jueves, 28 de octubre de 2010

EL ÁRBOL IMAGINADO

Las obras que se realizan para celebrar una fecha especial suelen generar un poco de recelo en tanto parece que las motivaciones no surgen de la inquietud del escritor frente a un problema que lo habita, sino a coacciones externas, en ocasiones lejanas a lo estético. En este año del Bicentenario, por ejemplo, se vive el furor de la publicación de obras sobre dicho momento histórico: recreaciones de Bolívar, textos sobre el levantamiento de los comuneros, encuentros académicos alrededor de la Independencia, son, entre otros, documentos que vuelven doscientos años atrás en nuestra historia.

En esa maraña de propuestas, es imprescindible leer atentamente para saber cuáles de esos libros hacen parte de un oportunismo editorial y cuáles profundizan en los temas y la condición humana de quienes hicieron parte de la historia nacional. La tarea es difícil no sólo por el volumen de lecturas sino también por las ampollas que levanta.

He tenido esa primera inquietud al leer la contraportada de la más reciente novela de Carlos Flaminio Rivera, escritor de El Líbano que ya cuenta con varios libros de cuento en el mercado y tres novelas, la más reciente de ellas titulada El árbol imaginado, y a la que se presenta, en letras mayúsculas, como una “NOVELA EN CONMEMORACIÓN DEL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA”.

Para voces irreverentes, la novela comenzaría mal desde este anuncio, no sólo porque anticipa que, como dije en las líneas anteriores, la motivación no es estética, sino porque hablar de Independencia de Colombia produce una sonrisa cargada de ironía. Esas voces hablarían de una obra por encargo –en este caso histórico, pero acaso también comercial- que además tiene la desfachatez de referirse a nuestra Independencia, luego de doscientos años de subyugación y cambios de amo. En gracia de la discusión trataré de construir mi evaluación de la novela.

La obra recrea el momento de la Expedición Botánica, unos años después del levantamiento de los Comuneros y unos antes del 20 de Julio. Desde la Nueva Granada, don Baltazar envía una carta a su primo Emilio en España, en la que le asegura haber encontrado una planta que lo enriquecerá. La información es un embuste y don Emilio viaja desde España cargado con sus ilusiones y con un paquete en donde, sin saberlo, trae la Declaración de los derechos humanos y una serie de obras eróticas con las que la población se alborotará.


Al llegar a la Nueva Granada, don Emilio descubrirá la muerte y lo inhóspito de los caminos, la naturaleza desbordada y, hacia el final de la obra, la mentira en la que ha caído. Paralelamente se habla de los indios Mineimas, antiguos habitantes de El Líbano Tolima y de los esfuerzos, desde diferentes frentes, de José Celestino Mutis y Antonio Nariño, por insertar la Ilustración en las colonias americanas.

La novela tiene una tendencia que viene buscando el autor desde obras predecesoras: la del lenguaje poético. En esa búsqueda hay imágenes sobre la naturaleza y los viajes de la época realmente significativas. Incluso el narrador deja que, por momentos, se plasmen poemas enteros cuyo autor, en varias ocasiones, resulta indiscernible, y que, en términos generales, se refieren a la riqueza de la flora colombiana descubierta por la Expedición Botánica.

Ese tono poético no alcanza a subsanar, sin embargo, la caída en la tensión de la narración por cuenta del olvido paulatino de la historia principal. El creativo argumento del viaje desde España realizado por don Emilio con material incendiario, y en el que, sin él saberlo, está involucrado el destino de una nación, pierde fuerza cuando se le agrega, casi tangencialmente, las historias de los Mineimas y de personajes como Mutis y Nariño. Así, como en un árbol con un robusto tronco principal que poco a poco se va desperdigando en diferentes ramas, esta novela de Flaminio Rivera no alcanza a volver constantemente sobre su sabia y se pierde en ocasiones en detalles que, para efectos de la fuerza en la narración, parecen intrascendentes.

Existen momentos cautivadores, como los relatados por don Emilio en su diario alrededor de las costumbres de los Mineimas, o los de las reuniones insurrectas en cabeza de Antonio Nariño, o las conversaciones entre don Emilio y Baltazar, pero esas partes no se articulan eficientemente con la trama principal. No basta la unidad que le da la época, los datos históricos y las cuitas de los protagonistas de nuestra historia, y acaso falta un tejido mucho más articulado de todos estos elementos. En ocasiones da la impresión que precisamente ese distanciamiento entre las partes afecta la profundización en los caracteres y, sin riesgos de ambigüedades, se perfilan personajes de quienes ya sabemos desde la historia oficial lo que la novela nos dice, como el Antonio Nariño luchador desde la imprenta y la Ilustración y José Celestino Mutis como botánico excelso.

Al parecer estos aspectos se desplazan a favor de un lenguaje poético que busca la riqueza de la imagen. El título, por ejemplo, es en sí una metáfora de lo que fue la esperanza de la Independencia para los neogranadinos. El árbol imaginado es aquel que da la sombra de la libertad y los frutos de la autonomía, es la esperanza nunca cumplida en el plano de lo real. En ese árbol convergen indígenas precolombinos, ideas de la Revolución Francesa, plantas extrañas y atractivas, los Derechos del hombre, la imprenta insurrecta y clandestina.

En ese sentido, la obra sí es una conmemoración, tal como se presenta en la contra carátula aunque dudo que las motivaciones del autor hayan sido extraliterarias (como en algunas novelas policiacas me he guardado un dato esencial para el final: sé que Flaminio Rivera preparaba la novela hace tiempo). Acaso ni la constatación de lo primero ni la negación de lo segundo sean ya importantes para mí. Ahora me parece que la obra es un frondoso árbol con muchas ramas y un tronco apenas perceptible en su raíz.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro:

Rivera, Carlos Flaminio. El Árbol Imaginado. Bogotá: Códice/Biblioteca Libanense de Cultura, 2010.

sábado, 9 de octubre de 2010

NOSTALGIA BOOM DE JOSE STEVENSON

El volumen 78 de la Biblioteca de Literatura Colombiana de la Editorial Oveja Negra, se titula Nostalgia Boom o El Fausto Tropical. Subtitulo que hace evidente sólo al revisar los datos biográficos del autor, José Stevenson. Se resume allí el trasegar desde Santa Marta en 1934 y algunas publicaciones como, Los Años de la Asfixia (1969) su primera novela editada en Buenos Aires.

La historia suena en principio algo rectilínea: la vida de Simón Argote, el cómo se transformó en una leyenda negra, prototipo de Latin Lover que se divierte en Europa. Después encontramos la relación con la tradición literaria pues en Nostalgia Boom no es gratuito el hecho de subvertir el arquetipo de Don Juan y la leyenda germana de Fausto: “(…) Entonces surgieron los rumores de las malas artes, de que a un pacto satánico se debía su increíble atracción de las mujeres de todas la edades.” (Pág. 66)


Sin embargo, éste pícaro no tiene pacto alguno con el Diablo. Él mismo es un pobre diablo, astuto, amable, agrio, dulce, generoso, aventurero… Inclusive noctívago, hombre de mar, también supo sobreponerse al naufragio en la cultura borrascosa de Occidente, donde un culto icónico a los mitos y anti-héroes modernos del cine, la televisión y la literatura resumen la masa humana entre la indiferencia y la ruindad. Por eso, cuando Gastón y Nicole, esos parisinos despóticos e ilustres, salieron de la Opera, ella le preguntó: “Vamos, Lover, tú qué opinas?”. Él escuchó y tras su silencio más la intervención de otros dijo:

“Yo no soy ningún intelectual, no conozco a Goethe, pero lo que sí le puedo asegurar es que Fausto me pareció medio apendejao.¿ Tú crees que si yo soy él, me dejo engatusar por un diablo tan guevón? No hombre! Ni de vainas. Acaso es que tú crees que yo soy marica? Al diablo se le ha podido hacer su pilatuna. Yo nunca había visto un diablo sin tanta malicia…” (Pág. 73)

En este sentido, Milán Kundera, desde el Arte de la Novela, plantea que este género es una investigación sobre lo que es la vida humana, además es una denuncia de la trampa en que se ha convertido el mundo. Quizá por esto en Nostalgia Boom se hace mención de la decadencia de la cultura moderna, la cual se presenta como un torbellino de inmundicias. Esto lo demuestran las descripciones de un narrador en tercera persona, ajeno al ambiente de neón desangrado, del Night-Club, Champaña, smoking de roseta en el ojal, Jazz delirante, bikinis, yates, Roll-Royce, hascish con opio con coca con Nembutal… ad infínitum.

Los variopintos personajes demuestran miradas escépticas. Adheridos con una falsa afección, el amor platónico se desmitifica. Con ello, caen en el profundo cinismo, es decir en el mentir eficaz. Franceses, norteamericanos, árabes, australianos, alemanes, colombianos… En fin, toda una fauna babélica en el laberintico ocaso sangriento del Oeste.

La historia del siglo veinte fue escrita y subrayada con tinta rojinegra y en Nostalgia Boom, esa onomatopeya explosiva significa el atravesar varios campos de guerra, internas y externas al ser humano. También se mencionan los hechos que sacudieron la mojigatería provinciana de Santa Fe de Bogotá el 9 de abril de 1948 cuando le metieron candela al Palacio de Justicia (con lo cual Simón Argote habría podido regresar de Europa sin tener líos judiciales en Colombia…).

Sin embargo, el lector de Nostalgia Boom se encontrará no sólo con las aventuras de un hombre-viajero, con la denuncia de los ambientes sórdidos y artificiales de las grandes ciudades, o la plasticidad de la naturaleza humana, sino con una revisión del mundo del símbolo y su efectividad desde la influencia del paisaje audiovisual. Un narrador recuerda que: “Todo mito se alimenta de la palabra y la imagen (Pág. 105)”. Y Simón Argote reconoce que:

“(…) En todo caso yo me daba cuenta mientras más crecía mi imagen pública como el gran amante, como el play-boy internacional, más me hundía yo como hombre. Eran las reglas del juego. Ciertamente yo era un héroe. Para todos era una celebridad, the play-boy of the western World. Pero en el fondo yo sospechaba que yo no era un héroe, sino que era lo que siempre había sido: un pícaro. Por lo tanto replanteé las reglas de juego. Esta vez no me dirigí a lo alto, al cielo, al barbudo, sino al de abajo, a ese caballero orejón, de risa zurda y de fregado, de cachos, cola, y en medio del mar de azufre, le dije: ¡quédate con mi imagen y devuélveme el alma! No creas que fue fácil, siempre me tocó regatear”. (Pág. 105)

Quizás ahora son pertinentes las palabras del maestro Héctor Rojas Herazo, a quien José Stevenson dedica su obra:

- La falla para mí radica en que se ha perdido la fe en el demonio. Eso es todo. Ni la sociedad ni el hombre pueden lograr nada, nada en absoluto, sin su ayuda. Sobra, por tanto, cualquier pragmatismo de ocasión. Mire todo lo que se ha logrado por él: las religiones, el arte, el estado, la servidumbre técnica de las multitudes. En fin, todo el orgullo creador está en su órbita. Pero lo hemos olvidado y debemos pagar ese olvido. Sufrimos la nostalgia del demonio. Hemos perdido las herramientas mágicas que servían para comunicarnos con él y retenerlo para poner a nuestro servicio su potencia creadora”. (Celia se Pudre. Pág 438- 439.)

El anterior comentario sobre la situación actual del país puede leerse en sentido simbólico, como en el poema A Satán de Luis Carlos López: “Satán, te pido una alma sencilla y complicada/ Como la tuya. Un alma feliz en su dolor./ Tu gozas, y yo te envidio tu alegre carcajada,/Si un tigre, por ejemplo, se come a un ruiseñor”. No obstante, algunos pueden caer en la lectura literal de Nostalgia Boom, lo cual no sólo es aberrante sino de atrofia imaginativa y miedo a la libertad: amoldarse a calabozos metafísicos.

FICHA DEL LIBRO: Nostalgia Boom o El Fausto Tropical. Stevenson, José. Editorial Oveja Negra. Biblioteca de Literatura Colombiana. N° 78. 106 pág.

POR: VÍCTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES