viernes, 28 de mayo de 2010

EL ACTO CREATIVO Y LA IMPOSIBILIDAD DE TALAR UN BOSQUE.

La palabra bosque estaba sin árboles.
NELSON ROMERO GUZMÁN

Los procesos de escritura son compendios de sucesos en los que generalmente la imagen emerge como centro de múltiples ideas, a partir de las cuales el autor manifiesta sus concepciones de mundo y su visión particular del hombre y la existencia. Así, cuando aflora la imagen literaria, devienen con ella las evocaciones conscientes de lo real, a la vez que emergen del inconsciente las representaciones que sobre lo social el escritor asume, según sus relaciones con el contexto y su apreciación de los fenómenos socio-culturales que tienen lugar en el mundo mental, no sólo en el poeta, sino en cada hombre, pues todos, a su manera, son víctimas del subconsciente que los habita.

Desde esta perspectiva, es posible acercarnos al poema 6 del libro Obras de mampostería, de Nelson Romero Guzmán, escritor tolimense bastante reconocido en el campo de la poesía colombiana. Como el poema en sí consta de tres versos, me tomo el atrevimiento de ponerlo a consideración del lector para que hagamos una lectura juiciosa de las representaciones que sobre el proceso de escritura subyacen en él:

En los ojos crece la hierba,
se hace monte la palabra,
Es impenetrable la escritura.

Cuando se realiza una primera lectura es obvio caer en la meditación que el mismo poema supone. A partir de las imágenes simples, en apariencia, el autor logra establecer criterios de unidad alrededor de la naturaleza, evocada en palabras como hierba y monte, ante las que aparecen sentidos iniciales, evocaciones de un contexto verdecido y algo primaveral; sin embargo, estas palabras son guiadas por otras, contrapuestas, que inician el proceso de simbolización y hacen que la imagen misma adquiera un sentido mucho más avanzado y rico en interpretaciones. Dichas palabras parecieran no tener sentido directo en el plano de lo real, sin embargo, cuando la palabra ojos precede a hierba, y además se acompaña de la acción de crecer, la imagen se torna en matices poéticos hermosos, según los cuales el ojo se llena de hierba, entendiendola como todas aquellas imágenes del mundo objetivo que nos circundan y colman a borbotones la inerte mirada de quien no puede menos que mirar y mirar, como en el poema
“¿Que putas puedo?” de Jaime Sabines.

Así las cosas, en una segunda mirada al poema (obligatoria de por sí) ya no nos fijamos en imágenes por separado, sino que asumimos el universo que se halla rebosado en apenas tres líneas, tan suficientes al plano de la imaginación que no queda menos que enamorarse de ellas, reveladoras de misterios y verdades que establecen la fantasía del acto creador, pues el verso se hace monte la palabra condiciona el hecho anterior de la mirada atónita, en la que la hierba, el mundo, la realidad, lo objetivo, se materializa como saliva ácida, que reclama salir en dirección del atrevimiento y de la pluma, hábil, diáfana.

No obstante, la imagen potencia otros sentidos que enrarecen lo aparentemente hermoso del proceso creativo, en especial cuando la vista es atrapada con el verso es impenetrable la escritura, pues en este caso, evocamos las primeras interpretaciones y los sentidos iniciales, en los que hierba y monte nos llevan al plano de lo natural, del contacto bello con el mundo verdecido, que ahora se torna oscuro, extraño, inhabitable impenetrable.

Así, impenetrable es una representación simbólica de bosque, de selva, sin follaje, más bien llena de fango, de impedimentos, trabas y ramas que cortan, duelen, astillan, porque sólo así se entiende que monte ya nos había contaminado de esta imagen, que la anticipaba desde la segunda línea y que caíamos en el juego del lenguaje con múltiples sentidos, según el cual los ojos llenos de imágenes se abrían en cantidades de intentos por abrazar la escritura, fallidos, inútiles como la llama inútil de Borges –su ceguera-, como la sombra de
Asterion. Al fin de cuentas sólo eso, intentos, nada concreto, bisutería que nada arma, que se entremoja en los labios y la punta del lápiz pero que jamás aflora porque no existe, porque para hallarla habría que internarse y es imposible, es impenetrable, porque es el acto creador, posible sólo por la palabra, tan ajena a nuestros labios a nuestra boca, inútil, inútil.

Nelson Romero es artífice con las palabras, sabe emplearlas, pero conoce que para hallarlas es preciso morir a cualquier intento por representar con ellas más allá de lo evidente. Se trata únicamente de combinarlas, imaginárselas en una cópula incestuosa en la que dos o mas hermanas se acarician para crear otras palabras inconexas, extrañas, poco útiles.

En estos versos asistimos al encuentro de tres hermanas desprovistas de ambición pero cargadas de magia, sencillas palabras que revelan mundos de quietud, de calma, impenetrables suertes, escritura fallida, de imposibles, fracasos, como ir a un bosque con infinidad de árboles del bien y el mal y no tener siquiera un hacha para astillarlos.
OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ

FICHA TÉCNICA: ROMERO, Guzmán, Nelson. Obras de mamposteria. Alcaldía mayor de Bogotá, 2007. Obra ganadora premio nacional de literatura ciudad de Bogotá.

viernes, 21 de mayo de 2010

LO AMADOR Y OTROS CUENTOS

Imágenes del barrio, de la costa, de la cultura colombiana inundan los cuentos de Roberto Burgos Cantor. Estas primeras palabras pueden sonar a texto pago por editorial, pero es lo primero que sale de mi cabeza una vez he terminado de leer unos cuantos cuentos de este escritor cartagenero.

Lo Amador y otros cuentos, es una recopilación de escritos que se centran en esa cultura de la periferia del país, llena de arena y de arepa 'e huevo, un mundo que hasta el momento me ha sido ajeno y para el cual yo soy simplemente una 'cachaca'.

Mi madre siempre me ha dicho que para nosotros (los del 'interior') es difícil comprender el 'costeñol', y sé que es así, porque siempre he sentido una cierta discapacidad auditiva cuando alguna persona, de cualquiera de nuestras dos bellas costas, se dirige a mí. En efecto, esta discapacidad auditiva se transformó en una barrera lectora, en el momento en el que leí este libro, pues no cabe dudas, para cualquier persona que lo lea, que la falta de signos de puntuación en párrafos extensos genera una cierta fatiga. Tampoco es un secreto que los costeños hablan rápido y que este libro está escrito 'tal cual, nene'.

Antes de empezar a hablar de las historias y de la construcción de los personajes en Burgos, quiero ofrecer (no de antemano) una disculpa a aquel lector que se pueda llegar a sentir ofendido con lo que he dicho acerca de la cultura de la costa, o del lenguaje en los textos del autor cartagenero, que a decir verdad, me parece tiene muy buen dominio del mismo.

Continúo: en cuanto a los personajes, Burgos logra desarrollar características únicas y sutiles en cada uno de ellos, características mismas que le dan los matices necesarios a cada una de las historias, e incluso esa misma falta de puntuación puede encontrar verosimilitud en la velocidad misma con la que avanza el relato.

Adicionalmente, me siento un poco parnasiana al juzgar a Burgos por una que otra coma olvidada. Y es que así es Colombia, o así la veo yo, como un país lleno de cosas que se olvida y de otras que se inventan, de personas–personajes, como los de Burgos, que a pesar de las desdichas son capaces de cantar y bailar, pero que aún así mueren convencidos que todo aquello no es más que un sueño que les permite su triste condición.

Pereciera entonces que todo esto que late en el sentir latino y que se nos hace tan cotidiano no podría generar mayor asombro en un lector hijo de noticieros y telenovelas rencauchadas, pero en los cuentos de Burgos lo logran, y generan una cierta tensión que es interrumpida sólo cuando se debe, a fuerza, detener la lectura para tomar un descanso y no perderse en medio de recetas, listas y reseñas de reinas de belleza.

Sin lugar a dudas, los cuentos de Burgos tienen un valor nacional importante, en cuanto al valor literario pero me sigue pareciendo un poco desconsiderado con el lector, aquel olvido voluntario de signos de puntuación que generan párrafos de páginas completas y que en cierta ocasión hacen perder un poco la historia. A decir verdad me distraigo fácil y necesito de ciertos descansos.

Ahora bien si está usted dispuesto a correr una maratón de lectura, este es el libro que necesita para entrenar. Hablando en serio, es un texto valioso, cargado de esos simbolismos que nos hacen patria y que llevan impresos la marca de toda una sociedad que se ha rehusado a dejar a tras unos valores que la hicieron lo que es ahora. No es de olvidar entonces que Colombia desde su propia fundación, poco después de aquel momento independentista, buscó la forma de abrirse espacio en un mundo liberal que se encaminaba a un capitalismo que poco a poco se fue tomando el propio continente.

Vivimos en un país que se formó de importaciones y culturas ajenas pero que logró preservar las propias e incluso modificar entre sí las que llegaban y las autóctonas, y es así pues, como historias como las de Burgos, hechas con toda la innovación de movimientos europeos pueden entrar a ser parte de una colectividad renuente al cambio pero soñadora con una diferencia significativa.

Escrito por: Nazly Johanna Pita López

Ficha del Libro: Burgos C,, Roberto. Lo Amador y otros cuentos. Bogotá: Oveja Negra, 1984.

jueves, 13 de mayo de 2010

LITERATURA Y POLÍTICA. UNA ENTREVISTA AL ESCRITOR MARCO SCHWARTZ.

En alguna ocasión, en este espacio, se mencionó de Marco Schwartz su novela El salmo de Kaplan. Ahora deseo hacer referencia del mismo autor, desde una óptica polifacética, basado en una entrevista hecha en Suiza en el 2008, en el marco del lanzamiento de otra de sus obras, Vulgata Caribe. En esa oportunidad, se indagó acerca de su vida, su corta carrera literaria y las apreciaciones que tenía sobre Colombia. De estos tres aspectos sobresale el último, referido a la situación de nuestro país, por lo que significa retomar algunas reflexiones que en estas fechas son importantes hacer y que imprimen una voz consciente de un académico serio.

En un principio, el diálogo que sostiene Schwartz con los entrevistadores permite dar a conocer sus primeros acercamientos con las letras. Lector asiduo de la Biblia –sugiere su interés más a la forma y contenido literario que al aspecto religioso– este barranquillero relata que su afición estuvo emparentada con el íntimo acercamiento hacia el periodismo y la literatura, aunque advierte su renuencia a la labor de publicar constantemente evitando ajustarse a esos compromisos editoriales absorbentes en la carrera como literato.


A la par de esto, confiesa algunas cuestiones concernientes a sus raíces judías y cómo estas han sido eje central de sus relatos. De por sí, El salmo de Kaplan mantiene una relación intrínseca con El Quijote lo cual da cabida para ser indagado sobre este apartado.

El fenómeno García Márquez, temática bien recurrente en las entrevista a escritores, sale a relucir, permitiendo que las consideraciones que tiene Schwartz sean validas e importantes, sobretodo porque la crítica busca centrarse un poco sobre la posición de las nuevas generaciones en torno a la figura del Nobel colombiano. Él no se queda corto en hablar sobre esto, al tiempo que valida la propuesta narrativa de Tomas González, del cual considera: “un escritor formidable”.


Ahora bien, el punto llamativo de la conversación, fue Colombia. En este apartado, Schwartz posiciona una reflexión importante sobre la crisis vivida en el país a lo largo de 50 años de violencia. Va más allá del discurso mediático, en torno a las derivaciones del actual conflicto social y armado, asegurando que: “Ahora la propaganda oficial es que el problema de Colombia es la guerrilla. No, la guerrilla es uno de los problemas de Colombia y es una consecuencia de un problema anterior. Lo que pasa es que está triunfando ese discurso oficial. Pero yo creo que la gente debería aproximarse y aprovecho esta entrevista para que la gente se aproxime con otros ojos, que se interese más allá de estos mensajes propagandísticos, porque es mucho más complejo el problema de Colombia y reducirlo a que es las FARC pues no ayuda a resolver el problema.”


Con esta entrada a la problemática local, empiezan a surgir una serie de consideraciones ligadas al fenómeno. El narcotráfico, la alianza de la insurgencia con este flagelo, el paramilitarismo, el insuficiente esfuerzo del Estado por solucionar estas problemáticas y, obviamente, las condiciones míseras del colombiano, debatido entre la guerra y la pobreza.


Dije anteriormente que me había llamado la atención tales apreciaciones, porque vienen de un compatriota escritor que lleva tiempo fuera del país y que ejerce el periodismo en España, variables que en el común de los casos –los he leído para poder afirmarlo– harían de sus declaraciones una caja resonante del discurso manejado por el sistema.


Siento que su sentido humanista se ve reflejado allí mismo, cuando trata de explicitar las causas y consecuencias del olvido del Estado colombiano para con sus ciudadanos y lo que esto ha generado. Encontrar posiciones de ese tipo, en momentos como los actuales, permite ver que el tema socio – político de Colombia, por ejemplo, no murió con García Márquez ni con otros autores que plantearon el tema de la violencia en su escritura a lo largo de las décadas del siglo XX. Si bien Schwartz no aborda el fenómeno en sus propuestas literarias, evita quedar al margen de la discusión de fondo que compete a su país, tal cual lo afirman sus intervenciones.


La visión crítica de este coterráneo me sorprendió, y creo que ahí radican sus aportes fundamentales en el debate de cara a la construcción de una Nueva Colombia. No se queda únicamente en el plano político, sino que avanza también en el terreno artístico, propiamente en el literario, al señalar las grandes maquinarias editoriales que influyen en el oficio de ser escritor. Literatura y política, dos temas que el escritor colombiano posiciona de manera crítica y con pleno acercamiento a la realidad.

Tomado de: http://archivo.puntolatino.ch/literatura_entrevistas/lit_schwartz08/

Elaborado por:
Juan Carrillo Aranzalez
juanelcaibg@gmail.com

jueves, 6 de mayo de 2010

EL TRANSEUNTE DE ROGELIO ECHAVARRÍA

En la portada del libro que tengo –el número 65 de la Biblioteca de Literatura Colombiana de Oveja Negra- figura el valor con el que compré El transeúnte de Rogelio Echavarría: indignos 2000 pesos. Podría especular con que a la fecha, hace unos diez años, esa cantidad era el equivalente a unos 5000 mil de hoy, lo que me sigue pareciendo desconcertante. Una revisión mesurada me lleva a la conclusión de que, como lo anticipó Hegel hace unos dos siglos, la poesía y el poeta quedaron –por fortuna- al margen del mercado de bienes y servicios.

Lo compré en una tienda de usados, cuando mi obsesión por hacerme a muchos libros sobrepasaba mi capital de estudiante de pregrado. No iba con un conocedor que me dijera que este libro es el más importante de Echavarría, que ha contado con críticas favorables, que el autor fue ganador del Premio Nacional de Poesía organizado por la Universidad de Antioquia y que fue periodista en El Espectador y El Tiempo. Nadie me advirtió tampoco de la impresión de esta colección, en una letra pequeña que en ocasiones me genera rechazo. Por eso, tal vez, se mantuvo escondido en los entrepaños de la biblioteca personal esperando a que el azar de una búsqueda le imprimiera vida.

Cuando lo revisé de nuevo experimenté un placer especial de sentirme identificado, por momentos, con ciertas imágenes que pueblan sus versos. “El transeúnte”, poema que le da título al libro, es la expresión del desencanto frente a la vida citadina y al incómodo paso del tiempo en las intersecciones de las ciudades. Aunque afirmamos en ocasiones que las metrópolis nos ofrecen múltiples sitios de esparcimiento, la voz poética nos devuelve al tedio de recorrer las mismas calles pidiendo a un hado desconocido que nos traiga de nuevo las incertidumbres. Bajo esta atmósfera, el transeúnte no encuentra nunca un motivo de reconciliación con quien comparte la ciudad, como se explora en la primera estrofa del poema:

Todas las calles que conozco
son un largo monólogo mío,
llenas de gentes como árboles
batidos por oscura batahola.

Bostezos crónicos, seres humanos derrotados por la monotonía citadina y la resignación frente al destino, hacen parte de las sugerencias de estas líneas. Ellas se complementan con dos versos que estrangulan:

Las gentes que hallo son simples piedras
que no se por qué siguen rodando

La poesía de Echavarría parece estar salpicada de un hálito existencialista, de una nausea raizal, como la del personaje principal de la novela de Sartre, aunque, a mi modo de ver, un poco menos cruel. Ver la ciudad y sus habitantes sumidos en el reseco movimiento cotidiano es una constante en algunos de los poemas de Echavarría. Léanse ustedes, por ejemplo, “Vida Corriente” y encontrarán “La misma luz, el mismo sol y el mismo desayuno”, el reiterativo sinsabor de todos los días. Pero para que no nos confundamos, “Vida Corriente” tiene otra musicalidad, e incluso un tono un poco más festivo, más acelerado, como de bus municipal. Precisamente la metáfora con la que la voz poética corona el poema va en esa dirección:

Es que la vida es este bus corriendo
que de pronto paró y hemos llegado

Unos suben, otros bajan (algunos violentamente), hablan, se aferran, ríen ¿Cómo transitamos este viaje? Es la pregunta que está detrás de este poema y que seguramente debemos responder íntimamente.

La relación entre las imágenes de ciudad y el desvaído espíritu humano recuerda mucho lo que George Steiner en su libro En el Castillo de Barba Azul, ha denominado “El gran Ennui”, una suerte de tedio fundamental que en Europa fue la antesala de la barbarie del siglo XX. En los poemas de Echavarría no es antesala –porque la barbarie ya nos tomó- sino presente con el que hay que cargar. Un presente de gente apresurada para ir a su trabajo, de congestiones en las avenidas, de poco tiempo para los afectos.

En este sentido, casi todo este libro de Echavarría lo pueblan estampas citadinas descoloridas: el indigente devorado por la lluvia, el jubilado en su mesa de ajedrez, el bebedor aferrado al único bote que le queda –su botella-, el artista con su figura excéntrica, el pasajero, el amante impenitente esperando una carta. Todas esas imágenes representan partes de la sociedad con la que nos encontramos constantemente. Así, los poemas de El transeúnte, escritos desde la concisión y la búsqueda de imágenes impactantes (como cuando afirma “Demonio de la lluvia/látigo de lujuria”) nos recuerdan que somos ciudadanos y nos despliegan facetas del otro anónimo, con quien nos cruzamos y a quien ni siquiera determinamos.

Detrás de toda esta horda de civilizados está la poesía, esperándonos con sus enigmas. Es preciso recordar el poema en el que Echavarría declara principios, de manera paródica:

POÉTICA
¿Qué es poesía? Preguntas.
Hago luz y –discreta
y sorprendida- huye
la poesía… ¡esa sombra!

Porque la poesía encierra el misterio que nos quita la vida cotidiana y porque no tiene precio (¿2000, 5000?) para quien puede compartir la felicidad con ella, hay que ir de la mano con El transeúnte de Rogelio Echavarría. Acaso allí nos encontremos.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Echavarría, Rogelio. El transeúnte. Bogotá: Oveja Negra, 1985 (1964)