domingo, 28 de junio de 2009

SOBRE EL CANTO DE LAS MOSCAS DE MARÍA MERCEDES CARRANZA

Alrededor del título El Canto de las Moscas, María Mercedes Carranza recoge veinticuatro poemas en los que deambula la muerte. Esta se logra percibir a través de algunas metáforas, antítesis, comparaciones, paradojas, acertijos y disimuladas exageraciones, que configuran un intento por reelaborar una porción de la realidad colombiana cercada por su crueldad.

Los hechos acaecidos en las poblaciones de Necoclí, Dabeiba, El Doncello, Pájaro, Humadea, Ituango, Soacha, por solo mencionar unas, son el insumo aprovechado por María Mercedes Carranza para trazar un mapa del recorrido de la muerte, el cual tiene por puntos de referencia los parajes surcados por su estampa y una estela de nostalgia que se erige como sombra funesta para la reciente historia patria.

Las creaciones que contiene El Canto de las Moscas se caracterizan por una cualidad inconfundible: la brevedad irrumpe como una constante que le permite a la escritora reconstruir los hechos que pretende recrear. En este sentido, la aparente simplicidad que emplea, esconde una capacidad de síntesis auspiciada por una economía del lenguaje, que le permite forjar una imagen de la muerte en pocas palabras, acompañada necesariamente por la desolación y el olvido, las cuales están presentes en cada canto del libro.

De igual modo, la presencia solitaria del viento, la tierra, el fuego y el agua en los poemas de El Canto de las Moscas, afianzan la ausencia de la vida: el viento que ríe en las mandíbulas de los muertos, la tierra que sepulta sueños, gotas de sangre y retazos de carne, el fuego que ilumina gusanos y el agua teñida de rojo vivo, estructuran la apariencia que adquiere el despojo cada que pasa por una de las poblaciones referenciadas por libro. De esta forma, la muerte emerge ante el ocaso de la vida y se hace evidente cada vez que los elementos constitutivos que conviven con ella la reclaman.

Pese a que estas dos cualidades revisten la obra de María Mercedes Carranza, hay un detalle que le resta contundencia de una buena parte de los poemas contenidos en su libro: se ven truncados porque no supera la estrechés de la realidad; así se ven sumergidos en una tímida mimesis, la cual no les permite desprenderse plenamente del hecho real que pretende poetizar. Esto los ubica dentro de un realismo, adornado por un adecuado tratamiento del lenguaje, pero con una limitante: no logran erigirse como un mundo posible, por lo menos en el que la anulación de la vida no se vea meramente desde la nostalgia y el pesar.

Independiente del apego a la realidad, El Canto de las Moscas es certero en cuanto al cuadro que pretende dibujar. Al respecto, Mario Rivero lo precisa de una manera muy puntual en el texto inicial de libro: “Carranza siluetea un panorama de arrasada belleza: paisajes sin arco iris, donde solo florecerá el olvido, signados apenas por la ráfaga oscura y el bombardeo de las cumplidas moscas”, lo cual significa, al mejor estilo de Charles Baudelaire, un acercamiento a los despojos pútridos que deja la muerte.

Gabriel Bermúdez

Ficha del libro: Carranza, María Mercedes. El Canto de las Moscas. (Versión de los acontecimientos). Arango Editores. Bogotá. 1998. 109 paginas.

martes, 23 de junio de 2009

PORQUE EN EL RÍO DEL TIEMPO, TODOS LOS CAMINOS A ROMA VAN

En Los caminos a Roma, Fernando Vallejo, el personaje – autor da cuenta de su trasegar por Europa. El mencionado viaje resulta del interés de Vallejo por querer formarse como cineasta en la mítica ciudad italiana; lastimosamente, esta afición artística se trunca por diferentes factores, entre ellas, el desencanto mostrado por Fernando a las academias y centros de formación del llamado séptimo arte.

Sin embargo, su frustración no se ve equiparada con este hecho; ante la imposibilidad de establecerse como un estudioso del cine, el personaje toma la decisión de transitar por el viejo continente con la intención de explorarlo, conocerlo. Y en esta medida es que el relato mismo se convierte en una novela de viaje, de aventuras, por lugares inciertos y de total desconocimiento.

El errar por Italia, Francia, España, Inglaterra, Holanda y Alemania lo llevan a reflexionar sobre varias cuestiones, entre ellas, la difícil situación de un latinoamericano en Europa, y de manera particular, el amor inconmensurable que no imaginó sentir por sus abuelos, Medellín y en general, por Colombia.

Este apego le exige rememorar en las líneas de esta novela, sus momentos de infancia y adolescencia ligados al cine y la literatura; además, los instantes vividos al lado de sus abuelos –de hecho, cuando Fernando está en Roma, conoce por medio de una carta, la muerte de uno de ellos– y en especial, todo lo que dejó por ese sueño que a la larga, fuera inconcluso. Bajo esta lógica, es que Vallejo determina finalmente, volver a su tierra natal.

Los caminos a Roma, de manera paralela, señala ciertos aspectos de sumo interés en la narrativa del antioqueño que bien generarían disertaciones o algún tipo de reflexión literaria en cualquier espacio académico, sea este formal o informal. Dentro de estos elementos, es de subrayar el carácter mismo de la “autobiografía ficcional” que algunos escritores, como él, re–toman luego de determinar que no hay razón para ubicar un personaje de ficción en un relato literario, aun cuando el mismo autor pudiera situar su figura como integrante de la historia.

De esto se desprende, el polémico grado de “credibilidad” que el lector convencional pudiera darle a los aspectos autobiográficos del escritor, los cuales permanecen consignados en El rio del tiempo. Un pasaje generador de tal complejidad, se percibe cuando se sugiere que Fernando asesinó a dos personajes en su andar por Europa, y es él y no el lector, el juez de sus actos:

“¿Y el gringuito? ¿Y Madame? ¿Y la conciencia qué? ¿Así nomás se borran? ¿Así nomás se quedan? ¡Ah, ese par de sucesos inciertos, dejados a medias sin final conocido! A pie o en tren o en carro me seguían, como perros rabiosos, como coitus interruptus, como una condena.” (pág. 380)

Leyendo este fragmento se debe afirmar que todo lo dicho en una autobiografía no es necesariamente realidad pura, y sería un despropósito pensar que la producción artística relata “fielmente” hechos criminales. En la novela, Fernando, bien pudiera asesinar, robar, convertirse en pederasta, sicópata en serie, mas, sus actitudes y acciones se medirían bajo la línea de la ficción, tomando como referentes momentos de su vida real.

Por otra parte, en Los caminos a Roma, se habla de un valor casi innegable para Vallejo en la distancia: la lengua castellana; en este sentido, hay similitudes entre lo evidenciado en la novela y lo sostenido por Cioran, en tanto “no se habita un país, se habita una lengua. Ésa es la patria y no otra cosa”. Clara evidencia de esto, se presenta en una escena en la cual Fernando dialoga con una niña judía sefardí en un castellano puro, lo que genera luego en el protagonista, la siguiente remembranza:

Déjame revivir un instante el instante. Déjame oírte, recobrarte, recobrarme en el común origen, el viejo idioma mío, mío y tuyo, que he olvidado…Quinientos años tenían que haber pasado para volverlo a oír, en Roma, de tus labios, niña. Pero no. Lo que oigo es el eco.” (pág. 356)

Los caminos a Roma, es un interesante ejercicio de reconstrucción individual realizado sobre la base de las peripecias de un colombiano que busca convertirse en cineasta en el extranjero; el hecho de materializar una autobiografía compuesta con elementos ficcionales, es de igual manera importante, al igual que la pericia del autor por impedir la descontinuación de una saga biográfica, que quizá por su trasegar pudiera volverse tediosa. Por el contrario, luego de esta lectura, bienvenida es Años de indulgencia.

Juan Carrillo A
juanelcaibg@gmail.com

Ficha del Libro: VALLEJO, Fernando. El río del tiempo. Bogotá. Editorial Alfaguara. 2003

jueves, 18 de junio de 2009

EL MENDIGO COMO NÓMADA EN EL CUENTO LA MUERTE EN LA CALLE DE JOSÉ FÉLIX FUENMAYOR


Ser nómada es una condición del individuo contemporáneo. Deambular a la deriva la única posibilidad en este viaje. Somos y estamos fragmentados en el caos, en la urbe; ciudad de mendigos y andariegos es esta, todas las polis y los futuros centros de comercio, de poder y de progreso. Ser mendigo es el precio que deben pagar los otros nómadas, los que piensan, los que actúan como hojas libres al viento recio, sin destino y sin puertos de llegada.

La rutina de un mendigo en la ciudad es la trama que justifica el cuento de Fuenmayor. Es la posibilidad de un destino hostil o de un conformismo crudo, de una ciudad con mil puertas o de una polis con infinitas trampas. El hecho es pensar ciudad, juzgar la urbe, transitar por sus avenidas de silencio y muerte, es llamar sin ser oído o mendigar tan sólo una palabra, un afecto.

Fernando cruz Kronfly en su ensayo “Las ciudades literarias” presenta la categoría de la ciudad como espacio del nuevo nómada, en la que se resaltan algunos problemas recurrentes en la psicología de los habitantes, que inconscientemente se aventuran en monotonías y errancias y se ven sumergidos, muchas veces, en un nomadismo citadino, callejero, nomadismo ocupacional, moral e ideológico-político, como le ocurre siempre al personaje del cuento, pues lo absorbe un nomadismo particular que comprende la suma de todos los posibles, dando como resultado un nomadismo extremo: el existencial.

Si bien el personaje carece de reclamos por su condición social, por su destino, y por la razón de ser de su existencia, aparecen rasgos ideológicos que hacen que sea un nómada de su propia existencia, de su ser. Deambular por las calles, como se observa en el cuento, es una característica propia del nómada de la ciudad, pero divagar entre recuerdos, entre infancias perdidas y realidades vagas sin importar siquiera la condición en la que se esté, aceptando con mediocre religiosidad que todo es voluntad divina, es características de un nómada existencial que acepta ser mendigo porque es su destino: “ yo no puedo quedarme con la gente porque cada una es de otra y yo perdí la mía, entonces, la parte que me queda del mundo son las calles; por las calles es por donde puedo buscar mi propio camino, que es lo que Dios quiere, como me dijo mi tío.”

César Valencia Solanilla en su ensayo “La novela contemporánea en la modernidad” presenta lo que para él caracteriza a las actuales generaciones, y dentro de estas categorías menciona que la soledad y el desarraigo demarcan al individuo contemporáneo, son apéndices indivisibles que acompañan a gran parte de las masas. Al igual que en las generaciones modernas, al personaje del cuento lo circunda un profundo sentimiento de soledad que hace que se desprenda de todo compromiso y pertenencia con la ciudad, incluso, vive desarraigado de los espacios urbanos; prefiere vivir aislado en los arrabales y periferias. Además, posee una marcada quiebra espiritual que lo hace convaleciente, mísero y agotado, sin capacidad de empezar siquiera una actividad laboral, porque no es su destino, sin otra opción de vida que la mendicidad.

Sin embargo, es el peso asfixiante de la ciudad, de los roles, del destino, el que hace que no haya otra alternativa. Las sola idea de un personaje sin nombre es sin duda, un índice de la marcada soledad citadina que quiere exponer y expresar para nosotros Fuenmayor. “si la narrativa sobre la historia cuenta cada día con más seguidores, -dice Luz Mary Giraldo- la de la realidad urbana es más amplia y problemática, y amplía las perspectivas… la ciudad se traduce en la visión de un mundo complejo, asumido como otra forma de vida y pensamiento, un verdadero espacio en el cual “todos los caminos se cruzan”. Su vivencia concentra la individualidad y la multiplicidad en las ideas, las creencias, las costumbres, las condiciones sociales y las culturales, y está representada por personajes problemáticos, solitarios y con frecuencia abúlicos.”
[1]

El cuento presenta, además de las características del personaje, otro elemento que resulta problemático en la narrativa colombiana, teniendo en cuenta una época y estilo literario, y es precisamente el aspecto formal de la narración, que por un lado muestra un narrador en primera persona, haciendo uso del monólogo reflexivo –que también es índice de la profunda soledad del personaje- y por otro lado, elaborando cambios espacio-temporales como un juego que confecciona el tejido ideológico que sobre la misma soledad se puede pensar: individuos solitarios socialmente pero amparados por la fuerte creencia en la compañía divina, elementos que componen a la mayoría de los habitantes de Latinoamérica.

Si bien las temáticas corresponden a problemas de la ciudad contemporánea, el personaje encarna el problema postmoderno de la existencia y la representación individual. Este aspecto dista de otros escritores como Caicedo, que también propone una ciudad lúgubre y disonante, el albedrío libre de Valverde y las altas esferas de Tomás González, porque en Fuenmayor estas formas se omiten voluntariamente para que se justifique el desarraigo del mendigo, que vive apedreado y lleno de la mierda que produce la ciudad del desencanto.

Quizá lo único que acompaña a este hombre son los perros, fieles en su abandono, por eso el cuento los presenta desde el inicio hasta el final. Los perros y Dios, poruqe el mendigo siente que los unos son afecto y el otro guía.

La figura del creador como absoluto regidor de su destino hace que éste hombre no haga nada para buscar un cambio en su existencia; sólo se limita a aceptar la voluntad divina en un estado de religiosidad absurda, de conformismo y agonía en el que la calle es el sendero de la huida y la esperanza: “La manera como Dios lo conduce a uno, yo la conocí: es con riendas. Lo mejor es no rabiarse y dejar uno que le apriete bien justo el freno pues así va uno más seguro porque siente los tironcitos, por pequeños que sean, que Dios le dé. Por eso yo sentí el que me dio un día que yo me iba a ser hombre de pala para coger arena; y en seguida dejé la pala. Otros me han dado y también los he sentido. Pero cuando voy por la calle, caminando, me deja suelto porque es ése mi camino y ahí no necesito tironcitos y entonces parece que ni freno llevo puesto”

Este cuento muestra que aunque existe el nomadismo voluntario del mendigo, todos los habitantes de la urbe viven cada uno, a su modo, la misma errancia; es el no estar quieto, el hacer aquí y allá sin procurar pensar en lo hecho, en el instante en el que la causa provoca el futuro efecto; y el personaje lo sabe, y muestra a su forma de ver que todos viven lo mismo que a él le sucede, porque: “ tampoco les doy tiempo ni lugar para que me pongan ningún apodo que se me quede pegado, porque nunca me ven achantado ni dando vueltas por esos sitios que hay donde se amontona gente, que unos viene y van y se ve que están como en ocupaciones y diligencias; y otros parece que algún viento los hubiera tirado allí para nada o que creo que están esperando que el mismo viento que allí los echó les leve algo, y no saben qué.”

Si es cierto que es como un viento raro, que congela los propósitos y no permite siquiera sacudirse del helaje muerto que circunda las avenidas y las calles, y todos los senderos en que ando desprevenido y taciturno, porque como nómada comprendo el destino de los nómadas: la errancia, pero esta errancia mía es dirigida por una suerte de destino desligado del pensar divino; es este un sin camino hacia la comprensión del hombre mismo, de mi mismo, reconociendo que soy nómada porque es la circunstancia de este siglo, es el mal que me acompaña cuando leo, cuando advierto otros espacios y otros tiempos, y desvarío en el anhelo de transitarlos ávido de encuentros no terrenos. Soy nómada solitario y vagabundo, pero ante todo, se que “a mi me ven pasar, como mudo, y la gente pensará que a mi no me gusta hablar; pero no es así, es lo contrario, porque yo estoy siempre hablando, hablando conmigo mismo.”

OMAR ALEJANDRO GONZALEZ.

Ficha del Texto: Fuenmayor, José Félix. "Muerte en la calle". En Giraldo, Luz Mary. Cuentos y relatos de la literatura colombiana. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2005.

[1] Giraldo, Luz Mery: fin del siglo XX: por un nuevo lenguaje. En AAVV, literatura y cultura colombiana del siglo XX. Bogotá, pro cultura. 2000.

lunes, 15 de junio de 2009

CAMUS. LA CONEXIÓN AFRICANA

“Aunque hay un tercer bando y ese es en el que militan Camus y Maisonseul y él mismo: ni la independencia por la vía armada ni la burda opresión colonial en la que insiste el fanatismo de derecha” (159)

Esta es tal vez una de las afirmaciones políticas que mejor definen la posición de Camus frente al problema argelino: una postura intermedia, si se quiere, que despertó las malquerencias de bandos radicales en disputa. Es uno de los varios conflictos que aborda R.H. Moreno Durán en su novela Camus. La conexión africana.

La novela hace parte de una colección de la editorial Norma titulada “literatura o muerte” y en la que se publican obras que basan su trama en la historia de un escritor. Moreno Durán explora, en este caso, la vida de Albert Camus, para muchos uno de los clásicos de la literatura contemporánea, autor de obras como El extranjero, la Caída y La peste.

Dos cosas se distinguen en esta novela del escritor colombiano: primero, se hace énfasis en la vida de Camus después del final de la segunda guerra mundial, cuando ya el escritor francés gozaba de una reputación a nivel europeo; segundo, la vida de Camus se observa desde la mirada de uno de sus amigos, Lecomte, un periodista que sigue muchos de los pasos del novelista y a quien llama Bebert.

Es Lecomte quien organiza una historia policiaca alrededor de su amigo, en tanto varios de los eventos lo llevan a pensar que se está urdiendo un plan para asesinar o, en su defecto, enlodar la imagen de Camus. Por ejemplo, uno de sus contradictores, Monfalcon, muere luego de sostener una disputa con Camus en un café; Betchine, sale disparado por el frontal de un auto que pierde los frenos y en el que inicialmente iría el escritor; Maisonseul es retenido y acusado infamemente de delitos, con los cuales se pueda incriminar también al autor de La peste; y hacia el final de la novela, cuando Lecomte comparte un café con María Casares y Camus, hay un extraño accidente de tránsito que por poco les quita la vida los tres. Finalmente Lecomte se queda con la duda sobre la existencia de un complot para hacerle daño a Camus.

En realidad, pese a que este programa narrativo sugiere que Camus. La conexión africana es una novela policiaca, basada en algunos de los hechos importantes en la historia de un novelista con injerencias políticas, ese carácter detectivesco que encarna Lecomte se diluye en la narración de otros hechos, tan importantes como los de una posible redada a Camus.

Por las páginas de esta novela de Moreno Durán pasa entonces el Camus con una extraña hipótesis sobre el amor, en la que se justifica la poligamia, una de las aficiones del escritor y, paralelamente se exploran sus sufrimientos en múltiples relaciones, especialmente con su primera esposa, una drogadicta que se ríe de él en su ausencia. Así mismo, se hace referencia a los ataques de tos que Camus sufría constantemente en el padecimiento de su tuberculosis, su afición por el fútbol e incluso algunos fugaces momentos de la disputa con Sartre.

Como un panorama de la vida de Camus la novela es interesante aunque considero que tal vez la narración no se adentra en el escritor de carne y hueso: en este sentido, hay una especie de asepsia, que deriva en la sensación de estar asistiendo a la recuperación de la vida de una pieza de museo más que de un ser humano. Solo por momentos el lector alcanza a comprender los devaneos en la sensibilidad del autor de El extranjero, en especial cuando se interna en la soledad y la frustración de la relación con Simone Hie. Pero, en términos generales, ni Camus ni Lecomte –quien termina siendo el lazarillo de la narración- ni los otros personajes secundarios alcanzan a despertar verdaderas pasiones.

Es verdad que una novela no se hace solo con base en el efecto que causa en quienes la leen, pero tratándose de una obra biográfica (etiqueta que aun me despierta interrogantes), el lector esperaría ser tocado por la historia de uno de sus hitos. Es evidente que en esta pieza de Moreno Durán, se tiene tal vez una imagen más impactante que la expresada en biografías como la de Herbert Lottman, titulada Albert Camus; pero también percibo que La conexión africana se queda un poco corta en la profundización en ciertos conflictos propios del ser humano y el escritor.

En esta obra del narrador tunjano se conoce, en efecto, la encrucijada política a la que se enfrentó el novelista en la relación Argelia-Francia, es decir las polémicas frente al colonialismo galo en África: artimañas y malos deseos se mezclan en esta confrontación política; se expresan igualmente, las jugadas trapaceras para debilitar al contrario, que implican incluso la muerte de militantes. Todo eso está en el eje de una novela bien escrita, como suelen ser las de Moreno Durán, pero a la que tal vez falta lo más importante: el nervio, el corazón, las debilidades, las luchas internas.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Moreno Durán, R.H. Camus. la conexión africana. Bogotá: Morma, 2003

miércoles, 10 de junio de 2009

EL FUEGO SECRETO EN EL RIO DEL TIEMPO


El fuego secreto, es la segunda producción consignada en El rio del Tiempo, novela que como se mencionó en mi anterior texto, es importante para reconocer de alguna forma, la vida y obra de Fernando Vallejo, uno de los escritores más importantes en la actualidad literaria colombiana.

Antes de ahondar sobre el contenido del texto, es importante advertir que, comúnmente en literatura, cuando se desea reconstruir la historia intima por medio de la escritura ficcional, algunos detalles, reflexiones, opiniones o acotaciones sobre un acontecimiento o situación propias, generan una variación genérica de la trama, por lo que es fácil encontrarnos con un fragmento del pasado entrelazado en un momento determinado con una situación actual o futura, lo que hace “perder” el hilo conductor de la obra. En el caso particular, esta novela recurre a saltos de tipo temporal, por lo que se hace imprescindible determinar un verdadero objeto central de la narración.

Para tales fines, es necesario señalar que en El fuego secreto, profundiza en la juventud de Fernando Vallejo, inclinada desde un inicio al homosexualismo y al desenfreno. La obra es muy generosa en exponer, por ejemplo, el “selecto” grupo social del narrador - personaje, entre los que se destacan una variedad casi incontable de amistades homosexuales, o “maricas” como él menciona, sean estos de su natal Medellín o de Bogotá. Asímismo, se aluden a situaciones recurrentes de los personajes a nivel sentimental, que conducen al protagonista a pensar que el amor no existe, y que, por el contrario, lo que vive el hombre son “momentos de amor” (Pág. 269)

De manera paralela, la obra plantea la imposibilidad que, en su momento, tuvo Vallejo de realizarse como individuo, debido a las restricciones normativas de la Ley, ese elemento que ciñe a las sociedades a un comportamiento único e igualitario. Para ello, el personaje se burla de los tabús establecidos, sean estos terrenales o divinos. Toma la imagen de Simón Bolívar y la ridiculiza, en aras de establecer la inexistente emancipación que el mismo “Libertador” forjó en su empresa revolucionaria, inconclusa como se sabe en la historia, por la clase dirigente Santanderina y española.
Su crueldad hacia Bolívar no tiene cautela, siendo recurrentes las menciones mordaces al héroe de América:

“Mírelo usted, el Disociador, el Sanguinario, el Ambicioso, cuajada su ambición en bronce sobre un caballo. El Libertador le dicen, ¿pero de qué nos libertó? ¿De España y sus tinterillos? ¿A quienes cada dos meses cambian de alcalde, de personero, de tesorero, de gobernador, de ministro?... Vuelan las palomas sobre la estatua del héroe y la bañan de porquería. El libertador, el héroe, un héroe que murió en la cama…” (pág. 185)

Dentro de las anteriores consideraciones, podemos encontrar una idea de ciudad que fija las actitudes del personaje en su trasegar adolescente. Particularmente, la novela permite hablar de Medellín, la “bella villa”, ciudad majestuosa con el pasar del tiempo y enraizada en el imaginario del protagonista. Al respecto, el personaje la caracteriza como:

“Ciudad de cantinas, de burdeles y de iglesias. Matadero, puteadero, rezandero. En ti naci y en ti me muero hora a hora, día a día, año a año, divisando lo que solo yo alcanzo a ver desde mi alta torre (pág. 277)

En últimas, El fuego secreto, expone el panorama conflictivo del ser joven que añora la libertad, truncada por imposiciones legalistas y religiosas de la sociedad antioqueña. De igual modo, se evidencian los múltiples fracasos y frustraciones propios de este joven irreverente. Como comentario final, agregaría que es una narración divertida, con un alto grado de ilustración espacio temporal y, sobre todo, con un gran escepticismo que brota entrelineas.

Juan Carrillo A
juanelcaibg@gmail.com

Ficha del Libro: VALLEJO, Fernando. El río del tiempo. Bogotá. Editorial Alfaguara. 2003

viernes, 5 de junio de 2009

YA ESCRIBEN LA BOGOTA DEL “CELU” Y LA INTERNET.

Recuerdo a un familiar que ingresó a la universidad, a cuatro años de haber culminado el bachillerato en un colegio de un apartado municipio. El hombre- desde el primer semestre- se destacaba en lo concerniente a la comprensión y recepción textual en comparación con sus jóvenes compañeros, que recién acababan de soltar la toga y el birrete. ¿Cómo explicar lo anterior?

¿El nivel académico del salón dejaba mucho qué desear? ¿El colegio de dónde era egresado era bueno en comparación con los colegios de los cuales habían salido sus compañeros? ¿Él era un aventajado que debería estar en el Instituto Merani?


De acuerdo con este caso, resulta pertinente para los fines de este escrito recurrir a la pregunta de si el escritor nace o se hace. Pero más que citar un interrogante que pulula en cátedras, charlas y textos afines a la literatura, es menester tratar de dilucidarla a la luz de las crecientes propuestas de enseñanza-aprendizaje de la considerada escritura creativa, abanderada por los talleres de creación literaria, seminarios, cursos, especializaciones y por supuesto, los diplomados.

¿Pero qué tiene que ver lo dicho hasta el momento con el título del presente texto?
El titular, a modo de sinécdoque (La Bogotá del “celu” y la internet) el cual hallé en la sección cultural del periódico en mención, sirve para presentar Cenizas en el andén antología que recoge veintitrés relatos producto del taller de cuentos ciudad de Bogotá 2008. Una obra que surge de la iniciativa de la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa (Renata) que desde el 2006 apoya Mincultura en 33 ciudades, en compañía de la fundación Gilberto Alzate Avendaño, bajo la tutela del escritor Roberto Rubiano Vargas.

En la foto que aparece en la cabecera derecha de la sección cultural, se muestra a jóvenes de tenis viejos, mochila, saco de lana, sandalia, bufanda, jean o gafas a lo Gina parody. Universitarios al igual que nosotros, sólo que éstos sí andan en un cuento bacano. Son ellos los gestores de un proyecto autofinanciado que se llevó a cabo el año inmediatamente anterior en la Biblioteca El Tunal, bajo la dirección de Carlos Castillo Quintero, director del taller para Bogotá.

El compilado de cuentos presenta como asuntos narrativos a “La Bogotá futurista, una fotógrafa de penes, o las relaciones clandestinas en los buses de Transmilenio”, los cuales en palabras de Roberto Rubiano, son narrados sin morbo o crueldad por voces frescas que demuestran que no hay tema malo sino mal enfocado. Esto se puede lograr dando matices a temas trajinados como el amor, la muerte, la soledad, entre otros. “Es una generación de escritores que se ha preparado para el oficio, una narrativa joven que nos cuenta una ciudad sórdida” agrega.

Respecto a la respuesta a la cuestión de si el escritor nace o se hace, es pertinente hacer caso omiso al prejuicio e incluso el juicio ligero de quienes despotrican acerca de los proyectos formales de escritura creativa (diplomados) sin tener conocimiento de causa acerca de los objetivos que éstos procuran, a saber: dotar de herramientas teórico- procedimentales a los participantes para tener un acercamiento significativo a las diversas manifestaciones literarias; se presentan como una alternativa pedagógico-didáctica para docentes que vean en la escritura creativa una opción justificada, incluso desde la normatividad oficial, para llevar a cabo la flexibilidad y apertura curricular; posibilitar el desarrollo de las diversas inteligencias, la competencia literaria y por ende la comunicativa; propiciar lecturas alternativas del contexto, y la gestación de nuevas generaciones de escritores potenciales.

Luego, el escritor sí se hace tras tener una significativa socialización primaria y secundaria producto del impulso de su capacidad creativa en cualquier dimensión estética según la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner: la verbal-lingüística, al tener la posibilidad de ver a familiares leyendo, manipulando libros, escuchando música, pintando, asistiendo a eventos, dibujando, entre otras actividades que fomentan el desarrollo del pensamiento divergente o fantaseador, a la vez que se educa en la cultura de la autonomía y el no plagio, y el trabajo perseverante con la palabra para re-crear realidades.

Aunado a lo anterior, me parece interesante la experiencia que llevan cabo universidades como la Pedagógica, Distrital, y Javeriana en cuanto a obligar a los estudiantes -sin importar la carrera- a leer cien novelas durante su formación; o a educarles en cuanto al no plagio intelectual por medio de revistas de historietas; o a establecer convenios con los colegios de donde provienen los estudiantes egresados, para observar el proceso de transición y el grado de desarrollo de su competencia comunicativa durante los dos primeros semestres universitarios.


Lo anterior justifica la necesidad y hasta obligatoriedad de la inclusión de proyectos pedagógicos en escritura creativa en las disciplinas afines a las humanidades y por qué no en las demás áreas obligatorias y optativas del currículo. Puesto que no se puede seguir considerando que “el escritor era un señor por allá metido en una buhardilla, enfrentado a sus fantasmas, escribiendo la gran obra, que iban a apreciar luego de su muerte” como afirma Rubiano, o que escribir ficción es algo que no es inherente al ciudadano de a pie.

Pero para orientar esas propuestas de escritura ficcional o para denigrar de las mismas, se requiere de preparación, plantear la discusión o la crítica con elementos de juicio y no sin desconocimiento de causa, para que las propuestas de intervención creativa no se queden en el activismo, la lúdica, la anécdota ramplona, la charla pasajera, el ornato innecesario, o como las concepciones respecto al cuento que abusan de la generalización o la dicotomía conceptual, por citar un caso, y se convierten en obstáculos epistemológicos.

Por estas razones expuestas y en medio de esta aridez creativa, de pensamiento uniforme y estéril, resultan válidas propuestas de creación escritural con fines estéticos, el concurso de cuento RCN, los talleres de Renata, en nuestro caso más cercano la revista Kinismo.


Según lo expuesto a lo largo del texto, quienes denigran de estas propuestas me incitan a creer que posan de ingenuos ante la normatividad al respecto expuesta por el ministerio de educación en los documentos como los lineamientos y estándares curriculares, o no quieren aceptar por simple y vacua terquedad el estado del arte en cuanto al tema.

JOSÈ ALEJANDRO LOZANO CARDOZO
alejocar23@yahoo.es
Referencia: YA ESCRIBEN LA BOGOTÀ “DEL CELU” Y LA INTERNET En: El Tiempo. Bogotá D.C. 27, Febrero, 2009, sec. 2.

martes, 2 de junio de 2009

ACTUALIDAD DE MAMBRÚ

Ahora que los norcoreanos han decidido reactivar la carrera armamentista en Asia, recordé la novela Mambrú de R.H. Moreno Durán. En ella se expresa la posición que tuvo el país en la guerra de Corea de 1952, cuando bajo el gobierno de Laureano Gómez, varios soldados colombianos fueron en “apoyo” de tropas extranjeras, más como carne de cañón que como verdaderas piezas importantes en la contienda.

Cuando la leí me divertí desmasiado con la historia: un historiador desea recrear las vicisitudes de su padre, un héroe de la guerra de Corea, a partir del testimonio de varios de los veteranos que estuvieron con él en el frente de batalla. Allí se van desgranando los renglones más importantes de la historia política pero también de la personal del protagonista: por un lado, la manera como Laureano se congraciaba –enviando colombianos a las trincheras asiáticas- con Estados Unidos, tratando de atraer la mirada de la potencia mundial; también se cuenta la falta de convicción política de los soldados que viajaban al frente de batalla, huyéndole a la violencia política bipartidista -que en el gobierno de Gómez se recrudeció- más que pensando en luchar por la libertad del ser humano; por último, se descubren –todo a partir de sugerencias- las verdaderas razones de la muerte del padre del historiador: un triángulo amoroso homosexual lo llevó a recibir un disparo de uno de sus propios compañeros de tropa.

Mambrú es una de esas novelas que invitan a reconocer la historia nacional y mundial y acaso gracias a ella entiendo hoy por qué los norteamericanos están tan preocupados por las pruebas de Corea del Norte. Sin embargo, pese a mis afectos y a los constantes y merecidos elogios por la obra de Moreno Durán, la relectura de Mambrú me ha dejado un sin sabor.


Por un lado, se percibe mucho el sesgo ideológico frente al gobierno de Laureano a quien describe con imágenes caninas y monstruosas: se entiende que para la mayoría de sus opositores, el gobierno del dictador civil haya sido nefasto, pero aburre un poco cuando la novela se pone en plan de denuncia.

De otra parte, si bien es cierto que los malabares lingüísticos de Moreno Durán son de un humor fino –la tragedia sobre el Chimbo-raso, la godorrea, para solo recordar dos ejemplos- algunas de estas salidas, en boca de personajes, se vuelven inverosímiles: está bien que el narrador domine el lenguaje hasta el punto de poder ser creativo y producir humor, pero que sus criaturas tengan de repente ese don, suena un tanto impostado.

Pese a esos elementos, que destruyen un poco el poder de esta ficción, la preocupación de R.H Moreno por recrear una nueva historia colombiana a través de la lectura de la novela, se cumple a cabalidad. Es un lugar común ya en la tradición de la novela colombiana que exista una vertiente preocupada por recuperar hechos del pasado para reelaborarlos desde una mirada más crítica. Obras colombianas como Ursúa y El país de la canela, Los pecados de Inés de Hinojosa, o La ceniza del libertador, para no agotar las listas de siempre, vuelven su visión a nuestra historia.

Entiendo que son diferentes las situaciones y que hoy en día hemos comprendido algunos de nuestros errores, pero, por si acaso, es necesario recordar la lección de Mambrú: para obtener prebendas de los norteamericanos (¿un TLC por ejemplo?) no se debe sacrificar la vida de colombianos que viajen al frente de una guerra que no entienden; que a ninguna inteligencia superior se le ocurra enviar compatriotas a norcorea: ya tenemos suficiente con lo que vivimos internamente.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Moreno Durán, R.H. Mambrú. Bogotá: Santillana, 1996.