jueves, 17 de junio de 2010

LA OTOMANA

Las primeras páginas de esta novela se escriben en medio de un derroche lexical que apabulla: términos tomados de la alta cultura, mezclados con imágenes eróticas se expresan en una prosa limpia aunque un poco alambicada. Si se está acostumbrado a la narración escueta de los hechos o a lenguajes mucho más cotidianos, se debe hacer esfuerzos para superar esas líneas iniciales y adentrarse en el conflicto principal de esta novela de Phillipe Potdevin, de quien ya fue galardonada su obra Metatrón.

La Otomana narra la historia del profesor Scipino quien se enamora de Morgana, una docente que llega al Alto Meusa, lugar de recogimiento de varios intelectuales. Hacia el comienzo de la obra, Scipino roba unos documentos personales de Morgana en los que ella afirma que siente placer sexual sólo si es raptada o tomada violentamente. Scipino establece una relación sentimental con la docente y, en efecto, la somete por medio de ejercicios que conjugan la violencia sexual. Pero Morgana decide alejarse de repente y Scipino comienza a tener premoniciones de que le sucederá algo malo. Por eso decide visitarla una noche en su cabaña y en esa travesía se encuentra con Telmo y Edward quienes le revelarán algunos secretos de la mujer. El final es un poco predecible e involucra una muerte.

Desde el manejo del lenguaje y el tratamiento de las acciones, esta novela explota el erotismo como regodeo en la palabra y como conjugación de la vida y la muerte en el acto sexual. En el primero de los casos se recurre a metáforas que tratan de huir del lugar común, cuando de relaciones eróticas se trata, aunque en algunas ocasiones –como cuando se compara una espada con el pene- el intento parece fallido.

El lenguaje es sugerente y a la relación sexual se la observa desde la aproximación de los cuerpos y el derroche de los sentidos, más que desde el coito descarnado. Incluso en escenas en las que se mezcla sexo y violencia, el narrador se cuida mucho de no exceder los límites de las descripciones que revelen –en lo que sería un verdadero pornotexto- todos los misterios amatorios.

En este sentido, las acciones asumen el ritmo lento de los contactos que quieren detenerse en el detalle de las pieles y las miradas. Así, en la relación de Morgana y Scipino el narrador ralentiza los momentos de encuentro, fijándose en las pequeñas acciones que se ejecutan para llegar al placer. La ralentización produce ansiedad en el lector –voyerista desenfadado- a quien el relato lleva sin aceleraciones. Las mejores escenas de la novela se concretan en esos momentos en los que el descubrimiento del climax está precedido por los rituales eróticos.

Sin embargo, ni el conocimiento lexical, ni la justa velocidad de la narración alcanzan a disimular algunas debilidades. Primero, en ocasiones la exagerada descripción topográfica torna soporífera una narración que pudo haber sido más dinámica. En la fijación con mobiliarios o con la atmósfera del lugar, termina sucumbiendo la fuerza de la historia central entre los docentes. A eso debe sumársele discusiones llenas de erudición que por momentos no se articulan con el eje de la obra.

Pero lo verdaderamente incómodo es la repentina fuerza de dos personajes –Edward y Telmo- hacia el final de la novela. Es cierto que se había hablado sobre ambos durante la narración, pero sus acciones, sistemáticamente ocultadas por el narrador, terminan siendo de una importancia desmedida hacia el final. El lector se siente como frente a los antiguos narradores de novelas policiacas que ocultaban hechos importantes para, en las postrimerías de la novela, sacarlos de debajo de la manga y tratar de impresionar. Es una estrategia que, por lo artificiosa, genera incomodidad.

Acaso a estos dos elementos deberíamos sumar un tercero que es el final predecible: una muerte generada en los juegos entre el sexo y la violencia, esto es, una muerte placentera. Parece que se quisiera confirmar que se está hablando de erotismo, que, desde Bataille es, en términos generales, la conjugación de la vida y la muerte.

Los anteriores elementos me sugieren una lectura de esta novela erótica como una obra desbalanceada, la cual por momentos asciende pero a la que también se le perciben baches. Para lectores promedio la novela puede espantar por la profusión de términos y la poca aceleración en las acciones; para los amantes del erotismo hay escenas de valía; para académicos, tal vez hay en La Otomana lagunas y lugares comunes.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro:

Potdevin, Phillip. La Otomana. Bogotá: Planeta colombiana, 2005.

sábado, 12 de junio de 2010

MÚSICA CALLADA DE JORGE CADAVID

“De todos lados
Llueven sobre el estanque
Pétalos blancos”
BÁSHÓ


Perteneciente a la colección UN LIBRO POR CENTAVOS, el tomo 44, se titula Música Callada. El autor, Jorge Cadavid, nació en Pamplona (1962); “aprendiz de naturalista y entomólogo”, se asume como poeta y ensayista; también es catedrático de Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana. Se hizo además Doctor en Filosofía en Sevilla (España) y hasta el momento cuenta con siete libros publicados.

Pero hay algo que atrae más allá de sus laureles, como los del Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 2003 por El Vuelo Inmóvil (Universidad Nacional, 2003) o acaso por Tratado de Cielo para Jóvenes Poetas, con el cual recibe el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquía en 2008.

Tal atractivo se deriva de la edición misma del libro, un ejemplar bello que como anota el editor: “(…) persigue la amplia divulgación de los poetas más reconocidos en el ámbito nacional e internacional y la promoción de los nuevos valores colombianos del género”. Lo cual se logra aunque de manera parcial, pues el librillo es distribuido -en teoría- exclusivamente a los suscriptores de la revista El Malpensante.

Aunque la iniciativa surge desde la Universidad Externado de Colombia, por razones azarosas el libro ha llegado –en la práctica-- a mis dominios. Y a los ojos del lector, con quien quisiera compartir unos versos:

MIMESIS

Las cosas habitadas
Por las palabras
Basta nombrarlas
Para verlas moverse.

Lo anterior sugiere la posibilidad de crear y re-crear e imaginar con el lenguaje, pues el arte de la palabra es mucho más que simple representación de la realidad externa; mimesis, según la poética aristotélica. La poesía se funda en el nivel simbólico, en el plano de lo misterioso, a veces inefable; no en el literal y denotativo.

Llama la atención el hecho de escribir poemas con temas de la Entomología y la Botánica. Aunque el libro no es un herbario ni un texto taxonómico de libélulas rojas atravesadas con un metal, ahogadas en formol, tampoco el concepto científico es elevado al lenguaje poético.

No se queda atrapado en la definición conceptual que se halla en diccionarios y enciclopedias, o en la tarea que adelantaron en estas tierras, por ejemplo, Alexander Von Humboldt o José Celestino Mutis, y otros, en la Expedición Botánica, casi dos siglos atrás. Pero no quiero escamotear los textos; por eso transcribo para quien lee sigilosamente:

CRISANTEMOS

(Chrysanthemun silence)
No hablan de nada.
Largos silencios
Llenan la plática
De indecible blancura.

Quizá por lo anterior, la cara posterior del pequeño libro se expresa con un comentario del escritor colombiano Giovanni Quessep, quien afirma que “(…) su aire oriental, la claridad de sus versos, me convencen de que la nueva poesía colombiana va por caminos muy seguros hacia lo alto”. Coincido en la atmosfera oriental; pues el valor de lo poético quizá reside en la duda de toda certeza, en el quiebre de lo calmado; también en el hondo sentimiento de lo que puede o no suceder: en la incertidumbre.

Aunque, si retomamos la tradición oriental, encontramos en el Haikú, la posibilidad de revalidar la sensibilidad, el asombro, un homenaje al silencio, a la suma brevedad y condensación, al acertijo. Báshó (1644-1694) maestro del Haikú, recomendaba a sus discípulos “dar vida a lo inerte”. Por eso, cuando uno de ellos escribió: “¡libélulas rojas! / Quitádle las alas / Y serán pimientos”; el maestro, con un dejo de nostalgia le sugirió que lo trastocara; así: “Estos pimientos / Añádeles alas/ Y serán libélulas”. Este ejemplo es apropiado para resaltar la brevedad y la intención vivificante de los versos que componen la esencia de lo poético; presencia del libro Música Callada. O si no leámoslo:

HONGOS

(Fungi imperfecti)
El hongo digiere al mundo
Con un ritmo propio.
Es la vida que sigue
a la muerte
y está bien que así sea.
El pudrirse de una noche
de hecho es la fabricación
de un día nuevo.

Es la muerte que supura vida. Espiral de la existencia, laberinto del tiempo donde es necesario perderse para re-encontrarse. Condición vana, efímera, insondable, desfundada y desfondada: aquí el sentimiento de lo vivo es parte de lo muerto; así viceversa.

No quisiera dejar sin anotar un poema más, además asomar algunos títulos de otros para los curiosos e inquietos que, como el insecto entre zumbidos, procuran encontrar la savia que embriaga, la sangre del verso. He aquí algunos encabezados: Árbol sin sosiego; La manera de marchitar Tulipanes; Psicoanálisis del musgo; El sabor de lo real; De la errancia de los arboles; Odisea del insecto; Líquenes; Lapsus…entre otros, por ejemplo:

A LA SOMBRA DEL CEREZO

Las sombras
Siempre son compañía
Nadie se queda solo
Con sus sombras.

Por: VICTOR HUGO OSORIO CÉSPEDES
FICHA DEL LIBRO:
CADAVID, JORGE. Música Callada. Bogotá: Departamento de Publicaciones Universidad Externado De Colombia, 2009, 72 páginas.

viernes, 4 de junio de 2010

LA MULTITUD ERRANTE DE LAURA RESTREPO: “EL ENVÉS DEL TAPIZ, DONDE LOS NUDOS DE LA REALIDAD QUEDAN AL DESCUBIERTO”

“Cuando la guerra amaine… ¿Cuándo será ese cuando? Ya pasó medio siglo desde ese entonces y todavía nada; la guerra, que no cesa, cambia de cara no más.”

La multitud errante es un título que bien podría expresar la actitud del pueblo colombiano en cualquiera de sus episodios electorales o simplemente la suerte de una nación condenada por su falta de conciencia histórica y política al eterno devenir de la violencia y la miseria, el desacierto de los sin memoria.

No obstante, en el caso de la bogotana Laura Restrepo Casabianca, reconocida por sus novelas galardonadas Dulce compañía (1995) y Delirio (2004), La multitud errante (2001) es el nombre que recibe una novela corta dedicada a explorar las fibras más profundas del drama del desplazamiento forzado y el despojo producidos por la guerra. En esta historia, que es la suma de muchas historias, cada personaje es el retrato de una búsqueda, la búsqueda del destino, del pasado, de la tierra o del amor.

Sus páginas nostálgicas reconstruyen por medio de una narración de gran belleza y recursividad, la Colombia de la guerra, donde pueblos enteros eran expulsados de sus tierras por la violencia y la violencia acompañaba sus pasos como una epidemia que se expandía. Todo el relato es un juego entre el presente del personaje narrador (una mujer de buena familia que es voluntaria en un albergue de monjas francesas donde se presta ayuda a toda suerte de seres despojados) y la historia de Siete por tres, un desplazado que hace parte de una multitud de sobrevivientes sin rumbo de un pueblo borrado por la guerra de la faz de la tierra.

Siete por tres es un hombre sereno y reservado, distinguido entre la multitud por tener un dedo de mas en el pie derecho y ser dueño de un pasado enigmático propio de quienes son abandonados aun siendo muy pequeños. Un día llega al albergue preguntado por Matilde Lina, una joven lavandera quien fuere su madre adoptiva desde aquel día que fue abandonado y que, luego, los asares del destino y la guerra apartaron de él para siempre en medio de una emboscada. Es así como este hombre que busca incansablemente a su ser querido sin éxito alguno, encuentra a cambio y sin pensarlo una confidente que resulta sumergida en los abismos de su vida.

Es ella quien nos cuenta todo sobre él y su origen, la destrucción de Santamaría Bailarina por los ejércitos conservadores y el errar de los sobrevivientes en la selva en búsqueda de una nueva tierra. Es esta mujer la que nos habla de esa otra mujer, Matilde Lina, y la odisea desesperada que emprende Siente por tres en su búsqueda. De su boca se desprenden simultáneamente las más profundas reflexiones sobre la guerra y las más íntimas confesiones sobre sus sentimientos hacia aquel hombre de 21 dedos.

La novela, en términos generales, goza de múltiples atractivos, siendo el más notorio el manejo de un lenguaje cargado de imágenes bien construidas, las cuales, sumadas a reflexiones de gran calibre, atrapan al lector. Pero también cabe señalar la impertinencia de algunos episodios que le restan verosimilitud al relato, como aquellos donde se desdibuja el perfil de un desplazado (es el caso de doña Perpetua) al enriquecer de manera sospechosa sus maneras de expresarse o, simplemente, aquel otro donde una manifestación de jóvenes rodea el albergue para protegerlo. De lejos estos hechos difieren de la mayor parte del relato y brillan por su ingenuidad.

No bastante, a pesar de estos pequeños defectos, La multitud Errante es una de las novelas que trata el tema de la violencia bipartidista sin caer en la crudeza de los hechos o someterse al sesgo infértil de la literatura panfletaria dándole cabida a las contradicciones de la condición humana que va muy bien con la ambigüedad de la literatura. Por tal razón y por la fuerza de su estilo narrativo, es preciso acercarse a las páginas de este libro, que garantizan por poco, unas cuantas horas de peregrinaje errante por los pasillos de nuestra historia y los fantasmas que aun hoy la persiguen, o como lo diría nuestra narradora un paseo por “el envés del tapiz, donde los nudos de la realidad quedan al descubierto”.

DAMIÁN GUAYARA GARAY

FICHA DEL LIBRO:
RESTREPO, Laura. La multitud errante. Colección letras colombianas de hoy. Bogotá: Editorial Planeta, 2007. 138 p.