sus cuchillos

Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del libro: González, Tomás. Primero estaba el mar. Bogotá: Norma, 2006 (1983)

domingo, 4 de septiembre de 2011

MIRADA A UNA ANTOLOGÌA DE CUENTOS

En la pasada feria del libro de Bogotá se llevó a cabo el lanzamiento del Libro “Cuentos del Tolima, Antología crítica” del sello editorial Alma Mater, firmado por los autores Libardo Vargas Celemín, Jorge Ladino Gaitán y Leonardo Monroy Zuluaga. Esta antología ofrece su mirada alrededor de la cuentística del departamento, particularmente a aquella que ha sido reconocida por obtener el primer puesto de concursos a nivel nacional e internacional, a la vez que aborda cada uno de los textos a la luz de la crítica literaria y el estudio de las formas estilísticas de cada uno de los llamados a conformar la antología.
Se sabe que en medio de las posibilidades de una investigación existen tantas variables como formas de plantear el producto final. Sin embargo, estos riesgos de la posibilidad enmarcan otra suerte de disyuntivas, que no sólo tienen que ver con los problemas o líneas de acción, sino con la presentación misma de los resultados. Así, encontramos que, por ejemplo, cuando de literatura se trata, las investigaciones dan lugar -dependiendo del género investigado, la época o los autores- a una serie de títulos bautismales que pretenden mostrar  el contenido de lo hallado en el proceso, o que  corresponden al carácter de lo que el lector encontrará entre sus páginas. Basta recordar algunos de estos: Antología, Antología comentada, Antología crítica, de cuento, novela, poesía, ensayo, teatro, minicuento, etc. Entre ellas existen rasgos definitivos que las hacen distintas de las demás, en especial cuando se abordan pensando en procesos histórico-temporales, bibliográficos, bio-bibliográficos  o temáticos.
Resulta de suma importancia resaltar el hecho de que en medio de tan amplio número de cuentistas que producen su obra en el departamento, sólo aquellos que han sido galardonados en algún concurso estén llamados a elevar lo que bien pudiera ser el haber de la cuentística tolimense, pues es claro que de entrada el criterio de selección no corresponde netamente a la realidad de la escritura general  del departamento, ya que varios autores que no aparecen en esta antología son de gran altura, y aunque no obtuvieron un premio literario en este género, han sido excelentes escritores y se han realzado en la literatura nacional por la calidad de su narrativa, como es el caso de  Eduardo Santa, Hugo Ruiz rojas y Carlos Flaminio Rivera.
Sin embargo, se debe hacer la salvedad de que cuando de selección se trata, es imposible dar entera satisfacción a los lectores, más cuando estos poseen particularidades de lectura que reclaman la presencia –y condenan la ausencia- de algunos de sus autores predilectos. Para el caso de la presente, el criterio de selección corresponde a eventos literarios en que los autores tolimenses tuvieron el punto más alto de reconocimiento, por lo que este hecho no debe ser tan importante como sí los comentarios y reseñas críticas que tejen los antologistas alrededor de cada texto premiado. No obstante, considero pertinente traer a colación el fragmento de una reseña que elabora Hugo Hernán Aparicio Reyes a propósito de la presente Antología, en la que asegura que sobre el aspecto del criterio de selección los convocados:
“La eventual consecución de premios en eventos de disímil nivel, contexto histórico o tópico, rangos de inclusión y concurrencia de participantes, no parece referente eficaz para elegir relatos o autores”.
En este sentido, puedo afirmar que comparto los aspectos que resalta Hugo Hernán Aparicio, y siendo un poco más escéptico, se sumaría a estos puntos de análisis  el hecho de rastrear los jurados, sus criterios y el acta con la cual dan cuenta de los elementos que hacen de cada relato la obra por excelencia de cada concurso. Pero en todo caso, me sumo más al criterio de selección de los antologistas, pues queda claro que abarcar la totalidad de  la producción que haya en todo un departamento desde un género específico, es un trabajo que no sólo implicaría una vida entera, sino muchos volúmenes de resultado, algo poco favorable ante las exigencias editoriales, y yendo más allá, al tiempo y disposición de los lectores.
Digamos más bien, que lo que mueve el interés hacia este trabajo, es el hecho de que el aporte que hacen los antologistas dista mucho de otros intentos por resaltar la cuentística del departamento, como el que alguna vez realizara Carlos Orlando Pardo en su antología de “Cuentistas del Tolima”, en la que existe sólo una mirada bio-bibliografica que descuida los rasgos estéticos e ideológicos que caracterizan la producción de los autores congregados; o la reunión de textos amparada bajo el nombre “La violencia diez veces contada” que dirigiera el mismo autor; la bella e interesante selección de textos sobre prostitución que Roberto Ruíz Rojas selló como “La putería”. En este sentido, la Antología que nos ocupa, es el resultado de un proceso de acercamiento crítico a los cuentos, dado desde la mirada teórica, conceptual y analítica de los antologistas, que para conocimiento del lector, reparten el corpus -16 cuentos- de tal manera que a cada cuento corresponde la reseña específica de un antologista, -y no de todos- lo que de entrada supone individualidad en las visiones y absoluta particularidad en los comentarios.
Aunque esto no debe ser relevante para juzgar el contenido crítico de la antología, pues en medio de esta fragmentación del corpus hay toda una reflexión dialogada en conjunto sobre cada uno de los textos, y esto se siente a medida que se leen los comentarios críticos, pues en la mayoría de ellos existe una lógica analítica que demarca todo un proceso metodológico para su acción, que va desde el breve resumen del texto, pasando por un acercamiento al contexto literario de su autor, hasta la generalización de las posturas narrativas, estilísticas e ideológicas que se hallan entre líneas, o en la concepción y aportes que hace cada autor al contexto literario de la región y la nación.
Puede rastrearse en esta antología el eventual proceso de transformación temática, estilística y estética que ha tenido el departamento, pues aunque es atrevido decir que cada cuento corresponde a un contexto literario específico del departamento, sí es claro que el hecho del orden en que aparece  cada uno está trazado por una línea temporal en la obtención de los premios,  que demarca  la posibilidad de identificar las variaciones en los aspectos narrativos,  la riqueza en la presentación de las acciones, y la temática en torno a la que gira cada momento histórico. Baste nombrar por ejemplo el carácter naturalista y romántico de los cuentos de   Uva Jaramillo, y Luz Stella; la influencia de los fenómenos de la violencia bipartidista en  Germán Santamaría, Eutiquio Leal y Jorge Eliecer Pardo,  los juegos intertextuales y metaficcionales De Jaime Alejandro Rodríguez y Carlos Orlando Pardo; el deleite metafórico y la sensualidad en Oscar Godoy Barbosa; reflexiones filosóficas y sobre la historia en manos de Cesar Pérez Pinzón; las anécdotas suburbiales y de ciudades anónimas de Elmer Hernández; la observación detallada de la barbarie y la desazón que acompaña la actualidad militar en Libardo Vargas celemín; y otros más que se juegan su propuesta con el humor, la sátira y la ironía, como  Alexander Prieto.
Existe otra reseña en el recientemente aparecido ejemplar número 20 de la revista “Aquelarre”,  firmada por Jesús Alberto Sepúlveda (quien aparece en la antología por ganar un concurso nacional de cuento en 1988) en la que el autor decide dedicarse no a reseñar la Antología crítica de cuento sino a desmenuzar, para los ojos del lector, sus apreciaciones sobre los cuentos ganadores que conforman la compilación, con lo que demuestra que su interés está en sentar palabra sobre los textos narrativos para dejar de lado el trabajo acucioso, la importancia y el sentido intelectual que trae el trabajo de investigación de los antologistas, pero al fin de cuentas, ese es su estilo, tan valioso como cuestionable.
Podría extenderme, pero creo que para este fin existe –como elemento de regocijo- la presente antología, que no solo contribuye al establecimiento de una historia del cuento en el Tolima, sino que abre luces para que nuevas investigaciones vean en los estudios regionales serias alternativas para contar, como decía Hayden White, la historia desde lo periférico, la representación de los imaginarios olvidados, las voces de lo clandestino, y el fruto de las apartadas vides.
Queda abierta la invitación a realizar el recorrido sobre los imaginarios que se hallan en la narrativa que reúne esta antología, pero sobre todo, a realizar un estudio detallado y juicioso de cada apreciación que sobre este entramado hacen los compiladores, que a buena hora, nos entregan su compendio de críticas y reseñas sobre lo que ha parido la cuentística tolimense para Colombia y el mundo, pues este ejercicio investigativo bien pudiera ser el llamado a la interacción, la retroalimentación y a la voluntad investigativa.
OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ
Ficha del libro: Gaitán Bayona, Jorge. Monroy Zuluaga, Leonardo, Vargas Celemín Libardo; Cuentos del Tolima, Antología crítica. Alma Meter, Bogotá, Febrero de 2011. PP.387.