De acuerdo con la profesora Luz Mary Giraldo, Álvaro Mutis es uno de los hitos de la narrativa colombiana, junto a Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera y Gabriel García Márquez. El de la profesora Giraldo es un ejercicio riesgoso, toda vez que el intento por canonizar un escritor de tan reciente producción, puede estar distorsionado por un florecimiento coyuntural de una voz que aun no ha resistido el paso del tiempo, necesario para consolidarse. Es verdad que Mutis ha gozado en los años recientes de una fama empotrada en su trabajo constante con la palabra en los diferentes géneros literarios, trabajo reconocido por varias instituciones a nivel mundial – con premios como el Cervantes y el Roger Caillois -, pero considero que su obra debe seguir siendo indagada con la seriedad que ella amerita y esperar a que el paso de las décadas y las lecturas constantes la ubiquen en el lugar que le corresponde.
La nieve del almirante es una de las novelas que conforman el repertorio de su producción. Publicada en 1986, la obra tiene como eje central a Maqroll el Gaviero, el personaje que recorre casi toda la creación de Mutis, incluyendo sus poemas. En La nieve, Maqroll sabe de un aserradero en plenas selvas del Amazonas y cree que allí hay un negocio que le dará buenos réditos; con la ayuda desinteresada de Flor Esteves viaja a culminar la empresa. Pero cuando llega al lugar se da cuenta que es imposible montar una fábrica en esa zona y mientras tanto va descubriendo la realidad de la región: hace el amor con una india y sufre de un extraño mal que lo lleva a estar cerca de la muerte; es testigo del deceso del capitán, quien se ahorca por razones filosóficas y finalmente conoce la corrupción del Estado al saber que los aserraderos sólo funcionan con el apoyo de la guerrilla (que cobra una vacuna); en el caso de la novela ese apoyo lo tiene un trabajador de la rama oficial. Ante estas situaciones, Maqroll vuelve donde Flor Esteves, al páramo, pero solo encuentra una tienda desalojada y una soledad que lo espera.
La historia está consignada en el diario de El Gaviero, quien va tejiendo la maraña de situaciones que se desarrollan en una zona inhóspita: es una prosa poética, que no le deja casi nada a la oralidad y en cambio profundiza en las reflexiones de un personaje con un destino malogrado, condenado siempre al fracaso. Maqroll sabe de su suerte cuando indica que “es como si en verdad se tratara solo de hacer este viaje, recorrer estos parajes, compartir con quienes he conocido aquí la experiencia de la selva y regresar con una provisión de imágenes, voces, vidas, olores y delirios que irán a sumarse a las sombras que me acompañan, sin otro propósito que despejar la insípida madeja del tiempo” (76)
Por momentos ese viaje se torna dramático, como cuando se descubre el suicidio del capitán – tratado con sobriedad, sin desmesuras -, o incluso revela parte de la realidad nacional, cuando se presenta un Amazonas dominado por la guerrilla y la corrupción política. La narración se desarrolla lentamente, con el mismo tono desesperanzado del personaje que cuenta la historia, sin mayores desgarraduras, sin dolores ni golpes de pecho extremos. Es desde ahí que se logra construir una atmósfera soporífera, evidentemente disfórica, del destino de Maqroll, y acaso si pensamos en que él es un ejemplo de múltiples vidas reales, se configura la historia de un sector de la humanidad para el que no hay arraigo ni posibilidad de éxito.
Sentimos con Maqroll los abismos de una vida sin posibilidad de anclaje en un punto fijo, pero es precisamente en esa configuración del personaje y de la narración en general, en donde se hallan elementos que acaso desconcierten. En la novela, las cuestiones de la errancia, la soledad y el fracaso son tan evidentes, que el lector no tiene en ocasiones un espacio para perseguir otros sentidos, más allá de los que el narrador le muestra explícitamente. Es como si hubiera existido un programa narrativo preconcebido con tiralíneas, para demostrar en todas las partes de la novela los tres tópicos anteriormente reseñados; el lector se siente llamado siempre por la voz del narrador que le dice (implícitamente) “mira, aquí está la errancia; mira, aquí la soledad; mira, aquí el fracaso”.
La estrategia se convierte en una camisa de fuerza para el narrador, los personajes y el lector: el primero se ciñe estrictamente a un plan preconcebido; los segundos terminan en ocasiones un poco desnaturalizados, planteando discusiones filosóficas que sustenten las intenciones de la novela; los lectores se quedan casi siempre con la misma impresión (de ahí que varios textos de la crítica especializada machaquen hasta el cansancio la cuestión de la desesperanza en las obras de Mutis) A fuerza de concebir toda una filosofía en la novela – atractiva por demás – el narrador corre el riesgo de revelar muy temprano sus cartas y hacer la obra un poco previsible, en tanto ya se sabe hacia dónde van los destinos de varios personajes: la errancia, la soledad, el fracaso. Se cancela así la posibilidad de la sorpresa e incluso el ejercicio polifónico.
Es verdad que, para realizar sus obras, muchos escritores concretan inicialmente su visión de mundo y luego esbozan situaciones y personajes. Es una manera de ejercer la profesión sin dejar las cosas al azar y procurando dejar tatuada en el lector una lectura novedosa del mundo. Pero también es cierto que cuando esta estrategia se hace muy evidente termina por hacer de la narración un ejercicio un tanto artificial, que no permite el libre juego de la exploración de los sentidos: algo de esto percibo en La nieve del almirante.
Así, la fuerza en la dicción de Mutis, su capacidad de malear el lenguaje para conseguir metáforas deslumbrantes, lo pueden convertir en un hito de la narrativa colombiana; el peso de toda una filosofía que se desea sustentar podría ser un interrogante - que nace de la lectura de La nieve del almirante - a su verdadero lugar en la tradición novelística colombiana.
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del Libro: Mutis, Álvaro. La nieve del Almirante. Santafe de Bogotá: Norma, 1994.
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