jueves, 27 de enero de 2011

FLOR DE FANGO

Leer es sin lugar a dudas rememorar el pasado, retraer episodios que sirvieron de antesala al acontecer que hoy vivimos y del cual estamos constantemente reconstruyendo tanto como nos es posible; pero así como esa mirada retrospectiva permite hallar esos hechos que nos preceden, somos conscientes, palabra tras palabra, de la develación del aquí y del ahora en obras que ya guardan en su haber décadas, con paso firme a la centuria. Así es la obra Flor de Fango de José María Vargas Vila, en la que la vida que gira en torno al amor puro se ve amenazada por la calumnia de seres beatos que alardean con regocijo fidelidad divina a un dios que el mismo autor ve revolcarse en la tumba por el proceder de aquellos que dicen promulgar su palabra.

La historia se enmarca en un espacio pueblerino. Al respecto es importante el juego que realiza Vargas Vila con el contexto, dado que Luisa, el personaje principal, procede de Bogotá y se dirige a “La esperanza” para llevar a cabo su actividad de instructora académica con dos jóvenes. En este sentido vemos cómo el autor prevé que narrar la historia en una ciudad como Bogotá no le daría el mismo tinte sobrecogedor que le permite una localidad tan pequeña como “La esperanza” para dar paso a lo que dice el ya conocido adagio “pueblo chico, infierno grande”; infierno que una venus como Luisa padecería por el simple hecho de poseer una dulce belleza que a la postre sería su condena.

Vargas Vila divide la obra en tres partes, cada una con un grado de intensidad que se acrecienta con el paso de las páginas y en las cuales da un desarrollo ordenado y secuencial de los hechos. Vemos por ejemplo cómo en la primera parte se narra la llegada de Luisa al ya nombrado pueblo en el cual está siendo esperada por los integrantes de la familia De la Hoz en cabeza del señor Don Juan Crisóstomo, cuya figura le inquietó de inmediato al recordarle en su niñez a un proxeneta que la quiso acceder.

Luego conoce a la señora Mercedes Sánchez de Pescador y Robledo cuya actitud déspota no le generó una buena impresión. Al conocer a las dos personas que iba a educar, Sofía, hija del matrimonio ya nombrado, y Matilde, sobrina a cargo de la familia, encuentra en ellas dos polos antitéticos: la primera dulce y un poco ensimismada, propio de almas tímidas y leales cuya delicadeza corporal reflejaba el ser que habitaba ese cuerpo tan dócil como sus lacios cabellos rubios que con el más leve exhalar del viento danzaban al son libre de la ventisca; en la otra orilla, Matilde, con un rostro fuerte pero bello y una sensualidad que iba manifestando su naciente adolescencia. En fin, como lo dice Luisa:

“la una era el sueño del amor, y la otra era el sueño del placer”. (pág. 201)

¿Se puede concebir que conocer una persona represente la dicha y la desgracia? ¿Son acaso estas dos fuerzas filiales con propósitos que transitan los mismos caminos? Pues bien, lo que acontece con Luisa después de conocer a Arturo, el hermano de Sofía, responde a estos dos interrogantes. De esta manera, la protocolaria presentación fue el símbolo nefasto de una serie de hechos que yo me limitaré a narrar pues no pienso arruinar la posterior lectura de esta obra, pero sí abordaré algunos aspectos que fueron clave para esclarecer ciertas pretensiones que José María Vargas Vila tatuó con palabras desnudas y desprovistas de cualquier tinte moralista propio de la época en que vivió.

Ese amor puro del que hablé al principio y lo que representa en una sociedad conservadora y clasista es sin duda el eje en el cual se gesta la historia de “Flor de fango”. Al avanzar en la lectura hallé que Vargas Vila da lugar a una serie de páginas en las cuales Luisa construye un memorándum, en el que el monólogo interior de este personaje permite comprender su pureza y saber por qué el autor la compara constantemente con la deidad venus y otras más que dan la posibilidad al lector de caracterizarla en toda su majestad:

“Su belleza era heroica y sensual; tenía de la Minerva Polìade y de la Venus Victrix: belleza casi andrógina, que recordaba los jóvenes de Luini, y la hermosura efébica de aquel san juan admirable, de rostro oval y cuello de virgen, que duerme sobre el hombro del maestro en La cena. (pàg.196)

Este diálogo consigo misma a manera de epístolas, sumado a los paseos al bosque que realizaban Luisa con sus alumnas en compañía de Arturo, me llevaron a recordar pasajes de Werther, en el que el personaje, junto a Carlota y sus hermanas, realizaban las mismas actividades envueltos en una atmósfera idílica. Bien lo dice luisa al escribir en su memorándum:

“Yo leía Werther: la inmortal tristeza de esa obra me atraía” (pág. 227)

Ya el lector se imaginará el tipo de obra con la que se va a encontrar: por supuesto el lenguaje del escritor colombiano es poesía de principio a fin, pero de esa poesía desencarnada, directa, erótica con la que baña a sus personajes, permitiendo conocer con más detalle algo que muchos escritores intentan pero pocos logran: caracterizar la condición humana.

Esa condición que pone al descubierto los deseos carnales de un hombre al servicio de dios -me refiero a la figura de un cura que más adelante surge en la historia plagado de un apetito animal por la belleza celestial y satánica de Luisa- esa que lleva a imaginarse a cada instante en posesión de su cuerpo. Tal hecho se puede apreciar en el siguiente fragmento:

“La gran tentación , el vaso de carne, la copa de deseos que creía haber dejado sobre el lecho, se le parecía entonces allá, a lo lejos, con blancuras diáfanas, con transparencias de ópalo, bajo la arcada misteriosa de los sauces, a la sombra de glifos bosques, ofreciéndole sus labios, el esplendor de sus carnes desnudas(294) (…) era una especie de misa negra, misa sádica, la que celebraba él, en estas nupcias diarias con su quimera”(297)

De este modo la obra presenta a un hombre que a los ojos de la sociedad personifica la imagen pura del dios, pero que encarna pasiones humanas las cuales serán la piedra angular de un desenlace sombrío cubierto bajo el signo de la muerte y en la que el lector se hallará inmerso un espacio de caos y miseria humana.

Escrito por: Jhon Edwin Trujillo

Ficha del libro: Vargas Villa José María “Flor de fango”.Bogotá: Círculo de lectores, S.A, 1984