miércoles, 7 de noviembre de 2012

DIARIO DE HERNANDO TÉLLEZ


Hasta hace unas décadas los diarios eran una peligrosa ventana a la intimidad; guardados en los lugares más seguros, funcionaban como una memoria de los asuntos cotidianos y, en no pocas ocasiones, emergían de ellos confesiones sobre sentimientos de días pasados. Hoy, cuando la intimidad se regala en las redes sociales, los diarios han pasado a ser artilugios banales o tal vez objetos en desuso en los que no caben las fotografías ni los videos con los que los internautas refrescan su protagonismo. Por eso no es común encontrar un título de este género –diario- sin sentir una cierta extrañeza.


El diarismo no sólo ha sido cultivado por aquellos que se refugian en la soledad de su alcoba sino también por escritores que ven en este género una opción para revelar y publicar impresiones muy personales sobre hechos, en ocasiones triviales. Ese matiz intimista se percibe en el prólogo del Diario de Hernando Téllez: “quise someterme a la disciplina intelectual de hacer un diario íntimo para verter en él la corriente de las impresiones, los sentimientos, los estímulos confusos, las ideas vagas, las fórmulas de pensamiento, y libertar de esta manera el universo caótico que lleva todo hombre” (XI).
Al margen de ese deliberado personalismo y del efecto catártico que plantea el autor, se debe pensar en las circunstancias en las que nace esta obra. Hacia la fecha de su publicación, en 1946, Hernando Téllez acumulaba un hondo prestigio en el ámbito intelectual del país: había participado en la llamada generación de “Los Nuevos”, -grupo de intelectuales colombianos reunidos alrededor de la revista que llevaba el mismo nombre de la generación- y colaboró activamente durante los gobiernos liberales, entre 1930 y 1946. Fue redactor en el periódico El Tiempo, cónsul de Colombia en Marsella (1937) y Senador de la República en 1944. Asimismo, tenía publicado ya dos libros de ensayo, titulados Inquietud de mundo y Bagatelas.
La escritura del Diario está nimbada con el renombre de Hernando Téllez quien a la fecha era reconocido no sólo como político sino como un dominador de la palabra, con una sensibilidad profunda que le permitía moverse en diferentes esferas de la existencia. Sumado a esto, el Diario es escrito en medio de la segunda guerra mundial –lo cual se verá reflejado en algunos de los textos que conforman el libro- y, en el ámbito político local, ya se vislumbraba una nueva presidencia conservadora.
El libro está compuesto por 47 textos cortos en los que Téllez reflexiona sobre múltiples cuestiones: por allí pasan disquisiciones sobre las diferentes etapas de la vida, esbozos de crítica literaria, una fina angustia por la evolución de la segunda guerra mundial, pensamientos acerca de estados como el amor, el recuerdo, la perseverancia, la muerte. La multiplicidad es el signo de este libro que logra su unidad en la pericia verbal y en el objetivo de transformar imágenes pasajeras en experiencias universales, esto es, en la necesidad de hacer poesía. ¿Cómo consigue esa dimensión ecuménica, que puede hablar a todos los hombres sin trivializar los temas? Aparte del refinado uso del lenguaje, se podrían citar dos estrategias nucleares en este libro: la síntesis y la agudeza en el juicio.
En el primero de los casos, el lenguaje tiende a ser preciso, sin menoscabo de sus posibilidades sonoras, lo que deriva en textos cortos cuya sustancia crece al ritmo de una sintaxis revisada en sus mínimos detalles. El lector se encuentra con imágenes que se construyen en una prosa de no más de tres o cuatro páginas de extensión y cuyo deleite radica no sólo en la resonancia de esas imágenes sino en el encuentro con un lenguaje sin fisuras, aunque siempre al borde de la floritura verbal. Cómo no percibir ese riesgo de cierto preciosismo en la escritura en expresiones como la siguiente, en la que la frase se alumbra con un léxico y una adjetivación que persigue la musicalidad, además de un tono sentencioso:
“Aquellos juguetes que amamos, que deseamos poseer algún día y por los cuales hubiéramos dado un poco de la vida o la vida entera, al volver a las manos de los hijos, son recibidos con hierática frialdad, con gesto de invencible y perfecto desvío” (140)
La agudeza de juicio, en segundo lugar, evita que los textos consignados en este Diario terminen naufragando en el cotilleo cotidiano o sean sólo burdas expresiones de los sentimientos de un ser humano –como suele pasar en las redes sociales. El autor se sobrepone a cualquier posible búsqueda de protagonismo, de lacrimoso o eufórico afán confesional, huye de la necesidad de exponerse con patetismo en la escritura y aplica a sus textos, utilizando su juicio, un perfecto equilibrio entre la sensación y el hecho razonado.
En realidad los textos del Diario de Téllez, y basándonos en los rasgos anteriormente descritos, en la libertad en la exposición, en la capacidad de hacer universal lo íntimo, encuadrarían mejor en la categoría de ensayos. En ellos la palabra llama al mismo tiempo la atención sobre ella misma y sobre los diversos contenidos.
En estos ensayos el lector encuentra suscitaciones con las que puede dialogar profusamente: la relación entre los objetos y la memoria, la fugacidad del amor, la imposibilidad de una evasión total en busca de la felicidad, la paulatina falta de importancia en la que va cayendo el mundo una vez se entra a la vejez. Hay también encuentros con Baldomero Sanín Cano, Guillermo Valencia,  la poesía en Colombia, o incluso una bella similitud entre Madame Bovary y las mujeres campesinas colombianas. Aparece allí, en una perspectiva que se debe leer en contexto, un elogio a los soldados de Estados Unidos, victoriosos en la segunda guerra mundial, y un caluroso llamado de atención a cierta arrogancia francesa por la cual no obtuvo el suficiente respaldo de otros países en dicha guerra. Incluso, y para que esta panorámica quede lo más completa posible, hay una sesuda disquisición sobre la literatura infantil y las obras hechas para un niño lector, que podría ser una fuente de análisis para docentes y en general para quienes deseen involucrar a los niños a la lectura.
Puede que, por su número, algunos de estos ensayos cortos naufraguen en el mar de experiencias del lector, pero en general, la fuerza en la dicción y la penetración en la condición humana, los hacen atractivos a casi todo tipo de personas (incluso a aquellos que quieren tomar sentencias inteligentes para adornar su cuenta en la red social). Diario o ensayo –o quizás ambas cosas a la vez- Téllez nos muestra el camino para desdoblar lo particular en lo universal, uno de los retos más grandes para quien desee ser escritor.
Leonardo Monroy Zuluaga
Citas tomadas del libro: Téllez Hernando. Diario. Medellín: Universidad de Antioquia, 2003 (1946)