Las fronteras de la realidad y la fantasía parecen disminuirse en las manifestaciones orales, a partir de las cuales, en ocasiones, eventos sobrenaturales o personajes siniestros y fantásticos derivados de las leyendas, mitos y tabúes de los pueblos, afloran en los imaginarios y se constituyen como fuente para lograr conductas favorables y comportamientos positivos, en especial, en los niños. Es común encontrarse con historias y anécdotas como la del “si no obedeces a tu madre, te lleva el loco en su costal” etc. Pero es muchísimo más cotidiano observar las historias de cama, es decir, aquellas que se emplean para lograr que un niño concilie el sueño.
Quién no ha oído, temblado y hasta hecho caso sólo por evitar la aparición funesta del “coco”, ese ser por medio del cual la manipulación de la conducta se tornó frustrante para algunas de las generaciones más veteranas (fui victima, lo aseguro) Aún cuando no se especificaba una forma corpórea, las más oscuras representaciones de la imaginación infantil acerca de lo que produce terror y pánico se redondeaban en el cuerpo inexistente del verdugo de los desobedientes y noctámbulos, de los insomnes con capacidad para estar en vigilia hasta altas horas de la noche, sin presentar síntomas de agotamiento o estrés (esos son problemas de los viejos).
"El niño que se llenó de ira" es un mini cuento que se nutre de este tipo de historias y las lleva a un plano en el que dejan de ser fantásticas, para convertirse, por medio del lenguaje, y en un acto supremo de imaginación sustentada en hechos trágicos y un tanto sanguinarios. Observemos que dentro de este mini cuento se manejan precisamente esos retruécanos sociales que emplean los adultos para dominar el espíritu inquieto de los niños, así como su temor a la oscuridad, no a la noche, como se cree. No, es a la oscuridad. ¿O es que acaso algunos de ustedes no se ocultaron en las noche de víspera de navidad para atrapar al viejo barrigón de Santa en el justo instante en que dejaba el regalo que con puntualidad se le solicitó casi con un mes de anterioridad? (otra vez debo confesar que fui victima, aunque imagino que ya saben cuál fue el desagradable final de mi fantasía) Así que se comprueba que no hay miedo a la noche, sino a la soledad y a la ausencia de luz.
Celso Román juega con esto y nos ofrece una historia en la que el final no puede ser menos que trágico, pero al mismo tiempo, definido en una especie de humor negro, que lleva al lector a confabularse con el verdugo, a reírse de la desgracia del niño y a festejar el castigo por sus pataletas. El caso es que la anécdota está elaborada a partir de una escena de cama en la que “mamá acostó al niño nene bonito formalito cariño de mamá va a dormir con los pies bien tapaditos porque si los niños no se tapan los piecitos viene un ratón grande y se los come”; el niño desobediente hace toda una pataleta y la madre opta por pegarle un par de nalgadas y abandonarlo con su berrinche, pero al día siguiente, las palabras lanzadas como prevención inocente y manipulada, se tornan reales y fatales, tanto para el niño – que amanece con su pierna derecha como una “papilla sanguinolenta” - como para el pobre animal, el “ratón grande” que termina abaleado por la policía.
El ejercicio del humor y la ironía en los cuentos ultracortos hispanoamericanos –asegura Lauro Zavala en su libro La minificción bajo el microscopio- presenta varias formas de la paradoja, al yuxtaponer perspectivas contradictorias cuyo reconocimiento depende de las referencias y las competencias literarias de cada lector. Así, en este mini cuento, el humor es reconocido sólo porque se tienen referentes que sustentan un humor fino, entendido, por medio del cual también se llega a la reminiscencia, al momento justo en el que se caía en el juego del “coco” del “loco” del “ratón Pérez”, “papá Noel”, “el niño Dios”, y se comprende el texto, se abstrae la ironía, con su ojo serio y el otro en guiños , como afirmó W. Fernández Flórez en su discurso de recepción en la real academia española en mayo del 45; hay que entender muy bien las fronteras entre humor, chiste y burla, pues el verdadero humor tiene matices, como el arcoíris, fuertes algunos, densos, pero otros frágiles y delicados.
En el mini cuento en cuestión, el humor es fuerte, no sólo por el final sanguinolento, sino porque su contenido ideológico destruye la tradición oral de muchos pueblos, la destruye, la parodia, se burla de ella y logra derrumbar, incluso, costumbres arraigadas en las formas de entablar diálogos de acuerdo y trato con un menor. Este, hace pensar en cosas incluso más allá del mini cuento mismo; por el ejercicio de la evocación y del recuerdo de esas historias, el lector – me sucedió- piensa en la posibilidad de un qué pasaría si un día observáramos al “ratón Pérez” dejando un pequeño botín a cambio de un diente que nuestro hijo, convencido de la historia que se le conto, dejó pulcramente bajo su almohada; o un simpático susto al saber que realmente aparezca el individuo barbado y gordinflón dejando un regalo para cada miembro de la familia en noche buena.
Cosas como estas, hacen que el humor de este mini cuento adquiera matices que van más allá de la conquista de una sonrisa de confabulación, y en su lugar aparezcan serias reflexiones en torno a lo que realmente puede traer la palabra cuando se pronuncia, a lo que es en verdad lo real o lo fantástico, hasta qué punto es la imaginación favorable o destructora.
En "El niño que se llenó de ira", encontrará un ejemplo del poder del lenguaje, así como una clase magistral del cómo alternar voces, personajes, narradores, intertextualidad y meta ficción en tan sólo 16 líneas, para que se deleite y goce con el placer agridulce de sentir compasión y alegría por el final de un suceso que a todos, estoy seguro, nos sucedió, por lo menos en el laberinto de la imaginación, porque, al fin y al cabo, como concluye Nana Rodríguez en su texto Elementos para una teoría del minicuento: “ El mini cuento es un género literario que se caracteriza por ser un discurso muy breve, cuya síntesis narrativa provoca una explosión sémica y un efecto estético a partir del sentido implicado del texto, que puede ser simbólico, irónico, alegórico, filosófico e insólito; es un agujero negro en el universo de la literatura”.
Omar Gonzáles
Ficha del Libro: ROMÁN, Celso. "El niño que se llenó de ira" En RODRIGUEZ, Nana. Elementos para una teoría del minicuento. Colibrí ediciones; Tunja: 1996. Pág.80.
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