miércoles, 4 de diciembre de 2013

CASA DE VECINDAD DE JOSÉ ANTONIO OSORIO LIZARAZO


Como se pone de presente en las notas preliminares a la obra de José Antonio Osorio Lizarazo, publicada por el instituto Colombiano de Cultura en 1978, el autor no aparece entre las figuras destacadas de la novelística nacional, aunque se debe matizar la cuestión cuando se observa que la crítica literaria contemporánea ha tornado su mirada hacia el autor bogotano. Osorio fue un prolífico escritor que cuenta con 20 libros entre novelas y crónicas, lo cual de por sí, genera la sospecha sobre el equilibrio de su obra. 

Casa de vecindad (1930) es su primera novela. En ella se narra la historia de un hombre de 50 años que se ha quedado sin trabajo en Bogotá y, ante la falta de vivienda propia, decide alquilar un cuarto en una posada en el centro de la capital. Mientras sus ahorros se extinguen conoce las vilezas de los ocupantes de la casa, aunque también lo sorprende la actitud de Juana, una joven que, con un niño bajo su tutela, lucha por no naufragar en la prostitución aún por encima del hambre. Una serie de eventos acercarán al cincuentón a Juana y su hijo, quienes viven, paulatina pero certeramente, el estrangulamiento de la pobreza. 

Precisamente es este último tema uno de los ejes en la narración. Oculta bajo la retórica de una élite conservadora que había gobernado el país durante más de 40 años (1886-1930) la pobreza se afincaba en las clases más desfavorecidas de Colombia. Los personajes de Casa de vecindad son avasallados por la falta de dinero y empleo y se crea dentro de la novela una dicotomía entre la virtud, que deriva en hambre y despojo, o el crimen y la prostitución. 

Esa es la línea gruesa que separa al narrador de 50 años, Juana y su pequeño compañero, y el resto de los habitantes, no sólo de la pensión sino de la ciudad. Los primeros tratan de mantenerse al margen de la voracidad y el desinterés por los necesitados, mientras que en los otros aparecen los vicios más desagradables: insensibilidad, calumnia, gusto por la violencia, burla por los destinos malogrados y hasta proxenetismo, entre otros. En la imposibilidad que tienen los personajes principales de alejarse de ese mundo en el que el lumpen afila sus peores vergüenzas es donde se construye una de las tensiones de la novela.

Dicha tensión crece con el avistamiento de la miseria absoluta, en especial en el hombre de 50 años. La novela gana aquí en dramatismo y con mucha virtud va mostrando los pasos de la caída hacia la mendicidad: de los 8 pesos con que cuenta una vez ha llegado a la casa, el cincuentón pasa a empeñar sus pocos enseres y finalmente, cuando sólo le quedan los tragos amargos del agua y es echado de la casa, decide salir a la calle a confiar en la caridad de los transeúntes. No es sólo la pérdida de los ahorros y el hambre lo que agrava el conflicto, sino el hecho de que el protagonista sabe que lo mismo padecerán Juana y el infante, a quienes ha prometido ayudar. 

El encadenamiento de las acciones, las digresiones que retardan las acciones y pensamientos extremos, y que llevan al lector detrás de la suerte de los afectados, es tal vez una de las virtudes de esta obra. No cae ella en la ordinaria muestra de eventos extremos sin mediar una reflexión, sino que evalúa la condición humana en el paso por varias etapas hacia la inanición. Sin embargo, no deja de ser incómodo cierto tono melodramático que se revela en algunas escenas con las cuales acaso le fue difícil lidiar al escritor, teniendo en cuenta la profundidad de la tragedia. Tal vez esta afectación –que no se siente en todos los momentos de la novela- sea lo que mancha un poco la obra que por momentos se llena de una emotividad y encono nacidos del apasionamiento del propio autor. 

Pero esos bajones no alcanzan a devaluar la lectura del trasfondo realizada en la novela: Bogotá en 1930, parece decir Osorio Lizarazo, crece caóticamente y no genera los empleos suficientes para una clase trabajadora en ascenso. Contra el mito de la Atenas suramericana –esa Bogotá de gramáticos y humanistas empotrados en sus gazaperas lingüísticas- el escritor graba la situación real de legiones de desocupados capitalinos, en una suerte de realismo lejano a la abstracción de la élite conservadora. En ese sentido, la novela se convierte en un llamado de atención a un estado de cosas que estallaría posteriormente y que en épocas recientes fue narrada por una novela como Los parientes de Ester de Luis Fayad. 

Es en el fondo el problema de la modernización de las ciudades colombianas, que tímidamente va apareciendo en la década del 30 y que Osorio Lizarazo evalúa desde la prosa de ficción. El impacto que produce en el lector esa modernización enrevesada, plasmada en esta novela corta, es tan fuerte como la solidez de los personajes y los ritmos de la novela. Es el impacto ante el desequilibrio social porque con Casa de vecindad, la anomia (ese estado en el que ante la ceguera de los dirigentes los lazos colectivos comienzan a desbarajustarse y cada quien se crea su propia ley) se toma la novela colombiana, acaso uno de los primeros campanazos de alerta frente a lo que sucedería casi un siglo después en los barrios bajos de las ciudades. 


Leonardo Monroy Zuluaga




jueves, 12 de septiembre de 2013



MI CRISTO NEGRO


No es muda la muerte.
Escucho el canto de los enlutados
sellar las hendiduras del silencio. 
Escucho tu dulcísimo 
llanto florecer mi silencio gris.

Alejandra Pizarnik.






Esa conciencia social que a través del tiempo se vuelve memoria, es la que retiene aquel pasado lleno de acciones melancólicas inmersas en el hecho histórico. De ahí el exhaustivo trabajo investigativo de Teresa de Jesús Martínez de Varela, intelectual educadora de amplia trayectoria en su tierra y autora de varios libros, entre ellos algunos de poesía. Mi Cristo Negro publicada en 1983; obra biográfica novelada sobre Manuel Saturio Valencia, una tragedia que pretende reconstruir por medio de la meta ficción un contenido que alude al sufrimiento a los problemas raciales y despotismos de los blancos contra los negros dentro de la historia de Colombia, en especial de la región del Chocó. 

El título Mi Cristo Negro, desde el prologo de la autora es comprendido en la similitud del “vía-crucis tan semejante al del Mártir del Gólgota. No estoy alucinada para una extraña y morbosa superstición pagana. No soy prosélito de Mártir Lutero para disgregar el rebaño de Cristo, y menos pretendo conformar un nuevo cisma fanático” (Martìnez de Varela, 1983). También, es un homenaje al último fusilado en Colombia inmortalizado a través de la biografía y la ficción creada por la literatura, convirtiéndose en un ser legendario que lucho por la dignidad de su raza negra. Manuel Saturio Valencia es reconstruido gracias a los distintos testimonios, versiones y archivos nacionales que no olvidan.

La autora recrea la vida y muerte de este personaje en doce etapas: toma como eje de partida el antes de la concepción para mostrar la pobreza del contexto chocoano en especial la población afro-descendiente, seguidamente expone el núcleo familiar del primer negro que lucharía por la dignidad de su raza; formado por Manuel Saturio Valencia padre y su esposa Transito, quienes envidiaban a sus compadres Francisco y Catalina por su número de hijos porque a pesar de sus edades estaba el deseo por concebir un hijo. Hay que aclarar que Manuel no era consciente de su esterilidad. No obstante, después de un tiempo su esposa queda en cinta y en ese mismo instante se estrecha una relación con el hijo profético adoptivo de la tierra “EL NACIMIENTO DEL GENIO MANUEL SATURIO VALENCIA.- El día 24 de diciembre de 1867 la paz se ungía con la policromía de los paisajes y la naturaleza se aprestaba a enviar al mundo un ser que ella misma forjó en la fragua de la grandeza y la inmortalidad.” (Martínez de Varela, 1983, p. 19).

La novela sitúa al lector en una época entre 1867- 1907 de Colombia, un país que hasta el momento se encontraba en el proceso de civilización y era influenciado por Europa. Los blancos acomodados en el Chocó se encargaban con sus títulos nobles al dominio de los negros; personas que por su ignorancia accedían a las peticiones esclavas de aquellos que vivían en la carrera primera, lugar exclusivo para los rostros de chiveras y patillas esponjadas. En un contexto así crecía “Saturito” como lo llamaba su padre, el cual inquieto y con dones diferentes a los de su raza deseaba aprender a leer e ilustrarse, una semilla que germinaba para desequilibrar un orden social y ventajoso.

Una sociedad dividida por la defensa de sus ideales políticos en dos partidos: liberales y conservadores. Se convirtió en el monstruo que legitimó una sociedad politiquera, racista y déspota. Por su parte, Saturio en su ejercicio de líder y ante la mirada insignificante de los blancos, iniciaba su educación en la música, letras e idiomas con la ayuda de los capuchinos llegados a Quibdó. Estos saberes adquiridos y las lecturas de Emilio Zola le permitirían entender la situación de su pueblo y el significado de la justicia, por eso su voz revolucionaria lo vuelve líder de su comunidad. Aunque, en un inicio esas injusticias eran soportadas en el silencio de la desigualdad que se volvió hábito.

-joven Saturio. Esta vaina si esta jodida aquí. Me mataron a mi muchacho miserablemente.-¿y cómo ocurrió el caso?- le pregunto el líder.- - un blanco de aquí de Quibdó, que ni le quiero pronunciar su nombre, estaba borracho. Pasaba mi hijo por el frente de su casa y como estaba gordito y tenía la espalda brillantica- dijo el blanco.-¡que espalda tan bonita tiene ese negro! – Como para el blanco de un tiro - ¡y se lo pego! (Martínez de Varela, 1983, P. 76).

La narrativa de la novela Mi Cristo Negro, transmite esa infamia social que le posibilita al lector identificarse con el personaje de Saturio, que como negro en su deseo de defender su raza, desde su ideología política y como conservador es traicionado por su pueblo por temor al castigo y la ignorancia que los caracterizaba al creer que él los quería dominar. Ése pensamiento los hacía cada vez más esclavos y subyugados al mandato de los blancos, a pesar de esto Manuel Saturio se culturiza, participa de una vida social que lo lleva a manifestarse de manera critica a través de sus creaciones poéticas satíricas “dígame señor mi amo, / yo le vengo a preguntar, / si el color blanco es virtud/ para mandarme a blanquear/” (Martínez de Varela, 1983, P. 83).

De esta manera, el hijo adoptivo de la tierra inicia a forjar la cruz de su destino, puesto que fue el primer negro que salió de su pueblo para estudiar en Popayán apadrinado por los capuchinos, también alcanzar cargos públicos como personero municipal hasta llegar al cargo de juez de Quibdó, luego capitán del ejército; título obtenido por participar y salir victorioso con su partido político de la Guerra Civil (Guerra de los Mil Días). Esta prosperidad, tanto a nivel económico como social causó la cólera de sus conspiradores, en especial la de Rodolfo, quien desde la niñez tuvo roces por cuestiones raciales. Como consecuencia éste cultiva un odio desmedido que encamina a su enemigo al patíbulo y la humillación. 

De aquel héroe que alcanza una grandeza y admiración por parte de las mujeres hasta ser apodado el “ADALID DE EBANO”. Sólo Deyanira; una bella mujer blanca perteneciente a la aristocracia de la carrera primera, siente desde su infancia un amor imposible que se consuma una noche en el cuarto del querido negro. Ya aquí al involucrarse con una blanca y dejarla encinta inicia el descenso de ese camino fructífero que había tejido hasta el momento. 

Un héroe que se encaminaba en el silencio hacia el patíbulo y sin saber su amada “DEYANIRA LO LLAMA ¡MI CRISTO NEGRO!” (Martìnez de Varela, 1983, P. 294). Título dado al hacer una comparación con Jesús de Nazaret, su nacimiento en un pesebre, educado en un medio hostil y por último su mismo pueblo lo lanza hacia la muerte. Es así que es acusado de anarquismo e incendiario del pueblo por el cual luchó. Además, del maniqueísmo por parte de los conspiradores quienes hundieron de forma epidémica aquel ser al aprovechar el desequilibrio sentimental que tenía Saturio; al enterarse que su padre era aquel ser putativo y su madre una adultera, seguidamente el compromiso imposible con Arcadia su amiga de infancia y ahora su hermana, hicieron que se entregara al alcoholismo a pesar de que Deyanira llevaba en sus entrañas su primogénito, una gestación que se logró ocultar hasta el último momento. Semilla trágica que germinó y se marchitó en las manos de su tío Rodolfo, quien con la misma frialdad asesinó a su hermano de lactancia Pascacio por ser conservador, así lo tenía preparado el destino para ellos. 

Doña Guillerma, como la “LOBA” del a Ciudad Eterna, amamantaba por antonomasia a Rómulo y Remo… A dos hombres que en la vida serian antagónicos hasta la muerte. (Martìnez de Varela, 1983, P. 26.

Un camino ya destinado hace de Saturio un alma en pena, ya que sus conspiradores formaron un complot político que deseaba de una u otra manera continuar en el poder y acabar con el líder conservador que había demostrado una posición ideológica en defensa de su comunidad, el plan sin reversa en la inmensidad de la selva del Chocó. Mientras tanto en la capital el presidente de la república Rafael Reyes Prieto, proclama proyectos de igualdad y de paz, se asombra al mirar el terror de lo que iba ocurrir. Así que, de inmediato envía por telegrama el indulto para el reo, cosa que no fue acatada en Quibdó con el fin de continuar con el calvario de Manuel Saturio Valencia y su viacrucis. Era un carnaval celebrado en honor a la injusticia y lamentos de unos, porque a pesar de saber la verdad estaban impedidos ante semejante máquina de poder.

La ejecución de Manuel Saturio el 7 de mayo de 1907, es similar al largo camino padecido por Jesús de Nazaret. Por eso, la autora alude por medio de la narración a cada estación para dibujar aquel momento de consternación y sufrimiento con la emisión de sus palabras “las mujeres que iban en el cortejo comenzaron a llorar a gritos por las palabras de doña Isabel, y Saturio les dijo: -No lloréis por mí, llorad por vuestro hijos… hijos de raza humillada y perseguida…” (Martìnez de Varela, 1983, P. 433). 

Es asi que cada palabra se convierte en el oleo de sangre que mancho la historia y ausento la voz de la primera figura y heroe chocoano del departamento con una muerte impune màs no inmovil en el olvido. De esta manera, no solo la historia es la encargada de inmortalizar aquel ser sino la literatura se nutre de ella para revivirlo como lo hace el escritor tolimense César Pérez Pinzón que en honor a este personaje alude dentro de su novela Cantata para el Fin de los Tiempos, es así que la lectura da cuenta de un Saturio caminante sin camino viajero del averno doliente y oscuro sin salida.

OSCAR MAURICIO ROZO M.

FICHA TIPOGRÁFICA
Libro: Mi Cristo Negro.
Autor: Teresa de Jesús Martínez de Varela.
Editorial: Fondo Rotatorio de la Policia Nacional.
Año: 1983.

Bibliografía

Martìnez de Varela, T. d. (1983). Mi Cristo Negro. Bogotà: Fondo Rotatorio de la Policia Nacional.


    

miércoles, 13 de marzo de 2013

ACERCA DE DOS POEMAS DE JULIO CÉSAR ARCINIEGAS


En el año 2007 este poeta de Rovira alcanza el primer puesto del premio nacional de poesía Porfirio Barba Jacob con el poemario Abreviatura del árbol,  una inteligente  reunión de textos en los que el árbol, desde el edén hasta el imaginario, detiene la palabra en cada posibilidad de la raíz, hoja tallo y frutos.
Dentro del poemario, y atendiendo a la temática que convoca por estos días a la ciudad de Ibagué,  sobre todo porque esta geografía se cubre con el aroma de sus flores en caída, hallamos dos referencias directas al árbol insigne de la ciudad: el Ocobo. El primer poema es titulado Músicas Rosadas y nos invita, con obligada asistencia, al encuentro con el origen divino de este árbol, que en medio de la frustración con que caminan los mil y un habitantes  de la ciudad, ofrece de vez en vez su espectáculo florido:
Me voy a permitir digitarlo:
El árbol es un hecho de la aureolas
y de las pesadas esferas sentadas entre el último
de los proscritos,  herederos de las puertas.
Ellos a su vez repitieron el eclipse,
abriéndose a las buenas nuevas de sus maderas
Y al sonido de sus músicas rosadas.
El poema extiende su capacidad de evocación para llevarnos hasta el instante mismo en que los dioses, portadores de la aureola de majestad y grandeza de aquel entonces, en su infinita bondad para con el ojo, arrojan a la fértil tierra la semilla  de su pesada esfera, de su angustia, en el pleno reconocimiento de que en la mente del hombre ya habitaba la posibilidad de desterrarlos, de arrojarlos del paraíso también a ellos, como venganza por la afrenta del exilio provocado por el fruto de otro árbol; el que estuvo lleno de pasión y  mordedura.
No obstante, en la palabra poética de Julio César Arciniegas, se abre el universo de las lógicas imparciales, pues la vendetta de los hombres al fin se gesta; sucede en el dominio de las técnicas del tallado, de la creatividad, que siendo propiedad divina, ahora hace parte de la construcción con que los hombres, en el oficio del ebanista, dan color y luz a su sombría cotidianidad.
Hay un eclipse en el ojo de los dioses, se trata de ver obnubilada su creación; la angustia que en su momento desapareció por la forma del Ocobo, reanima los tormentos cuando el hombre vulnera la madera de su carnes, tan firmes, que ni el propio gorgojo, que nos recuerda el poder de los dentados, ha podido vencerla. Sin embargo, no es propio de los dioses olvidar los agravios  y así como el hombre se burla de la angustia divina, el dios, en su infinita supremacía, lo castiga  con el certero látigo de la belleza, manifestada en el espectáculo que cubre la ciudad con color rosa, violeta y blanco, astillado en  la pupila, que no puede más que eclipsarse en la posibilidad de ser viento para acariciar su caída, repitiendo el ciclo mismo de los dioses.
El segundo poema se titula  directamente Ocobo, y  atiende ya no a la doble condición de los hombres y los dioses, sino que nos adentra en la soledad misma del árbol, en su propia esencia, en la que  el ser que emerge de su quietud con cada florecer, desquita su eternidad contra la desdichada ciudad y sus desprevenidos transeúntes:
Entre calles, leve y derivado, se roba la magia
de unos dogos que saltan alrededor del polen.
Su corazón es leve al ácido de la ciudad, al
ebrio, a la lluvia del asalto, a las piedras
y a la epifanía donde se desvanece el césped.
Lo más hermoso del Ocobo no es el tiempo en que se sostiene florecido para el ojo; la verdadera belleza está en la rama seca que marca el inicio de la angustia, del otro año de espera. Este es un árbol que ya no es sensible al tacto de la ciudad, pues esta, aunque conmemora su aniversario y su florecimiento, ya no ofrece nada distinto al ácido de sus intenciones de progreso. Él se eleva, se roba la magia de los hombres, los envenena con su polen y hace que hasta las piedras se muerdan en la necesidad de su propio sexo. Es este un árbol que fabula el desvanecimiento, que en actitud solemne y  epifánica, recuerda cada año a la ciudad que en algún momento no habrá lugar para escuchar su música y todo será el silencio de una raíz humana que desaparece.
Abreviatura del Árbol es un libro de poesía en el que las miradas acercan al pensamiento natural, a la contemplación del verde estado en que las flores, los árboles y la grama nos invitan reflexionar que la próxima vez que te enfrentes a la belleza del Ocobo, admira tu caída, pues cada hombre que contempla el circular desvanecimiento de sus hojas, talla para sí mismo la derrota.
OMAR GONZÁLEZ.

martes, 15 de enero de 2013

EL HÉROE DE GERMÁN PARDO GARCÍA


Por lo regular, hablar de heroísmo significa hablar de aquel personaje extraordinario con cualidades fuera de lo común y totalmente distanciado del humano que sufre, ama y muere. Así son, por ejemplo, los héroes antiguos-míticos que se mencionan en los cantares de gesta. Hombres que se valían de la fuerza, la sagacidad y la valentía para ser merecedores de tan importante apelativo. Sin embargo, con la llegada de la era moderna, esta concepción ha mutado para forjar un nuevo héroe. “La telaraña del sueño mítico cayó, la mente se abrió a la íntegra conciencia despierta, y el hombre moderno surgió de la ignorancia de los antiguos, como una mariposa de su capullo o como el sol del amanecer surge del vientre de la madre noche” (Campbell, 1972, p. 212).
Por tal motivo se constituyen nuevas cualidades que hacen posible el nuevo héroe. Una de ellas es asumir distintas perspectivas. Partiendo de la consigna que no sólo se es valiente cuandose arriesga la vida o se derrama sangre en defensa de una nación. Porque esta posición muchas veces resulta derivar en despotismo que  en un acto heroico: “La hazaña del héroe moderno debe ser la de pretender traer la luz de nuevo a la perdida Atlántida del alma coordinada” (Campbell, 1972, p.212). No ir en busca de hazañas que ya no caben en un mundo donde todo va deprisa, el individualismo reina y la filosofía global es la producción y el consumo.
En este sentido, el Poemario del ibaguereño, German Pardo García, titulado El héroe manifiesta una perspectiva distinta acerca del heroísmo, es una visión detractora de lo que se conocía como héroe. Porque el héroe de Pardo refleja su posición desde un punto de vista objetivo, ya no es aquel que se involucra de cuerpo ante la adversidad sin importar las consecuencias, como sucedía con Aquiles, Ulises o Siegfried. Este desde lo lejos analiza el mundo y recoge diferentes miradas, y así con la idea, la conciencia y la espiritualidad logra salvar al hombre de las fauces de la guerra, el consumo y contaminación.
Oídme, escuchadme oíd: os habla el héroe evadido de la catástrofe de la tierra, desde un galáctico satélite de Orión. Tardé una vida-luz en llegar a esta frontera del universo, donde  ya las ideas son visibles y la mente equilibrio del espacio. (Pardo, 1975, p. 9)
En el fragmento anterior, se refleja con claridad que este héroe ha abandonado la tierra, y lo hace por un motivo: “evadir la catástrofe”(Pardo, 1975, p. 9). No obstante, su lucha se efectúa desde la constelación de Orión, haciendo aviso a la humanidad de los aspectos que entorpecen y destruyen el planeta. Pero no sólo es aquel llamado insulso, carente de sentido, sino por el contrario es un mensaje contundente hecho desde la apreciación sabia y artística.
Una de las situaciones que producen aquellas abominaciones en la tierra son las religiosas. Por lo tanto, el héroe hace un llamado a la humanidad, porque muchas de las guerras y derramamiento de sangre  son a causa de este fenómeno. La voz poética reitera “romped el santo grial” (Pardo, 1975, p. 10), como súplica inminente de la salvación terrenal.
(…) ¡Sabed, Yo tengo mis leyes geoquímicas! ¡Ya depuré con ellas a las enfermedades y al rostro senescente de la culpa! ¡Tuve un infierno personal y construí mi propio paraíso!¡Romped el santo grial romped el santo grial y dale un nuevo corazón al mundo!                                                                                        ¡Ah de los que escucháis arrodillados ante las aras de los templos:pangue lingua pangue lingua! Y al escéptico triste que proclama: ¡no hay más que vanidad de vanidades!                                                                         Desde mi paganismo esférico respondo: ¿no ves la rotación de la materia? solo hay eternidad de eternidades. (Pardo, 1975, p. 14).
El santo grial entre otras cosas fue un producto bélico que ocasionó diversas matanzas y guerras sin sentido, aquellos que lo cuidaban creían llevar la sangre de Cristo. Su ruptura representa la desaparición del enajenamiento religioso que durante siglos domina la humanidad. De igual forma, en estos poemas se haya una relación directa con la química, la materia que finalmente es lo que perdura y que representa como una nueva religión. Sólo el ser material es el que tiene el encuentro con la salvación, aunque, el héroe no precisa qué clase de materia es. ¿Podría ser la carne misma del hombre? o ¿el legado que puede dejar en el mundo como ciudades e inventos de modernización?
Tal vez sean ambas o quizás no, pero lo que si se esclarece en el poemario es que el héroe no necesariamente se representa como un ser material, también se hace desde el ideal colectivo, buscando soluciones inteligentes para huir de la catástrofe, sin perder la espiritualidad, pero a su vez no siendo dependiente de un dios, porque es de tener en cuenta que “ya no existe la clase de sociedad de la que los dioses eran soporte” (Campbell, 1972, p.212).
Uno de los poemas  se titula “El Héroe en Auschwitz”, la ciudad de Polonia donde cientos de judíos fueron asesinados. Es interesante ver como se hace mención al holocausto Nazi donde miles de personas murieron sin tregua, es una tragedia que sin duda necesitó de un héroe. Desde la posición de héroe moderno, los héroes del holocausto no serían las fuerzas aliadas como históricamente se cree, los verdaderos héroes fueron todos aquellos que desde una situación de impotencia surgieron y construyeron una nueva mentalidad.
Se hace  entonces la denuncia: una guerra más para la modernización del mundo, cada uno con su héroe, los judíos tuvieron que sentirse héroes por aguantar, “los alemanes por ser una raza superior” y las fuerzas aliadas porque “detuvieron una catástrofe mundial”. Pero el héroe que ve todo desde un punto lejano observa que no hay héroe  más que la sangre de inocentes corriendo por las calles.
¿Dónde estabas oh Dios de los profetas? te llamaban Dios de las batallas y era verdad: ¡terrible combatías! Cristo: ¿cuál fue tu angustia comparada con la de los campos de concentración? ahí la sangre se volvió cianuro.(Pardo, 1975, p. 30).
De esta manera, el escritor German Pardo García tiene en este poemario una actitud profética del mundo, teniendo en cuenta el contexto en el que se creó los poemas. Aparte de que logra ubicar al lector en un mar de metáforas que enseñan con mayor claridad la perspectiva de héroe. Son poemas en prosa en los que se yergue un contenido estético significativo y aunque el léxico es antiguo, se esclarecen aspectos modernos como el impacto de la tecnología y la ciencia.

PAUL RIAÑO SEGURA

REFERENCIAS:
Campbell, J (1972) El héroe de las mil caras, psicoanálisis del mito. México. Fondo de cultura económica.
Pardo García, G (1975) El héroe. México. Libros de México.

FICHA TIPOGRÁFICA
Libro: El Héroe
Autor: Germán Pardo García
Editorial: Libros de México
Año: 1975