jueves, 26 de agosto de 2010

“UN HOMBRE Y UN PERRO” DE LUIS FAYAD Y LOS PELIGROS DE LA FICCIÓN.

Cuando a Jorge Luis Borges le preguntaron qué consejo daría al escritor joven, él recomendó entre muchas otras cosas “…que trate de no escribir nada que no pueda imaginarse con sinceridad. Que no escriba sobre los hechos sólo porque le parezcan sorprendentes, sino que lo haga sobre aquéllos en los que su imaginación pueda creer”. De estas palabras podría decirse que además de ser un buen consejo, encierran sin quererlo, una suerte de ley universal de la literatura.

Prueba de ello son los innumerables casos en los que nuestra imaginación, seducida por el universo entretejido dentro de un texto literario, sin preverlo, se ve impedida por un hoyo negro que carcome los cimientos de la ficción, o si se prefiere, por un par de piezas desencajadas que hacen tambalear dicho universo develando su artificialidad, llegando al punto de desmoronar nuestra fe en las palabras.

Sí, en algunas ocasiones lo que nos parecía una buena historia, con sus personajes vivos y sus espacios palpables, puede convertirse inesperadamente, y como consecuencia del obrar equivocado de una pluma, en un universo inverosímil, percudido de artificios visibles que nos impiden, como dice Borges, imaginar con sinceridad, jugar a ser dioses mientras leemos, porque es verdad, cuando se rompen las reglas, el juego se nos torna amargo y decidimos parar; nuestra imaginación se resiste al texto.


Ahora bien, “Un hombre y un perro” del escritor bogotano Luis Fayad perteneciente al libro Un espejo después publicado en 1995 e incluido en la recopilación de cuentos realizada por Luz Mary Giraldo que lleva el nombre de Nuevo cuento colombiano 1975-1995, se me antoja preciso para reflexionar en torno a dicho tema. Este cuento nos presenta la historia de Leoncio, un hombre que por azares del destino un día, luego de salir de su oficina mientras espera el bus, se topa con la compañía indeseada de un perro callejero “pequeño, magro, amarillento” cuyo pelo “se le ha caído casi en su totalidad y su cuerpo está cubierto de llagas”. Un perro que atormentará con su presencia infranqueable a este personaje hasta arrastrarlo al desespero.

El cuento narrado en tercera persona y tiempo presente, consigue transmitir al lector eficazmente la angustia de Leoncio frente al acoso del perro desde un comienzo. En tanto la frenética ciudad que ambienta la narración, con sus tumultos de personas, sus calles congestionadas y sus buses repletos, representa el complemento perfecto de cada situación:

“Como toda la gente, camina en forma precipitada en un eterno y a veces vano intento para lograr sentarse. A pesar de ir pensando sólo en esto, advierte a su lado la presencia de un perro. Pero no lo tiene en cuenta y continúa dando grandes zancadas, acelerando cada vez más. Más adelante siente que el perro lo sigue y él lo espanta con la gabardina. El perro se detiene agachando la cabeza en un acto de sumisión. Leoncio no ha aflojado el paso y ni siquiera se acuerda del perro, cuando llega al paradero. Se coloca en la fila y entonces siente que algo le roza el pantalón. El perro lo mira como si lo escrutara.”

De esta forma, la historia transcurre con una sucesión de situaciones cada vez más complicadas para Leoncio, que convierten poco a poco al perro callejero en un monstruo. El problema viene cuando dichas situaciones empiezan a reñir con la naturalidad de los hechos que había caracterizado el cuento hasta determinado momento, es decir, cuando choca con los mismos parámetros del mundo ficcional que se nos habían impuesto en el relato, con esa verosimilitud de la historia que había convencido a nuestra imaginación de que era posible, como es posible gracias a secretos artificios Macondo en Cien años de soledad, Los hombres soñados por otros hombres en “Las ruinas circulares” de Borges, la corrección en “Miel silvestre” de Horacio Quiroga y las alfombras voladoras en Las mil y una noches.

Es el caso de la persecución del perro cuando Leoncio va en el bus. Es cierto, las calles congestionadas hacen que el bus vaya lento y entonces avala la posibilidad del perro corriendo al ritmo del bus, no obstante, es un acontecimiento tan lleno de evidentes artificios que le resta impacto y verosimilitud al relato. Al igual que aquel episodio donde el perro de pronto es dotado de una agilidad extraordinaria que le permite, desde entrar al apartamento del prevenido Leoncio antes de que cierre la puerta, hasta esquivar los golpes de una escoba que lo quiere fuera de la casa:

“Hasta el apartamento lo sigue el perro sin descuidarlo un momento y, lo que no puede explicarse Leoncio, logra colarse antes de cerrar la puerta. Leoncio vuelve a abrirla y trata de ahuyentarlo con la gabardina. En ese momento baja una señora de otro piso y le pregunta por lo que sucede, y él cierra sin dar respuesta. Se vuelve para ocuparse nuevamente del perro. Es el colmo, está acostado sobre la alfombra mirándolo con desparpajo. Leoncio lanza iracundo el periódico, la carpeta y la gabardina sobre una silla, va a la cocina, trae una escoba y se alista delante del perro. Este continúa con los ojos despreocupados y elude los golpes con increíble maestría.”

Y entonces todos se preguntarán ¿si es verosímil que alguien levite gracias al chocolate, cómo no lo va poder ser, que un perro logre con éxito seguir un bus, entrar a un apartamento antes de que su propietario logre cerrar la puerta, esquivar toda clase de golpes e incluso resistirse a salir del lugar a cambio de un buen trozo de carne? La respuesta es sencilla, no es verosímil por el simple hecho de sobrepasar los límites plasmados por el mismo texto desde un comienzo, por contrarrestar ese realismo impecable con que nos relata tales sucesos extraordinarios en gran parte del texto.

Porque faltan elementos que ayuden a este perro callejero y enfermo a cumplir el rol que le ha sido encomendado por su creador sin levantar sospechas de la naturalidad de sus actos, como ocurre en el siguiente fragmento: “No importa, se le puede dar una patada y sacarlo así, pero al intentarlo, el perro se ha apartado y el pie de Leoncio se estrella contra la pared”

En suma, “Un hombre y un perro” de Luis Fayad es una de esos cuentos que nos permite reflexionar sobre lo dicho por Borges en aquella entrevista, sobre esos peligros que se corren cuando se ensaya la ficción, porque a pesar de ser un relato que vale la pena leer por sus virtudes escriturales y su trama, deja esa amarga sensación de espejismo, de rompimiento de la ficción, donde todo lo que había sido construido con tanto empeño se fuga y se desvanece sin explicación aparente, dejándonos desconcertados preguntándonos por qué no logramos imaginarnos aquel evento con sinceridad, por qué podemos resbalar sin saberlo en los abismos de la ficción donde ya no hay luz imaginativa que valga.

Damián Guayara

Ficha del libro:
FAYAD, Luis. “Un hombre y un perro”. En: Nuevo cuento colombiano 1975-1995. Fondo de cultura económica: México, 1997. Pág. 142-146

Enlace: http://poesiaculinaria.blogspot.com/2008/04/un-hombre-y-un-perro-de-luis-fayad.html


jueves, 12 de agosto de 2010

PRIMER VIERNES Y OTROS CUENTOS DE JOSÉ BERCELIO FORERO ÁNGEL

Son escasas las instituciones comprometidas con la difusión de las literaturas periféricas. Cuando no son ciertos grupos editoriales, una que otra administración municipal o departamental se aventura en una hazaña de estas, gestionando –por no decir mendigando– proyectos ante determinadas instancias del Estado que permitan compilar y exteriorizar la producción de aquellos escritores poco conocidos.

En este contexto, surgieron varias antologías y compilaciones. La Biblioteca Libanense de Cultura, por ejemplo, es una muestra fehaciente, que en once volúmenes intenta recoger la narrativa y la poesía más significativa de algunos escritores del Líbano, entre quienes se destacan Eduardo Santa, Celedonio Orjuela, Alberto Machado, Fabio Morales Restrepo y otros.

El volumen número nueve de esta biblioteca, titulado Primer viernes y otros cuentos, se encuentra dedicado a José Bercelio Forero Ángel, un escritor cuya producción se había filtrado en los concursos de cuento, especialmente en el Concurso Nacional de Cuento “Ciudad de Barrancabermeja”, y en el cual tuvo la oportunidad de clasificar entre los finalistas, destacándose con El cadáver de mi abuelo en 2001 y Salomé en 2002.

Compuesto por diez narraciones, Primer viernes y otros cuentos reelabora varias situaciones propias de la condición humana, pero desarrolladas en la atmosfera de la provincia y la ruralidad: la mujer solitaria ávida de satisfacer la ausencia de su esposo, la angustia originada por la partida de un ser querido, las desviaciones sexuales de un músico empírico, el ascenso en la escala social por vía de la ilegalidad y otras que reivindican personajes comunes y corrientes quienes transitan por calles escarpadas y la plaza central de un pueblo.

La mayoría de los títulos con las que inician las narraciones son un buen abrebocas para el lector. Por ejemplo, “Alegro Crescendo”, “Regreso a Casa”, “Primer Viernes”, “Hastío” y “Desagravio” se inscriben en esta línea, por cuanto encubren, en primera instancia, la historia que narran los textos. Sin embargo, una vez abordados su sentido se devela y quien los lee establece la relación directa con el título, el cual encierra un ápice del contenido de las narraciones.

Por otra parte, son cuentos que privilegian diferentes narradores y puntos de vista: unas veces parten de los recuerdos de un adulto, un joven o un niño y en otras ocasiones favorecen un narrador omnisciente que de vez en cuando le brinda a los personajes una oportunidad para intervenir. Además, los enriquece con numerosas digresiones que proporcionan detalles importantes y una que otra alteración temporal que le otorga a los relatos una ruptura con la linealidad en la que a veces se sumergen.

De igual modo, una porción considerable de los relatos encuentran en el pueblo, asumido como espacio, un punto de confluencia. Este es configurado, no solamente con las descripciones necesarias y pertinentes, sino también, con las actitudes de los personajes, quienes se comportan como los pueblerinos que son, y con descripciones mínimas acerca de la vestimenta que usan, la cual pone al descubierto la ausencia de la urbanidad desarrollada.

Finalmente, Primer viernes y otros cuentos, en medio del realismo que lo caracteriza, ofrece, por los puntos de vista explotados, una mirada diferente de la vida y sus conflictos. ¿Cómo concibe una relación sentimental un joven? ¿Cómo se ven los problemas desde el punto de vista de un niño? ¿De qué manera una madre siente a través de la voz de su hijo menor? Son algunas de las preguntas que abordan los cuentos. De esta forma, exploran la condición humana a través de otros ojos, quizás los no muy notables en otrora, pero que en esta ocasión tienen un lugar.

Puede que los relatos de José Bercelio Forero Ángel se etiqueten como literatura regional, pero merecen ser leídos, ya que desde la experiencia periférica logra un acercamiento a la vida humana, la cual, e independiente del espacio y el tiempo, se define por tensiones, euforias, tristezas y desgracias que logran edificar Primer viernes y otros cuentos.

Gabriel Bermúdez.

Forero Ángel, Bercelio. Primer Viernes y otros cuentos. Biblioteca Libanense de Cultura. Bogotá: Códice, 2006.

jueves, 5 de agosto de 2010

PARA ASUMIR LA SOLEDAD

El número 19 de la revista Exilio que dirige Hernán Vargascarreño, ofrece al lector de la publicación una antología del poeta cucuteño Miguel Méndez Camacho, reconocido en el ámbito de la poesía colombiana. Esta compilación de textos corresponde al interés particular del director de la revista, quien decide, a manera de homenaje, agrupar una serie de textos poéticos que revisten lo mejor de la producción del escritor.

Para asumir la soledad es un poemario cargado de reflexión, de ausencia; es el devenir de un hombre que ha mantenido su rumbo por los horizontes de la desposesión en la memoria, que ha trasegado por los caminos del tedio y ha urdido con sus piedras la armazón de un pensamiento abierto siempre a las posibilidades del desencuentro. Textos alimentados por el encuentro con su pasado, tejidos al calor de los cuerpos en huida, solventados en la inoperancia fresca de una partida, una pérdida: una muerte.

Subyace en este antología la producción poética del autor, fundamentalmente de sus cuatro libros: Los golpes ciegos (Cúcuta, 1968), Poemas de entrecasa (Cúcuta, 1971), Instrucciones para la nostalgia (Buenos Aires, 1984), y Desencantos y cantos (Bogotá, 2003). Compendio que resalta la capacidad del autor hacia las hondas reflexiones de lo cotidiano, de la soledad continua, la inacabada sed de compañías, y sobre todo el hastío.

Ponte el pudor:
Está ahí debajo del lecho
junto las ropas caídas.
Recógelo y dilúyelo sobre tus mejillas
como si fuese un maquillaje.

La formal, ese es el título del poema que inicia con las anteriores líneas, en el que puede verse el hastío de besar mujeres que tarde o temprano serán presas de la huida; pero mujeres comprometidas con las artes amatorias, entregadas, no sumisas, arriesgadas, no atrevidas. Hembras de lecho y agonía, de esas que comparten junto con su cuerpo la soledad de quien las posee; aquellas que entienden que la cama es un tren con único boleto, que al partir se deja atrás la misma ausencia que acompaña el recorrido. Niñas, sólo niñas que nos recuerdan que…

los amantes no se dan nada nunca el uno al otro
y las manos que recorren los cuerpos
no persiguen la piel
si no el olvido de la futura soledad.
Y las caricias se prodigan
No a los cuerpos
Sino al vacío de la ausencia
Al temor de quedar sin compañía.

Méndez Camacho nos adentra ahora, a medida que transcurre el poemario, en los vericuetos del viaje, más que del viaje del viajero, el insomne transeúnte del recuerdo, el que maldice una y otra vez el olvido de la amada, el que caza peleas con sus propias ropas y equipaje, el que nunca estará a tiempo en la siguiente estación, el otro amor. Esto es, al menos, lo que puedo recibir de su poema Noche de viajero, texto hermoso en su concepción y cargado de metáforas hechas pasos, fugas.

El viaje ofrece vistas, paisajes, algo de animales; y en todo ello la representación de los ausentes, que se hacen árboles, bestias, caminos y montañas lejanas a la mano inerte, siempre pegada al vidrio, al otro. Ese que ocupamos por algún tiempo y ahora cierra puertas y ventanas para permitir la salida indiferente, para provocarnos, así, de tajo la inclemente duda…

Me he estado preguntando
quiénes ocuparán ahora
nuestro pequeño albergue transitorio.
Y qué rostro distinto
colgará en el espejo
en el mismo lugar donde quedabas
doblemente desnuda.

Sentir la soledad es abandonarse por completo a un estanque desprovisto de algas y de peces, más que estanque es una alberca en la que un día sumergimos nuestras ropas y los trapos del amor que aun nos queda, palacio de aguas turbias en las que indistintamente, la vasija del otro nos busca y nos rescata; claro está, en el recuerdo.

No sé en qué momento la lectura del poemario me atrajo y terminé de bruces en el estanque de mi propias historias, tan llenas de vacío y de ausencias, frescas como limpia agua, aun transparentes de tan recientes. Por eso, sigo el hilo de las letras y me atrevo a susurrar el poema “para leer en voz baja”…

Compartimos los cuerpos
que era lo único nuestro que teníamos,
y eso fue suficiente
para que todo aquello que soñamos
y que nunca tuvimos
también nos fuera dado.



Para asumir la soledad es muestra fina del tacto que posee el autor, para crear y recrear los mundos hostiles de la memoria del otro, para aunarlo en su propio dolor y asegurar que no hay nada más universal que el adiós que duele. Por eso, el poeta nos invita a tomar de prisa el pasaje a otros puertos, un boleto a mala parte. Nos corteja y nos seduce para que en medio del hastío hallemos regocijo en los adioses, en las manos que se baten y la lágrima que ondea, como la risa sorteada a nadie en los aeropuertos de la partida. No obstante la burla a esta parca que significa estar solo…

Y cuando los altoparlantes anuncian
que el viaje continúa,
vuelve y levanta el brazo
hacia la muchedumbre
que es posible que quienes te saludan
sean también solitarios
que no tienen
ni visitas ni ausencias.

Te vas y te quedas en este texto, y sabes de antemano que tienes que abandonarlo, que el final de la lectura será también la ausencia de compañía, de buena letra. Aun así volverás a él, tornado en reminiscencias. Tal vez, cuando leas algo similar recordarás sus páginas, desangradas en el que ahora es el recuerdo de una mujer hecha con mil y una tristezas que también te ha dejado, ebrio y vacío de costilla a costilla, esa “otra” hecha poema en los versos de Mèndez…

De todas la mujeres que te habitan
hay una agazapada que me espera.
No la recatada, la escrupulosa, la puntual,
la sutil comprensiva,
la translúcida
la dignísima requetesabiada.
La otra:
la enajenada, la procaz, la posesiva,
la lasciva imprevista,
la insaciable, la cruel, la inoportuna
la única respetable
de esas tantas mujeres que te habitan.

Ya no queda más que seguir el juego que el poemario incita, es momento de la despedida, del adiós doliente y la gota que se fuga. Sabremos soportar la ausencia y la partida, hallaremos lugar en el rincón de una memoria hermana, tal vez amante, ojalá lasciva. Sólo queda gatillar que uno siempre busca estar solo, encadenado en la nada, cerrado por el propio egoísmo, negado a la libertad del otro que nos huye. Es uno mismo quien trasgrede el orden de huída y acompasa los pasos propios con la melancolía del adiós en los labios del otro…

Uno se va sin trenes
sin aviones,
uno se va sin barcos.
Uno se va.

Omar Alejandro González.

Ficha del libro: MÉNDEZ, Camacho Miguel. Para asumir la soledad. Antología. Ediciones Exilio. Bogotá-Santa Marta. 2009. Vol 19.