En una noche de buen metal, alargada por una imprudente cantidad de cervezas y en medio de una conversación gustosa, sin reparos en consecuencias le solté a mi amigo la pregunta que siempre hacia cuando ya estaba cansado de hablar mierda y quería entrar en discusiones un poco más avanzadas.
-¿Ya ha leído al escritor caleño, este jovencito, de pelo largo, gafas y nariz insolente?
- No –respondió- no lo he leído, no lo conozco.
Un poco extrañado reflexioné en el “cómo es posible que exista alguien que no haya tenido ni siquiera un mínimo contacto con él, si hasta en el colegio su libro se convierte en lectura obligada”.
-Creo que usted no alcanza a imaginar lo hermoso que es –dije- no él, sino el libro, es una historia muy cruda y reveladora.
-Siempre me dice lo mismo de los libros y cuando me acerco a ellos, resulta que es una trampa para que simplemente me los lea y hasta los abandone a la mitad.
Tenía razón. Cada vez que veía la oportunidad le nombraba un libro y resumía su anécdota, sólo con el fin de engatusarlo. Pero ésta vez no era así; había en mi una sincera voluntad de mostrarle a través de una novela, que un escritor no necesita ser viejo ni estar chupado en libros para escribir una obra que se clave de golpe en la literatura nacional.
- Es cierto, pero créame, que esa vez, que se me pudra la lengua si miento, le hablo en serio. Imagínese un tipo como usted y yo, que sea capaz de resumir y analizar la historia latinoamericana en una novela, y con capacidad de contundencia y convencimiento que a uno no le queda más que chupar banca en el parque hasta que se la termine.
- Querrá decir hasta que se canse –corrigió de tajo-
- Cómo se le ocurre –retomé- es más, con decirle que, al contrario de lo que se puede imaginar de un caleño pura fiesta y pendenciero, la novela es protagonizada por una mujer, joven y buena hembra.
En este punto quise soltar una parrafada de éxtasis para mostrarle, sin tapujos, la violenta, seductora y descarriada rubia, rubísima. Soy tan rubia que me dicen “mona, no es más sino que aletee ese pelo sobre mi cara y verá que me libra de esta sombra que me acosa”, pero no, solo atiné a decirle que esa mujer encierra la juventud de este continente, con sus miedos y frustraciones, sus deseos y alucinaciones en una generación sui generis y quisquillosa.
- Porque eso si, -dije certero- la nena salió fue pero avispa para las drogas, y ni para qué hablar de lo rumbera. Se lo juro, mi viejo, que con una niña así, hago mercado en el paraíso, como en le purgatorio y amanezco en el infierno.
-Cómo así, papá, ¿quiere decir que en ese libro hay una hembra viciosa?
Quise explicar más que eso, que no se trataba de una viciosa, como él la llamaba, sino de una mujer que encuentra en la música y los alucinógenos una forma de sentirse viva, de quitarle a los días la pesadez, para refugiarse en la infinita noche de una Cali pachanguera, una mujer que deambula como nómada por la música rock y la salsa, porque su cuerpo y su vida son notas esparcidas al pentagrama del viento, del que se alimenta, como su hermosa y rubia cabellera.
- Claro que sí, y le jala a todo; cocaína, marihuana, y hasta hongos. Severo viaje, mi loco, hongos. Es hongófaga. Lo más parecido a los hongos en la literatura, lo recuerdo en Alicia en el país de las maravillas.
- ¿Y el libro cuenta los efectos de la silosibina?
- Contar es poquito. Aparte de soltarle todo lo que puede ser un alucine con hongos, le presenta la jerga caleña, la de los pillos, de las claves y las “vueltas”. Toda una obra de andenes y bisutería citadina suburbial.
Si le digo más me le tiro el libro. Por poco y le zampo la información de cómo, por medio de un estudio riguroso, el autor descifra las formas comunicativas de los suburbios caleños, interpreta su simbología y significado y se atreve a develarlos en un ambiente de hongos, rio, montaña y gringos listos para el asado.
- Oiga bien –dije, este fragmento que recuerdo ahora y verá que no es mentira: “debes tener el cráneo como colador. Y no te da vergüenza que te vean las vacas y que piensen, con panza, bonete, librillo y cuajar: ¿bípedo comemierda?” Si ve mi viejo, tal y como uno habla en la calle; cuando lo, leí me pareció estar hablando con usted, como ahora.
Quedamos en silencio un rato, bebió su último sorbo de cerveza y saltó de la mesa diciendo:
- Esta parla está bacana, pero ya estoy como entonado. Voy a pagar y me voy, haber si duermo y mañana de seguro, me la leo.
Nunca, a pesar de lo borracho que estaba, lo escuché decir con convicción que quería leer un libro que le contara, pero, a decir verdad, guardé para su propia lectura eso del trasfondo político y cultural que trae la novela, así como sus revolucionarias formas de escritura, en la que no solo es novedoso el lenguaje, sino el empleo directo de canciones, encuestas, grafitis y piropos.
Quedé con las ganas de hablar del autor y sus ideas de vivir rápido y morir joven, que tal vez justificarían el hecho de que se haya suicidado a los veinticinco años y proyectara su psiquis en el alma de una mujer que recorrió todos los sectores sociales y las ideologías de una América Latina siempre tercermundista, en decadencia, rumbera y pobre. Que más da, pensé que de algún modo eso habría sido suficiente para moler su imaginación y hacerla estallar en inquietudes y dudas, y sobre todo, ganas de leer una buena novela colombiana.
Ya estaba a punto de desplomarme por el alcohol y entregarme a Baco cuando su voz tambaleante se alzó desde la entrada del bar:
- Oiga, pendejo, no me dijo como se llama el libro.
Casi dos horas hablando de él, narrando con entusiasmo y verdadero gozo el compendio de sus páginas y esforzándome por guardar la mejor parte para que la descubriera en su lectura, y fui tan bestia de olvidar la clave: darle el nombre del puto libro que me había amarrado y ahora quería que lo hiciera con él.
- Que viva la música, de Andrés Caicedo –dije balbuceando al tiempo que descolgaba la cabeza en la barra y me entregaba al éxtasis de la embriaguez y una buena noche de metal, yo, a mis veinticinco años.
OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ.
Ficha del libro: Caicedo, Andrés. Que viva la Música. Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2001.
John Tresch. La razón de la oscuridad de la noche
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John Tresch.
*La razón de la oscuridad de la noche.*
Traducción de Damià Alou.
Anagrama. Barcelona, 2024.
*A principios de febrero de 1848, los periódi...
Hace 1 día
el universo de calicalabozo patrimonio vivo de muchachitos y muchachitas que se desparraman por las calles del mundo: vampiritos sedientos que arrancan en los nortes y terminan en los sures, en los cines, intoxicados en las playas de un río que se crece de un momento a otro, llevandose toda esperanza, pero dejando la risa, un aliento fresco, las flores gordas que crecen en el centro de las boñigas de los campos.
ResponderEliminarMuy bien Omar, te metiste en el espíritu de Caicedo en lugar de sacar las pinzas teóricas para analizarlo. Los invito a que se pasen por mi blog...
Carlos Castillo
Bienvenidos a este mundillo “virtual” algo impersonal pero necesario en tiempos de globalización y cultura.
ResponderEliminarEsperamos que más allá del ejercicio literario, los encuentros “interdisciplinarios” se hagan realidad, que hagan parte de las conversaciones cotidianas, de esas tan necesarias para analizar a Colombia desde muchos ángulos.
Nos vemos en la próxima estación
http://elsalmonurbano.blogspot.com/
¡Que viva la música! es una Novela cuya lectura es en definitiva obligatoria. Andrés Caicedo se atrevió a escribir sobre una Cali "decadente", subterránea,underground, una mescolanza de Rock y Salsa; una Cali de puertas de la percepción abiertas,de diosa dorada y adorada, pretenciosa, jodida y embarazada.
ResponderEliminarMe pareció acertado el acercamiento a la obra (Hablando obviamente del interés que despierta), aunque revela mucho y puede llegar a tirársele la lectura a quien esté interesado en emprenderla.
Por otra parte me parece que se le está haciendo mucha promoción a esta novela, como si hablar de Andrés Caicedo se tratara de un mito urbano juvenil, como si los jóvenes se sintieran identificados con la cultura del trago y el consumo de psicotrópicos. Así que el contexto en el que se desarrolla la narración es el más conveniente para hacerle propaganda a la misma.
¡Que viva la música! compañeros...
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