sábado, 29 de agosto de 2009

LOS PARIENTES DE ESTER

Hace unos cuantos años atrás, en mi época de colegio y muy a ‘recomendación’ de una de mis docentes me encontré con un libro lleno de personajes conocidos, vecinos, amigos y parientes.

Poco puedo recordar de esa primera lectura e incluso menos la adaptación a obra de teatro que tuvimos que realizar. Recuerdo sin embargo haberlo leído en corto tiempo, recuerdo los personajes, los restaurantes y cafeterías, el caos del velorio.

Los parientes de Ester es una novela ambientada en la Colombia de finales de los 60’s y comienzos de los 70’s, una Colombia en pleno Frente Nacional; esperanzada en un mejor gobierno, ahogada por una modernidad acelerada y devoradora que se tomaba Bogotá desde las calles, las plazas y los grandes edificios.

Fayad logra crear un mundo de psicologías intermitentes que se rehúsan a dejar las costumbres señoriales, que se enfrentan a cambios culturales en medio de un choque de clases sociales. Personajes que en su diario vivir se acercan a la masificación capitalista en busca de un mejor futuro.

La interacción que se genera tras la muerte de Ester entre su matriarcal familia burguesa y su esposo Gregorio Camero es un referente esencial no sólo de la psicología intermitente de los ciudadanos de esa Bogotá lluviosa y anacrónica sino también de toda una sociología urbana que se niega a abandonar su condición social.

El colombiano de a pie siempre presente en los familiares que han visto enterrar su esperanza junto con Ester, es un remanente de la dura situación económica y social de la época. El desempleo como mayor detonante del decadentismo al que se suma la mayoría de la población de las grandes ciudades.

Quizá desde esa primera lectura en el colegio haya pasado algún tiempo, quizá no recuerde del todo la obra de teatro, el por qué a mí me tocó ser la tía Mercedes. Ahora que retomo la lectura de esta novela me reencuentro con imágenes, con la desesperación de las palabras y del ruido de la ciudad.

Con personas de carne y hueso no con personajes de papel y tinta. Fayad cuestiona a la sociedad, al gobierno abúlico que le da la espalda a sus ciudadanos. Cuestiona la incompetencia del Seguro Social, de los fraudes y máscaras que no lograron superar el matriarcado dominante en las familias de Ester y en muchas otras que siguen vibrantes en nuestras ciudades, en nuestro país, fatigado por la hibridación y la masificación indecorosa de la política y la industria cultural.

Ahora estoy segura que de esos pocos acercamientos a la literatura colombiana, más allá de los textos de García Márquez, puedo ‘recomendar’ la lectura de esta novela urbana, si se le quiere catalogar, si se le quiere limitar, que es un claro reflejo de nuestra sociedad actual que no ha cambiado mucho desde la muerte de Ester, tras la cual quedamos huérfanos de conciencia y ajenos a nuestra propia historia.

Escrito Por:
Nazly Johanna Pita López

Ficha del Libro:
Fayad, L. (1980). Los parientes de Ester. Bogotá: Oveja Negra.

jueves, 27 de agosto de 2009

COMENTARIO ACERCA DE << INTERMITENCIA, AMBIVALENCIA Y DISCREPANCIA: HISTORIA DE LA PRESENCIA JUDÍA EN COLOMBIA>>

En “Intermitencia, ambivalencia y discrepancia: historia de la presencia judía en Colombia” Azriel Bibliowicz –escritor y académico bogotano– expone algunos puntos de interés sobre la llegada de algunas comunidades hebreas a nuestro país, en distintos momentos de la historia; del mismo modo, señala algunas vicisitudes que enfrentaron los foráneos en estas tierras, para luego culminar con un somero diagnostico de la actualidad judía en el país.

De manera paralela, el documento direcciona algunas referencias literarias sobresalientes generadas por los judíos, que se erigen como piezas valiosas en tanto hacen parte de la construcción del legado artístico nacional.

A grandes rasgos, Bibliowicz establece que los judíos de la Diáspora –estos son, los errantes sin nación, el pueblo disperso– fueron mal tratados cada vez que llegaban a Colombia. Perseguidos, estigmatizados, y vueltos a huir o desaparecer, las diversas comunidades semíticas asentadas en algunas regiones del país sufrieron todo tipo de hostilidades y prohibiciones. Sin embargo, resulta paradójico que los mismos judíos, aportaron sobremanera al progreso económico, social, cultural y artístico.


Por ejemplo, los descendientes sefaradís, ubicados en la costa atlántica colaboraron enormemente en el mejoramiento substancial de Barranquilla; aparte de eso, las nuevas maneras en las relaciones compra – venta, el desarrollo en materia de infraestructura urbana, el fortalecimiento de las relaciones culturales con propios y extraños, son, por así mencionar, algunas bondades que trajo la dinámica de estos nuevos en el siglo XIX.

La posibilidad de acceder a nuevas tendencias en el arte literario –como es el caso del modernismo francés y la literatura esotérica– fue un avance considerable en las letras colombianas. Como caso particular, se pueden referir algunas composiciones de
Abraham Zacarías López-Penha, las cuales ilustran la irreverencia en las “nuevas formas de pensamiento”:

¿Presumís dudar que descendemos
de los gorilas y otras bestias, asno de Dios?
No; si no aprended á mirar en redor vuestro,
y, luego, contemplaos en un espejo vos...
de fijo os convenceréis al cabo, ¡es lógico!
que el mundo, en suma, es un jardín zoológico;
que el hombre es un piteco mentecato
con un poco más vicios que el primato;

Desafortunadamente, la suerte de la comunidad Sefardí en tierras norteñas no fue la mejor: muchos eran conducidos a la hoguera, o judicializados sin muestra aparente de culpabilidad. Los sobrevivientes de estas persecuciones huyeron a otros lugares del continente, en especial a Estados Unidos.

De ahí que se volviera a hablar de comunidades judías en Colombia, según cuenta Bibliowicz, ya entrado el siglo XX; esta vez, procedían de Polonia y parte del Este europeo, regiones azotadas por el nazismo, fuerza ideológica afianzada en el panorama socio – político del viejo continente. Si se habla de asentamientos judaicos en esa época, se podría decir que el más considerable se produjo en Bogotá. En relación con este hecho significativo, El Rumor del Astracán
–obra de Bibliowicz– da cuenta de las múltiples peripecias de un grupo de inmigrantes en la capital del país.

El panorama en ese momento fue decadente. El Estado colombiano puso innumerables restricciones a los hebreos que deseaban llegar al país, pues veían en ellos una amenaza latente para el sistema económico local; del mismo modo, se gestaban grupúsculos antisemitas criollos que ponían en riesgo la estabilidad e integridad de los mismos.

Sin embargo, hubo un florecimiento literario a destacar, gracias a los relatos de Salomón Brainski y las crónicas de Simón Guberek en
Yo vi crecer un país, textos relativamente urbanos que mostraban a Bogotá al desnudo, con sus situaciones favorables y desfavorables.

En lo que respecta a lo actualidad, los judíos siguen siendo perseguidos e injuriados por ciertos sectores sociales; las causas dejan de ser religiosas, políticas, o culturales en este momento, dirigiendo su perspectiva al campo económico: las denominadas vacunas que imponen los grupos guerrilleros a familias que posean ingresos superiores al millón de dólares, la delincuencia común y una que otra participación de la fuerza publica en retenciones ilegales, son causantes que buena parte de la comunidad judía residan en otros países, o en el caso general, se establezcan en el Estado de Israel.


Abordando el campo literario, es importante señalar la aparición de algunas obras que tratan el tema judío desde otra visión: El salmo de Kaplán, de Marco Schwartz, por ejemplo, expone la vida de una comunidad hebrea contemporánea que sufre los embates de la posmodernidad.

Bajo estas consideraciones, es pertinente reconocer la influencia de los judíos en el desarrollo socio - económico de la sociedad colombiana, al tiempo que es de suma importancia, valorar el aporte literario de los mismos en los círculos artísticos locales.


De manera paralela, es primordial valorar el ejercicio académico expuesto por Bibliowicz, el cual aporta significativamente al plano reconstructivo de nuestra historia nacional; de un modo indirecto, evita el desconocimiento de fenómenos de gran valor como el de la influencia judía en Colombia, e invita cordialmente a una seria revisión de nuestro pasado.

Juan Carrillo
juanelcaibg@hotmail.com

BIBLIOGRAFIA:
Azriel Bibliowicz, « Intermitencia, ambivalencia y discrepancia: historia de la presencia judía en Colombia », Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM, 3 2001, [En línea], Puesto en línea el 03 octobre 2005. URL : http://alhim.revues.org/index535.html. Consultado el 26 août 2009.

domingo, 23 de agosto de 2009

UN ESCRITOR PARA LA VIDA

Aunque la vida universitaria resulta ser divertida, descontrolada y algo promiscua, en ocasiones tiende a ser demasiado sosa y monótona; salir de clase, buscar con premura un café y un cigarro, llegar al mismo lugar de siempre, ojear los rostros repetidos del día y hablar sandeces; pero en un momento que aun no preciso, ese tedio se desvaneció de tajo cuando lo empecé a ver ahí con frecuencia, en el mismo lugar de siempre, también con un café y un cigarrillo jamás soltado de sus labios.

En efecto que esto no parece interesante, y en un principio, cuando recién llegado a la universidad, me dio lo mismo verlo consumirse entre sorbos amargos y bocanadas espesas de humo, hasta que un buen día me senté en una mesa siguiente a la de él y, como una revelación ansiosa por mostrarse, escuché a medias una conversación vehemente que sostenía con otro viejo, aunque más, mucho más gordo, acerca del papel de los clásicos en las esferas socio-políticas del entorno en el que su escritura se constituía, a pasos agigantados y certeros, en arte.

Entonces comprendí que ese viejo fumarolo y cafetero era en verdad alguien entendido, no sólo en letras sino en política, y que además, no lo hacía a la manera erudita y presuntuosa; creo que su forma era tranquila, sosegada y sobretodo convincente, pues sus palabras a medio labio –entendiendo que el otro medio está siempre habitado por el tabaco- resultaban encantadoras.

Así que en medio de un ataque inevitable de ansias, me lancé a la mesa contigua y tome una silla para sentarme. En el instante en que me dispuse a tomar parte de la mesa, el viejo regordete rebuznó con algo de ironía en sus palabras “si no le importa, está conversación es personal, ¿podría dejarnos continuar?”

A lo que enseguida, y en un acto compasivo y salvador para mi vergüenza, el otro, el flaco, dijo con placidez que “la literatura, la política y el arte son tan universales, que negar la participación de una persona en lo que a estos se refiere, resulta ser un acto de infinita negación a los principios mismos de su esencia como forma suprema de la expresión humana”.

Creo que el gordo jamás se repuso del suelazo, en cambio, para mi, -me da gusto decirlo- aquello fue el inicio de una afición de café, cigarrillo y descanso; un querer que las horas de cátedra pasaran rápido, que no existieran sino los espacios entre clases para verme con el viejo y para que en cinco o diez minutos de receso me hablara de la literatura universal, de los más raros autores e incluso, de lo defectuosa que resultaba ser la región en materia de creación literaria.

Lo cierto es que después de unos días esa cafetería, que por motivo de las meseras recibía el nombre de “Las viejitas”, se convirtió en una especie de lugar de encuentros literarios, porque ya no era sólo yo el interesado, sino muchos, y muchos es muchos, alrededor de unas quince personas entorno de una mesa en la que definitivamente sólo hablaba el viejo, porque lo que éramos nosotros, a guardar silencio, no porque nos faltara conocimiento o porque la ingenuidad pudiera más que las ganas de opinar.

No, el hecho era que una vez que se tomaba la palabra, se venían referencias a textos, citas directas y de memoria, poesía pura en el medio labio del viejo Hugo y nada más que encantamiento y desborde de intelecto, siempre agradable a los oídos.

Imagínese que tal era la situación, que hasta los estudiantes y profesores de las otras mesas, paraban sus conversaciones, y aunque no se acercaban, sí se notaba en sus movimientos un profundo deseo de venir a ver qué o quién hacia que los estudiantes se reunieran como en corrillo alrededor de ese viejo apestado a tabaco y cafeína.

Y si lo hubieran sabido, si su decisión no se tornara llena de miedos y vergüenzas, del qué dirán y otras pendejadas, como no ser sapo, chismoso o entrometido, entonces, esos harían parte –estoy seguro- de los que actualmente, lamentamos que el maestro
Hugo Ruiz Rojas ya no pueda acompañarnos en esta orilla, porque su deseo, era irremediablemente, nadar complacido por el arroyo de la parca para conocer y experimentar a su antojo los caminos que se esconden al otro lado.

Debo confesar que entre la primera vez que dialogué con el viejo, hasta el día de su partida, pasaron alrededor de cinco años, en los que la verdadera confesión se hace triste y lastimera: jamás – y lo estoy diciendo seriamente lamentado- jamás asistí a su famosa tertulia literaria ubicada en un bar en el centro de la ciudad.

No se a qué se debió el descuido, pero ahora que lo medito bien, existía un cruce con otras tertulias y talleres, que también resultaban de mi interés y en los cuales escudo y pongo a defensa tamaña desfachatez de la memoria.

Quizás lo único que me mueve escribir estas líneas es el profundo deseo de que alguien pueda acercarse a ese viejo de nuevo, y aunque no podrán escuchar su voz entrecortada y humeante, bastará la lectura de su libro de cuentos Un pequeño café al bajar la calle para que también puedan sentir su intelecto desbordado, su capacidad de intriga y la sensación de agradable satisfacción que pulula en cada frase y en cada punto.

En este libro -a manera de bocado- encontrarán al Hugo Ruiz que yo encontré en una cafetería de la universidad y que hablaba del desencanto de la vida, de lo inútil de la experiencia y de la fragilidad cristalina que nos envuelve entre el cielo y la niebla.

Su partida ha dolido y seguirá doliendo, al igual que la partida del maestro Cesar Pérez Pinzón, y lo hace en los términos de la ausencia, del espacio vacío que ya nadie puede ocupar, porque la grandeza y el compromiso artístico de Hugo Ruiz quedó marcado en las letras del Tolima y en la literatura nacional, en la que apareció publicado en decenas de antologías y periódicos.

Omar González.

miércoles, 19 de agosto de 2009

“ERAN LOS TIEMPOS” DE ELMER HERNÁNDEZ

“Todos los días me di en buscarla por el campus y no zanjé en mi obsesión hasta la tarde en que la contemplé tendida en la cama de mi cuarto de alquiler, unas cuadras mas arriba de la universidad”.

“Eran los tiempos” del profesor Elmer Hernández, encarna la historia de un “amor” propio de la vida universitaria, sometido a las complicaciones simples que impone la conquista del otro, auspiciada por intentos de acercamiento, decepciones y gratitudes. Su personaje principal es quien se encarga de narrarlo y añorando el pasado, evoca lo vivido con Leda, la mujer con quien convivió por casi tres meses, los avatares de la existencia y la forma en que terminó su pasajero encuentro.

Esta historia se desarrolla en medio de un recuerdo nostálgico de la universidad pública colombiana, de lo que fue y de lo que hoy no es; se mueve entre coloridos mares de ideas que habían encontrado una muy buena trinchera en las blancas paredes del campus; se desenvuelve en esa dimensión desdibujada del alma mater, la cual favorecía la disertación especulativa que revivía a ciertos difuntos, opacaba a otros y catapultaba a pocos, por algunos segundos, a la inmortalidad; en esencia, se enmarca en la complejidad de un mundo universitario ávido de sueños, aspiraciones, controversias y ganas de controvertir la realidad.

No obstante, el mundillo universitario descrito por el autor, el cual se define por su carácter inconforme y crítico con la sociedad, se ve signado por el ejercicio de la violencia. Esta encuentra una doble manifestación: se convierte en un arma ofensiva y defensiva, tanto para quienes quieren acallar la inconformidad como de aquellos que desean resistir a ser acallados. En últimas, se convierte en el sustituto de las ideas.

Pero, independiente de las connotaciones que adquiera la noción de violencia, las tensiones generadas por los estudiantes y las fuerzas del “orden” ambientan el acercamiento entre los personajes de la historia: un tropel es la excusa perfecta para propiciar un encuentro; para salvar del miedo a quien tiene miedo; para tejer la finura de un amor posible; para convivir fielmente durante tres meses y para construir una vida de pareja.

Asimismo y de forma tangencial, los conflictos de la vida nacional se enredan en el relato e inevitablemente tocan la vida de sus personajes, especialmente la del protagonista, ya que en el fondo mantiene un “compromiso” con la transformación política del país. Desafortunadamente, este elemento se convierte en un motivo para distanciarse de Leda y llegar hasta el punto de extrañarla, extrañarla de verdad “del modo en que un hombre extraña a una mujer”.

Como se puede percibir, la urdimbre tejida por Elmer Hernández sugiere un relato en el que una serie de hechos históricos afecta la vida de una pareja de estudiantes, los junta, los hace saborear la mieles del “amor” y los separa de tal manera que todo vuelve a ser normal, tan normal como si nada hubiese pasado y como si un sueño hubiese recreado una historia congelada en un tiempo y un espacio único.

Gabriel Bermúdez

Ficha del libro
Hernández, Elmer J. “Eran los tiempos”. En: La calle del capitán. Germinemos Editores: Ibagué, 2008, Paginas 107-125.

martes, 11 de agosto de 2009

LECCIONES DE MORAL PUBLICA: ESPEJISMOS DE JOSÉ ALONSO MARTÍNEZ

El número 72 de la colección de Pijao editores corresponde a la novela Espejismos (1990) de José Alonso Martínez. Como se interpreta del currículo presentado en el final de la obra, su autor, nacido en el Tolima, ha sido profesor de gramática española y literatura hispanoamericana en varias instituciones de los Estados Unidos y aparte de Espejismos no ha desarrollado una prosa de creación ficcional adicional.

La novela narra la vida de Dolores y su esposo, dos humildes campesinos que ante su situación de pobreza deciden aceptar las propuestas hechas por Antonio e involucrarse en el negocio del narcotráfico. La pareja accede inicialmente a cultivar cocaína en su finca y de las regalías que recogen acumulan el capital suficiente para desplazarse a la ciudad y vivir de manera más cómoda.

Paulatinamente se acostumbran a la vida citadina, tanto que cuando deben regresar a revisar los cultivos, reniegan de su condición de campesinos y vuelven rápidamente a su nuevo destino. Cuando el negocio se torna más pesado, la opción que les plantea Antonio es la de ir como mulas a El País de las Maravillas – una alusión directa a los Estados Unidos -; después de algunas discusiones, Dolores decide seguir ese paso que inicialmente es tomado por su esposo y entre ambos realizan varios viajes a Nueva York.

En una de esas travesías son arrestados por la policía de estados Unidos y ambos comienzan un ejercicio de reflexión sobre lo que les ha pasado. En especial Dolores se duele de tener que dejar a dos de sus hijos con uno de sus hermanos, personaje que a pesar de los esfuerzos hechos no puede evitar que el joven caiga en las drogas y la niña en la prostitución. Finalmente, Dolores quien es condenada a 18 años de prisión.
Si bien las acciones de la obra son presentadas en esta reseña de manera organizada, la lectura de Espejismos revela la intencionalidad del autor por jugar con la organización cronológica de las acciones, con base en soliloquios y diálogos realizados por diferentes personajes en momentos diversos de su historia personal.

Dolores por ejemplo, quien parece ser la personaje principal, confinada en una cárcel norteamericana revisa aleatoriamente algunos de las aventuras de su vida, de tal suerte que su existencia se presenta como un rompecabezas que el lector debe reorganizar.

Con esta multiplicidad de tiempos y de narradores, y este constante llamado a la atención lectora, la novela parece inscribirse en el universo de las experimentaciones narrativas de escritores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortazar, quienes hacia la década de los 60 y 70 recogían las enseñanzas del modernismo europeo y norteamericano.

Así, en una primera mirada de la novela Espejismos, que sólo abordara los mecanismos de construcción, se tendría que hacer referencia a gestos modernos que aunque un poco tardíos, pretenden continuar la tradición de las experimentaciones de los maestros latinoamericanos.

Pero acaso lo que llame más la atención de la novela es que, entreverado en esta narración dislocada y múltiple aparece el narcotráfico como el tema principal. Es el negocio de las mulas lo que lleva tanto a Dolores como a su esposo al espejismo del dinero fácil, a sus hijos a perderse y a los pobladores de su pueblo de origen a estigmatizarlos.

En el programa narrativo de los personajes se devela la intención que está en el trasfondo de la obra al tomar este tema como eje: en cada uno de sus parlamentos, reflexiones y discursos, se percibe una inclinación pedagógica que en últimas le sugiere al lector lo perjudicial que resulta vincularse al narcotráfico.

La lectura del final de la obra – en donde se expresa la voz de Dolores luego de conocer el fallo del jurado - es sintomática de este matiz: “...ya no tengo ESPERANZAS; aquí tendré que MORIR; nunca volveré a VERLOS [a los hijos]; DIECIOCHO AÑOS ES UNA ETERNIDAD; ya no tengo ningún CONSUELO; no quiero VIVIR MAS; así no vale la pena VIVIR; LA VIDA YA NO TIENE SENTIDO” (Espejismos, 120)

El recurso tipográfico del final (las mayúsculas son del original) no solo le dan un tinte de patetismo al conflicto de Dolores, sino que en su posición de víctima se convierte en un antiejemplo para los colombianos que quieran cruzar las fronteras del “País de las Maravillas”, cargados de droga.

Fundada en estos compromisos ético políticos, la novela se acerca más a un documento propagandístico en contra del tráfico de estupefacientes, que a un artefacto estético en el que se perciban nuevas dimensiones del ser humano atrapado en el negocio de los alucinógenos.

Para intensificar más el impacto pedagógico en los lectores, la novela presenta los hechos como si fueran reales, de tal suerte que es sacrificado el ejercicio de reelaboración del mundo, en beneficio de un realismo escolar en el que se pretende transcribir la realidad tal como es.

Animados por este soplo realista que persigue un tono moralizante, los personajes se deslizan reiteradamente por el lugar común (“Es verdad que sus papás han cometido ese gravísimo error pero tampoco hay razón para que ustedes vayan a destruirse, pues con eso sólo agravarían el problema” p.83), por el victimismo (“...las orgías y los prostíbulos serán mis lugares de hoy en adelante hasta cuando una alta dosis me mate” 105) o por el arrepentimiento del buen samaritano (“Dios quiera que mis hijos no sean víctimas de otros tan corrompidos e inescrupulosos como nosotros que no pensamos jamás en el mal ajeno sino que nos dejamos atraer por el poderoso espejismo del dinero” 89) para hacer sólo referencia a tres aspectos.

Como la serpiente que se muerde la cola, el final de la novela devuelve al lector al propio título y a la enseñanza que desde allí se perfila: acumular riquezas con el negocio del narcotráfico sólo lleva a la perdición.

Como postura ético política de un escritor que ha tenido cercanía con los problemas de los colombianos en los Estados Unidos, la intención puede ser válida; pero como artefacto estético el catequismo soterrado de la novela – y todo lo que él implica – no es muy acertado, en tanto alejado de la labor propagandística, el género novelístico no debe renunciar nunca a la ambigüedad y a la duda constante.


La novela se torna entonces contradictoria: el gesto moderno (tardío) que se perfila en la construcción de Espejismos es ahogado por las lecciones de moral pública que se perciben en el devenir de sus personajes.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Martínez, José Alonso. Espejismos. Bogotá: Pijao Editores, 1990

viernes, 7 de agosto de 2009

UNA CANTALETA BIEN CONTADA Y BIEN SONADA

Aunque es la primera vez que intento reseñar una obra de teatro, pues no tengo –tal vez- los elementos de juicio necesarios para juzgarla críticamente, me encontré con que en medio de los libros que aún no he leído de mi biblioteca (ya sabrán que uno compra libros que viene a leer mucho tiempo después de la compra, sea porque tiene lecturas pendientes o porque simplemente se atraviesa otro de mayor impacto) estaba una obra de teatro de Gabriel García Márquez : Diatriba de amor contra un hombre sentado, que de inmediato me generó esa inquietud por leerla y que logré, como era esperado, leer de una sola sentada.

Tal vez lo que me impactó realmente de la obra es la vertiginosidad con la que se desarrolla, pues es tan dinámica que el lector no puede mas que resignarse a ensalivar el dedo índice y cambiar de página cada vez que se atraganta de buenas reflexiones, injurias eufemísticas del personaje contra su esposo, o mejor contra el sillón en el que aparentemente hay un hombre que debe ser su esposo; y las aclaraciones del escritor acerca de la disposición del escenario para cada escena.

Ya que se me viene a la cabeza esto del sillón habitado por un hombre que recibe, silencioso, todas las posibilidades de la más grande cantaleta de que tenga registro la literatura universal, me es preciso decir que a mi juicio, el sillón de esta obra de teatro debe estar vacío, púdico, deshabitado; y digo deshabitado porque este sillón es todo un universo que se configura a partir de la necesidad de la mujer por determinarlo, es un sillón que está de espaldas al escenario, y que por lo mismo, revela la intención del escritor por demostrar que la absoluta indiferencia del hombre ante los reclamos de su esposa es infinita y que definitivamente, ante las injurias y sermoneos de una mujer ofendida y escandalizada, es mejor y más prudente guardar silencio.

La obra teatral de García Márquez centellea de imágenes visuales que encantan, como por ejemplo, esta en la que de entrada a la obra se acota que el escenario debe abrirse así: Es de noche. Graciela raya un fósforo en las tinieblas y enciende un cigarrillo, y la deflagración inicia la lenta iluminación del escenario. O la hermosa manera de concluir diciendo: es lo último que se logra oír. El mambo aumenta hasta un volumen imposible, ahoga la voz, la borra del mundo, y Graciela sigue articulando frases inaudibles contra los músicos, gesticulando amenazas inaudibles contra los invitados sin rostros en la penumbra, insubordinada contra la vida, contra todo, mientras el marido imperturbable acaba de convertirse en cenizas.

Esta es una muestra de la infinita capacidad de García Márquez para establecer su propio universo a partir de las imágenes poéticas en que se basa su escritura; es un universo donde la magia desaparece y es remplazada por una realidad cruda pero poética, la poética del silencio, del aguante, del ignore; esa es quizás la propuesta sobre la que descansa el argumento de la obra: mostrar que todos somos un atado de huesos aun con carne pero amoratados en la desolación y la certeza del olvido , en espera de un telón que cubra con más muerte la existencia de los inadvertidos y los nómadas. Quizás por eso se recurre a la imagen fantasmal del marido, inanimado, muerto, pero tan vivo en la presencia del escenario que de todas formas no queda más que imaginarlo, darle vida y atributos, llenarlo de características –también fantasmales- para reconstruir su humanidad, esa misma que se pierde en medio del alegato al que es sometido como victimario.

Por ultimo, sobra decir que el lenguaje con el que es presentada la obra, está configurado desde la cotidianidad marital, y que por lo tanto, el lector de esta obra teatral podrá verse reflejado en los monólogos de Graciela y los hará suyos, recordará sus padres o a sus viejos amores cantaletudos, insoportables y cargados de improperios, que en caso de haberse presentado como escena de otra obra teatral, hubiesen terminado en gazapera, cárcel y reproche.

Dejo pues a su lectura y a su mente, pero sobre todo a sus oídos, la tarea de soportar sin queja los reclamos de una mujer desesperada que busca reencontrase con el amor que alguna vez habitó en su matrimonio y del cual no queda más que la costumbre de un querer frustrado y trasnochado.


OMAR ALEJÁNDRO GONZÁLEZ.

Ficha técnica del libro:
García Márquez, Gabriel. Diatriba de amor contra un hombre sentado. Bogotá: Arango editores, Segunda edición, 1996

lunes, 3 de agosto de 2009

DE CÓMO PLANTEO ALGUNOS INTERROGANTES DE “ENTRE FANTASMAS”; Y DE CÓMO ME “RIO DEL TIEMPO” CUANDO LAS INTENTO RESPONDER.

A continuación presento una serie de interrogantes, propios de la lectura hecha hace poco, de Entre fantasmas, ultima novela que compone la obra El río del tiempo, del antioqueño Fernando Vallejo. Trato al tiempo de dar respuesta a dichas inquietudes, aunque considero que está en los lectores, darle validez o no a mis modestas apreciaciones. Advierto que he decidido plantear algunas preguntas sencillas, básicas, que no buscan instaurar, con sus respuestas, la ultima palabra sobre la obra de Vallejo. Por el contrario, por mas que las leo, siento la voz de una maestra sugiriéndome dejar a un lado las lecturas aberrantes que hago a escritores de este nivel.

¿Qué criterio se concibe luego de leer Entre fantasmas? (pregunta inicial)

R/: Un criterio que aflora después de la lectura de Entre fantasmas es el de una novela interesante y mordaz con la vida. En ella, se siente el peso del envejecimiento, la impotencia por ver todo cada día peor y sobretodo, la rabia por habitar en un mundo corrupto y sin salvación. O al menos, esa es la visión que Fernando –el protagonista– ofrece a sus lectores. En Entre fantasmas, además, el autor – personaje es mas crudo y hostigador en sus comentarios y reflexiones con todas aquellas personas que tienen algún “pecado capital” y tratan de mostrarse al mundo como “puros” y “santos”. Pintores, presentadoras de televisión, políticos, escritores, y demás, caen en la lupa de Fernando, intolerable con ese tipo de celebridades.

En síntesis, creo que esta novela, muestra una madurez escritural y temática que está emparentada con la condición etaria de Fernando.

¿Qué elementos pueden, en un momento determinado, relacionar íntimamente a Entre fantasmas con las demás novelas de la saga de El río del tiempo?

R/: Hay un sentimiento en especial que cohesiona a esta última novela con las demás: la nostalgia de una Colombia antigua. No hablo de la Colombia prosista e independentista; por el contrario, me refiero, o mas bien, Vallejo se refiere, al país ardiente de mitad de siglo XX. En todas las producciones, Fernando es presa de la melancolía por un pasado, que como él mismo relata, no volverá jamás, así como nosotros no volveremos a bañarnos en las aguas del mismo río. Solo que la relación metafórica en este caso, el escritor la hace con el tiempo, tal cual la plantearon en su momento los primeros filósofos griegos.

Ahora, si hablamos de elementos como tal, podría decir que las frustraciones personales, y en especial, el sueño por ser cineasta, marcaron pauta para poder hablar de enlaces “temáticos” dentro de la gran obra. En todas –aunque en Los días azules, no es clara esa alusión– Fernando vive por el séptimo arte. De ahí que la imposibilidad de poder realizar una película sobre la Violencia en nuestro país, lo marque de manera inusual, y sea esa, una de las causas por las cuales decida recientemente, tomar nacionalidad mexicana y dejar de ser colombiano. (
ver carta de renuncia de nacionalidad colombiana)

Los otros elementos, los cuales podría denominar “secundarios”, son: la crítica mordaz a todo lo impuesto, los desafueros hacia Dios, al hombre mismo y a la figura de Estado. Luego, su amor incondicional hacia los animales. Creo que esos tópicos en él y su obra son bastante reiterativos y cohesionan la estructura temática.

Y en ese orden, ¿Qué elementos pueden diferenciar a Entre fantasmas con las demás novelas de la saga de El río del tiempo?

R/: La condición etaria (edad) es un rasgo certero de diferencia entre discursos. La niñez, (Los días azules) la juventud desaforada, (El fuego secreto), la pre - adultez (Los caminos a Roma), la adultez (Años de indulgencia), y la vejez (Entre fantasmas), son prueba de ello. El desdoblamiento del ser humano en un compilado de más de 500 páginas, es un trabajo bien logrado y sobretodo, con una diversidad de matices escriturales.

¿De todas las novelas consignadas en El río del tiempo, cuál pudiera adquirir mayor relevancia en términos formales y temáticos?

R/: Entre fantasmas, es la cercana a este punto. El planteamiento descarnado de Fernando sobre su alrededor, después de haber vivido demasiado en tierras propias y extrañas, le amerita cierto carácter de relevancia. Eso, sin contar la fluidez del lenguaje literario, característico de un apasionado por las letras. La vejez, la soledad y el dolor por aquello que nunca volverá, hacen de esta obra un buen ejemplar para la lectura.

De esta manera, es que uno se piensa su última etapa de la vida normal. Llegar a viejo, diría Vallejo, nos permitirá reírnos del tiempo. Como desde ahora, en plena juventud, hago con la vejez ajena.

Juan Eliecer Carrillo
Ficha del libro: VALLEJO, Fernando. Entre Fantasmas. Bogotá: Editorial Alfaguara. 2003