sábado, 19 de noviembre de 2011

LA PROHIBICIÓN Y EL DESEO EN MIS JUEVES SIN TI DE OSCAR GODOY BARBOSA.


Las formas y modelos mentales que posee la sociedad actual están movidos por los arquetipos del imaginario colectivo[1], que la mayor de las veces es dictado y estereotipado a través de las formas de consumo. Religión, política, dolor y muerte poseen estereotipos prefijados, y el amor, como es de esperar, también ha caído en  estas maneras del desuso.

Los prototipos son simples: el amor filial, que corresponde a los arquetipos matrimoniales, familiares y de noviazgo, acompañados por la idea de compromiso, fidelidad y entrega total del cuerpo y el deseo a figuras que corresponden a relaciones aceptadas frente a la aprobación de otros; el amor ágape, que se liga a los sentimientos de fraternidad, amistad y solidaridad para con los seres que consideramos cercanos e influyentes, tanto en lo personal como en lo colectivo; y el amor vulgar, atado a los conceptos de hedonismo, placer, lujuria y promiscuidad, manifestados en contextos y situaciones de profundo ocultamiento, que en el mayor de los casos es satanizado y desvirtuado, como el acercamiento a los moteles, burdeles, las orgías, las relaciones homosexuales y los actos sexuales fugaces que tienden a volverse patológicos.

Sin embargo es preciso que se piense en otra manera de entender estas formas del amor, pues existe, como en el caso del cuento de Godoy Barbosa, un amor que se fragua en la imposibilidad del contacto físico, y por tanto, en la negación de las imposturas sociales. Para ello es necesario que recurramos al ejemplo de las llamadas líneas calientes, en las que la persona acude a la sensualidad de la voz de la persona que atiende desde el otro lado y que por medio de su capacidad para generar asombro desde el poder erótico de su palabra, hace que su interlocutor alcance el clímax mientras desnuda su entera satisfacción en una bocina que se cuelga.

Se diría que este ejercicio deviene de un placer morboso y algo patológico, pues no sólo evidencia la imposibilidad de la sensualidad hecha carne en unos oídos ávidos de obscenidad, sino que al tiempo enmarcan la absoluta negación de la capacidad tímica del contacto. Al respecto, quiero entonces iniciar el recorrido por el cuento, en el que, para resumir la anécdota, existe un hombre y una mujer que se encuentran cada jueves en un motel , siempre en habitaciones distintas, sólo con la certeza de saberse ahí desnudos para otros, pero amalgamados en el acuerdo de gemirse y saborear sus cuerpos y su esencia a través de la voz.

El relato es asumido por su protagonista –el hombre- que estando con una mujer en el motel escucha por azar mientras duerme otra voz, venida de un cuarto vecino. No una voz, “Unos quejidos largos como de gata en celo”, que lo sumen de inmediato en la contemplación de las características de la persona que puede emitir un gemido de ese calibre, es decir, nacidos del profundo deseo y la lujuria de una mujer “Apoyada en los codos, o en las dos almohadas de la cama, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada hacia atrás, sacudida por espasmos, (…) acaballada. Las piernas a lado y lado de otras caderas, la cabeza levantada y las manos inquietas.” 

El personaje en su cavilación acude al modelo estereotipado de ver la sensualidad femenina, que no comprende entre su imaginario a la mujer común; sólo tiene cabida el prototipo del desborde carnal de la exuberancia y la rigidez gimnástica de la carne, jamás a la mujer que recata con limpidez su deseo, que oculta su cuerpo tras ropajes casuales y palabras simples. Esto se debe a que nuestro personaje está acostumbrado a llevar al lecho únicamente a mujeres que logran despertarle la promiscuidad con actitudes felinas, lo que supone que es nuestro hombre el típico Don Juan que se enorgullece cuando sucumbe ante el arquetipo de la mujer fatal.
Es más, el personaje de este cuento siente especial cuidado por dar cumplimiento a su curiosidad, pues evidencia que la única cosa que lo lleva a buscar una mujer distinta cada vez, es el hecho de saciar la obsesión de descubrir todas las formas posibles en las que duerme su compañera de cama:

Camila dormía. Le gustaba voltearme la espalda y olvidarse en sus sueños. (…) Liliana dormía. Adoraba rodear la almohada con los brazos y descolgar la cabeza sobre el colchón. (…) Carolina dormía boca arriba, con los brazos y piernas extendidos en cruz. Pensaba que la cama era toda para ella. María José dormía de medio lado, justo al borde del abismo. Milena se encogía como un bebé. Sandra nunca se quedaba quieta. (…)  Catalina dormía boca abajo, con la cabeza un poco ladeada para respirar. Sonia parecía un cadáver, rígida, sin doblar codos ni rodillas. Leila esparcía su negra cabellera por la almohada.”

En este sentido – dice Cristina Peri Rossi- el erotismo es una libido encarnada en un objeto. Cuando la libido aún no ha encontrado su objeto (o lo ha perdido), produce angustia. Es el estado de ansiedad adolescente, cuando el instinto, plenamente potente y apto, todavía no ha encontrado el objeto donde fijarse.[2]

Y eso es lo que ocurre con nuestro personaje, pues cuando cree que su fijación está en la forma de descansar que expresan sus mujeres, descubre que ha encontrado otro objeto de deseo: la voz de una sirena varada en otro cuarto. La misma autora argentina sostiene que “el deseo tiene sonido, no es mudo. La turbación, la emoción, el ansia fluyen por la boca, modificando nuestra voz y expresando aquello que bulle. Los amantes jadean, resoplan emiten sonidos guturales, onomatopéyicos, que incitan al deseo y lo estimulan”[3].

No es extraño que el hombre sienta atracción por la tesitura sensual que expele la voz femenina, o por el encanto de sus palabras; basta hacer un recorrido mental  simple para recordar como Lilith sedujo a Adán, que más tarde perecería por el labio envenenado de Eva; o la hermosa voz de Nefertiti persuadiendo  a Aquenaton para adorar al naciente dios Aton en lugar de al legendario Amón; El canto de las mujeres del Chalco que enamora al pequeño Axayácaltl para que les conceda la fertilidad. No obstante, existe una anécdota que se adecúa mucho más a la situación narrada en el cuento: Ulises –falto de capacidad viril para atender al llamado femenino- se amarró al mástil de su barco para no sucumbir ante la libidinosa voz de las sirenas, y más tarde, necesitó de la ayuda de Hermes para no dejarse seducir por el encanto de la palabra de Circe. Aunque cabe la posibilidad, como dijera Kafka en su texto El silencio de las Sirenas, que el silencio sea más profundo que el canto y que la acción del héroe homérico no sea sino una triquiñuela para parecer más fuerte y mejor líder frente a sus acompañantes y súbditos.

Sin embargo, la voluntad del personaje no sólo sucumbe, sino que voluntariamente se entrega a la seducción, en la que la belleza o fealdad desaparecen, pues se asume que más allá de la carne existe únicamente la voz que incita y que despierta, que irriga, que derrama, no lo corporal sino las necesidades propias del espíritu:

Mientras gimieras, el mundo alrededor, la historia que tuvieras, tu forma de vestir y de actuar, no tenían importancia. Te prodigabas, la música de tu garganta era el final y el comienzo”.

Allí donde hay un deseo imposible,  -continúa Peri Rossi- surge el mito: en el plano de lo imaginario, es decir, la fantasía, se realiza aquello que no puede ocurrir en la realidad. Este mecanismo (la sublimación del deseo insatisfecho a través del recurso a lo imaginario, a, lo fantástico) sucede tanto en el ámbito individual como en el  histórico o colectivo.[4]  El héroe homérico sabía -o suponía- que rendirse a las sirenas era asumir la muerte, pero al héroe del cuento de Godoy Barbosa poco o nada le importa, porque el final y el comienzo son enteramente su deseo materializado en la garganta abierta o contrecha de su hembra, que pulula melodías frenéticas a sus oídos, ante lo que inicia , como en mil odiseas, la visita infaltable cada jueves al motel en busca de su Nereida.

El bestiario de Pierrre Ricard   se mencionaque “las sirenas significan las mujeres locas que atraen a los hombres mientras duermen engañándolos con sus palabras y conduciéndolos a la muerte”. Aunque es cierto que las sirenas enloquecen de manera dual –Voz y excentricidad- a los hombres, al nuestro sólo lo seduce el canto, pues reconoce que su muchacha no muy alta, vestida con discreción, con falda tobillera, lentes gruesos, cabello corto y aire doméstico, ha logrado resarcir su imagen de fatalidad femenina que rompe pausadamente su arquetipo prefijado y confuso de belleza.

Las discusiones de formalidad o informalidad sociales bien pueden aislarse para dar paso a la idea espiritual del encuentro sensual y erótico que se da en el amor sin contacto, pues poco importa la corporeidad, la textura de la piel, lo flácido, lo obeso, lo anoréxico, lo pulcro y asqueroso cuando se le da valor al efecto que produce en si mismo el objeto sensible y metafísico de deseo.

Para concluir –apresuradamente- recurro a un fragmento del cuento en el que el personaje niega la posibilidad de un encuentro con su objeto de deseo, pues sabe que la consumación del mismo, acabaría la sensación efervescente de lo oculto y prohibido; es el drama del querer y no poder que reconoce la magia de lo que nunca se consolida, el arte de pintar sin lienzo, de escribir sin el poema o el danzar sin música, como lo hacía Casandra, tan negada al ojo simple:

“Hay un pánico peor: me aterra pensar que un día decidas llegar sola al motel y me dejes abierta la puerta. Conocerte de cerca, ver tus ojos, ser causante de  tu quejido. (…) El día en que conozca tu forma de dormir se acabará el misterio.”

Cabe decir que el problema no es quedarse dormido para que las sirenas nos engañen y asesinen, como dice Ricard, más bien, me recojo en el sentido de Kafka, en el que el problema no es el canto sino el silencio mismo, que nos sume infinitamente en  el sueño del valle que era trampa, como el sueño de nuestro personaje. Lo único importante en esta fantasía es quedarse dormido voluntariamente para que sin falta, y sin vacilo, nos unamos en el llamado que hace un hombre naufragado en la noche de jueves:

“No me desespero. Tengo confianza en tu quejido que surge de la noche en mi rescate.”

OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ VILLAMARÍN.
Ficha del libro: Godoy Barbosa, Oscar: Mis jueves sin ti. EN: Cuentos del Tolima. Antología Crítica. AA.VV. Alma mater ediciones. 2011. Pág 239.


[1] Jung, Carl Gustav (2002). Obra Completa volumen 9/I: Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Madrid: Editorial Trotta. 
 [2] PERI ROSSI, Cristina: Fantasías eróticas. Editorial Temas de hoy. Buenos aires 1991. Pág 50.
[3] Ibid Pág 188.
[4]  Ibid pág 71.