sábado, 23 de abril de 2011

CARAVANA DE BORIS SALAZAR

La otra selva (1991) fue la primera novela que leí de Boris Salazar y debo decir que lo hice rápidamente. Pese a que dicha lectura era motivada por una investigación en la cual me había embarcado casi por obligación, la exigencia no tuvo un sabor amargo porque la obra era entretenida, no tanto en términos de una trama escandalosa que vinculara una seguidilla de acciones comercializables sino porque el lenguaje era cuidado y las técnicas narrativas mantenían una dinámica atractiva. Dicha novela trata sobre José Eustasio Rivera, su vida en Nueva York pero en especial su muerte,  y reelabora, imaginariamente, los delirios de Rivera alrededor de la escritura de una obra que de alguna manera diera continuación a La vorágine.
Por fortuna para mi, pude contrastar la visión sobre La otra selva con un texto crítico del desaparecido profesor Eduardo Jaramillo Zuluaga quien, con refinadas maneras,  precisión y detalle –virtud de sus escritos- ponía el dedo en la llaga acerca del exagerado uso de la anáfora en la novela de Salazar. La contundencia de sus argumentos horadó un poco mi entusiasmo y agradecí implícitamente al profesor Jaramillo que me evitara una suerte de mitificación de Boris Salazar. La otra selva, sin embargo, me sigue gustando.
El azar me llevó posteriormente a El tiempo de las sombras (1996) otra novela del escritor mencionado. De su lectura quedé un poco desconcertado porque observaba en ella una reiteración de las técnicas y el lenguaje utilizado en La otra selva: cajas chinas, autoconciencia de escritura, múltiples voces que integran el discurso narrativo, variadas focalizaciones. Lo único que parecía cambiar, con respecto a su antecesora, era la trama: es la historia de una prostituta muda testigo de un asesinato en Estados Unidos. Llegué al final con una sensación de estar leyendo la segunda parte de un libro publicado en dos entregas, que constaba mínimo de dos argumentos y cuyos protagonistas eran un escritor reconocido en Colombia (José Eustasio Rivera) y una prostituta coreana perdida en Jackson Heights.
Fue una pequeña decepción –aunque El tiempo de las sombras me sigue gustando- pero cuando traté de internarme en Los caballeros las prefieren muertas (2008) (advierto que no tiene nada que ver con una serie de reciente programación en la televisión colombiana) mi impulso no alcanzó para coronar el final. En las 20 o 30 páginas que resistí estoicamente no pude hallar en esta novela algo que me anclara a una historia o a un personaje. Todo parecía demasiado difuso, inconexo, muy hermético.
Puede ser un poco trivial juzgar negativamente una obra narrativa por ese afán de obscurecerlo todo (tendríamos que quemar los volúmenes de Joyce, de Woolf, de Faulkner) pero percibo que Los caballeros las prefieren muertas lleva ese afán al extremo y, por mucha atención que tenga el lector, nunca logra conectarse. La interpretación de otros inquietos puede dar luces sobre mi torpeza o mi acierto en la visión de esta novela de Boris Salazar.
Con estos prejuicios llegué a Caravana (1992), libro de cuentos del autor que leí recientemente. Por su fecha de publicación el texto se ubica entre La otra selva y El tiempo de las sombras. El libro está conformado por ocho cuentos con historias diferentes: una mujer que desde temprana edad debe cumplir el sueño materno de ser reina; un hombre rico que viaja con una comitiva extraña por varios lugares de Estados Unidos buscando huirle a una premonición; el chico gordo, amigo de los comics,  que se enreda en negocios criminales y se radica en los Estados Unidos; la desilusión de una pareja que vivió con furor la ola contracultural de las décadas de los 60 y 70; el retorno a un barrio latinoamericano de un ídolo venido a menos; la increíble historia de una mujer que inventa un relato y cae –casi sin pensarlo- en una trampa.
¿He olvidado algo? Sí, deliberadamente he silenciado la especificación de los dos últimos cuentos. La razón: no los he entendido bien. Las dos últimas narraciones tienen la misma opacidad que me afecta en la lectura de Los caballeros las prefieren muertas lo cual me lleva a pensar dos cosas: primero, para mí Caravana es en realidad dos libros: el que va desde “El sueño de mamá” hasta el cuento titulado “Los lunes contábamos historias”, lleno de tensiones, tramas y conflictos realmente llamativos, y la parte que sigue, los dos últimos cuentos, inextricables, casi anestésicos. Segundo, al parecer desde hace tiempo Boris Salazar ha venido buscando su propio camino en la escritura, que fluctúa entre la experimentación extrema con las historias y una suerte de uso más moderado de dicha experimentación.
Pero además este libro retorna a una constante de los textos de Salazar: la ubicación de las historias en los Estados Unidos. Como sucede en La otra selva y El tiempo de las sombras esta ubicación no es desnaturalizada y por el contrario se nutre de ciertos imaginarios que habitan la vida de quienes se marchan a buscar mejor destino en el país del norte. En Caravana, además, hay una variación: algunos de los protagonistas son puestos con sutileza en Latinoamérica y en Estados Unidos (acaso el mismo juego Cortazariano –“de este lado” “del otro lado”- pero con diferentes espacios).
Son personajes que van y vienen, escarbando su identidad en los límites del primer y del tercer mundo. Son, a su vez, personajes que terminan confundidos entre el dinero y sus verdaderas aspiraciones vitales. Además, con excepción del cuento “Caravana”, casi todos los personajes del libro son marginales, seres de barrio con esperanzas de fabricarse un destino en otros sitios, trashumantes por obligación más que por convicción. En ellos, el sueño americano queda depreciado y se esfuman las posibilidades de triunfo en el país de la comodidad económica: tanto la reina que se degrada en Estados Unidos, el “fat boy” lleno de fantasías heredadas de la lectura de historietas, o la trabajadora de fábrica que inventa una historia y termina involucrada en un crimen, son ejemplos de una soledad no compartida –ni de este lado, ni del otro-, y de la liquidación de los sueños incluso donde al parecer más florecen.
Considero que parte de este libro –hasta el cuento seis para ser más exacto- conserva la tensión en las acciones y un trabajo fuerte de elaboración de caracteres que percibí en La otra selva. No hay un afán experimental –por lo menos hasta el cuento en mención- y el fenómeno de la migración de los marginales latinos a Estados Unidos mantiene la profundidad de una obra como El tiempo de las sombras.  Es un libro entretenido y bien escrito, salvo, para mí, en sus dos últimos relatos de los cuales, de tanto esconderme, ya incluso he olvidado sus nombres.
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del libro:
Salazar, Boris (1992). Caravana. Cali: Universidad del Valle

miércoles, 13 de abril de 2011

BALADA PARA GATOS INSOMNES Y VAGABUNDOS.

No soy  gato, ni  tengo un nombre estrambótico, tampoco voy dando tumbos por la ciudad como si fuera un maldito drogadicto que necesita la noche y las bichas para existir, pero creo, sinceramente, que en ocasiones me he sentido como medio lleno de whisky, de ácidos, de bocanadas de humo que entrecortan lo cotidiano y hacen que con cada exhalación se llegue como a un éxtasis de miedo, de vacío y de nada.

Entonces, al reconocer la simpleza de lo que soy, encuentro cierto resuello en lo que sucede con Pink Tomate, con Amarilla, con Lerner,  Max, Gary Gilmour y Marciana. Todos ellos vienen a ser  una suerte de proyección de mi mismo. Decía Cristina Peri Rosi que en la mayoría de los seres humanos existen dos clases de fantasías, unas movidas por un deseo oscuro de ser algo distinto de lo que somos ante los demás, revelar otra existencia que nos habita; también, el temor de que las cosas pueden ir mal y que lo que más odiamos pueda aparecer en algún momento de la vida para trastornarnos y sumirnos en un mundo caótico del que no  queremos ser parte.

Eso es precisamente lo que sucede cuando leo la novela de Rafael Chaparro Madiedo. Quizá esté algo tomado justo ahora, pero es que no encuentro otra forma para acercarme con sinceridad a la comprensión mediana de lo que propone Chaparro, porque no es evidente un argumento. Tal vez  esté enajenado, completamente pasmado y lleno  de sueño en medio de lo que parece ser una lectura realmente Trip Trip Trip. Como cuando se está en medio de una farra y te dicen que ha llegado nuevo chorro y más polvo del que te sube el ánimo al punto de que necesitas nuevas aspiraciones para estar a tono con la música y la noche que chorrea babas y abre la lujuriosa madrugada de un nuevo día. Entonces comprendo que en gran medida las páginas se van acumulando en un enorme sentido citadino; profundo elixir suburbano sobrepesado de hastío, palabras que revelan ascos internos y desandadas existencias de humo, trip y marihuana.

Realmente lo que sucede  es que en medio de una lectura algo extraña irrumpen metamorfosis psicóticas de uno mismo, aspectos de ser uno mismo el que avanza página tras página a través de un mar de miedo, cenizas, humos y babas que chorrean ilimitadas a lo largo de cada capítulo, en el que Pink o Yo somos pedazos de noche rota que se cuela lentamente sobre las pupilas, dilatadas en torno de las tetas de la vecina que simula ser una Amarilla  que se acerca para mitigar el tedio la ceniza, humo, lluvia, ácidos y vaso.

Di –creo- dos lecturas a cada apartado de la novela para desentrañar el alucinado relato que Chaparro proponía, y sé que en verdad la lectura fracasa si no se está bajo el influjo de algún psicoactivo que te ponga a tono con cada frase imagen palabra verso página capitulo en el que se desenrolla inclemente la madeja de viajes de alucinaciones de vidas muertes en medio de una ciudad que desaparece en la mirada triste de un par quizá tres gatos deambulando por la rota noche llena de mar muertes fuego  babas de téticas de perra extasiadas por el abrazo de una boca ávida de lujuria trip trip trip al tiempo que suena I can´t get no satisfacción cerca de la silla eléctrica de Gary Gilmour de tu misma noche de lector drogado  en una escuálida silla de rodachinas por el influjo de un aceite venéreo que entra con cada bocanada que dan tus ojos  a las letras palabras versos imágenes capítulos noche rota lluvia I can´t get no satisfacción mierda.

Así no más podrá comprender el lector de esta reseña que no quiero, ni voy a  hacer el intento de  explicar el argumento de la novela, porque me la cago  como cuando se caga en un bus intermunicipal que va dando tumbos con las curvas y entonces piensas que es posible que se vuelque y untes a todos los pasajeros de tu propia mierda, igual que hacía Marciana en los baños del Bar Cosa Divina con el pintalabios contra el espejo al tiempo que decía “pásame un cigarrillo, esto es sólo para ti, esta musiquita es sólo para ti, no importa si no te has bañado, ven para acá, te tengo, no cierres la ventana, pero por favor no llores, te juro que estaré junto a ti cuando llegue la lluvia de noviembre, ven para acá, ven a mis babas, eres sensacional, déjame meter mis dientes entre tus dientes, déjame tumbar todas tus palabras, las quiero manosear, quiero restregar mi cuerpo en cada una de tus palabras, en tu nombre, en tus axilas… (Pág. 105.) Porque es verdad que Marciana logró conocer todas las vergas de los que iban  al Bar Cosa Divina y a cada uno le decía suciedades según su condición al ritmo del sexo, perfectamente plasmado como una melodía escrita en pintalabios rojo sobre el espejo lleno de historias, de mil y una historias de puñaladas ácido muerte vómito así nena tranquilo chiquillo y un poco de I Want a trip trip trip.

En este lapsus de verborrea y viajes transcurre la novela, capitulada según las desventuras nocturnas de cada personaje, que para endulce del lector se traduce según la acomplejada vida de cada uno, sus formas de beber, meter, fumar, culear y hastiarse con cada parpadeo de una ciudad transitada por los nómadas de la avenida Blanchot que meten desde LSD hasta pastillitas psicóticas que obtienen en el manicomio como obsequio por haber intentado quemar a su propia familia en la carretera que va directo al mar, o porque en un día se le ocurre entrar desnuda al hipódromo y robarse al caballo que tenía aseguradas las apuestas del Derby para caer en medio de la arena cantando algo así como It was Twenty years ago today Sgt. Pepper taugh the band top lay they´ve been going in and out of style I don´t really want to stop the show uhhhhhh. (Pág. 130)

Escribir algo sobre la novela de Chaparro es realmente aterrador, es ver que millones de aves negras se vuelcan sobre tu humanidad para cagarte y demostrar que eres un bote de basura en el que uno, o quizá dos perros famélicos buscan cada uno de tus huesos entre bocanadas de escritura enferma, llena de burbujas con babas y halitosis de Amarilla en la mañana diciendo que quiere que todo se vaya para su puta mierda y que todo el que quiera puede hacer de su humanidad lo que realmente se le dé la puta gana bien sea en medio de la lluvia para sentirse en verdad húmeda trip trip trip o al finalizar la noche cuando todos están vueltos mierda y sólo quedan ella y Pink Tomate con las ganas de hacer de Amarilla un jugo de tomates en el que pueda suicidarse o morir con la mañana de lluvia trip trip trip.

En definitiva esta novela es cosa seria, y sería mejor que quien asuma su lectura esté plenamente dispuesto a reconocerse en medio de tanto desgarramiento existencial, entre la suprema tensión en que circulan los días de Lerner, Higway 34 y Alaín, sobredopados de su necesidad de gasolina carretera acpm motocicleta camión y bichas; o tal vez con la feroz vida de Carolo y El Loco sumidos en el traqueteo de un amor frustrado que los lleva a ambos a la evidente muerte de un rueda estallada en medio de las vísceras; quizá alcance a sentir algo de morbosidad voyerista con lo que le sucede a Max y Sven metidos de bruces en su club privado del árbol, y sienta con ellos las ganas de lamer las téticas pecosas y rosaditas de Helga La ardiente Bestia de las Nieves con un poco de Whisky y algo de cigarrillo hasta que la misma vida los haga pacotilla como ellos mismos hacen con su club privado para irse cada cual a su propia mierda.

A lo mejor, sentirá el lector que en cada página puede llegar a experimentar un verdadero clímax auto satisfecho realizado con la posibilidad de verse siendo parte de una de la orgías descontroladas y sedientas de sangre amor, descalabro, angustia, café negro, pocillo, ven para acá mi amor, te tengo, no cierres la ventana, vaso, no cierres la página, continúa, embriágate haz de mi cuerpo y de mis páginas una autopsia una autopista llena de motocicletas ácidos LSD marihuana Sandinista Violeta Profunda Cuba Y Amarilla corriendo desnudos por la arena de los días de los tejados mortuorios bares como el Bar Kafka Bar La Gallina Punk para cogernos la huevas a patadas y garantizar que se lleve a cabo la ceremonia del No Futuro hasta que nos lleven al hospital y nos cosan las heridas de la vida la muerte poder despertar en medio de la habitación completamente alucinados de  literatura suturada con odios temores y sobre todo mucho Opio en las Nubes.

Omar Alejandro González.
Ficha del libro: CHAPARRO Madiedo, Rafael; Opio en las Nubes. Babilonia Ltda. Bogotá DC. Séptima edición.  2007.

miércoles, 6 de abril de 2011

SUENAN TIMBRES EN EL LABERINTO

Suenan timbres de Luis Vidales (1926)  es un texto con valor literario. Desde el inicio del siglo XX -cuando fue su primera impresión-  se han generado diversas reacciones e influencias en la narrativa colombiana e hispanoamericana. 

El momento histórico en que apareció corresponde a la primera postguerra. El país se veía envuelto en transformaciones socioeconómicas mientras en el resto del mundo las vanguardias artísticas irrumpían en su propio frente de batalla. Colombia no fue la excepción. Así lo hizo saber el escritor bogotano Luis tejada, quien proclamara entonces el título de “poeta” para el joven Vidales.  Asimismo, Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges y Alberto Hidalgo incluyeron algunos textos en su antología denominada Índice de la Nueva Poesía Americana (1926), donde el único poeta colombiano era Luis Vidales. En 1976 se editó por segunda vez el libro. Y lo harían una vez más en 1986. Ahora, en el 2011, cabe la pregunta: ¿cuál es la importancia de Suenan Timbres en la poesía latinoamericana?

Quizá sea la aparición de un mundo inédito derivado del entorno urbano. El título mismo sugiere una esfera sensible donde la música es esencial. El timbre es una propiedad de la música y, como recuerda Manuel Valls Gorina en el libro Para entender la música: “Todo sonido lleva en sí una especie de ganga de sonidos complementarios, que no distinguimos separadamente, pero en conjunto dan su timbre o color”.

El timbre permite diferenciar entre varios sonidos, por ejemplo entre el del clarinete, la guitarra, la trompeta, el piano, etcétera. Esa peculiaridad de la música es asimilable a los objetos o instrumentos cotidianos. Me refiero al rumor del viento, las estridencias febriles, el tránsito rodante, la lluvia, en suma, múltiples sugestiones auditivas, estímulos sonoros. Como cuando leemos: “El piano/ que gruñe metido en un rincón/ le muestra la dentadura/ a los que pasan junto”. (Pág. 92.)

En cierta medida la música toma cuerpo en colores vívidos. Así es en el verso del poema titulado “Entierro”: “Las campanas se le querían caer encima/ como sombreros ingleses”. O en Los Ruidos: “Ruidos/ Vosotros vagáis locos/ buscando una salida/ pero al igual que yo/ no habéis podido encontrarla/ Ruidos”. (Pág. 69)

También es el sonido del silencio o la sordera del misterio. Quizá el reconocimiento de la vida oculta de las cosas, el recóndito movimiento que anhela la expresión del ser, superando las resistencias naturales y físicas. Recordemos los versos de Charles Baudelaire, al sugerir que el poeta es el hombre que:  “comprende sin esfuerzo y sin dudas/ el misterioso idioma de las flores y las cosas mudas”.

Quizás la poesía es resultado de una serie de interrogaciones que se plantean a diario. De allí las constantes inquietudes de la voz poética, por ejemplo: “¿por qué un mismo espectáculo todos los días desde que le diste cuerda al mundo?./ Señor./ Deja que ahora/ el mundo gire al revés/ para que las mañanas sean por las tardes.” (Pág. 108.)

El anterior fragmento pertenece al poema de Luis Vidales titulado: “Oración de los Bostezadores- dedicado a Leo Le Gris- Bostezador”.  Al igual que en León de Greiff, en Suenan Timbres es evidente una “poesía urbana” por así llamar a los mundos inéditos que vierten sobre la literatura colombiana de inicios de siglo XX un viento nuevo, una voz que va más allá de los llantos fatuos de la tradición costumbrista y decimonónica.

La obra mencionada logró romper las marcas conceptuales y técnicas de nuestra narrativa. Además de ser estudiada dentro del género poético también es considerada precursora de la mini-ficción en Colombia. Por ejemplo con la serie de cuentos titulada Los Importunos. Especialmente por los temas (El universo de los antípodas, el mundo del otro-yo, de la sombra) que hasta el momento no habían sido abordados con tal brevedad.

Por ejemplo, en el cuento Los Antípodas, un personaje sustenta ésta teoría ante el horror de quien le escucha: “Usted puede sostenerse en pie, discurrir, bostezar, reflexionar, triunfar o ser derrotado en razón directa –o inversa- de lo que ocurra a su antípoda”. (Pág. 50.)

Recordemos que los antípodas son los contrarios absolutos. Anti: contrario, antagonista. Poda: de pie. Antípoda: el que se haya contrario a mis pies. Al otro lado de la pelota, diría Vidales. En ese sentido, F. Nietzsche diría que Kant era el antípoda de Goethe.

Por otro lado, en el libro se evidencia una visión alegre y optimista, quizá sin resentimientos. Pero sí con una alegría casi infantil, como quien hace una auto-caricatura. Con mucho de ironía, cuando leemos: “Pongámosle nombre a las cosas, porque, sino, ¿cómo las podemos negar”. (Pág. 197.) O quizás en estas palabras: “A Zeus, el encargado de sancionar a los hombres por medio de catástrofes, le volvió añicos su templo en Arziani un violento terremoto. Se ruega tomar nota del suceso.” (Pág. 189.) O está la paradoja: “Hay ocasiones en que le tenemos un miedo pánico al estruendo del silencio.” (Pág. 197). Y el humor negro: “Las funerarias se encargan de recordarnos con tiempo, que somos una vil mercancía”. (Pág. 193.)

Quizás la importancia de Suenan Timbres está en la predominancia de lo nominal e ideográfico sobre lo adjetivo. El triunfo del dinamismo sobre lo estático. Y con ello, el valor estético de la palabra, el lenguaje, el Logos.  Sin embargo, va más allá de la evasión, puesto que sus intenciones persiguen una actitud revolucionaria así como expresiva y comunicativa. Además, su legado renace en la vitalidad del aforismo, de la concisión, tan cercana a la máxima y la sentencia. En ese sentido, en el fondo resuena un eco que recuerda las palabras de Emile Cioran: “Reír es la única excusa de la vida, la gran excusa de la vida, reír es una manifestación nihilista”. Quizá esa sea la pertinencia y actualidad del libro de Luis Vidales.

VIDALES, Luis. Suenan Timbres. Selección Cultura Colombiana. Plaza y Janes Editores. 1986. Bogotá, Colombia. 189 páginas.
Por: VÍCTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES