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jueves, 10 de diciembre de 2009

“UN ESTÚPIDO ROMPECABEZAS” QUE CAUTIVA

Siempre que abordamos una obra de arte, no sólo ponemos a prueba los sentidos, imaginación, experiencias e ideas, también ponemos en juego los criterios con los cuales se sustentan nuestros juicios personales de valor.

Para mí por ejemplo, no existe nada más valioso en una obra artística (de cualquier naturaleza) que su voluntad de estilo, es decir, esa búsqueda permanente de una voz propia que suele desembocar en aventuras estéticas innovadoras y originales.

Otros se inclinarán, a diferencia de mí, por obras que se caracterizan en contener la esencia de lo clásico. En el caso de la música, por ejemplo, vemos cómo unos aplauden a los artistas que se destacan por la experimentación o la transformación de parámetros establecidos, pero también encontramos a aquellos que apoyan los difusores de ritmos y géneros consolidados por el tiempo y libres de cualquier alteración.

En la literatura pasa igual: existen, para todo buen lector, algunas condiciones que determinan cuándo una obra es o no de su agrado, cuándo un texto es bueno o merece que se le llame literatura.

Con esta introducción, en esta ocasión hablaré de una pieza que, por su extraña naturaleza, es difícil de definir. Se trata de una especie de relato de corte autobiográfico leído por el irreverente escritor Efraím Medina Reyes durante el encuentro de escritores y editores organizado por el Banco de la República en el año 2004.

El escrito lo encontré cuando me disponía a recolectar información sobre este autor con el propósito de reseñar uno de sus cuentos. Una vez leí este inusual texto titulado “Las noruegas piden demasiado”, no dudé en remplazar el objeto de mi reseña, ya que encontré en este último hallazgo, un camino acaso más provocador y eficaz de invitar a la lectura del cartagenero.

El asunto del texto es sencillo. Medina se dispone a hablar de sí mismo y para ello parte de una idea “Estoy hecho de pedazos al igual que mis novelas y trato de armar el estúpido rompecabezas para saber quién rayos soy”.

Esto nos explica, luego de analizarlo detenidamente, por qué este escrito se encuentra dividido en tres partes y cada una de ellas está compuesta de varios comentarios numerados, que en apariencia no guardan ninguna relación entre sí, de no ser por esa idea de la cual ya estamos advertidos en este párrafo.

Dicho escrito, que parte de la necesidad de narrar una “precaria y vertiginosa vida” se quiso semejante a su autor y, por tal razón, es caótico y desmesurado. En él encontramos toda clase de información sobre Medina, desde sus posturas y gustos, pasando por la revisión de su estilo y obras, sus concepciones sobre el lenguaje y la escritura, hasta llegar a anécdotas y datos propiamente biográficos, entre otras tantas cosas que jamás alcanzaría a abarcar en esta reseña. Un rompecabezas que nos envuelve desde el mismo título, el cual en apariencia, no parece tener correspondencia con ninguna de las partes del texto.

Además de su estructura no convencional y su palpable humor sarcástico, “Las noruegas piden demasiado” se caracteriza por ser un texto que a pesar de renunciar a “ese pomposo ataúd llamado literatura” como medio de su expresión, es rico en recursos literarios que se confunden y matizan con un lenguaje fresco y cotidiano que a primera vista no es estético.

Pero luego de revisarlo desde un plano general, revela un trabajo que lo hace difícil de apartar del ámbito literario, cuando no, de despojarlo del reconocimiento de sus virtudes como texto crítico y reflexivo:

“1 Hay dos formas en que la estupidez de cualquier escritor supera al resto de la humanidad: cuando dice que escribe para sí mismo y cuando dice que escribe para los demás. Hay dos formas en que la estupidez de cualquier escritor supera al resto de los escritores: cuando dice que no le importa la crítica y cuando se enfurece con la crítica. Hay dos formas en que la estupidez de un crítico resulta insuperable: cuando escribe sobre el libro que le parece estupendo y cuando escribe sobre el libro que le parece horrible. Escritores y críticos pertenecemos a la misma raza estúpida y servimos, en todos los casos, a un único amo: el editor”

Junto a fuertes sarcasmos que intentan herir las susceptibilidades más conservadoras, como los que dedica a editoriales, premios literarios y autores de prestigio como García Márquez, y Fernando Botero -de quien dice que “Algún día alguien fundirá esa basura y la convertirá en útiles tapas para alcantarillas” para referirse a sus esculturas- aparecen ingeniosas comentarios que bien podríamos tomar como frases célebres:

“Crecí, como la mayor parte de mi generación, con las ansiedades del primer mundo y sin ninguno de sus privilegios. Soy otro hijo bastardo del imperio yanqui”

En este orden de ideas, quien quiera acercarse a la obra de este escritor colombiano, no debe pasar por alto este simpático texto que fuera de ser una fructuosa introducción a su vida y a su estilo, es un texto literario en sí, que sabe combinar el lenguaje convencional con la creatividad y hacer de lo que quizá fuera una aburrida u ortodoxa biografía, un estúpido rompecabezas que nos hace reír y pensar, a la vez que sacude nuestros criterios más rígidos a la hora de aplicar nuestros juicios de valor. Ahora sólo queda que ustedes pongan sus criterios en juego…

Damián Guayara Garay
Encuentre el texto reseñado en el siguiente enlace:
http://www.resonancias.org/content/read/320/un-texto-vitriolico-y-un-cuento-erotico-del-escritor-colombiano-efraim-medina-reyes/

miércoles, 15 de abril de 2009

FERNANDO VALLEJO Y “EL MOSTRUO BICEFALO” QUE DOMINA A COLOMBIA.

En la Europa del siglo XVIII, el escritor era considerado un “sabio” dentro de las sociedades. Su palabra tenía un valor comparable con el de la figura política, lo que permitió en ese momento a las comunidades, estar prestas a escuchar las iluminadas opiniones y reflexiones de aquellos quienes profesaban el arte de las letras. No obstante, el afianzamiento de la burguesía y las ansias de expansionismo de algunas naciones, sumado al viraje en las concepciones de producción humana, hicieron que esa figura erudita perdiera su mismo carácter, por considerarle “vago e improductivo” frente a los incontables seres que buscaban enriquecerse a costa de lo que fuera.

De esto se desprende un cambio drástico de paradigmas, en el cual primaron fuertemente las labores físicas sobre las intelectuales; al escritor, no le quedó otra salida que aislarse de la sociedad, pues era consiente en su momento que una novela (su producción) no iba a tener el mismo valor, en términos económicos, frente a lo producido por un obrero, banquero, prestamista, el cual tenía la capacidad de ascender y ganar más, producto del trabajo material.

El retiro abrupto del escritor de los espacios sociales lo ha comprometido bastante, hasta el punto de opacar su imagen y su trascendencia como el verdadero artista y visionario. En Colombia, este fenómeno no nos ha sido ajeno; recordar a aquellos poetas modernistas y vanguardistas, forjadores de la desacralización de la poética y el arte, significa ubicarlos en los sótanos de una sociedad ultra católica y sumisa a dictámenes oficiales.

El presente también nos ha demostrado sus debidas excepciones, y aun en estos tiempos, vemos por ejemplo a Fernando Vallejo como un fiel exponente de discusiones controvertidas y polémicas que causan revuelo y adquieren legitimidad en esta era del conocimiento. Este intelectual antioqueño, se presenta al I Congreso de escritores colombianos, realizado en Medellín en los años de 1998, y frente a un público selecto, ofrece el discurso correspondiente a la apertura del certamen, el cual llamó El monstruo bicéfalo.

En esta ocasión, el escritor de La Virgen de los sicarios, no arremete de manera vehemente contra la Iglesia y la religión; el blanco de sus críticas es la clase dominante del país. Vallejo expone que Colombia ha sido y seguirá siendo un país infame, gracias a la clase política que la ha gobernado desde antaño. Para deslegitimar eso de que somos “el país con la democracia más consolidada de América Latina” el escritor señala a las dos grandes corrientes ideológicas y políticas predominantes que han estado siempre en el poder, causantes del caos: Partido Liberal y Conservador. Esos dos para él han creado, luego de pactos cerrados como los del Frente Nacional, a ese Monstruo bicéfalo, cruel y sanguinario.

Para hacer notoria su apreciación, culpa a los tradicionales partidos políticos de ser los originarios de la debacle en nuestra sociedad; para el escritor, son estos los autores de todas las desapariciones campesinas en la mitad del siglo anterior que marcaron la época de la violencia. Además de provocar en el seno de la patria, guerras civiles y de encaminar a Colombia a una completa degradación social.

Del mismo modo, Vallejo arremete contra los paramilitares y la insurgencia colombiana; a esta última le intitula algunos males que imperan en la actualidad, como son el secuestro extorsivo, asesinatos a opositores de sus principios y actores de la descomposición rural a raíz del conflicto social y armado. Nadie se salva del dedo inquisidor del antioqueño. Para él, no hay salvaciones, ni consideraciones: todo se consume cuando la muerte se presenta a diario, en “el país más asesino de la tierra”; estas candentes reflexiones nos llevan a indagar sobre la opinión que pudiera merecer a los asistentes, este discurso de bienvenida ofrecido por una de las mentes polémicas y explosivas de la actualidad.

Este tipo de discursos son recomendables y pudieran, en un momento determinado, ser valiosas en el ámbito académico, porque permite tener de primera mano las apreciaciones de una historia que el propio oficialismo quiere borrar; pero que la voz de los que sufren la mantienen viva. Vallejo ha sido víctima de este sistema, y por tal motivo, él se proclama vocero de todos aquellos que por motivos ajenos han tenido que partir. Su denuncia debe ser tenida en cuenta, en los días en que nada de lo dicho hace casi diez años, ha cambiado. Todo sigue igual: las palabras de Vallejo están vigentes.

Juan Carrillo A

juanelcaibg@gmail.com