En el inicio se nos muestra un Ignacio Escobar reflexivo – como ocurrirá en muchos pasajes – tratando de convencer a su novia Fina de lo difícil que es para él aceptar un compromiso de matrimonio y la paternidad. La mujer lo deja sólo en su habitación y en adelante comienza la vida de constantes caídas del personaje principal: ¿quién le traerá la comida en el día de su cumpleaños 33? ¿Cómo obtendrá la marihuana para llevar con serenidad la existencia? Una vez sale de su apartamento se ve enredado en la dinámica de Bogotá, violenta, descascarada, políticamente turbulenta. Múltiples eventos le pasarán: desde la persecución de un militar corrupto hasta el enganche no deseado con una facción del marxismo colombiano, pasando por varios fracasos sexuales.
El perfil de Escobar se configura desde el mismo principio de la obra: es lo que se llama un escéptico, un individuo que duda de todos los proyectos e ideas que flotan en la sociedad. Interroga la validez de la posición privilegiada de la familia a la que pertenece, una mezcla de aristocracia y burguesía emergente que odia a los pobres pero que no puede hacer dinero sin ellos; duda de la honestidad de su madre, una hipocondriaca que nunca ha demostrado real afecto frente a Ignacio; desconfía de cualquier proyecto de familia en la que se vea castrado su hedonismo, su vida feliz en la completa inacción y falta de compromiso; reta a los imperativos de una izquierda dogmática con la que termina enredado no por afinidades políticas sino porque sus deseos carnales así lo exigen.
El protagonista de Sin remedio aparece como el ejemplo de la lucidez racional, frente a personajes entregados a la desmesura de sus convicciones y de sus vicios: el marxista colombiano que no ha interiorizado las lecciones del Capital y lo repite como autómata, una burguesía terrateniente y premoderna que se cree hidalga, el político corrupto y el militar narcotraficante, configuran, entre otros, los prototipos de colombianos de la década de los setenta, época en que se ubican los hechos. A partir de las relaciones entre Escobar y sus coterráneos se exploran los diferentes renglones de una sociedad dogmática, con grupos estrictamente delimitados y en la que es imposible la comunicación y el diálogo; todos terminan perfilando la caricatura de un estado moderno.
El atractivo de Sin remedio no es solo esa fina denuncia social que se filtra por todas sus líneas, sino la manera como se trabaja el humor y la parodia en la relación de un lúcido con los demás personajes. Cómo no reír de ese marxismo que parece más una religión, con catecismo incluido, de Zoraida y Hermes, quienes repiten terca y ridículamente ante los estímulos – como los perros de Pavlov - el discurso del partido; o de Diego León, cuyo compromiso con la revolución se reduce a jugar continuamente ajedrez; cómo no sonreír amargamente de la alta clase social colombiana – léase Doña Leonor, el cura Boterito Jaramillo, los primos y tíos de Escobar – cuyas buenas maneras y finos modales esconden el cáncer de la doble moral y el egoísmo que los carcome; o cómo no burlarse de la imagen del Coronel Aureliano Buendía, un doble paródico del personaje de Cien años de soledad que en Sin remedio es un narcotraficante torpe e ignorante.
Frente a estas figuras, Ignacio Escobar se mantiene crítico, evitando ser absorbido por cualquier discurso totalizador; en ese sentido, la postura axiológica del protagonista es también otro extremo, que implica la negativa a tener fe en cualquier discurso – racional, religioso, político, económico – y deriva en el hedonismo y la inacción. Tras la historia de ese poeta malogrado – Ignacio Escobar – que percibe que ni siquiera la poesía puede decir la verdad del ser humano, se esconde la historia del país y de las ideas.
Con estas virtudes, si la novela corre un peligro no debe ser el de su volumen ni su inicio lento, sino el de una posible pérdida de la polifonía: el hecho de que el escepticismo sea tan evidente y termine por absorber la obra, puede ser una mancha en su construcción, en tanto se pierde un poco la ambigüedad final. Uno termina enamorado de ese personaje que enfrenta a toda la sociedad con la duda racional, pero su propia fuerza y protagonismo dentro de la narración es precisamente la que la hace un poco monocorde. Aun así la novela genera varias preguntas: ¿Qué es lo que no tiene remedio? ¿Este país de ideas extremas? ¿Nuestra incapacidad para ser críticos? ¿El poeta en la sociedad burguesa?
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del libro: Caballero, Antonio. Sin remedio. Bogotá: La oveja Negra, 1984.
Buen blog, yo tambien me habia interesado por la literatura colombiana(por que ya nadie se interesa o dicen siempre lo mismo).
ResponderEliminarLos seguiré leyendo. tambien tengo unos textos en: http://lassillasmalditas.wordpress.com/
adios