martes, 28 de abril de 2009

SOBRE “AL PIE DE LA LETRA” DE NANA RODRÍGUEZ.

Un libro con muchas notas al pie de página es agobiante: no tiene uno tiempo de detenerse en las ideas que se están desarrollando cuando el autor decide que es el momento de interrumpir el hilo de la línea leída, para volver sobre el final de la página, allí donde espera la referencia. Algunos académicos se relamen con las citas y se sienten orgullosos del saber acumulado, traducido en referencias que ocupan el texto desaforadamente, haciendo gala de un envanecimiento casi secreto. No es raro que pase en el mundo libresco: el consumo de textos es sinónimo de ilustración y esta a la vez lo es de prestancia.

En cambio es sorpresivo encontrar esas referencias al pie de página en las obras literarias: salvo en ediciones comentadas, la prosa, el verso o el diálogo, transcurren sin intermitencias, al ritmo de los ojos y la mente del lector. Cuando me encuentro con algunos de aquellos libros, regularmente de lujo y con certeros comentarios de la obra, no se exactamente qué camino coger.

Por ejemplo, detenerse en las notas al pie de la versión de El quijote de Círculo de Lectores, es enfrentarse a esos saltos que en ocasiones iluminan la obra pero a costa de refrenar el deleite de la ironía y ese tono bufonesco tan refrescante; no se ha arrancado -hacia la quinta palabra del capítulo primero (Mancha), el superíndice coquetea- cuando ya el editor invita llevar la mirada cerca del margen inferior. En el caso de esta edición de la novela de Cervantes, algunas notas son iluminadoras, pero otras apenas aclaran el significado que tenía una palabra en la España del autor; estos últimos son datos semánticos importantes, pero en ocasiones prefiero jugar a omitirlos antes de hacer una parada indeseada en un momento de alta tensión.

He llegado a estas reflexiones a partir de la lectura de una minificción de la escritora Nana Rodríguez, publicada en la antología hecha por el profesor Henry González (las entradas sobre el tema de mis compañeros de Grupo, y un gusto por este género fueron motivadores) Suelo buscar en la minificción el final sorpresivo, que dé un vuelco total al mundo, configurado no solo en las líneas previas, sino en el universo empírico, el que conozco por mis sentidos. De entrada pongo mucha atención en el título y sé que cada una de las partes debe ser leída con atención de cirujano. El cuento dice lo siguiente:

AL PIE DE LA LETRA
Un poeta críptico se hizo famoso porque acostumbraba colocar notas de pie de página a sus poemas.
Con el tiempo, los lectores ansiosos compraban sus libros, para gozar la poesía que brotaba silvestre de sus notas de pie de página.

Pienso que esta pieza tiene su virtud en dos cuestiones básicas: por un lado plantea la oposición entre la poesía hecha con imágenes herméticas y aquella que supone un lenguaje mucho más transparente; por el otro, habla sobre la equivocación de algunos poetas que no se dan cuenta que algunas de sus propias obras, consideradas por ellos marginales, son en realidad las más significativas.


En el primero de los casos, la cuestión ya ha sido tratado por Jorge Luis Borges en Arte poética; su conclusión es que lo importante en poesía no es el hermetismo o la transparencia, sino que, en cualquiera de los casos, aquella nos hable de múltiples mundos, nos exprese la belleza desde la sonoridad de la palabra y la oración que pesan incluso más que el mismo sentido.

En el segundo de los casos, suele suceder que algunos poetas concentran todas sus fuerzas en obras incomunicables, con imágenes que terminan por agotarlos, no solo a ellos como creadores, sino también a sus lectores. Cuando en sus ratos libres, y despojados de las exigencias de su trabajo escritural, se lanzan a la elaboración poética, alcanzan verdaderos niveles de belleza. No siempre es así: aprecio el trabajo disciplinado de escritores como Flaubert y Saramago – aunque me queda más difícil pensar en ejemplos de poetas. Debe ser que precisamente lo que desea expresar la minificción de Nana Rodríguez es que la poesía es un genero más libre –aunque no espontáneo, ni de divagaciones epifánicas- y tal vez mucho menos preparado con antelación que la prosa y el drama.

La autora de Al pie de la letra presenta con ironía esas contradicciones de un poeta que se realiza en sus notas al pie de página, en el momento en que se despoja de las camisas de fuerza de la creación. No ocurre en todos los libros –aunque en ocasiones uno ruega porque algunos poemas y cuentos tengan una larga lista de pie de páginas que los salve- pero en todo caso debemos estar pendientes de ahora en adelante: un talento fugaz puede huir, tímido, detrás de las citas de sus desafortunadas creaciones.
Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del libro: González , Henry. La minificción en Colombia. Colombia: Universidad Pedagógica Nacional, 2002.

sábado, 25 de abril de 2009

EMPAPELADO: HALLAZGOS EN LAS LECTURAS DOMINICALES DE EL TIEMPO

Cuando estaban a punto de ser arrojados a la basura, o ser utilizados para otros menesteres higiénicos, rescaté algunas muestras de prensa y unas revistas, en las cuales encontré las siguientes perlas, que poco a poco iré dando a conocer en próximas entregas.

Pero, antes de “sacarlas de su concha” , exhorto a los seguidores de nuestro blog a que espulguen a menudo la información que circula en estos canales propensos a extinguirse, y que, pese a que Rubén Blades diga en una canción que “no cree en lo que dicen los diarios”, o que encontremos en la tapa de estos medios, fotos de miembros del gobierno, tragedias, casos de corrupción, cifras de miseria, mujeres voluptuosas u opulentas celebridades,- desde mi óptica- todavía es posible encontrar desparramada sobre ellos, tinta agradable para degustar.

“Pequeñas y Feroces”. Este no es el titulo de una película ni un documental de la National Geographic; tampoco el calificativo para una parte de la niñez de hoy. No: es el nombre de un apetitoso artículo que digerí en un bufete patrocinado por Lecturas de El Tiempo.

“Con esta velocidad…minificciones. el colmo del desafio es llegar a provocar emocion sin sentimientos en tan breve espacio”. (Ana María Shua). Por medio de esta cita, ya se enteraron del contenido del texto en mención. Artículo a cuatro columnas cuyo contexto situacional tuvo como referente, “El primer encuentro nacional de minificción Luis Vidales, realizado recientemente en la Universidad Nacional, con el patrocinio de la pedagógica.”

Pese a que la crítica no ha considerado la minificción como nuevo género literario, y que no es una tendencia reciente, sí es notoria y gratificante la acogida de esta forma de escritura creativa entre lectores y escritores jóvenes. De ello doy cuenta tras conocer “gomosos” de la minificción a los cuales les veo o un libro o algunos manuscritos que esperan – algún día- ser apadrinados por una editorial, llámese Pijao, Lastra, Santillana, Paidos, Planeta, u Oveja Negra.

Con motivo del encuentro, el articulista le otorga peso a su escrito basado en apreciaciones emitidas por autoridades en la materia, -que si bien no son compatriotas nuestros, dan luces para aproximarnos a esta interesante pandemia literaria. Dichas autoridades como Ana María Shua y Raúl Brasca (Argentina), Antonio Muñoz Molina (español) y el mexicano Lauro Zavala (gestor del Primer Coloquio Internacional sobre minificción hace una década), ven en la ficción breve, una máxima condensación artística del lenguaje que va de una hasta 25 líneas, dotada de ironía, violencia, jocosidad, humor negro. De igual manera, la irreverencia en su forma y contenido, que alberga todos los géneros e incluso inmiscuye formas discursivas impensables para el ejercicio literario.

Según lo anterior, si el cuento debe ganar por knockout, ¿de qué manera nos vencerá un minicuento, cuento breve, microrrelato, etc.? He ahí lo complejo: expresar todo un universo en pocas líneas. “La minificción es el futuro. Será la literatura del siglo XXI: breve, rápida, ágil, veloz e inteligente”. Expresó un estudiante que participó en el citado encuentro.

El texto ofrece fechas tentativas y autores que han consolidado este tipo de producción literaria, reafirmando su carácter de fenómeno no reciente. La mini ficción -aunque no tuviera esta etiqueta- se encuentra en muestras de la tradición oral y está representada en América latina por escritores del talante de Cortázar, Borges, Bioy Casares, Arreola y Monterroso, quienes utilizan el chiste, el aforismo, la reflexión, la parodia, la sentencia y la poesía, para erguirse como profetas de esta clase de propuesta literaria.

Para ir cerrando este texto, dos citas de la argentina Ana María Shua: “Las mini ficciones son pequeñas y feroces como las pirañas o, tal vez, más peligrosas porque no actúan en cardumen. Si se atrapa una es que está muerta”. Así mismo, me permito ofrecerles una respuesta de la misma autora en cuanto, ¿Cómo saber si un texto es o no una mini ficción? “Para aquellos a quienes angustie la duda, tengo una respuesta sencilla. Si parece un chiste, es un chiste. Si parece un poema, es un poema. Si parece un aforismo, es un aforismo. Si no se sabe bien de que se trata, es una mini ficción.

En suma, nos restaría agregar que actuar cual voyeristas de vez en cuando, no caería tan mal. Pero me refiero a la actitud de curiosear esta clase de medios de divulgación que, pese a su paulatina desaparición, ofrecen la alternativa de la lectura rumiante, del subrayado, la retroalimentación, y la profundización acerca de temas interesantes, en contraste con el vértigo, la espectacularizaciòn y la posibilidad de textos con desarrollos superfluos, sin olvidar la tentación de “picar aquí y allá” simultáneamente, en la red. No extenderé más esta pesquisa, pues sería contradictorio hacerlo al haber hablado acerca de la mini ficción. Así que dejaré otras “pildoritas periodísticas” si se me permite llamarlas así, para próximas entradas.

JOSE ALEJANDRO LOZANO CARDOZO
alejocar23@yahoo.es

REFERENCIA:
REY, GLORIA HELENA, Pequeñas y Feroces, En: LECTURAS, PERIODICO EL TIEMPO, 4 columnas, Marzo de 2009, p. 25.

martes, 21 de abril de 2009

LATINOAMERICA Y LA CALLE AL DESNUDO

En una noche de buen metal, alargada por una imprudente cantidad de cervezas y en medio de una conversación gustosa, sin reparos en consecuencias le solté a mi amigo la pregunta que siempre hacia cuando ya estaba cansado de hablar mierda y quería entrar en discusiones un poco más avanzadas.

-¿Ya ha leído al escritor caleño, este jovencito, de pelo largo, gafas y nariz insolente?

- No –respondió- no lo he leído, no lo conozco.

Un poco extrañado reflexioné en el “cómo es posible que exista alguien que no haya tenido ni siquiera un mínimo contacto con él, si hasta en el colegio su libro se convierte en lectura obligada”.

-Creo que usted no alcanza a imaginar lo hermoso que es –dije- no él, sino el libro, es una historia muy cruda y reveladora.

-Siempre me dice lo mismo de los libros y cuando me acerco a ellos, resulta que es una trampa para que simplemente me los lea y hasta los abandone a la mitad.

Tenía razón. Cada vez que veía la oportunidad le nombraba un libro y resumía su anécdota, sólo con el fin de engatusarlo. Pero ésta vez no era así; había en mi una sincera voluntad de mostrarle a través de una novela, que un escritor no necesita ser viejo ni estar chupado en libros para escribir una obra que se clave de golpe en la literatura nacional.

- Es cierto, pero créame, que esa vez, que se me pudra la lengua si miento, le hablo en serio. Imagínese un tipo como usted y yo, que sea capaz de resumir y analizar la historia latinoamericana en una novela, y con capacidad de contundencia y convencimiento que a uno no le queda más que chupar banca en el parque hasta que se la termine.

- Querrá decir hasta que se canse –corrigió de tajo-

- Cómo se le ocurre –retomé- es más, con decirle que, al contrario de lo que se puede imaginar de un caleño pura fiesta y pendenciero, la novela es protagonizada por una mujer, joven y buena hembra.

En este punto quise soltar una parrafada de éxtasis para mostrarle, sin tapujos, la violenta, seductora y descarriada rubia, rubísima. Soy tan rubia que me dicen “mona, no es más sino que aletee ese pelo sobre mi cara y verá que me libra de esta sombra que me acosa”, pero no, solo atiné a decirle que esa mujer encierra la juventud de este continente, con sus miedos y frustraciones, sus deseos y alucinaciones en una generación sui generis y quisquillosa.

- Porque eso si, -dije certero- la nena salió fue pero avispa para las drogas, y ni para qué hablar de lo rumbera. Se lo juro, mi viejo, que con una niña así, hago mercado en el paraíso, como en le purgatorio y amanezco en el infierno.

-Cómo así, papá, ¿quiere decir que en ese libro hay una hembra viciosa?

Quise explicar más que eso, que no se trataba de una viciosa, como él la llamaba, sino de una mujer que encuentra en la música y los alucinógenos una forma de sentirse viva, de quitarle a los días la pesadez, para refugiarse en la infinita noche de una Cali pachanguera, una mujer que deambula como nómada por la música rock y la salsa, porque su cuerpo y su vida son notas esparcidas al pentagrama del viento, del que se alimenta, como su hermosa y rubia cabellera.

- Claro que sí, y le jala a todo; cocaína, marihuana, y hasta hongos. Severo viaje, mi loco, hongos. Es hongófaga. Lo más parecido a los hongos en la literatura, lo recuerdo en Alicia en el país de las maravillas.

- ¿Y el libro cuenta los efectos de la silosibina?

- Contar es poquito. Aparte de soltarle todo lo que puede ser un alucine con hongos, le presenta la jerga caleña, la de los pillos, de las claves y las “vueltas”. Toda una obra de andenes y bisutería citadina suburbial.

Si le digo más me le tiro el libro. Por poco y le zampo la información de cómo, por medio de un estudio riguroso, el autor descifra las formas comunicativas de los suburbios caleños, interpreta su simbología y significado y se atreve a develarlos en un ambiente de hongos, rio, montaña y gringos listos para el asado.

- Oiga bien –dije, este fragmento que recuerdo ahora y verá que no es mentira: “debes tener el cráneo como colador. Y no te da vergüenza que te vean las vacas y que piensen, con panza, bonete, librillo y cuajar: ¿bípedo comemierda?” Si ve mi viejo, tal y como uno habla en la calle; cuando lo, leí me pareció estar hablando con usted, como ahora.

Quedamos en silencio un rato, bebió su último sorbo de cerveza y saltó de la mesa diciendo:

- Esta parla está bacana, pero ya estoy como entonado. Voy a pagar y me voy, haber si duermo y mañana de seguro, me la leo.

Nunca, a pesar de lo borracho que estaba, lo escuché decir con convicción que quería leer un libro que le contara, pero, a decir verdad, guardé para su propia lectura eso del trasfondo político y cultural que trae la novela, así como sus revolucionarias formas de escritura, en la que no solo es novedoso el lenguaje, sino el empleo directo de canciones, encuestas, grafitis y piropos.

Quedé con las ganas de hablar del autor y sus ideas de vivir rápido y morir joven, que tal vez justificarían el hecho de que se haya suicidado a los veinticinco años y proyectara su psiquis en el alma de una mujer que recorrió todos los sectores sociales y las ideologías de una América Latina siempre tercermundista, en decadencia, rumbera y pobre. Que más da, pensé que de algún modo eso habría sido suficiente para moler su imaginación y hacerla estallar en inquietudes y dudas, y sobre todo, ganas de leer una buena novela colombiana.

Ya estaba a punto de desplomarme por el alcohol y entregarme a Baco cuando su voz tambaleante se alzó desde la entrada del bar:

- Oiga, pendejo, no me dijo como se llama el libro.

Casi dos horas hablando de él, narrando con entusiasmo y verdadero gozo el compendio de sus páginas y esforzándome por guardar la mejor parte para que la descubriera en su lectura, y fui tan bestia de olvidar la clave: darle el nombre del puto libro que me había amarrado y ahora quería que lo hiciera con él.

- Que viva la música, de Andrés Caicedo –dije balbuceando al tiempo que descolgaba la cabeza en la barra y me entregaba al éxtasis de la embriaguez y una buena noche de metal, yo, a mis veinticinco años.

OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ.

Ficha del libro: Caicedo, Andrés. Que viva la Música. Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2001.

sábado, 18 de abril de 2009

LA MINIFICCIÓN EN COLOMBIA

Sueño con inmensas cosmogonías, sagas y epopeyas encerradas en las dimensiones de un epigrama”
Italo Calvino

La minificción en Colombia, es un esfuerzo que se enmarca dentro de un convenio de cooperación suscrito entre la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia y la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco, de México, y se articula al propósito común de “difundir algunos de los valores culturales latinoamericanos, sin ningún interés lucrativo, y, fundamentalmente […] contribuir al diálogo fructífero entre críticos, profesores, estudiantes y los más eximios talentos de nuestras naciones, a más de ser un gran aliciente para el desarrollo cultural de nuestros pueblos”.


La responsabilidad del profesor Henry González Martínez hizo posible una antología de los más destacados minicuentos colombianos. Esta, se encuentra “compuesta de cincuenta creaciones […] de escritores representativos del género, en cuyos textos se recrean múltiples temáticas y se expresan las concepciones poéticas de cada uno, tendientes todas ellas a contribuir con la fina urdimbre de una creación estética como el minicuento”.

En el estudio preliminar que antecede a la selección de minificciones, el profesor González precisa los orígenes del minicuento; expone las posturas existentes frente a su denominación para concretar una noción al respecto; y determina la presencia y desarrollo de estas creaciones en Latinoamérica y Colombia, a partir del establecimiento de cuatro momentos significativos que determinan, de forma parcial, una breve historia de la minificción.

Los minicuentos que constituyen la antología, como lo afirma el profesor González, se caracterizan por una alta capacidad inventiva, ingenio, esfuerzo creador, concentración verbal y gran economía en el lenguaje. De esta forma, se desvirtúa que la reelaboración de un hecho demanda más de un millar de palabras; empleando pocas y sobre todo las certeras, es posible concretar una minificción lo suficientemente capaz de recrear el mundo.

Empero, esta no es la única cualidad de las minificciones seleccionadas. El tratamiento otorgado por algunos escritores a ciertos temas, se constituye en otra característica valiosa. En este sentido, la designación de ciertas situaciones de la vida cotidiana con otras palabras, deriva en ficciones magistrales que ponen bajo un velo cegador las temáticas abordadas. La exageración a la que es sometida la realidad, propicia un cariz irónico que pone en signos de interrogación la rigidez lógica del mundo; la inversión a la cual se someten algunos personajes, posibilita una desconfianza frente a la realidad.

Después de Elementos para una teoría del minicuento (1996) de Nana Rodríguez, Cuento y miniCuento (1997) de Ángela María Pérez y Antología del Cuento Corto Colombiano, La minificción en Colombia se erige, por una parte, como libro que formula algunos apuntes teóricos y unas hipótesis parciales acerca de la historia del minicuento en Colombia y, por otra, continúa reagrupando la producción minicuentística dispersa en periódicos, revistas y libros no especializados en este “genero”. De esta manera, La minificción en Colombia le confiere un status diferente al minicuento, el cual deja de ser un mero subgénero y adquiere otras dimensiones que permiten valorarlo como una creación literaria.

Gabriel Bermúdez

Ficha del Libro: González Martínez, Henry. La minificción en Colombia. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2002. 97 paginas.

miércoles, 15 de abril de 2009

FERNANDO VALLEJO Y “EL MOSTRUO BICEFALO” QUE DOMINA A COLOMBIA.

En la Europa del siglo XVIII, el escritor era considerado un “sabio” dentro de las sociedades. Su palabra tenía un valor comparable con el de la figura política, lo que permitió en ese momento a las comunidades, estar prestas a escuchar las iluminadas opiniones y reflexiones de aquellos quienes profesaban el arte de las letras. No obstante, el afianzamiento de la burguesía y las ansias de expansionismo de algunas naciones, sumado al viraje en las concepciones de producción humana, hicieron que esa figura erudita perdiera su mismo carácter, por considerarle “vago e improductivo” frente a los incontables seres que buscaban enriquecerse a costa de lo que fuera.

De esto se desprende un cambio drástico de paradigmas, en el cual primaron fuertemente las labores físicas sobre las intelectuales; al escritor, no le quedó otra salida que aislarse de la sociedad, pues era consiente en su momento que una novela (su producción) no iba a tener el mismo valor, en términos económicos, frente a lo producido por un obrero, banquero, prestamista, el cual tenía la capacidad de ascender y ganar más, producto del trabajo material.

El retiro abrupto del escritor de los espacios sociales lo ha comprometido bastante, hasta el punto de opacar su imagen y su trascendencia como el verdadero artista y visionario. En Colombia, este fenómeno no nos ha sido ajeno; recordar a aquellos poetas modernistas y vanguardistas, forjadores de la desacralización de la poética y el arte, significa ubicarlos en los sótanos de una sociedad ultra católica y sumisa a dictámenes oficiales.

El presente también nos ha demostrado sus debidas excepciones, y aun en estos tiempos, vemos por ejemplo a Fernando Vallejo como un fiel exponente de discusiones controvertidas y polémicas que causan revuelo y adquieren legitimidad en esta era del conocimiento. Este intelectual antioqueño, se presenta al I Congreso de escritores colombianos, realizado en Medellín en los años de 1998, y frente a un público selecto, ofrece el discurso correspondiente a la apertura del certamen, el cual llamó El monstruo bicéfalo.

En esta ocasión, el escritor de La Virgen de los sicarios, no arremete de manera vehemente contra la Iglesia y la religión; el blanco de sus críticas es la clase dominante del país. Vallejo expone que Colombia ha sido y seguirá siendo un país infame, gracias a la clase política que la ha gobernado desde antaño. Para deslegitimar eso de que somos “el país con la democracia más consolidada de América Latina” el escritor señala a las dos grandes corrientes ideológicas y políticas predominantes que han estado siempre en el poder, causantes del caos: Partido Liberal y Conservador. Esos dos para él han creado, luego de pactos cerrados como los del Frente Nacional, a ese Monstruo bicéfalo, cruel y sanguinario.

Para hacer notoria su apreciación, culpa a los tradicionales partidos políticos de ser los originarios de la debacle en nuestra sociedad; para el escritor, son estos los autores de todas las desapariciones campesinas en la mitad del siglo anterior que marcaron la época de la violencia. Además de provocar en el seno de la patria, guerras civiles y de encaminar a Colombia a una completa degradación social.

Del mismo modo, Vallejo arremete contra los paramilitares y la insurgencia colombiana; a esta última le intitula algunos males que imperan en la actualidad, como son el secuestro extorsivo, asesinatos a opositores de sus principios y actores de la descomposición rural a raíz del conflicto social y armado. Nadie se salva del dedo inquisidor del antioqueño. Para él, no hay salvaciones, ni consideraciones: todo se consume cuando la muerte se presenta a diario, en “el país más asesino de la tierra”; estas candentes reflexiones nos llevan a indagar sobre la opinión que pudiera merecer a los asistentes, este discurso de bienvenida ofrecido por una de las mentes polémicas y explosivas de la actualidad.

Este tipo de discursos son recomendables y pudieran, en un momento determinado, ser valiosas en el ámbito académico, porque permite tener de primera mano las apreciaciones de una historia que el propio oficialismo quiere borrar; pero que la voz de los que sufren la mantienen viva. Vallejo ha sido víctima de este sistema, y por tal motivo, él se proclama vocero de todos aquellos que por motivos ajenos han tenido que partir. Su denuncia debe ser tenida en cuenta, en los días en que nada de lo dicho hace casi diez años, ha cambiado. Todo sigue igual: las palabras de Vallejo están vigentes.

Juan Carrillo A

juanelcaibg@gmail.com

domingo, 12 de abril de 2009

EXTRAÑA BIOGRAFÍA: SOBRE UN LIBRO DE FERNANDO VALLEJO

La excentricidad ha sido una de las marcas de Fernando Vallejo, ya sea por su condena furiosa a íconos de la cultura colombiana (expresidentes, escritores, políticos), por sus salidas en público, acompañado en ocasiones de perros callejeros, o por sus invectivas a Dios y a la iglesia católica. Es un personaje del que no es posible hablar en términos medios. Debo confesar que disfruto con su humor negro y la graciosa acritud de sus argumentos, casi siempre destinados a levantar ampollas en quien lo escucha; pero debo confesar también que en ocasiones me agotan sus fórmulas reiteradas en la prosa, una especie de confesiones sentenciosas, con mucho realismo y de ironía.

Puede haber una discusión muy amplia sobre el carácter repetitivo de la obra de Vallejo, porque él mismo se ha encargado de presentar en sus novelas, tramas diferentes, para evitar la reiteración: la historia de un hombre unido a dos sicarios; la de Fernando, que ve cómo se deteriora la vida de su hermano, en medio de la dictadura familiar de una madre aprovechada; la de unos escritores colombianos que se encuentran en Barcelona para expiar sus errores; o la de un alcalde homosexual hermano de un narrador al tanto de defenderlo. Estas son solo revisiones pasajeras de algunas novelas que conforman su producción.

Hay un texto que, sin embargo, aunque no se desprende del todo de un estilo particular, es singular dentro del género en el que se ubica: se trata de Almas en pena, Chapolas negras. Dicho libro es una extraña biografía de José Asunción Silva, hecha a la luz de su cuaderno de contabilidad. Cualquiera podría pensar que a partir de un documento de este tipo es imposible hablar de los demonios y caídas de un ser humano y que hubiera sido mejor centrarse en lo excelso de su poesía o en testimonios de sus contemporáneos, para referirse a la vida de quien, en ocasiones como pieza de museo, en otras como verdadero actor de nuestra historia, ha dejado su obra para la posteridad. Pero la virtud de Vallejo está precisamente en encontrar al hombre detrás de las frías cifras.

La contabilidad de Silva le sirve a Vallejo para repasar algo de la historia nacional, con su habitual ironía: pasan Miguel Antonio Caro, los Holguín Sardi, Ismael Enrique Arciniegas, y en general toda la alta sociedad bogotana de principios de siglo XX. Su pluma es implacable. Por ejemplo, de Baldomero Sanín Cano –sin duda uno de los más importantes críticos colombianos de la historia del siglo XX- afirma lo siguiente: “…adelantó el alto ministerio de la enseñanza en escritos de un estilo descuidado y con una manía inconfundible, suya suya: la de unas perífrasis innecesarias, pendejadas, en lugar de simples palabras que habría usado cualquier mortal. Por ejemplo… en vez de decir ‘la abuela’ dice ‘la madre de su madre’”(130)

Ni qué decir de sus apuntes a los versos “y leve sienta en el dormido mundo/su casto pie con virginal recelo” de La luna, un poema de Diego Fallon, reconocido como figura de la poesía romántica en Colombia. Frente a él, el biógrafo de Almas en pena afirma “¿Casto pie? La castidad no se mide en el pie, hombre Fallon. Mas arriba. Cuando más arriba, en la boca, a Diego Fallon le daba dolor de muelas, dicen que la dolencia lo ponía a componer” (199)


El libro se presta para desarrollar una labor de ultracorrección del lenguaje, muy a tono con la época (finales del XIX y comienzos del siglo XX), y el espacio en el que se ubican los seres de los que habla (Bogotá); en ese ejercicio se ríe de la prosa rebuscada de una capital que se ha preciado, desde los tiempos de Silva, de desarrollar el buen decir. La agudeza de Vallejo deriva en una desmitificación, por vía del lenguaje –y de otros factores, como la corrupción-, de aquellos que se presentaron como adalides de un español bien hablado.

A Silva lo presenta como un santo, pero no por su castidad, aunque lo pareciera, sino por su habilidad para mostrarse incólume frente a sus problemas económicos: de acuerdo con la extraña biografía de Vallejo, Silva engañó a todos sus contemporáneos, haciéndoles ver una suficiencia económica que en los últimos días no tenía; se mantuvo fiel a su vida de lujos, tan propia del dandi francés, y engañó así a algunos de sus acreedores y contertulios.

La de Fernando Vallejo no es una biografía del poeta, ni del hermano con inclinaciones incestuosas (tal como han pretendido explotar los amigos del escándalo), ni si quiera del hijo responsable; es la de un ser humano que con sagacidad pudo mantenerse hasta el último momento en una posición económicamente digna, así sus cuentas estuvieran en rojo.

Más allá de la mitificación por vía de las virtudes, Vallejo lleva a Silva a un puesto honorífico de la historia de Colombia, sobre la base de uno de sus vicios: el engaño. Aquí reside realmente la fuerza de este texto, que a decir verdad, en ocasiones, entre tanta digresión del biógrafo y tantos datos sobre sus relaciones económicas, pierde fuerza. Hay que quedarse entonces con el humor negro, las invectivas venenosas frente a próceres de la nación y el juego de corrector del lenguaje que anima en especial las primeras partes; y, por supuesto, con esa hermosa imagen de Silva como ser humano con pecados.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Vallejo Fernando. Almas en pena, chapolas negras. España: Aguilar/Altea/Taurus/Alfaguara, 1995.

martes, 7 de abril de 2009

“EL REGRESO DEL CAPITÁN” Y “EL ESPEJO DE MONSIEUR BAUDELAIRE” DEL TOLIMENSE CÉSAR PÉREZ PINZÓN.

En la narrativa Tolimense es satisfactorio encontrar producciones que intentan subvertir el estancamiento del desarrollo cultural del departamento y el país; dichos artefactos literarios invitan al cambio de manera seductora e imponen retos a todos aquellos que, de alguna u otra, forma hacen parte de los círculos académicos y culturales, tanto a nivel local como nacional.

Son propuestas que desean transgredir la tradición, y se convierten en materia prima para explicar la evolución y consolidación de un corpus literario. Tal es el caso de César Pérez Pinzón, quien dotó a la mayoría de sus producciones narrativas de una cuidadosa elaboración lingüística, de una preocupación por alternar técnicas poco convencionales y recrear conflictos que se anclaban en lo citadino.

“El espejo de Monsieur Baudelaire” y “El regreso del capitán” están incluidos en el libro titulado Hijos del fuego: son muestras literarias que podrían perfectamente inscribirse en un contexto universal e interpretarse a la luz de la modernidad narrativa, por las temáticas, las técnicas, el marco narrativo y el empleo de diálogo constante con otras obras.


En la propuesta de Pérez Pinzón, se nota la construcción de historias complejas, de tramas imbricadas, la alternancia de técnicas que recurren al extrañamiento, el índice falso y al legado histórico-cultural. Esto puede ocasionar conflictos al lector, quien necesariamente debe volverse cooperador para comprender ese enciclopedismo hábilmente trabajado y superar los niveles de una comprensión lectora elemental que puede llevar al desencanto y al abandono de los cuentos.

Es una prosa que explota el revestimiento del signo, en palabas de Alfonso Cárdenas Páez, es decir, rompe los limites entre lo real y lo ficcional, tras presentarlo en palabras que instauran una imagen densa y bella. A esto, Pérez Pinzón, suma personajes y hechos históricos veraces, pero transfigurados, reelaborados y presentados como producto del arte de la composición literaria.

En “El espejo de Monsieur Baudelaire”, por ejemplo, aparecen dentro de ese universo hábilmente ficcionalizado, seres de carne y hueso, como Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, Stendhal y hasta el propio Baudelaire; figuras trascendentales, universales, brillantes, pero con el sino común de tener vidas conflictivas y destinos aciagos. En una palabra: malditos.

El cuento es una biografía ficcionalizada (de Baudelaire y Poe), acompañada por la constante divagación y autoconsciencia sobre el proceso de escribir. Estos rasgos están relacionados con la que se considera metaficción narrativa, pero tal vez no pueden etiquetarse como posmodernos, pues de tiempo atrás se encuentran dichas particulares en muestras literarias.

El libro en general no es un ejercicio de egocentrismo enciclopédico del autor, incluido forzadamente en el tejido narrativo, sino que expresa la habilidad para poner a dialogar íconos de la denominada alta cultura en diversos planos narrativos, apelando a la intertextualidad, la variación de narradores y la exposición de conflictos internos.

Es pues, tan valiosa la propuesta, que la misma narración parece esconderse, reinventarse, retar al lector tras mostrar un paralelo entre las vidas de Poe y Baudelaire para ocultar, entre estos personajes, hasta el mismo narrador.

Por otro lado, “El regreso del Capitán” es presentado por un narrador omnisciente que explora hábilmente la conciencia de los personajes y otorga, cuando es absolutamente necesario, la voz narrativa a los mismos; el cuento trata de la vida de un capitán de barco en su trasegar por el mundo marítimo.

Es una narración construida a través de recuerdos que muestran el comportamiento de los personajes en el presente de la historia. Las acciones de este cuento son bellamente configuradas, con el empleo de figuras literarias cómo el símil, la hipérbole, la personificación, entre otros recursos que alimentan al relato de frescura, fluidez y magia. Podríamos tan solo observar un ejemplo: “Ahora, en la madrugada ante un mar que respira un sueño apacible” (14).

Los recursos retóricos se complementan con la destreza del escritor para presentar, en un mismo plano, lo verosímil y lo inverosímil, por medio de la ensoñación, la evocación y la alucinación, para dotar al cuento de una magia contagiante.

Pero dicha sensación se convierte en la exposición de un dramatismo interno, y poco a poco esa belleza recreada en el marco narrativo se convierte en síntoma de nostalgia, desespero, soledad ante la errancia que choca con la esperanza y la resignación; es una eterna búsqueda por hallar el objeto de deseo.

Los espacios son importantes para el desentrañamiento de los sentidos: Mariupol y Berdichev son lugares que hacen parte de la infancia del escritor Joseph Conrad, quien puede ser el mismo capitán, o lo es, en la ficción narrativa. A estas pistas dadas desde el espacio se suma la constante mención de “Jessie” la compañera del errabundo capitán y acaso, posible esposa de Conrad, el escritor.

El peso de la narración -aparte de recaer sobre la figura del capitán- también está en James Wait y la obsesión de Conrad por la vida marina ha hecho que esos personajes creados sean los miembros de su tripulación que erra por los mares. Es una relación entre inventor-invención en la que esta última adquiere una autonomía sorprendente, y termina reflexionando acerca de su génesis, acerca de lo que la rodea; así mismo, se introducen personajes provenientes de otras producciones: Jim, por ejemplo, es un ser de una novela de Conrad que se incluye en el cuento.

Tal vez lo que más podemos destacar en estas producciones, es la recurrencia a relaciones que, desde Genette, se consideran como transtextuales y que se entienden “como la trascendencia textual del texto que lo pone en relación, manifiesta o secreta, con otros textos” 2. En “El regreso del Capitán” confluyen, por ejemplo, hechos históricos: desde el hundimiento de El Titanic hasta la batalla de Waterloo.

Es un collage literario donde aparece el mismo Joseph Conrad y su afición por el mar, atrapado por la soledad, hecho personaje de relato pero titiritero de sus creaciones. Por ello se hace necesario, para interpretar el cuento de César Pérez, tener presente las relaciones con otras obras. Estos enlaces textuales podrían interpretase como un humilde homenaje de Pérez para con Conrad -tal vez uno de sus padres literarios- , podría verse como ese deseo de consolidar propuestas narrativas alternativas que dan a conocer a su vez, obras como la del escritor polaco.

En resumidas cuentas, es notable el efecto producido por el cuento a partir del cambio de narrador y de focalización para presentar la vida del capitán del barco, de Conrad, y la búsqueda de sus objetos de deseo, pese a que en la narración se menciona por medio de la omnisciencia y la voz del propio Conrad de papel. Ambos cuentos muestran a un escritor que dejó la madurez de su intelecto en obras de un enciclopedismo profuso y que se convierte en un referente, tanto de la narrativa colombiana, como de la del Tolima.


JOSÈ ALEJANDRO LOZANO CARDOZO
Alejocar23@yahoo.es

Ficha del libro: Pérez Pinzón, César, “El regreso del capitán” “El espejo de Monsieur Baudelaire”, En: “Hijos del fuego”, Bogotá, Alcaldía mayor de Bogotá, Instituto de cultura y turismo, 2002.

NOTAS 1. Gerard Genette: Palimpsestos: la literatura a la segunda potencia (págs. 53-62), Madrid, Taurus, 1984.

sábado, 4 de abril de 2009

VILLASAURIOS DE HECTOR SANCHEZ: UN ANACRONISMO CON VIGENCIA

Como las flores que brotan trajeadas de gracia,
también había nacido con la malicia indígena
lo revelaría desde niño como el terror de los tramposos,
son los tramposos, casi indescifrables.

HECTOR SANCHEZ
GATILLO LÒPEZ

Hablar de Héctor Sánchez es referirse a uno de los escritores tolimenses que a pesar de ser reconocido regionalmente, ha tenido, en los últimos tiempos, poca trascendencia nacional, aun cuando su obra ha sido publicada en diferentes países de habla hispana. Él es quizá de los pocos narradores que ha dedicado todo su tiempo a la literatura (como una verdadera forma de vida) y se ha sostenido únicamente con lo que puede “arrancarle” a las letras –si es que deja algo más que la satisfacción personal. La selección de cuentos Villasaurios es publicada en 2004 por la editorial Pijao y hace parte de la colección “Libros de bolsillo”, dentro de la que figuran importantes escritores del departamento y la nación, lo que supone que su inclusión en ella, es otra muestra de reconocimiento para este escritor.

Villasaurios hace énfasis en el relato de las anécdotas de los habitantes de pueblos apartados y las vicisitudes de los hombres que dependen del funcionamiento del estilo de vida campesino, y que se debaten entre problemáticas de otros tiempos y postulados contemporáneos de pensamiento. Aquí precisamente es donde creo que la selección de cuentos gana validez, pues el hecho de retomar elementos que actualmente son anacrónicos y darles un giro hacia problemáticas que involucran al ser contemporáneo, otorga un matiz de pertinencia que justifica, incluso, el título del libro.

Villasaurios me refiere soledad, me genera un ambiente de tedio, mucho sol y antigüedad; es como una parte remota que se niega al progreso y se cierra en una cápsula en la que el avance no existe y sólo queda el individuo ajeno a un mundo globalizado y tecnológico. Sin embargo, en esa cápsula habitan personajes hermosos, como “Los Chilinchiles”, personajes que comprometen y encarnan el despotismo y el nihilismo en que viven ciertos renglones de las sociedades provincianas, dadas al hedonismo y la vaguedad, al licor y la vida fácil. Aunque es este aspecto, el de cierto ruralismo, el que sobresale en todo el libro (los personajes poseen nombres que parecen sacados de un directorio telefónico arcaico), las problemáticas que enfrentan son tan complejas, que sólo la pluma versada de Héctor Sánchez logra articularlos con sus esfinges y caracteres.

La idea de la cápsula se genera al comparar las anécdotas de los cuentos, ya que todos los personajes aceptan que existe la ciudad y el progreso, pero prefieren la cotidianidad tranquila, dormitada y pendenciera en la que sus vidas se alejan del afán, el caos y la urbanización descontrolada. “No hay forma de saber cuándo empezaron a hacernos creer que más allá de lo conocido, hay cosas que debemos tomarnos en serio” dice el personaje de ese bello cuento Alas altas, a la baja. Se me antoja decir que incluso el mismo Héctor Sánchez es uno de esos personajes que prefiere el sosiego y la tranquilidad al agite en el que sus ojos no quisieran más que desviar la mirada del asfalto y el smog, de la paranoia y la esquizofrenia en que habitan los hombres de la urbe. Quizá por eso comprendo la hermosa vida de ese otro personaje que pasa su eternidad al amparo de un palo de guayabo y en la observación de las nubes y los pichones que lo rodean.

La madurez en la idea se refleja en la sencillez de la escritura y la contundencia de la imagen, y para Héctor Sánchez parece ser cotidiano el lenguaje sin trampas, sin mecanismos, sólo las palabras, las simples y cotidianas pueden descifrar el universo de Villasaurios; no existe otro lenguaje que pueda acercarnos a la verosimilitud de sus anécdotas, contadas con una poética provista de luz y alegría, pausada y precisa.
En Villasaurios el lector podrá encontrar el aire de la anécdota clásica, la sobriedad de la escritura, y sobre todo, un espacio para reírse de las desgracias que acompañan a los seres humanos de una ladea olvidada en la memoria de un escritor, que también se ríe a carcajadas del progreso postmoderno y sus cargadas formas de escritura.

OMAR GONZÁLEZ.

Ficha técnica del libro:
Héctor Sánchez. Villasaurios. Ibagué: Pijao editores,.2004.

miércoles, 1 de abril de 2009

UNA CONVERSACIÓN CON GERMÁN ESPINOSA

“Germán Espinosa fue un periodista por necesidad y narrador, poeta y ensayista por vocación”.
La revista Nueva Gaceta
se ha caracterizado, principalmente, por abordar asuntos políticos, económicos y sociales de carácter nacional e internacional. Sin embargo, los ha alternado con otro tipo de textos cuyas temáticas rebasan estas esferas y se incrustan dentro de la necesidad de visualizar ciertas manifestaciones de la cultura, el arte, la música y la literatura. En este sentido, el número Catorce de esta revista se encargó de destacar al escritor colombiano Germán Espinosa, a partir de un texto que revela algunos matices de su pensamiento y obra. “Conversando con Germán Espinosa”, es una conversación que el profesor de Literatura Latinoamericana de la Universidad del Atlántico y director de la revista La casa del Asterión, Manuel Guillermo Ortega, sostuvo con el escritor colombiano.
Esta, según el profesor Ortega, “trata de indagar en su cuentística ciertos aspectos relacionados con la identidad cultural caribeña” y hace parte de la investigación que en el área de Literatura de la Universidad del Atlántico, viene realizando con los críticos Ariel Castillo Mier y Alfonso Rodríguez Manzano, bajo el titulo “El cuento caribe colombiano: Poéticas, historia e identidad”

Para estructurar una conversación “tan reveladora”, Manuel Guillermo Ortega realiza unas preguntas certeras, que se encuentran respaldadas por un estudio de la narrativa de Germán Espinosa, teniendo en cuenta conceptos y categorías de la teoría literaria. Esto le permite estructurar el dialogo en torno a una serie de tópicos que ponen de relieve las influencias que caracterizan su escritura: algunos rasgos presentes en sus textos, especialmente una concepción del mundo tejida desde el Caribe, como lo afirma Manuel Guillermo Ortega; sus inclinaciones por el genero fantástico y los subgéneros de ciencia-ficción y policiaco; el lugar que ocupa, dentro de su narrativa, el sexo y el erotismo; la relación entre sus cuentos y sus vivencia personales; y algunas reflexiones acerca del proceso de creación literaria.

Aparte de encontrarse inserto dentro de una investigación, “Conversando con Germán Espinosa” se constituye en un texto valioso, por una parte, porque destaca de Espinosa su rol de narrador (novelas y cuentos) y minimiza su papel de periodista y, por otra, porque revela algunas claves que pueden permitir un acercamiento mas certero a la obra de este escritor colombiano.

De manera mas concreta, puede “ilustrar” a estudiantes y profesores de literatura en algunos aspectos que a veces se obvian y que hacen parte del ejercicio de análisis e interpretación del artefacto literario. En últimas traza un horizonte mas claro para acercarse a obras como La noche de la Trapa, 1965; Los doce infiernos, 1976 y Noticias de un convento frente al mar, 1988. Basta esperar que los ecos esbozados por Nueva Gaceta garanticen un mayor número de elementos conceptúales para abordar esas obras que cuestionan y controvierten la realidad y anuncian un futuro no muy lejano.

Gabriel Bermúdez
Ortega, Manuel Guillermo. “Conversando con Germán Espinosa”. En: revista Nueva Gaceta. 2008. N° 14. Paginas 6-14.