lunes, 29 de diciembre de 2008

LA NIEVE DEL ALMIRANTE DE ÁLVARO MUTIS

De acuerdo con la profesora Luz Mary Giraldo, Álvaro Mutis es uno de los hitos de la narrativa colombiana, junto a Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera y Gabriel García Márquez. El de la profesora Giraldo es un ejercicio riesgoso, toda vez que el intento por canonizar un escritor de tan reciente producción, puede estar distorsionado por un florecimiento coyuntural de una voz que aun no ha resistido el paso del tiempo, necesario para consolidarse. Es verdad que Mutis ha gozado en los años recientes de una fama empotrada en su trabajo constante con la palabra en los diferentes géneros literarios, trabajo reconocido por varias instituciones a nivel mundial – con premios como el Cervantes y el Roger Caillois -, pero considero que su obra debe seguir siendo indagada con la seriedad que ella amerita y esperar a que el paso de las décadas y las lecturas constantes la ubiquen en el lugar que le corresponde.

La nieve del almirante es una de las novelas que conforman el repertorio de su producción. Publicada en 1986, la obra tiene como eje central a Maqroll el Gaviero, el personaje que recorre casi toda la creación de Mutis, incluyendo sus poemas. En La nieve, Maqroll sabe de un aserradero en plenas selvas del Amazonas y cree que allí hay un negocio que le dará buenos réditos; con la ayuda desinteresada de Flor Esteves viaja a culminar la empresa. Pero cuando llega al lugar se da cuenta que es imposible montar una fábrica en esa zona y mientras tanto va descubriendo la realidad de la región: hace el amor con una india y sufre de un extraño mal que lo lleva a estar cerca de la muerte; es testigo del deceso del capitán, quien se ahorca por razones filosóficas y finalmente conoce la corrupción del Estado al saber que los aserraderos sólo funcionan con el apoyo de la guerrilla (que cobra una vacuna); en el caso de la novela ese apoyo lo tiene un trabajador de la rama oficial. Ante estas situaciones, Maqroll vuelve donde Flor Esteves, al páramo, pero solo encuentra una tienda desalojada y una soledad que lo espera.

La historia está consignada en el diario de El Gaviero, quien va tejiendo la maraña de situaciones que se desarrollan en una zona inhóspita: es una prosa poética, que no le deja casi nada a la oralidad y en cambio profundiza en las reflexiones de un personaje con un destino malogrado, condenado siempre al fracaso. Maqroll sabe de su suerte cuando indica que “es como si en verdad se tratara solo de hacer este viaje, recorrer estos parajes, compartir con quienes he conocido aquí la experiencia de la selva y regresar con una provisión de imágenes, voces, vidas, olores y delirios que irán a sumarse a las sombras que me acompañan, sin otro propósito que despejar la insípida madeja del tiempo” (76)

Por momentos ese viaje se torna dramático, como cuando se descubre el suicidio del capitán – tratado con sobriedad, sin desmesuras -, o incluso revela parte de la realidad nacional, cuando se presenta un Amazonas dominado por la guerrilla y la corrupción política. La narración se desarrolla lentamente, con el mismo tono desesperanzado del personaje que cuenta la historia, sin mayores desgarraduras, sin dolores ni golpes de pecho extremos. Es desde ahí que se logra construir una atmósfera soporífera, evidentemente disfórica, del destino de Maqroll, y acaso si pensamos en que él es un ejemplo de múltiples vidas reales, se configura la historia de un sector de la humanidad para el que no hay arraigo ni posibilidad de éxito.

Sentimos con Maqroll los abismos de una vida sin posibilidad de anclaje en un punto fijo, pero es precisamente en esa configuración del personaje y de la narración en general, en donde se hallan elementos que acaso desconcierten. En la novela, las cuestiones de la errancia, la soledad y el fracaso son tan evidentes, que el lector no tiene en ocasiones un espacio para perseguir otros sentidos, más allá de los que el narrador le muestra explícitamente. Es como si hubiera existido un programa narrativo preconcebido con tiralíneas, para demostrar en todas las partes de la novela los tres tópicos anteriormente reseñados; el lector se siente llamado siempre por la voz del narrador que le dice (implícitamente) “mira, aquí está la errancia; mira, aquí la soledad; mira, aquí el fracaso”.

La estrategia se convierte en una camisa de fuerza para el narrador, los personajes y el lector: el primero se ciñe estrictamente a un plan preconcebido; los segundos terminan en ocasiones un poco desnaturalizados, planteando discusiones filosóficas que sustenten las intenciones de la novela; los lectores se quedan casi siempre con la misma impresión (de ahí que varios textos de la crítica especializada machaquen hasta el cansancio la cuestión de la desesperanza en las obras de Mutis) A fuerza de concebir toda una filosofía en la novela – atractiva por demás – el narrador corre el riesgo de revelar muy temprano sus cartas y hacer la obra un poco previsible, en tanto ya se sabe hacia dónde van los destinos de varios personajes: la errancia, la soledad, el fracaso. Se cancela así la posibilidad de la sorpresa e incluso el ejercicio polifónico.

Es verdad que, para realizar sus obras, muchos escritores concretan inicialmente su visión de mundo y luego esbozan situaciones y personajes. Es una manera de ejercer la profesión sin dejar las cosas al azar y procurando dejar tatuada en el lector una lectura novedosa del mundo. Pero también es cierto que cuando esta estrategia se hace muy evidente termina por hacer de la narración un ejercicio un tanto artificial, que no permite el libre juego de la exploración de los sentidos: algo de esto percibo en La nieve del almirante.

Así, la fuerza en la dicción de Mutis, su capacidad de malear el lenguaje para conseguir metáforas deslumbrantes, lo pueden convertir en un hito de la narrativa colombiana; el peso de toda una filosofía que se desea sustentar podría ser un interrogante - que nace de la lectura de La nieve del almirante - a su verdadero lugar en la tradición novelística colombiana.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Mutis, Álvaro. La nieve del Almirante. Santafe de Bogotá: Norma, 1994.

viernes, 26 de diciembre de 2008

“EL ABRIGO” DE JORGE ELIÉCER PARDO

En el cuento “El abrigo”, el escritor tolimense Jorge Eliécer Pardo explora las incertidumbres que ofrece la ciudad de Bogotá a altas horas de la noche. Para ello, parte de un hecho muy trivial, pero propio de la vida convulsionada de la capital: un paseo millonario.

El personaje principal de la narración es un periodista. Él desgraciadamente toma un taxi y antes de llegar a su apartamento dos ladrones abordan el vehiculo en el que se transportaba. Entre amenazas e intimidaciones lo despojan de sus objetos personales, del dinero de su cuenta bancaria, de una colección de relojes y de un preciado abrigo, el cual le propicia un delirio agobiante y permanente que se expresa a través de una serie de sueños. Para el periodista, estos representan la posibilidad de volver a tener su abrigo; sin embargo, un final abierto frustra este anhelo.

Para relatar la historia, Jorge E. Pardo privilegia algunos recursos narrativos poco convencionales; sugiere una sensación de cambio y de trasgresión, todo con el fin de proporcionarle mayor dinamismo a la narración. En este sentido, emplea un narrador en tercera persona que, en contadas ocasiones, alterna su voz con la de los personajes. Esto le permite al escritor trasmitir, con contundencia, sensaciones únicas que obedecen a la configuración axiológica y psicológica de cada personaje.

Asimismo, subvierte la linealidad de la historia con breves alteraciones temporales; la remembranza que el periodista hace sobre su abrigo es una muestra de esto. Así enriquece el relato con elementos vitales que afianzan la credibilidad del cuento; y finalmente, anula la posibilidad de un final cerrado a través de la simultaneidad que instauran cinco pesadillas. De esta manera, el escritor sugiere una forma contemporánea de narrar su cuento.

Las innovaciones narrativas que introduce Jorge E. Pardo en “El abrigo”, hacen de una historia tan elemental un complejo entramado de sentidos de los cuales se desprenden múltiples interpretaciones. El dilema que ofrece una ciudad a las altas horas de la noche, las posibilidades e imposibilidades que brinda el sueño, y la inseguridad que propone un final abierto hacen parte de ese juego de insinuaciones, acertijos y problemas que sugiere la narración. Basta solo adentrarse en los entresijos del relato para sucumbir ante las incertidumbres que encumbre la pérdida de un abrigo.

Gabriel Bermúdez

Ficha del libro: Pardo, Jorge Eliécer. “El abrigo”. En: Amores digitales. Pijao Editores.

martes, 23 de diciembre de 2008

EL NIÑO QUE SE LLENÓ DE IRA, DE CELSO ROMÁN: UN MINICUENTO PARA SER VÍCTIMA, COMPLICE Y VICTIMARIO.

Las fronteras de la realidad y la fantasía parecen disminuirse en las manifestaciones orales, a partir de las cuales, en ocasiones, eventos sobrenaturales o personajes siniestros y fantásticos derivados de las leyendas, mitos y tabúes de los pueblos, afloran en los imaginarios y se constituyen como fuente para lograr conductas favorables y comportamientos positivos, en especial, en los niños. Es común encontrarse con historias y anécdotas como la del “si no obedeces a tu madre, te lleva el loco en su costal” etc. Pero es muchísimo más cotidiano observar las historias de cama, es decir, aquellas que se emplean para lograr que un niño concilie el sueño.

Quién no ha oído, temblado y hasta hecho caso sólo por evitar la aparición funesta del “coco”, ese ser por medio del cual la manipulación de la conducta se tornó frustrante para algunas de las generaciones más veteranas (fui victima, lo aseguro) Aún cuando no se especificaba una forma corpórea, las más oscuras representaciones de la imaginación infantil acerca de lo que produce terror y pánico se redondeaban en el cuerpo inexistente del verdugo de los desobedientes y noctámbulos, de los insomnes con capacidad para estar en vigilia hasta altas horas de la noche, sin presentar síntomas de agotamiento o estrés (esos son problemas de los viejos).

"El niño que se llenó de ira" es un mini cuento que se nutre de este tipo de historias y las lleva a un plano en el que dejan de ser fantásticas, para convertirse, por medio del lenguaje, y en un acto supremo de imaginación sustentada en hechos trágicos y un tanto sanguinarios. Observemos que dentro de este mini cuento se manejan precisamente esos retruécanos sociales que emplean los adultos para dominar el espíritu inquieto de los niños, así como su temor a la oscuridad, no a la noche, como se cree. No, es a la oscuridad. ¿O es que acaso algunos de ustedes no se ocultaron en las noche de víspera de navidad para atrapar al viejo barrigón de Santa en el justo instante en que dejaba el regalo que con puntualidad se le solicitó casi con un mes de anterioridad? (otra vez debo confesar que fui victima, aunque imagino que ya saben cuál fue el desagradable final de mi fantasía) Así que se comprueba que no hay miedo a la noche, sino a la soledad y a la ausencia de luz.

Celso Román juega con esto y nos ofrece una historia en la que el final no puede ser menos que trágico, pero al mismo tiempo, definido en una especie de humor negro, que lleva al lector a confabularse con el verdugo, a reírse de la desgracia del niño y a festejar el castigo por sus pataletas. El caso es que la anécdota está elaborada a partir de una escena de cama en la que “mamá acostó al niño nene bonito formalito cariño de mamá va a dormir con los pies bien tapaditos porque si los niños no se tapan los piecitos viene un ratón grande y se los come”; el niño desobediente hace toda una pataleta y la madre opta por pegarle un par de nalgadas y abandonarlo con su berrinche, pero al día siguiente, las palabras lanzadas como prevención inocente y manipulada, se tornan reales y fatales, tanto para el niño – que amanece con su pierna derecha como una “papilla sanguinolenta” - como para el pobre animal, el “ratón grande” que termina abaleado por la policía.

El ejercicio del humor y la ironía en los cuentos ultracortos hispanoamericanos –asegura Lauro Zavala en su libro La minificción bajo el microscopio- presenta varias formas de la paradoja, al yuxtaponer perspectivas contradictorias cuyo reconocimiento depende de las referencias y las competencias literarias de cada lector. Así, en este mini cuento, el humor es reconocido sólo porque se tienen referentes que sustentan un humor fino, entendido, por medio del cual también se llega a la reminiscencia, al momento justo en el que se caía en el juego del “coco” del “loco” del “ratón Pérez”, “papá Noel”, “el niño Dios”, y se comprende el texto, se abstrae la ironía, con su ojo serio y el otro en guiños , como afirmó W. Fernández Flórez en su discurso de recepción en la real academia española en mayo del 45; hay que entender muy bien las fronteras entre humor, chiste y burla, pues el verdadero humor tiene matices, como el arcoíris, fuertes algunos, densos, pero otros frágiles y delicados.

En el mini cuento en cuestión, el humor es fuerte, no sólo por el final sanguinolento, sino porque su contenido ideológico destruye la tradición oral de muchos pueblos, la destruye, la parodia, se burla de ella y logra derrumbar, incluso, costumbres arraigadas en las formas de entablar diálogos de acuerdo y trato con un menor. Este, hace pensar en cosas incluso más allá del mini cuento mismo; por el ejercicio de la evocación y del recuerdo de esas historias, el lector – me sucedió- piensa en la posibilidad de un qué pasaría si un día observáramos al “ratón Pérez” dejando un pequeño botín a cambio de un diente que nuestro hijo, convencido de la historia que se le conto, dejó pulcramente bajo su almohada; o un simpático susto al saber que realmente aparezca el individuo barbado y gordinflón dejando un regalo para cada miembro de la familia en noche buena.

Cosas como estas, hacen que el humor de este mini cuento adquiera matices que van más allá de la conquista de una sonrisa de confabulación, y en su lugar aparezcan serias reflexiones en torno a lo que realmente puede traer la palabra cuando se pronuncia, a lo que es en verdad lo real o lo fantástico, hasta qué punto es la imaginación favorable o destructora.

En "El niño que se llenó de ira", encontrará un ejemplo del poder del lenguaje, así como una clase magistral del cómo alternar voces, personajes, narradores, intertextualidad y meta ficción en tan sólo 16 líneas, para que se deleite y goce con el placer agridulce de sentir compasión y alegría por el final de un suceso que a todos, estoy seguro, nos sucedió, por lo menos en el laberinto de la imaginación, porque, al fin y al cabo, como concluye Nana Rodríguez en su texto Elementos para una teoría del minicuento: “ El mini cuento es un género literario que se caracteriza por ser un discurso muy breve, cuya síntesis narrativa provoca una explosión sémica y un efecto estético a partir del sentido implicado del texto, que puede ser simbólico, irónico, alegórico, filosófico e insólito; es un agujero negro en el universo de la literatura”.

Omar Gonzáles

Ficha del Libro: ROMÁN, Celso. "El niño que se llenó de ira" En RODRIGUEZ, Nana. Elementos para una teoría del minicuento. Colibrí ediciones; Tunja: 1996. Pág.80.

viernes, 19 de diciembre de 2008

SIN REMEDIO: ¿UN DIAGNÓSTICO DEL COLOMBIANO?

La única novela de Antonio Caballero hasta la fecha, corre el peligro de no ser leída debido a su aspecto exterior: una obra de más de cuatrocientas páginas, acaso solo para especialistas y uno que otro curioso. Si a eso se le agrega que, como el mismo Caballero afirma en un libro biográfico titulado Patadas de ahorcado, su propio padre decía de Sin remedio que era una obra que arrancaba un poco lenta, la cuestión de la lectura se complica. La apariencia y la velocidad inicial pueden ser palos en la rueda pero luego de una indecisión el lector persigue la historia sin dilaciones.

En el inicio se nos muestra un Ignacio Escobar reflexivo – como ocurrirá en muchos pasajes – tratando de convencer a su novia Fina de lo difícil que es para él aceptar un compromiso de matrimonio y la paternidad. La mujer lo deja sólo en su habitación y en adelante comienza la vida de constantes caídas del personaje principal: ¿quién le traerá la comida en el día de su cumpleaños 33? ¿Cómo obtendrá la marihuana para llevar con serenidad la existencia? Una vez sale de su apartamento se ve enredado en la dinámica de Bogotá, violenta, descascarada, políticamente turbulenta. Múltiples eventos le pasarán: desde la persecución de un militar corrupto hasta el enganche no deseado con una facción del marxismo colombiano, pasando por varios fracasos sexuales.

El perfil de Escobar se configura desde el mismo principio de la obra: es lo que se llama un escéptico, un individuo que duda de todos los proyectos e ideas que flotan en la sociedad. Interroga la validez de la posición privilegiada de la familia a la que pertenece, una mezcla de aristocracia y burguesía emergente que odia a los pobres pero que no puede hacer dinero sin ellos; duda de la honestidad de su madre, una hipocondriaca que nunca ha demostrado real afecto frente a Ignacio; desconfía de cualquier proyecto de familia en la que se vea castrado su hedonismo, su vida feliz en la completa inacción y falta de compromiso; reta a los imperativos de una izquierda dogmática con la que termina enredado no por afinidades políticas sino porque sus deseos carnales así lo exigen.

El protagonista de Sin remedio aparece como el ejemplo de la lucidez racional, frente a personajes entregados a la desmesura de sus convicciones y de sus vicios: el marxista colombiano que no ha interiorizado las lecciones del Capital y lo repite como autómata, una burguesía terrateniente y premoderna que se cree hidalga, el político corrupto y el militar narcotraficante, configuran, entre otros, los prototipos de colombianos de la década de los setenta, época en que se ubican los hechos. A partir de las relaciones entre Escobar y sus coterráneos se exploran los diferentes renglones de una sociedad dogmática, con grupos estrictamente delimitados y en la que es imposible la comunicación y el diálogo; todos terminan perfilando la caricatura de un estado moderno.

El atractivo de Sin remedio no es solo esa fina denuncia social que se filtra por todas sus líneas, sino la manera como se trabaja el humor y la parodia en la relación de un lúcido con los demás personajes. Cómo no reír de ese marxismo que parece más una religión, con catecismo incluido, de Zoraida y Hermes, quienes repiten terca y ridículamente ante los estímulos – como los perros de Pavlov - el discurso del partido; o de Diego León, cuyo compromiso con la revolución se reduce a jugar continuamente ajedrez; cómo no sonreír amargamente de la alta clase social colombiana – léase Doña Leonor, el cura Boterito Jaramillo, los primos y tíos de Escobar – cuyas buenas maneras y finos modales esconden el cáncer de la doble moral y el egoísmo que los carcome; o cómo no burlarse de la imagen del Coronel Aureliano Buendía, un doble paródico del personaje de Cien años de soledad que en Sin remedio es un narcotraficante torpe e ignorante.

Frente a estas figuras, Ignacio Escobar se mantiene crítico, evitando ser absorbido por cualquier discurso totalizador; en ese sentido, la postura axiológica del protagonista es también otro extremo, que implica la negativa a tener fe en cualquier discurso – racional, religioso, político, económico – y deriva en el hedonismo y la inacción. Tras la historia de ese poeta malogrado – Ignacio Escobar – que percibe que ni siquiera la poesía puede decir la verdad del ser humano, se esconde la historia del país y de las ideas.

Con estas virtudes, si la novela corre un peligro no debe ser el de su volumen ni su inicio lento, sino el de una posible pérdida de la polifonía: el hecho de que el escepticismo sea tan evidente y termine por absorber la obra, puede ser una mancha en su construcción, en tanto se pierde un poco la ambigüedad final. Uno termina enamorado de ese personaje que enfrenta a toda la sociedad con la duda racional, pero su propia fuerza y protagonismo dentro de la narración es precisamente la que la hace un poco monocorde. Aun así la novela genera varias preguntas: ¿Qué es lo que no tiene remedio? ¿Este país de ideas extremas? ¿Nuestra incapacidad para ser críticos? ¿El poeta en la sociedad burguesa?

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del libro: Caballero, Antonio. Sin remedio. Bogotá: La oveja Negra, 1984.

martes, 16 de diciembre de 2008

LA PATRIA DE MIGUEL ANTONIO CARO

En Colombia, es normal ver cómo las altas clases dirigentes utilizan indiscriminadamente símbolos propios –tales como la bandera, el escudo, el himno nacional, entre otros– so pretexto de enaltecer y glorificar nuestra identidad nacional. Mas, las verdaderas intenciones de este fenómeno se encuentran fundadas en el sentimentalismo que promueven con estos elementos, los cuales para ellos y el ciudadano del común, son exclusivamente “sagrados”. Parece ser que la estrategia ha resultado bastante fructífera, pues durante años la han tomado para la dominación –si se quiere el término– de la conciencia colectiva, de sus imaginarios, creencias y convicciones.

La literatura ha servido para dichos fines. Un ejemplo fehaciente de esta practica hegemónica en la historia, la podremos encontrar en Patria del político y poeta Miguel Antonio Caro (1843 1909) El poema Patria es un reflejo fidedigno del sentir nacional oficialista. Ese que sumió al país en los tiempos en que se constituyó “La Regeneración” y el dominio por extensión del Conservatismo.


Ese mismo sentir que ahora nos venden los gobernantes de turno y sus medios masivos de comunicación, con sus shows y las exitosas operaciones militares – la Jaque, entre otras–, los pocos triunfos de la “gloriosa” selección Colombia de Fútbol y las voces de representación en el mundo de Juanes y Shakira; todos esos elementos que utilizan bajo el manto de patria, sentir nacional e identidad son inviolables. Porque el que no entone el Himno Nacional con fuerza y con respeto, es un “veneco"[1] o un “mister”. Aquel que no ice la bandera el 20 de Julio u otra fecha especial, es un antipatriótico. El que no alabe las gestas gubernamentales es un bastardo de la patria, terrorista y apátrida.

Pero volvamos al poema: existe un hecho que sin duda se vislumbra en la composición del autor y es el referido a las concepciones de “honra, lealtad y honor”, que son imprescindibles en la voz poética. Él, se siente un hijo protegido de esa madre patria –personalizada y ennoblecida como ser superior–. En términos más acordes con su clase, la patria “endiosada” del poeta (político) es fuente de grandeza y de orgullo del ser colombiano.
A propósito, señala Ricardo Burgos que esta condición reinante no surge de la nada –y es apenas lógico– por lo que tiene una profunda raíz histórica: “hacia 1886 logra imponerse la Arcadia Heleno-Católica a la Utopía Liberal y así es como Colombia ingresa en el siglo XX. En este período de hegemonía conservadora que sólo vendrá a interrumpirse hacia 1930 con el comienzo de la llamada República Liberal, se acallan la visión científica y el pensamiento racionalista que representan la Modernidad, y en su lugar se consolidan "viejos valores hacendarios" que privilegiaban conceptos como el de la honra y el honor, y desdeñaban procesos de autonomía individual o secularización"
[2].

Si la Constitución Política de Colombia de 1886 tenía por consigna a nuestro territorio como “el país del sagrado corazón de Jesús”, no hay por qué ocultar ese carácter de resignación y sumisión que ha tenido el colombiano del común a los mandatos tanto extranjeros como divinos. No olvidemos que Caro cumplió cargos presidenciales en esa época y que impulsó la Regeneración, como proyecto político “godo” para perpetrarse en el poder. ¡Y ufanaba de ser hijo de una buena patria en ese poema, cuando sabemos en qué condición quedó nuestra verdadera nación, luego de ese arrasamiento católico - represivo!

Por esta razón, es que el ser colombiano navegaba en los mares de la ignorancia y no aceptaba pensamientos divergentes. Tenía como obligación adorar hasta donde fuera posible concepciones que al final le son ajenas, como la patria. Esa patria que Caro alude místicamente, pero que en el fondo ha excluido al colombiano. Esa patria que abandona a sus hijos luego de nacer.

PATRIA
¡Patria! te adoro en mi silencio mudo,
y temo profanar tu nombre santo.
Por ti he gozado y padecido tanto
cuanto lengua mortal decir no pudo.
No te pido el amparo de tu escudo,
sino la dulce sombra de tu manto:
quiero en tu seno derramar mi llanto,
vivir, morir en ti pobre y desnudo.
Ni poder, ni esplendor, ni lozanía,
son razones de amar. Otro es el lazo
que nadie, nunca, desatar podría.
Amo yo por instinto tu regazo,
Madre eres tú de la familia mía;
¡Patria! de tus entrañas soy pedazo

[1] VENECO: Referencia peyorativa del ser “Venezolano”.
[2] Burgos, Ricardo. La ciencia ficción en Colombia. Tesis de Maestría. Bogotá: Universidad Javeriana, 1998. Disponible en la red: http://www.javeriana.edu.co/narrativa_colombiana/contenido/modelos/cienciafic.htm
Juan Eliecer Carrillo

sábado, 13 de diciembre de 2008

RAÚL GÓMEZ JATTIN: “LA POESÍA ES ESO QUE NOS TALADRA LAS SIENES COMO UN BALAZO”.

Quisiera imaginarme la reacción de un lector convencional – es decir de un lector no especializado – al repasar esta primera estrofa del poema Venía del mercado excitada y dispuesta de Raúl Gómez Jattin:

Maritza Qué nombre tan horrible Como su
cara Pero tenía un culo que sacaba la cara por ella
Y unas tetas como papayas blanditas
que no había necesidad de tocar.

Formularé aquí varias de las posibles preguntas que se haría ese lector. Lo primero es que tal vez se negaría a considerar que esas líneas son poesía y buscaría soterradamente en su archivo de conceptos cuáles son los elementos propios de un poema. Seguramente en la escuela colombiana le habrán enseñado que un poema no puede tener palabras obscenas, que la belleza se consigue puliendo al máximo los vocablos e incluso, si sus conocimientos aun pertenecen al siglo XIX, predicará que hace falta en esta estrofa la rima consonante que le dé musicalidad a los versos. Podrá encontrar eso sí el uso de la metáfora, pero la vulgaridad implícita en ella le negará la posibilidad de hacer las asociaciones entre una parte del cuerpo de la mujer y una fruta.

Sin embargo, luego de un primer rechazo inicial le sorprenderá que se pueda escribir un poema de esta forma y si revisa un poco en la historia de la poesía colombiana le interesará comprender por qué lectores afamados como Juán Gustavo Cobo Borda y William Ospina se refieren al autor de estos y muchos versos más como uno de las mejores voces de la poesía contemporánea. Con un poco de fortuna para la literatura este lector se animará a repasar otros poemas de Raúl Gómez Jattin y de seguro se encontrará con un escritor que con cada verso trata de taladrarle las sienes como un balazo.

Para un lector convencional – e incluso para uno especializado – la lectura de la poesía del cartagenero que se ha hecho mítico no sólo por sus creaciones sino por su constante visita a las clínicas mentales, su afición a las drogas y su final (atropellado por un carro), es como una iluminación. En especial en un país como el nuestro en el que la enseñanza de la poesía parece correr a cargo de maestros que en la mayoría de los casos no sienten mucho interés por ella.

Si hemos corrido con la suerte de escuchar algo diferente a los “dos lánguidos camellos / de elásticas cervices” y de hallar profesores que no utilicen el poema para la enseñanza de la lingüística, entenderemos que José Asunción Silva nos propuso un nuevo tipo de versificación – libre – y que puso en juego las múltiples sensaciones que los sentidos perciben en un poema; que Aurelio Arturo hizo una poesía con un lenguaje sencillo, lleno de vientos y de vida campesina; que Luís Carlos López introdujo la ironía y cantó a la somnolienta vida de su pueblo cartagenero; que León de Greiff tatuó de una música extraña al poema; que la generación de Mito reservó para sí la reflexión sobre los grandes temas del ser y los Nadaístas pretendieron reírse de las instituciones oficiales. Entenderemos que estas y muchas voces tienen su particularidad y que si nos decidiéramos, de seguro encontraríamos en una de ellas nuestra alma gemela.

Raúl Gómez Jattin quiso también imprimir su propio sello en la literatura colombiana y lo realizó de varias maneras. Lo primero que se puede captar en sus poemas es un arduo intento por embellecer algunas de las pasiones más íntimas del ser humano; en algunos de esos lances, el poeta cartagenero utiliza un lenguaje crudo que roza las barreras de lo obsceno y que regularmente se refiere a lo sexual.

Edwin y yo nos masturbábamos de ocho a nueve
en clase de aritmética Y de cuatro a cinco
en la de Historia Patria El de él
era idéntico a su cara Pícaro y sonriente
Con el glande torcido como su peinado (De Recordándonos Siempre)

Es necesario insistir en que con esta expresión, Raúl Gómez Jattin reta nuestros conceptos acerca de lo que es la poesía y nos invita a decidir si la suya es digna de seguir leyendo o no. Por otro lado, el tema de la sexualidad es algo reiterativo en toda la obra del poeta: las relaciones zoofílicas, homosexuales, heterosexuales onanistas, recorren gran parte de sus versos. El riesgo que corrió Gómez Jattin fue poetizar este tipo de relaciones con el apasionamiento propio de quien las ha vivido intensamente, pero con la convicción de que la labor del poeta es reelaborar estas experiencias, para que no se conviertan en simples anécdotas personales que llaman la atención más por lo sórdidas que por lo bellas.

Este hecho trae como consecuencia una de las particularidades de su poesía: nadie en la tradición poética nacional se había atrevido a embellecer lo descarnado con un lenguaje igualmente descarnado; en las voces anteriores a él siempre existe un temor de no sobrepasar algunas barreras lexicales, de no llegar a la vulgaridad pura y partir de ella para hacer poesía. Si bien no todos sus versos tienen este signo – porque Gómez Jattin también es un escritor polifacético – revelar a su amado que “eres un varón del putas” o decir que “Gladis ... me restregaba el trasero en las rodillas ... pero no me lo daba” o construir un texto como “Donde duerme el doble sexo” es un índice de esta tendencia transgresora. En este último poema por ejemplo hace un repaso a los múltiples asedios sexuales que se pueden realizar con los animales y luego de descubrir placeres y dolores de la zoofilia cierra con estas afirmaciones:

Todo ese sexo limpio y puro como el amor
entre el mundo y sí mismo Ese culear con
todo lo hermosamente penetrable Ese metérselo
hasta a una mata de plátano Lo hace a uno
Gran culeador del universo todo culeado
Recordando a Walt Whitman

Hasta que termina uno por dárselo a otro varón
Por amor Uno que lo tiene más chiquito que el palomo

Pero en Raúl Gómez Jattin no todo fue crudeza y también trató la sexualidad (que para él es pansexualidad, es decir la posibilidad de relacionarse con todos los seres de la naturaleza) desde otro tipo de imagen. Conciente de que la lengua es amplia y de que se debe renovar constantemente, indagó en sus múltiples posibilidades. El poema Casi obsceno lima la agresividad de sus poemas más febriles, y a partir de la sugerencia deja filtrar tanto los deseos sexuales como el amor:

Si quisieras oír lo que me digo en la almohada
el rubor de tu rostro sería la recompensa
Son palabras tan íntimas como mi propia carne
que padece el dolor de tu implacable recuerdo

Aquí el lector convencional empezará a experimentar otras sensaciones. Entenderá que aparte de que la poesía pueda llegar a ser agresiva y vital, también habla de las relaciones entre el amor y el dolor, de la delgada línea existente entre el amor y el sexo, de la sugerencia como elemento que la hace plurisignificativa. Yo soy de los que cree que en la mayoría de las ocasiones, el conocimiento que en la escuela obtenemos de lo que es la poesía nos lleva a formarnos la idea de que es algo cursi, que es un discurso que se refiere al amor de pareja (hombre mujer) de manera apasionada y hasta patética. Muchos de estos imaginarios son desmontados en la poesía de Raúl Gómez Jattin, a la que me imagino vetada en muchos de nuestros colegios por inmoral e impúdica. Por eso el lector convencional andará sorprendido por tanto mundo que ha dejado de recorrer, por tantas pasiones, ideas y sentimientos que ha desechado y querrá seguir repasando los versos de Gómez Jattin.

Se dará cuenta entonces que al poeta cartagenero no sólo se preocupó por explorar el pansexualismo sino que además reveló la locura, lo que significa ser poeta en una sociedad tan entregada a las vidas convencionales y también valoró la amistad como un sentimiento imprescindible y a través del cual se redime el ser humano. En cuanto al problema de la locura creo que ya muchos han insistido y hasta explotado esta condición de Gómez Jattin; por eso creo que es más importante recalar en su visión sobre el poeta y la poesía misma. En este sentido y de acuerdo a algunos versos de su producción, para Gómez Jattin el acto de creación del poema es al mismo tiempo doloroso y placentero. Por eso en De lo que soy afirma que:

Descifro mi dolor con la poesía
Y el resultado es especialmente doloroso
voces que anuncian: ahí vienen tus angustias
Voces quebradas: pasaron ya tus días

Para el lector, las expresiones pueden ser exageradas: ¿por qué tanto dolor, se preguntará, si el mundo en el que vivimos nos desconecta de nuestras angustias? Debemos entender que no es porque el poeta quiera hacer gala de falsas desgarraduras, sino que su sensibilidad desborda los límites de la de nosotros, los seres humanos ‘normales’, y termina por - parafraseando a Jorge Luis Borges – ver asombro donde otros sólo ven costumbre. El poeta es sensible a los problemas del ser humano en general – desde los económicos hasta los psicológicos – y no cesa en su empeño de canalizar todo el dolor que le produce la humanidad a través de la palabra poética. También es sensible – y eso lo habrán experimentado todos aquellos que algún día han querido escribir un poema o un cuento – a los problemas a los que se enfrenta todo escritor cuando desea crear algo bello y original. Así, al escribir poéticamente Gómez Jattin se acerca al dolor universal, pero a la vez vierte en la palabra sus propios demonios, se libera de la soledad y del hastío; por eso los versos insisten en que “La poesía es la única compañera / acostúmbrate a sus cuchillos / que es la única”.

Estos son tan sólo algunos de los sentidos que un lector puede hallar en la poética de Gómez Jattin. Pero tal vez se deba recordar algo de lo más importante de este creador colombiano: luego de la crudeza, del pansexualismo, de mostrarnos que existen otros lenguajes y otros ritmos, de decirnos que la poesía es al mismo tiempo dolor y esperanza, de burlar la locura dándole gracias por hacerlo un mendigo, de recordarnos que algo hemos perdido en nuestras clases de literatura en el colegio, y en fin, de enseñarnos que “la poesía es eso que nos taladra las sienes como un balazo”, nos devuelve su ser con estos versos que recuerdan a Withman, uno de sus padres literarios:

Por qué querrá esa gente mi persona
si Raúl no es nadie Pienso yo
Si es mi vida una reunión de ellos
que pasan por su centro y se llevan mi dolor

Será porque los amo
Porque está repartido en ellos mi corazón.

Leonardo Monroy Zuluaga


Ficha del Libro: Gómez Jattin, Raul. Amanecer en el Valle del Sinú. Colombia: Fondo de Cultura Económica, 2004.

martes, 9 de diciembre de 2008

DIA GNOSTICO: DE HOMBRES Y AGONIAS, DE LA POESÍA Y SU EXISTENCIA.

He leído poesías que me trastornan el pensamiento por semanas; otras apenas logran despertar como una magia que se desvanece en el instante de una inhalación, pero esta, aunque no trasnocha mi sentido lírico , tampoco despierta menos que un bostezo; tiene algo que impacta y que al mismo tiempo desencanta; eso es, una poética del desencanto de los hombres que viven socialmente deprimidos porque se dan cuenta que este mundo no fue hecho para sus mentes avanzadas y revolucionarias, para cerebros que quieren ver mucho más allá de lo que apenas el consciente percibe, y para individuos que son sólo eso, entes abstractos en un paraíso de representaciones que jamás los representa.

Tal vez es aquí donde pueda incluir al movimiento de finales de los cincuenta que estalló como respuesta a la crisis bipartidista que vivió el país: El nadaísmo, encarnado por hombres más bien excéntricos, contestatarios y activistas, se abalanzó en un sentimiento antipoético que buscaba no sólo desgastar las axiologías, sino volcar a la sociedad en un sentimiento anómico a través de la literatura - de la cual, en muchas ocasiones, denigraron-. Un ejemplo de sus burlas se evidencia en el empleo de pseudónimos que para nada tienen que ver con lo realmente nominal, sino que se aventuran al futuro simbólico eminente: X-504, de Gonzalo Arango, como una forma de mostrar los universos absurdos que a veces permean el mundo literario.

Sin embargo, en medio de este paraíso de reproches y acciones triviales que sustentaron su hecho ideológico, resaltan algunas muestras poéticas que bien podrían sustentar su hecho estético y que a mi juicio contribuyen a la consolidación de toda una propuesta literaria. DIA GNÓSTICO es un poema, o no lo se – a veces es difícil generalizar este tipo de escritura- que logra representar el universo solitario, deprimido y convaleciente del autor; como si en verdad estuviera esperando ese diagnóstico médico que comprobara su naciente enfermedad social. Pero es también un posicionamiento incrédulo, no definido frente al estado espiritual de calma y sosiego que se alcanza con la poesía: Es que mi amada está enferma, concluye el poema, y evoca el cuerpo putrefacto de una carroña, el templo de Apolo violado por la mano de Aquiles.

Todo el poema se justifica en el verso final, y aunque está formado por seis versos, parece que en ese final se concentraran todas las desgracias a las que un hombre está expuesto cada día de su existencia fuera del paraíso, en el exilio de si mismo; la amada yace enferma, expuesta al sol, a la fuerza de los ríos, desvanecida como ceniza y con miedo, y No es que el señor haya perdido el control del planeta, es que la poesía no puede consumarse, no existe actitud poética y por lo tanto el diagnostico es autorreferencial: Mario Arbeláez acepta su imposibilidad poética, su precariedad con la palabra y la imposibilidad de lograr el retorno al génesis, al orden.

En medio de la desolación y el abandono de la inspiración y de la posibilidad de concebir la palabra poética, está la expresión, común ante todo, mundana y contestataria, y me pregunto si esto no es la poesía misma; el estallido de un alma cansada de obviedades que se revienta en punzadas estéticas y alaridos de protesta, de burla y desconcierto. Mario Arbeláez presenta su DIA GNOSTICO en medio de dudas, justificadas; ya Borges aseguró en su ciclo de conferencias de Arte poética, que el acto poético es la revelación de otros mundos resucitados por la poesía, universos paralelos y simbólicos en los que la experiencia sucede, y la experiencia y el suceso son la poesía; así, las experiencias agónicas de un hombre, son la poesía que agoniza, la amada enferma que se presenta entre insolaciones y diluvios, revolcada entre cenizas.

Incluso, una reinterpretación de los versos, siguiere que aunque el poeta pueda tener momentos de extrema lucidez, por instantes se puede hallar ante un receso de inspiración que le Arruine la cosecha y que le lleve a los momentos de enfermedad, en los que nunca se pierde el dominio de la escritura, sino que no se alcanzan los efectos, no se logran los puntos delicados de equilibrio que la hacen obra de arte. Entonces, como acto de escritura, de experiencia, es poético y exige su propia interpretación, y aunque su fuente de origen no sea del todo confiable, esa fuente nos da los métodos y experiencias que necesitamos para interpretarlo, aun cuando estas no sean las liras de Orfeo que queremos encontrar, pero son, de todas maneras, reveladoras de la poesía misma.

Las visiones que sobre el Nadaísmo se han hecho en las historias de la literatura Colombiana no son las más alentadoras, y tal vez, eso sea parte del diagnóstico al que pretendían llegar los Nadaistas con su poesía y sus propuestas estéticas agónicas, sufridas y despojadas de todo elogio subjetivo. Revisemos a conciencia cada obra: podemos encontrarnos con bostezos, pero con seguridad, podremos hallar resquicios de poesía que se encarnen en el alma como una simple inhalación.
Omar Alejandro González.

DIA GNOSTICO
Si sale el sol es para arruinar la cosecha
Si se presenta la lluvia se desbordan los ríos
Si encendemos la chimenea se quema la casa
Si abrimos la ventana se nos entra un murciélago
No es que el Señor haya perdido el control del planeta
Es que mi amada está enferma.

Tomado de: Jotamario. Mi reino por este mundo. Bogotá: Biblioteca de Literatura colombiana/ Editorial Oveja Negra, 1986.

sábado, 6 de diciembre de 2008

LA MULTITUD ERRANTE: EL DESPLAZADO EN EL FOCO

El compromiso del arte con los temas actuales de una nación será siempre un tema espinoso: algunos rechazan la posibilidad de que una obra explore cuestiones muy recientes de la experiencia colectiva con el argumento de que está primando el oportunismo comercial o político; otros por el contrario se indisponen si el arte evade esas realidades y recala en una suerte de escapismo – lo denominan – neutral y acaso indignante, porque no revela las condiciones reales de una humanidad pauperizada. El artista está en todo su derecho de elegir sus fuentes de creación pero acaso siempre estará sometido a presiones de este tipo.

Considero que en Colombia esta discusión sobre lo actual introducido en la literatura, se animó con la violencia bipartidista, cuando el tema de la barbarie se impuso en la narrativa del país con no muy buenos resultados. Un apasionamiento de nuevos creadores envueltos en el conflicto, el poco distanciamiento frente a la disputa política y la impericia de prosistas nacidos de repente, llenó las páginas de las novelas y los cuentos de la época, de vicios por todos conocidos: crudismo, maniqueísmo, truculencia, afán de denuncia, sometimiento de la palabra estética al hecho sociológico. De esa etapa quedan unas cuantas obras de valor y muchas líneas perdidas, pero además se ha remozado una lección para quienes deseen narrar el conflicto contemporáneo: la clave sigue estando en el tratamiento del conflicto y en el lenguaje utilizado para reelaborar ese tema contemporáneo.

El problema de la violencia bipartidista ha cedido su espacio a otro tipo de violencia, concentrada ahora en la disputa entre paramilitares, guerrilla y fuerzas militares, que tienen el narcotráfico como fondo común. Un tipo de literatura citadina que retoma esas fuentes, se encuentra en la denominada novela de sicarios muy en boga en espacios como Medellín y Bogotá. La experiencia del narcotráfico y la violencia que genera por vía de diferentes grupos armados, se recrea en obras como La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo o Rosario Tijeras de Jorge Franco; en ellas el criminal se convierte en el protagonista de los hechos.

Por su parte, el conflicto armado contemporáneo que se desarrolla en el campo se ha explorado en novelas como Los ejércitos de Evelio José Rosero Diago y La multitud errante de Laura Restrepo y en los cuentos Los sin nombre de Jorge Eliécer Pardo y Safari de Libardo Vargas Celemín, para citar solo algunos. El foco de atención de estas obras cuyo desarrollo se da con preferencia en el campo, es múltiple: el anciano inerme que ve cómo su pueblo es devastado por el conflicto, el desplazado y sus demonios, las familias esperando los cuerpos sin vida en las orillas de un río o el militar enloquecido por un error que le cuesta la vida a niños indefensos.

Quisiera centrar aquí mi mirada en La multitud errante, de Laura Restrepo, novela publicada en 2001. La obra trata de una extranjera que participa en brigadas que ayudan a desplazados colombianos; la mujer – narradora y receptora de múltiples incertidumbres - conoce a Siete por tres, uno de los desposeídos, quien porta ese sobrenombre por tener veintiún dedos, uno más de lo normal en el pie derecho. Mientras en la brigadista crece el amor por el nuevo errante que llega al albergue, Siete por tres continúa en la búsqueda de Matilde Lina, una mujer que lo atendió en su infancia y que fue desaparecida por las fuerzas en conflicto.

En el prólogo la autora recuerda la obra de Alfredo Molano como referente inmediato, y de paso da pistas sobre los objetivos de la narración: “como creo que la escritura es un oficio en buena medida colectivo y que cada voz individual debe buscar su entronque generacional, he querido que este libro sea un puente entre los míos y los de Alfredo Molano, también él colombiano, cincuentón, testigo de las mismas guerras y cronista de similares bregas” (11) Esta confesión de influencias es más un llamado a descubrir las diferencias que a señalar similitudes, porque estas últimas son obvias: la recreación de la vida de los desplazados y los desaparecidos, una población olvidada que sobrelleva los dolores de la guerra y de la indiferencia. En efecto, en los libros de Molano desfilan desplazados, bandoleros, guerrilleros, criminales en las cárceles, en una prosa que en ocasiones, por más que se aliviane con uno que otro recurso narrativo, sigue siendo cruda. Laura Restrepo toma un camino diferente para revelar esa realidad nacional.

Primero, hay una intención explícita en La multitud errante por presentar los eventos desde una prosa salpicada de metáforas que tamicen la realidad de la violencia: para evitar amarillismos y truculencias, el lenguaje llama la atención sobre él mismo, dentro de los límites que el perfil de la narradora lo permite. Así, más allá del episodio de la desaparición de Matilde Lina, de las múltiples historias aterradoras de los desplazados, del asedio al albergue por parte de las fuerzas en conflicto, persiste la intención de lograr que el lector se detenga en la misma composición de la obra.


Es un desplazamiento de la narración y descripción fiel de hechos descarnados que se consigue también con el desarrollo de un conflicto central dentro de la novela, que es el florecimiento del amor de la brigadista extranjera en la figura de Siete por Tres. Este desplazamiento es fundamental para el equilibrio de la obra porque aunque el conflicto real, el de la violencia colombiana ejercida sobre un campesinado inerme, se mantiene en el trasfondo, lo que sostiene la atracción en la novela es realmente el enredo amoroso y el tratamiento del lenguaje.

Bajo esta estrategia se logra un doble efecto en el lector: por un lado, el de la constante reflexión sobre la vida de millones de compatriotas, la multitud errante que por momentos se estaciona en los semáforos, o en las calles con carteles que anuncian su situación, y para los cuales no parece haber un espacio donde echar raíces. La vida de Siete por Tres, arrancado de su tierra, sometido a empleos variados, y con la mente puesta en un familiar desaparecido, es un ejemplo de esa parte de la población colombiana descastada a la fuerza; por otro, la relación que se va tejiendo entre la brigadista y el desplazado invita a profundizar en las disyuntivas de una mujer que recibe y comparte las historias, no solo de Siete por tres, sino de quienes lo han conocido antes. En ese orden de ideas, la sensibilización frente a problemas fundamentales del ser humano y la sociedad- la solidaridad, el dolor, la desesperanza, el amor – es uno de los fuertes de esta obra de Laura Restrepo.

Sin embargo, en ocasiones el ejercicio narrativo parece deslucirse un poco: una tendencia incómoda a desarrollar - esporádicamente, es verdad – diálogos en los que se filtran las consideraciones de la autora y no de los personajes, como cuando Siete por Tres dice con gravedad inusitada “La muerte tiene una hermana, más taimada y perseverante, que se llama Agonía” (50), atenta contra el pacto ficcional entre la obra y el lector. En la misma línea existe un hecho poco verosímil, una posible captura de Siete por Tres, quien se salva porque en búsqueda de sus seis dedos, un militar le hace quitar la bota derecha, y el protagonista, en un arranque de sagacidad que increíblemente confunde al soldado, se quita la izquierda. En los dos casos, la inmersión en la ficción que se había logrado por arte del lenguaje, tiende a desaparecer.

Pero acaso lo más polémico de la novela es el final: la sugerencia de que se alcanza la felicidad en la relación que mantienen el desplazado y la brigadista. Para quienes están acostumbrados a la novela moderna, en la que los personajes nunca se reconcilian con el mundo ni con los seres humanos, esa conclusión es todo un reto de lectura. Pero aun por fuera de consideraciones estrictamente literarias, para muchos, esa felicidad podrá verse como un acto de fe que la escritora tiene frente a la posibilidad de la resolución del conflicto interno del país, porque para la multitud errante, esos compatriotas parias, los desplazados, no parece haber un futuro tan enternecedor.

La escritura de un tema actual en Colombia – el de la violencia colombiana entre paramilitares, guerrilla y Estado – tiene entonces en La multitud errante una elaboración estética con más aciertos que defectos y un final que se valora de acuerdo con las expectativas de los lectores: o es desbordadamente ingenuo (acaso dulzón), o muy esperanzador.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Restrepo, Laura. La multitud errante. Bogotá: Editorial planeta, 2001

miércoles, 3 de diciembre de 2008

“LIMPIOS Y COMUNES”

“A uno no lo vencen cuando lo matan o lo dejan herido, sino cuando uno llega a sentir que está en manos del otro”.

“Limpios y comunes” es el titulo del segundo capitulo de Trochas y fusiles. En este, Alfredo Molano sigue la línea trazada en “Isauro Yosa, el Mayor Lister”, es decir la reelaboración lingüística de los testimonios recogidos cuando sucumbió en las entrañas de “Casa Verde”, la antigua sede del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

En esta ocasión, Molano le sede el turno a otro narrador. Ya no es Isauro Yosa quien lo hace. Ahora es un veterano guerrillero quien asume esta función. Por ello, sustituye la visión de mundo del Mayor Lister por la de Munición, un ex-liberal, quien se centra en contar la historia de su primo, Pedro Antonio Marín: sus aspiraciones, las razones de su levantamiento, su rol como guerrillero liberal y su incursión dentro de las filas de las FARC.

La narración, tal y como la presenta Molano, comprende dos partes. Estas son plenamente identificables para cualquier lector en tanto comienzan con los subtítulos de “Los Marín” y “Los Loaiza”. La razón de estos se encuentra emparentada con la necesidad, por una parte, de especificar los personajes que intervienen, y por otra, de diferenciar dos momentos en la vida de Pedro Antonio. En últimas, esta aparente ruptura no anuncia una alteración en la narración. Tan solo un enriquecimiento de la historia con nuevos elementos, la cual se hace más compleja de interpretar si el lector no lee la parte que la antecede.

El ejercicio represivo y terrorista que agenciaban los conservadores en aras de perpetuarse en el poder y que ejecutaban los “chulos” y los “pájaros”, se constituye en el motivo estructurador del testimonio de Munición. Así él justifica los levantamientos armados, la formación de las primeras guerrillas y la constitución de las FARC. Para configurar esto, el narrador sitúa al lector en el contexto de la violencia bipartidista, la cual sustenta los primeros levantamientos de liberales. Entre estos, él reseña el de su primo Pedro, quien ante la encrucijada que le planteaba la situación prefiere asumir las armas.

“No puede ser que ninguno nos encaremos, que ninguno nos levantemos. Yo creo que yo se me voy a meter en esas cosas, vamos a ver con quien hablo y qué acuerdo hacemos para salirles a los godos. Hay mucho muchacho como yo que se mamó de andar escondiéndose y pidiendo perdón por lo que no ha hecho” [59].
De la misma forma, Munición referencia la situación de los Loaiza y los García, quienes también se alzaron, y con quienes Pedro y su gente empezaron a formar “un movimiento en armas contra el gobierno conservador” [70].

La formación de las primeras guerrillas contribuye al establecimiento del motivo señalado. Este proceso se da cuando se cristalizan las relaciones entre Pedro, los Loaiza, los García e Isauro Yosa, un comunista procedente de Chaparral con más de doscientos hombres y unas cuantas familias. Pese a lo grandes avances logrados, la dicha duró poco; la posibilidad de concretar un bloque grande de resistencia en el sur se comenzaba a frustrar: “entre Liberales y Comunistas había unas diferencias supremamente grandes, comenzando por todas las cosas” [79].

Las tensiones llegaron a su límite cuando el directorio liberal le orienta a sus hombres sacar a los comunistas de la región [80], lo cual motiva una división. Pedro forma un nuevo Estado Mayor, o sea una nueva guerrilla, la cual guardó distancia con los liberales y con los comunistas. Con el tiempo, estos últimos comenzaron a acercarse y a encontrar afinidades, lo cual concluyó con la constitución de las FARC que finiquita las diferencias entre liberales y comunistas y los alindera alrededor unas reivindicaciones específicas.

Todo el proceso descrito por Munición esta impregnado por la constante de la confrontación; por la lucha entre preservar la vida y garantizar los medios para prolongarla en el espacio y el tiempo. Afortunadamente, el narrador expresa esto de una forma particular, que pone de relieve las implicaciones de asumir las armas y el miedo como factor inherente a la condición humana. Estos aspectos nutren el testimonio de Munición con elementos que ponen de relieve las fricciones internas de un proceso compuesto por hombres, y que lo alejan de las crudas razones que justifican los conflictos armados.

De esta forma, Alfredo Molano ratifica el propósito sugerido en “Isauro Yosa, el Mayor Lister”: proponer una nueva forma de narrar, la cual apela a las palabras de otros para configurar la noción de personaje y narrador, y con ello, trasmitir historias de vida que den cuenta de los sufrimientos, contradicciones y problemas a los que están abocados los hombres que tomaron la decisión de salvaguardar la vida por medio de las armas.

Juan Gabriel Bermúdez

Ficha del libro: Molano, Alfredo. “Limpios y comunes”. En: Trochas y fusiles. Bogotá: El Ancora Editores. 1999. Paginas 51-85.