martes, 29 de septiembre de 2009

FREDA ROMERO DE MOSQUERA; LA VOZ REDENTORA A TRAVES DE LA RENDIJA

Sobresale en la narrativa colombiana la poca referencia sobre obras de mujeres en los círculos académicos nacionales y extranjeros.

Salvo algunos esfuerzos recientes de profesoras como Betty Osorio o Ángela Inés Robledo, pueden catalogarse de precarias las menciones que se hacen a las mujeres que han trascendido en el arte de las letras, lo que hace aventurar una serie de hipótesis frente al fenómeno.

Por una parte, se podría pensar en que no hay una próspera producción de las mujeres o, en el peor de los casos, que sí la hay aun cuando se subvaloren de manera arbitraria. No sería nada desfasado de la realidad en un país que conserva intacto el sentido retrogrado machista.

Por eso, resulta de suma importancia mostrar experiencias distintas a las normalmente presentadas en términos de escritura, con el ánimo de estimar el trabajo artístico de la mujer frente a la página en blanco.

Y es allí como aparece la barranquillera Freda Romero de Mosquera con su cuento La rendija.

La historia presenta a Irene, quien llega a un recinto militar a proponer al Presidente del Ejército canjear su “fantasías” por permitirse estar con su amado Pablo un momento (tres horas) La máxima autoridad accede, dando la oportunidad al relato de ofrecer imágenes fuertes de esta pareja que busca, en medio del desespero, cristalizar su amor, aun cuando saben del poco tiempo que disponen; cuando está cerca de vencer el plazo, Irene decide que su pubis represente aquella rendija por la cual puedan huir en pos de inmortalizar sus ansias de libertad.

El cuento de Freda Romero contiene un alto grado de valor estético, en tanto acude a la fantasía, al surrealismo y al infaltable erotismo bien elaborado –que no se confunde con lo grotesco ni pornotextual– como único medio para plantear la supervivencia de una mujer en medio de la infamia y la degradación humana; del mismo modo, demuestra el carácter exquisito del personaje (Irene) y sus muestras sensibles hacia temas altamente convencionales como el amor y el desenfreno; de igual forma, remitiéndonos a aspectos formales, es de admirar la manera como el relato genera un grado de intriga al lector, de principio a fin.

En definitiva, La rendija se consolida como una propuesta cuentistica capaz de demostrar el largo alcance de imaginación y creatividad que posee el mal llamado “sexo débil” en la literatura.

Historias como esta, que para el público en común pudieran resultar triviales, son en realidad fuertes composiciones que tienen siempre en mente el manejo apropiado del lenguaje, en función de imprimirle verosimilitud y originalidad a los temas tratados.

Con esto se demuestra que el deseo de plasmar en pocas líneas un verdadero conflicto humano de grandes proporciones puesto en términos románticos de libertad y sentimiento, también puede venir de las manos lúcidas de una “femine”.

Juan Carrillo A
juanelcaibg@gmail.com

Referencia bibliográfica:
ROMERO DE MOSQUERA, Freda. La rendija. En DACONTE, Márceles Eduardo. Narradores Colombianos en U.S.A. Bogotá. Escritores colombianos en la Diáspora. Instituto Colombiano de Cultura. 1993. Pág.: 221 – 236.


viernes, 25 de septiembre de 2009

VAINAS ACERCA DE UNA OBRA CARGADA DE JUVENTUD ENCHARCADA Y METIDA EN EL FANGO ESPESO DE LA CIUDAD Y LA VIDA CONTEMPORANEA.

Otra vez Caicedo, otra vez la nada, no la nada de la falta de algo sino esa sensación de vacío, mas bien como un hueco atravesado en medio de la única calle que transitamos, la impotencia y el encontrarse de frente con la escritura esquizoide, con las paranoias citadinas de un Andrés intransitable, brusco y desquiciado.

Nada que hacer. Estoy metido de nuevo en un universo lleno de sinsentidos, de aguas profundas que empantanan y que tragan, como arenas, despacio y contundente. Qué hacer si ya he sido ganado y lo que es peor, acepto la condena deliciosa de perderme entre estas líneas como aquel que aprueba ser clavado en un madero para refrescar su imagen en la eternidad.

Así está la cosa: agarro el libro y le digo seguro al que lo posee –un vendedor de libros en el centro de la ciudad- que me lo encime con el otro libro que le estoy cambiando porque creo que es insuficiente el negocio para deshacerme de mi libro, y que si no acepta darme este también, entonces no hay trato y me voy a negociar con alguien que sí aprecie la buena literatura.

Entonces llévelo haber – dice- y me lo da a regañadientes mientras balbucea cosas en contra de los truhanes que se aprovechan de su necesidad de llevar la papa a la casa.

Yo lo ignoro porque el que desconoce en el lío en que me he metido es él, y de conocer por si mismo el contenido de lo que está vendiendo, jamás se atrevería a dejarlo por ahí para que alguno de su hijitos hambrientos lo cogiera por casualidad para tirarse la juventud así como de tajo.

El hecho es que llega a mis manos por ambición, la pura necesidad de salir ganando siempre, de poner a perder al otro y de sentir que aun tengo ese poder de manipular y convencer fácilmente a los demás.

Entonces abro la vaina, claro, después de ojear la portada adornada con una buena cantidad de muñecas de plástico desnudas, algunas sin cabeza, brazos, ojos, alma… y me hago una idea inicial, presupuestosa y apriorística de lo que puede significar entonces el título del libro de cuento: Angelitos empantanados.

Como no es una edición así que digamos excelente, tengo que conformarme con digerir su contenido en el poco recomendable papel periódico, presentación de bolsillo y letra de chance.

Nada de eso importa, la verdad es que después de leer otras cosas del mismo autor, cada vez que veo algo que no he leído me entra una creciente sensación de gula bestial y hago lo que sea por tener otra lectura desquiciada y vertiginosa, como suele suceder siempre en Caicedo.

Pero el hecho es que arranco, así y todo en la buseta gastando ojo y me estrello con esa vaina tan jodida de la desazón y la desesperanza: heme tendido en está cama; hace cuanto no lo sé, pues he perdido el apetito y nunca duermo, y afuera hacen unos días oscuros y calientes, como si la ciudad estuviera próxima a la peste; no veo que nada se mueva, a excepción del viento y del polvo que trae el viento. (pág.9).

No es posible que de entrada se encuentre uno con que todo el libro es el existencialismo desbordado, el sin sabor de la vida, la jodida cosa esa de existir en medio del calor del infierno y de saberse calcinado de antemano por una sociedad parca y poco interesada en las individualidades.

Hay que asumir -me dije- el hecho de que las sociedades contemporáneas nada ofrecen al individuo si este mismo no renuncia a su particularidad y se mezcla en la fanfarria de lo colectivo y de la representación de la masa.

De lo contrario, -es deducible- aparece entonces la maldición y el calvario de seguir siendo un individuo asado en la impaciencia del no saber que hacer en medio de una Cali caliente y sin oportunidades de realización espiritual.

La lectura continúa y el universo se configura a medida que se leen las tres partes-cuentos que conforman el completo del libro, en el que los personajes aparentemente son distintos en cada cuento y después son tres historias que complementan una sola imagen: la juventud amparada en el desarraigo citadino, la juventud que acepta estar metida de bruces en el lodo y que disfruta embadurnarse de pesadez y de sinsabor, la que prefiere una variante antes que aceptar el gastado horizonte, la curiosa, la hermosamente curiosa que encuentra en el riesgo esa vaina dulce de vivir aun cuando la esperanza sea una puta recién comida, despeinada y putrefacta.

Esta es una obra cargada de imágenes coprológicas y vomitivas que pretenden mostrar al jovencito desenfrenado, sucio y altanero en su tierna inmadurez, que termina reconociendo que lleva una vida de papas podridas y ajos al cuello, pero que aun cuando se da cuenta de su desdicha, la acepta porque es la parte que le ha tocado vivir y de la cual, únicamente el entregarse al amor es lo que vale la pena; lo demás sobra: asquea la posibilidad de verse saturado de trabajo y cotidianidad monótona y desabrida.

Todo gira alrededor de un amor frustrado que acaba por convertirse en la muerte por criminosis de Angelita. Descubra entonces qué es lo que hace que una historia de amor, ciudad y juventud termine siendo la excusa para hablar de la escoria y despreciable vida citadina de los jóvenes contemporáneos, de todos los contemporáneos insatisfechos y jamás representados por la masa y las conveniencias de los que pretenden encasillar las formas de asumir la realidad y la vida misma.

OMAR ALEJÁNDRO GONZÁLEZ.

Ficha del libro: CAICEDO, Andrés: Angelitos empantanados. Norma editorial. Tercera reimpresión. Bogotá, marzo de 2000. (1997)


martes, 22 de septiembre de 2009

EL ANIMAL QUE DUERME EN CADA UNO Y OTROS POEMAS

Juan Gustavo Cobo Borda es autor de una extensa bibliografía que lo ha descubierto en tres facetas: como poeta, historiador y crítico.

Por su agudeza y volumen de lecturas sobre las cuales ha realizado un ejercicio interpretativo arduo, se puede decir que es una de las voces autorizadas en el ejercicio de la crítica a la poesía colombiana, a la vez que integra –aunque solo sirva como un dato histórico- la llamada generación desencantada de poetas colombianos.

El animal que duerme en cada uno es un libro de poesía publicado por El áncora en 1995. El libro cuenta con cuatro grandes partes en las que se inscriben alrededor de cincuenta poemas.

Su distribución sin embargo es un poco traumática para el lector: en el desarrollo del texto los poemas disparan hacia diferentes frentes sin que se perciba un sentido de unidad, de tal suerte que en el libro parece haberse hecho una selección arbitraria del orden, a la buena de los impulsos del poeta o del editor.


Esa dispersión puede hacer más dinámica la lectura pero atenta contra la concreción de sentidos alrededor de temas particulares.

Por lo demás, una vez se supera esta lógica, el poemario abre universos frente a cuestiones como el amor y el erotismo, la condición de poeta y la poesía misma, y nuestra situación social.


El primero de ellos es el que más gravita. Me han sorprendido, por ejemplo, los siguientes versos del poema “Ejercicios Retóricos”, plagados de una fuerte nostalgia:

“Dondequiera que estés
Infúndele a estas palabras,
Tan necesitadas de tu risa,
Algo de ese tiempo que me concediste
Y que hoy vuelve, fugaz e inmerecido”

La sencillez en las palabras se conjuga con una imagen de una felicidad temporal a la luz de un recuerdo grato. Hay en estos versos una sonrisa espontánea pero escurridiza, una felicidad apenas perceptible; cómo no recordar con su lectura las cavilaciones de Borges en el poema “Alguien”: ese hombre que recibe de pronto una “misteriosa felicidad” y “sabe que no debe mirarla de cerca/ porque hay razones más terribles que tigres/ que le demostrarán su obligación de ser un desdichado”.

La cita de Borges no es impertinente, porque el mismo Cobo Borda en su Historia portátil de la literatura colombiana ha admitido que los poetas de su generación han caminado a la zaga, pero distanciados, del escritor argentino.

En El animal que duerme en cada uno el amor, el erotismo y hasta el sexo se imbrican: a la nostalgia perdida en los versos anteriormente citado, se le suma la febril alegría del amor en medio de los contratiempos, expresada en el poema “Tatuaje” y ese himno a la entrega sin miramientos sentimentales de “Elogio de la superficialidad” en el que los amantes son:

Apenas cuerpos
que se han querido
como nadie nunca
y ahora se desunen.
Así de sencillo.

La sencillez en el lenguaje e incluso la transparencia de la imagen, son los atractivos de este libro de Gustavo Cobo Borda. Borges se refiere a que la gente habla de “estilo llano y estilo recargado” para clasificar la poesía y seguidamente afirma: “pienso que es un error, porque lo que importa, lo verdaderamente significativo, es el hecho de que la poesía esté viva o muerta, no que el estilo sea llano o recargado” (2001, 111) Varios de los versos de este libro de Cobo Borda, tiene la viveza, doblemente elocuente a mi modo de ver, de quien escribe es estilo llano.

Con esa misma sencillez el libro desmitifica a los próceres de la patria, y a quienes desde el poder se burlan de las utopías de los ciudadanos; con esa misma sencillez y con la ironía que también caracteriza algunos de los poemas de este texto un poco desorganizado, se burla de las poses de poetas, en estos dos versos del poema “Prólogo”:

“Un poeta es alguien destinado a renegar de sí mismo.
La imagen final, en consecuencia, está prevista”

Algunos de los versos son diáfanos y penetran en el lector con solidez: en este caso la llaneza del lenguaje alcanza hasta al más reacio a leer poesía. Es una llaneza aparente porque detrás de varios de estos poemas se esconde no un animal, sino varios de los que nos habitan cotidianamente, y que saltan como fieras cada que recorremos algunos de los versos de este libro de Gustavo Cobo Borda.

Leonardo Monroy Zuluaga

Citas:

Borges, Jorge Luis. Arte Poética. Barcelona: Crítica, 2001.

Ficha del libro: Cobo Borda, Juan Gustavo. El animal que duerme en cada uno y otros poemas. Bogotá: el áncora, 1995.

sábado, 19 de septiembre de 2009

LA MANSIÓN DE ARAUCAIMA

Es difícil realizar una comparación entre una obra literaria y su adaptación al cine, pues tanto la literatura como el séptimo arte poseen dos lenguajes y configuraciones semióticas diferentes.

Intentaré entonces no hacer una comparación, un paralelo o jerarquización de las mismas, sino me permitiré mostrar ambas obras en su independencia, sin dejar de lado su única relación: ambas son obras colombianas. Empezaré por referirme a la obra de Álvaro Mutis La mansión de Araucaima y posteriormente la entrelazaré con la película homónima de 1986 de Carlos Mayolo.

Tal vez una de las pocas e inciertas razones por la cuales me acerque a este libro fue una peculiar reseña que la categorizaba como “novela gótica de tierra caliente”; eventualmente pensé en una castillo, en vampiros, en bosques, en Melgar, en una piscina y los insoportables jejenes.

De lo cierto o incierto del hecho que Mutis la escribió para demostrar a su amigo Luis Buñuel que sí era posible escribir una historia gótica en medio del calor del trópico, no puedo confirmar su veracidad pero de ser cierta, Mutis logró su cometido.

A medida que mi lectura avanzaba descubrí que sí se trataba de “tierra caliente”, de una mansión que era más una casa colonial, que tenía unos personajes peculiares y una extraña fuerza, suficiente para dinamizar todo en la casa.

La mansión es un espacio atrapado en el tiempo o un tiempo atrapado en ese espacio: los personajes que llegan a la casa jamás la abandonan. Se convierten en fantasmas aferrados a sus propios pasados, casi abúlicos, llevados por las pasiones y enfermos en su propia existencia.

La casa en apariencia no es muy diferente de las haciendas cafeteras de la región, pero Mutis le imprime cierta gravedad, nos la muestra más grande, con unas proporciones que determinan el matiz del relato.

Cada uno de los personajes, el guardián, la machiche, el piloto, el sirviente, el fraile, la joven y el dueño, cumplen una función en la casa, son representaciones de la sociedad; en ellos se encuentra el sacerdote, el militar, la prostituta, los obreros (esclavos en esta ocasión). Vidas rutinarias y enrtrelazadas por el casi matriarcado de la Machiche, quien los conduce por caminos apasionados y febriles; ellos van cayendo en las trampas que la mansión (el destino) les depara.

Con la llegada de una joven modelo (Ángela) que filma un comercial en cercanías a la mansión, aparece también un nuevo aire y sangre fresca para estos fantasmas de carne y hueso, que terminan consumiéndose por los celos frente a la nueva aparición.
Por otro lado, la obra de Mayolo, sin lugar a dudas es una de las mejores películas colombianas que he visto; el tratamiento audiovisual que el colombiano presenta resalta la vastedad del relato. Mayolo logra recrear el ambiente lúgubre de una mansión olvidada en el tiempo, abandonada al calor y al pasado de sus habitantes.

Los planos y los movimientos de cámara acentúan la excelente interpretación de los actores. El director nos permite recorrer la mansión con cada uno de los personajes y va entrelazando sus historias.

La trasposición de escenarios entre el set de grabación donde se encuentra trabajando Ángela (la joven) y la mansión a la que posteriormente llega en bicicleta, se realiza de una forma esplendida pues del traveling por los caminos de herradura a los planos fijos en la entrada de la mansión poco se distingue en medio de las haciendas y la vegetación tropical.

Magistralmente el ritmo de las escenas y los planos se acelera: conforme pasa, suceden los hechos y las pasiones de los personajes los van llevando a su propio final. La luz que llena los espacios vacíos de la casa y los primeros planos de los personajes muestran ese vacío y esperanza ya perdida en los personajes.

Sin lugar a dudas La mansión de la Araucaima una de las mejores películas que se han realizado en el país y que, como pocas, supo respetar la historia creada en la literatura, pero puesta en escena y en celuloide con un lenguaje diferente, propio del séptimo arte, propio de nuestro país y de la cosmovisión que se esconde en los directores que no sólo proponen temas sino una estética más que latinoamericana, colombiana.

Nazly Pita

Ficha del libro: Mutis, Álvaro. La mansión de Araucaima. Bogotá: Oveja Negra, 1982.


martes, 15 de septiembre de 2009

TODO NOS LLEGA TARDE DE JULIO FLÓREZ

A nuestro blog, por hacer creer que todo puede llegar tarde.

“Todo nos llega tarde…¡hasta la muerte! / Nunca se satisface ni se alcanza / la dulce posesión de una esperanza / cuando el deseo acósanos más fuerte” dice el poeta en la primera parte de su creación, con un dejo de agonía por nuestro irremediable destino y sobre todo por la futilidad de la que estamos hechos.

Esta invención de Julio Flórez es una de las pocas piezas liricas sobresalientes de nuestro país, celebre aun cuando se menciona al país más asesino e indolente del planeta y se recuerdan estos versos.

La armonía, relacionada con la sonoridad y el buen ritmo que caracteriza este poema, son sus rasgos distinguidos. También es rescatable la manera de abordar la temática, que si bien ha sido recurrente en la lirica universal y corre el riesgo de caer en lugar común, no desentona, en tanto explora por medio del lenguaje una manera de ver a la Muerte sin personificación alguna como sí se evidencia en otras obras artísticas de este nivel. En menos de cuatro estrofas, Flórez logra inscribir una de las mayores preocupaciones del ser humano, incitando al desasosiego y a la terrible espera.

Lo realmente valioso es la invitación que hace
Todo nos llega tarde a una serie de reflexiones de carácter existencial. En las líneas finales afirma: Y la gloria, esa ninfa de la suerte, / sólo en las viejas sepulturas danza; el lector podrá generarse inquietudes en torno a la imagen poética que se proyecta. Es indudable que el ser humano ha buscado refugio en ella –la gloria– más solo la encuentra en la Historia cuando solo es cenizas y nada más.

Recuerdo entonces a un sinnúmero de ejemplos históricos que quisieron poseerla y disfrutarla en su momento pero que no pudieron por el Tiempo. Y el más célebre que viene a mí es Bolívar, referente humano que la mayoría de la gente nombra sin cesar, así incurra en la delicada tendencia de desvalorizarlo como ser. Por eso, traigo a colación las precisiones que hace de él, Fernando Vallejo en El fuego secreto; es imposible olvidar que la gloria es una estatua bañada en mierda de palomas.

Con todo esto, Todo nos llega tarde vale por cada letra que la conforma. La creación de Flórez es sin duda, uno de los poco poemas que es menester conservar en la mente cuando la Señora Muerte que se va llevando / todo lo bueno que en nosotros topa…! –como lo diría León de Greiff– haga su aparición ante nosotros. Es significativo tener referencia de este bello poema en el momento mismo de disponernos a pensar en la Parca, en todo lo que significa vivir rodeado de su figura oscura, adorada por unos, temida por otros.

Juan Carrillo A
juanelcaibg@gmail.com

lunes, 7 de septiembre de 2009

LA MÁSCARA DE LA CIUDAD EN CANTOR ESTÁ DE VIAJE DE LUIS FAYAD.

Es común que hoy en día la mayoría de reflexiones literarias sobre los espacios tengan o presten especial atención en la ciudad como centro en le que confluyen todas las ideas, las historias y los acontecimientos importantes en el desarrollo de la humanidad.

Actualmente el escritor y ensayista Fernando Cruz Kronfly ofrece una visión sobre el tema citadino en su libro La tierra que atardece en el que las categorías se aprecian como algo definido y consolidado para el análisis literario contemporáneo.

Teniendo en cuenta estas categorías de Kronfly sobre las ciudades literarias, resulta bastante interesante encontrar en la narrativa colombiana algunas obras de cuentística que se preocupan e por la ciudad o por su influencia en las características y los actos de los personajes, con lo que se pretende redefinir el concepto de lo urbano, a la vez que se reevalúan sus espacios y las visiones de mundo que el entorno citadino ofrece a los que participan o quieren participar de ella.

Un ejemplo de estas reflexiones es el cuento Cantor está de viaje de Luís Fayad, en el que se manifiesta de entrada la situación de un hombre que vive en un pueblo y que se ve obligado – por circunstancias netamente personales y de realización individual- a abandonar su espacio y buscar la ciudad, porque en ella encuentra lo que el pueblo no le brinda: calidad de vida y realización.

Este tipo de personaje, como vemos, encarna el mito del progreso que gira en torno de la gran urbe, en el que el individuo campesino se convence (la misma sociedad lo convence) de que la ciudad le abre las puertas del éxito, le da oportunidad de surgir y existir como persona importante y le da reconocimiento.

Cantor representa a ese individuo que vive el sueño de la ciudad como utopía, de la ciudad benévola, a tal punto que abandona a su familia, deja de lado todo lo que ha logrado y se aventura en la odisea citadina como el que ve posible el sueño americano sin medir consecuencias, pues como asegura Kronfly, la ciudad está cargada de múltiples elementos que la conforman no solo como lugar abierto y espacio definido, sino como una estructura cultural que tiene sus códigos y normas, signos y variadas interpretaciones de los mismos.

Sin embargo, la llegada a la ciudad es un choque de agregados socio- culturales colectivos con los pensamientos y visiones particulares que transforman el devenir del individuo tanto en las esferas mentales como en las de la representación, de manera que aparecen visiones contrapuestas entre el espacio abandonado y el objeto deseado.

Las evocaciones constantes y los recuerdos del pasado inmediato surgen como respuesta inconsciente que anhela encontrar puntos de referencia emocional, y entonces, aflora una cadena de comparaciones espacio-sensoriales que confunden al nuevo habitante de la ciudad y le hacen sentir temor y melancolía al tiempo que ansiedad y desesperación.

“El bus entró en la ciudad por el costado sur. Eran los barrios bajos, las calles hechas barrizales y las casas semidestruidas que en nada se diferenciaban a las del pueblo”.

La ciudad es entonces un espacio de reflexión memorística, de asociaciones mentales y de representación directa de los espacios dejados, pero a la vez, un espacio en el que la conciencia se dilata y la percepción se altera para el que llega.

El choque que existe es monumental, las cosas adquieren un matiz enrarecido, vedado, y la paranoia de ser nuevo, de acuerdo con el cuento de Fayad, invade las sensaciones que se trastocan formando nuevas visiones, un poco más estridentes.

El personaje rural que llega a la urbe se siente perseguido por la masa, por las cosas, y el caos racional aparece instantáneo, como si la ciudad quisiera exiliarlo aun sin haber llegado.

“No tenia a donde ir. Sólo entonces se dio cuenta de que no había pensado un solo instante en esto. Una nube se le había instalado en los ojos, las letras del bus se movían cambiando de colores y sentía que todos se le quedaban mirando y se reían. Las caras se deformaban, empezaban a bailar sin que lograra detenerlas y alguien lo empujaba por detrás y lo afanaba para que se quitara de en medio, pero él no podía moverse pues tenía que pensar primero”.

La ciudad engaña, miente y destruye la tranquilidad mental que el individuo trae de su lugar de origen, hace alucinar incluso al que más deseos tiene de vincularse a ella, a sus movimientos, tanto así, que el personaje pierde el horizonte que ha trazado y se adentra en una crisis de sentido, que según Kronfly, hace que los parámetros sígnicos adquieran matices indefinidos: los rumbos se alteran, y el hombre se pierde a cada instante sin conocer siquiera la verdadera razón de su estadía.

La ciudad coarta, fastidia y envilece las pretensiones del nuevo citadino, o enreda en una masa de concreto y paranoias y ese hombre ahora deambula de un lado para otro, naufraga entre edificios, avenidas y sitios de comercio, hace que desee aun sin tener la posibilidad de adquirir y finalmente, el deseo de progreso se transforma en oportunismo; una carrera que muchos inician a la vez.

Así que hecha mano de lo que primero aparece y esa es la trampa pero él lo ignora: la ciudad no da nada, el hombre le da a la ciudad la vida, la regala a cambio de miseria y mentiras utópicas, porque ese es el juego; la ciudad es autosuficiente, como dijo Italo Calvino, es una Fedra que tiene lo que quiere y quita lo que desea, que se transforma gracias a lo que le roba a cada quien cuando lo atrapa en la carrera de los roles, los escalafones y los hábitos.

Así es. Todo es una alucinación, ya no es la utopía de llegar a la ciudad porque ahora es el desespero por salir de ella.

Una vez adentro es imposible huir, se evade pero no se huye, y Cantor lo supo porque cuando se metió en el juego del reducidor de objetos robados con la dueña del café que lo acogió tras su llegada en falso, se enteró de esa ciudad deshonesta, corrupta, y lo que es peor, incluyente sólo para el crimen, porque Cantor termina colaborando para ello; hacía de la ciudad algo más sórdido y sucio, así que sin reparos, después de entregar su inocencia de provincia:

Era el momento que la mujer estaba esperando: le dio un paquete y un papel.
-Llévelo a esta dirección- ordenó. Luego vino otro encargo, con el tiempo una más y después fueron menos espaciados y más comprometedores.

Cantor jugó, y ganó, porque le robó a la ciudad un poco de su astucia, se volvió criminal, se aprovechó de la ciudad y la urbe lo ganó a él, lo obtuvo como premio porque la ciudad es también el espacio del crimen, como asegura Kronfly, es el espacio en el que las mentes se pervierten y la deshonestidad adquiere matiz de oportunismo, de venganza, de recuperar un poco del sueño lacerado y la utopía robada.

“ de manera que Cantor se vio ante una sola alternativa: Dijo que ya había encontrado una pieza, que dentro de dos o tres días de marchaba y que inmediatamente le avisaría a Matilde su nuevo paradero. Así, ordenó su pequeño maletín y buscó la ocasión. Fue Ricardo quien encontró la caja vacía y en reemplazo del dinero una nota: Ahí les dejo su café de mierda”.

OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ.

Ficha del Libro: Fayad, Luis. "Cantor está de viaje" En Giraldo, Luz Mary (Selección y Textos) Cuentos y Relatos de la Literatura Colombiana. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2005.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

EL SARGENTO MATACHO

Insistir en los lastres de muchas de las novelas de la violencia bipartidista es tal vez un poco necio, aunque siempre es bueno recordar lo difícil que se torna narrar el conflicto interno.

Ya en un documento como “Literatura y violencia en la línea de fuego” de Augusto Escobar Mesa, se realiza un paneo de algunas de los principales deslices que en términos estéticos tuvo esa producción de novelas que relatan la pugna bipartidista.

El sargento Matacho, de Alirio Vélez Machado es una de esas obras concebidas un poco al calor de la contienda. Publicada en 1962 la novela narra la vida de Rosalba Velásquez de Ruíz, una guerrillera conocida como “El sargento Matacho”; desde la infancia el narrador hace un seguimiento a los principales eventos que le suceden a la mujer: sus tres uniones maritales, la manera como, desde el rencor por la muerte de su esposo se convierte en una furibunda insurgente, y su caída final a manos de los bombardeos de la fuerza pública.

Parte de lo que me ha llamado la atención de esta novela corta es que más allá de sus dudas sobre la estructura – en ocasiones está plagada de testimonios históricos del autor- y de la opacidad en la tensión, el seguimiento que se el hace a la guerrillera privilegia sus relaciones afectivas y no tanto su trasegar por la guerrilla.

Pese a que no se profundiza en los problemas afectivos -porque en realidad se hace más un conteo de eventos por los que rompe con cada uno de sus enamorados- este seguimiento aplaza un poco la descripción descarnada de la violencia y trata de entregar una imagen diferente, desde adentro, de la guerrillera.

En este seguimiento, afectos y vida política se entrelazan: la pérdida consuetudinaria de dos de los esposos de Rosalba a manos de las fuerzas oficiales son las que la llevan a convertirse en una insurgente arrasadora, tan fuera de los límites que incluso sus jefes la reprenden.

En este sentido la novela está entre la justificación y el señalamiento: por un lado sugiere que ante las injusticias cometidas sobre parte de la población campesina, fue necesario movilizarse en contra del Estado (una revisión de textos sobre la violencia en Colombia insiste en esta hipótesis); por otra, alcanza a criticar cómo desde la venganza y el rencor se desfiguran los compromisos políticos de Rosalba Velázquez. Interpreto aquí una lectura menos maniquea del conflicto, y un acercamiento a los personajes inmersos en él desde una perspectiva que intente develar sus claroscuros.

Que no se haya logrado en este caso, con la profundidad anhelada, es parte de otra discusión, pero como documento histórico la novela plantea retos a una visión sesgada, políticamente hablando, de la realidad. Esta posible virtud de la novela se contrapone a la ausencia de conflictos internos reales y, como ya se afirmó en líneas anteriores, a la simpleza en las tensiones.

No hay un solo personaje al que sintamos en sus desvaríos internos: ni el primer esposo de Rosalba, machista y celoso; ni el segundo, fiel y hasta noble; ni el tercero, desaparecido en la maraña del conflicto. A todos los determina una acción vaga o por mucho un diálogo en la obra, pero no están perfilados con la suficiencia que necesita un personaje de ficción.

Finalmente El sargento matacho es una extraña novela de la violencia, que ha tratado de enfocar el fenómeno desde las relaciones amatorias, pero que no llega a perturbar a su lector, ni desde su prosa ni desde los seres que la recorren. Pese a ello, hay un esfuerzo por narrar la violencia de una manera menos descarnada e incluso en ocasiones sin dogmatismos políticos.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Vélez Machado, alirio. Sargento Matacho: la vida de Rosalba Velázquez de Ruíz, exguerrillera libanesa. Líbano, Tipografía Vélez, 1962.