lunes, 13 de febrero de 2012

LETRAS PARA TRASHUMANTES DE LA CALLE.

Siempre que se ha escuchado hablar de un autor que resulta importante para las letras de algún lugar, se espera que lo que llegue a  las manos corresponda con lo que se ha oído. Pero en este caso, debo decir que de entrada, no fue así. Claro que la visión sobre el particular cambiaría pronto. 

El libro en su presentación es poco atractivo; un marrón vencido y una imagen de portada opaca que sólo se  entiende cuando se acerca lo suficiente a la vista (“Impasse Cottin” de Maurice Utrillo: pintura en la que se aprecia un callejón de casas impares que termina en una cuesta de escaleras y en el que no hay sino un farol desprovisto de energía. Cuatro siluetas humanas suben por la escalera). El nombre del autor muy por debajo de la letra normal, no se reconoce con facilidad, y un sello editorial  desconocido. Sin embargo, casi como único elemento que llama de entrada la atención del lector se encuentra la metáfora de lo desolado que puede resultar algún lugar: La calle del farol dormido.

Con este título cualquier lector avezado sabe que en medio de su cansada imagen, existe la  necesidad de auscultarlo, de seguirle la línea hasta que en medio de todo se descubra  por qué  el libro se presenta de esta manera y bajo ese título. Pues es claro que no se trata de una metáfora plana y falta de contenido,  antes bien, desde la simbolización del lenguaje, se hace referencia al abandono y el desarraigo, evidentes en una  calle  que se adueña de la ciudad en la penumbra.

En este libro de relatos, César Pérez Pinzón, haciendo un serio miraje a la ciudad de Bogotá, recurre al reconocimiento que se ha negado a los habitantes de la calle, y, con particular belleza,  da vida a algunas de las historias que se urden en la mala sombra del cartucho y sus barrios aledaños, como el Santa Fe y el cementerio central. Podría decirse que incluso la misma calle no es el objetivo, más parece que se buscara la inocencia clandestina que rodea la cotidianidad de los personajes que circulan por la Bogotá de la oscuridad, del vicio eterno.

No se ignora ninguna puerta y hasta los refugios, donde se ocultan algunos hombres y mujeres de actividad oscura, son sacudidos por el estrépito de un puño insistente sobre la madera engrasada y carcomida, que los separa de las heladas corrientes del aire exterior. La humedad y el frio se atenúan por la persistente bruma que se pasea por la ciudad como un sucio velo ocupado en opacar el fulgor de los astros y de los avisos luminosos.”  Pág. 15.
Cinco historias componen La calle del Farol dormido. En alrededor de 150 páginas podrá el lector encontrarse con la vida de Fabrizio Ovelar, un hombre que gasta  en prostitutas y licor el escaso pago de la pensión que ha conseguido como profesor de historia, y que en medio de una extrema urgencia familiar, decide intentar un robo para terminar en un eterno odio hacia los niños. Se encontrará seguramente el lector con el naciente cinismo de Marcelo Cabral que, en apariencia, tiene un encuentro demasiado cercano con el pasado de su padre y con su futura muerte. Este Marcelo Cabral ha de aparecer nuevamente en la escritura de Pérez Pinzón cuando publique su novela Hacia el abismo, en la que sin duda es un personaje mucho mejor trabajado.

Pero no todo en el libro se reduce al submundo del alcohol y las drogas que circulan por el cartucho. Los dos cuentos con que finaliza, están dedicados a otra suerte de destinos. En uno se asiste al descubrimiento de un acto terrorista que termina por destruir la vida de tres viejos amigos, y que hila entre su trama, la historia de la explosión del avión de Avianca en pleno vuelo en el año 1989; en el otro, un reconocido escritor pareciera dictarnos su biografía a través de un narrador que se inmiscuye con autoridad en fragmentos poco referenciados de su vida.

En fin.  Quiero hacer un breve paneo por su primer cuento, Aquella noche silbaba el viento, que  a mi juicio, encarna el sentir profundo del título del libro, y que en medio de sus líneas logra atrapar con verdadero encanto a quien lee. Tuve la posibilidad de  conocer el cartucho en mis tiempos de adolescente, y de oír algunas de las acostumbradas historias de muertos y desaparecidos, y pensé que en los relatos de esta obra hallaría el retrato de cadáveres que no se desperdician y de hombres que conviven entre el hedor y el ronquido agudo de las ratas mientras apaciguan el hambre con pegante o periódico mojado.

Sin embargo, lo que me conmueve de este relato de César Pérez no es la evidencia del abandono o el reconocimiento de la extrema miseria a que son condenados, por mano criminal o por mano propia, los habitantes de esta extinta zona álgida de la ciudad. No. Es la ternura, la calidez y los lazos de afecto que el autor desnuda para la ciudad misma, que no entiende que en medio del estrecho habitáculo por el que circulan mil y un mendigos, nómadas del centro urbano, existe la entera vocación de lo honesto, del respeto y de la ley.

Mateo y María, personajes centrales de la narración, son trabajadores de la plaza de mercado, que por situación de precariedad deben acomodar su vivencia cotidiana al trajín que ofrece la mencionada calle. Pagan un par de pesos por un cuartucho de mala saña en una pensión innombrable. Pero su rutina se ve invadida por el romance de su mujer con un hombre joven, que más temprano que tarde, hallará la muerte por causa de las lógicas de lealtad que se tejen en la confabulada noche de los desposeídos.

La lealtad  es el sentir sincero que une a dos o más hombres en defensa de común causa, por la convicción de su honrado proceder y anteponiendo, incluso, la vida. En el caso del relato de María y Mateo, los habitantes de la calle del farol saben que es preciso resarcir al inquilino que ha visto burlada su honestidad, limpiarlo de la intranquila mente de quien descubre a su mujer sosteniendo constantes encuentros de pasión con otro joven del sector, y que es necesario que el culpable pague con su cuerpo lo que le ha quitado al otro.

En esto consiste la trama, y para fortuna del lector, el ojo termina agradecido por los constantes ritmos y puntos de tensión. El narrador se acelera cuando evoca el instante en que el corrillo de míseros se reúne para dar fin  a la existencia del joven fornicario,  abre certeras dudas en el lector cuando se devuelve a la escueta vida matrimonial de Mateo y María.Reúne en nuestra memoria las posibilidades para que nos confabulemos con los criminales y no con los amantes, porque nos mete en la lógica secreta de la cuadra del farol, en la que sólo puede haber lugar para los afectos de fraternidad; suficiente desprecio se tiene afuera como para traerlo pegado al cuello hasta la propia vecindad mortuoria. Así que  el relato transcurre maligno hasta el punto en que se sentencia, con toda crueldad y legalizada mano al amante, que sólo y en medio de la lluvia, extingue cualquier esperanza de vida para su cuerpo apaleado por la horda.

A pesar de encontrar vestigios de misericordia en el relato,  y de creer que en ocasiones el narrador parece no compartir la suerte que correrá el joven, Pérez Pinzón aterriza con precisión las imágenes que la calle destina para sus hombres:

Un nuevo grito de júbilo por parte de los reunidos le usurpa los recuerdos y vuelve a ver al muchacho que se arrodilla conteniendo la sangre que salta a borbotones de su nariz golpeada. Empieza a declinar su decisión y, por unos momentos que debe parecerle despreciables, su cara es surcada por afilados gestos de urgente misericordia. (…) La fortaleza de sus músculos no se ha echado a perder, pero ahora se ven disminuidos, como un caucho al que acercan una llama. La piel de sus pómulos se ha secado buscando un pronto contacto con el hueso y el rosa natural de sus labios ha menguado. Algunas de sus costillas forcejean contra la carne de sus costados.”
Entre tanto, los esposos parecen aceptar que la lógica de la calle no está en  acabar su relación, sino en extinguir la vida de quien ose intervenir en ella. No se trata de renunciar al hogar  que han construido, tampoco a  los placeres que se ofrecen; simplemente se elimina cualquier intento de  intromisión. En ello reside la trama del relato.

La sutileza del lenguaje de este autor tolimense, permite ver que su estilo no vacila  a la hora de hacer que la realidad, por más tosca y cruda que sea, pueda dictarse para la historia con palabras precisas y que ennoblezcan el acontecer  del hombre sobre el tiempo. Hay rigurosidad en el detalle, que acompañado del sentir poético que ha caracterizado la narrativa  de Pérez Pinzón, hacen de la prosa de este libro de relatos, una continua lección de prudencia y exactitud.

Omar González.

Ficha del libro: Pérez Pinzón, césar; La calle del farol dormido. Fondo mixto para la promoción de la cultura y las artes del departamento del Tolima. Forum Pacis editores. Ibagué 1996. 148 páginas. 2da edición.