lunes, 7 de septiembre de 2009

LA MÁSCARA DE LA CIUDAD EN CANTOR ESTÁ DE VIAJE DE LUIS FAYAD.

Es común que hoy en día la mayoría de reflexiones literarias sobre los espacios tengan o presten especial atención en la ciudad como centro en le que confluyen todas las ideas, las historias y los acontecimientos importantes en el desarrollo de la humanidad.

Actualmente el escritor y ensayista Fernando Cruz Kronfly ofrece una visión sobre el tema citadino en su libro La tierra que atardece en el que las categorías se aprecian como algo definido y consolidado para el análisis literario contemporáneo.

Teniendo en cuenta estas categorías de Kronfly sobre las ciudades literarias, resulta bastante interesante encontrar en la narrativa colombiana algunas obras de cuentística que se preocupan e por la ciudad o por su influencia en las características y los actos de los personajes, con lo que se pretende redefinir el concepto de lo urbano, a la vez que se reevalúan sus espacios y las visiones de mundo que el entorno citadino ofrece a los que participan o quieren participar de ella.

Un ejemplo de estas reflexiones es el cuento Cantor está de viaje de Luís Fayad, en el que se manifiesta de entrada la situación de un hombre que vive en un pueblo y que se ve obligado – por circunstancias netamente personales y de realización individual- a abandonar su espacio y buscar la ciudad, porque en ella encuentra lo que el pueblo no le brinda: calidad de vida y realización.

Este tipo de personaje, como vemos, encarna el mito del progreso que gira en torno de la gran urbe, en el que el individuo campesino se convence (la misma sociedad lo convence) de que la ciudad le abre las puertas del éxito, le da oportunidad de surgir y existir como persona importante y le da reconocimiento.

Cantor representa a ese individuo que vive el sueño de la ciudad como utopía, de la ciudad benévola, a tal punto que abandona a su familia, deja de lado todo lo que ha logrado y se aventura en la odisea citadina como el que ve posible el sueño americano sin medir consecuencias, pues como asegura Kronfly, la ciudad está cargada de múltiples elementos que la conforman no solo como lugar abierto y espacio definido, sino como una estructura cultural que tiene sus códigos y normas, signos y variadas interpretaciones de los mismos.

Sin embargo, la llegada a la ciudad es un choque de agregados socio- culturales colectivos con los pensamientos y visiones particulares que transforman el devenir del individuo tanto en las esferas mentales como en las de la representación, de manera que aparecen visiones contrapuestas entre el espacio abandonado y el objeto deseado.

Las evocaciones constantes y los recuerdos del pasado inmediato surgen como respuesta inconsciente que anhela encontrar puntos de referencia emocional, y entonces, aflora una cadena de comparaciones espacio-sensoriales que confunden al nuevo habitante de la ciudad y le hacen sentir temor y melancolía al tiempo que ansiedad y desesperación.

“El bus entró en la ciudad por el costado sur. Eran los barrios bajos, las calles hechas barrizales y las casas semidestruidas que en nada se diferenciaban a las del pueblo”.

La ciudad es entonces un espacio de reflexión memorística, de asociaciones mentales y de representación directa de los espacios dejados, pero a la vez, un espacio en el que la conciencia se dilata y la percepción se altera para el que llega.

El choque que existe es monumental, las cosas adquieren un matiz enrarecido, vedado, y la paranoia de ser nuevo, de acuerdo con el cuento de Fayad, invade las sensaciones que se trastocan formando nuevas visiones, un poco más estridentes.

El personaje rural que llega a la urbe se siente perseguido por la masa, por las cosas, y el caos racional aparece instantáneo, como si la ciudad quisiera exiliarlo aun sin haber llegado.

“No tenia a donde ir. Sólo entonces se dio cuenta de que no había pensado un solo instante en esto. Una nube se le había instalado en los ojos, las letras del bus se movían cambiando de colores y sentía que todos se le quedaban mirando y se reían. Las caras se deformaban, empezaban a bailar sin que lograra detenerlas y alguien lo empujaba por detrás y lo afanaba para que se quitara de en medio, pero él no podía moverse pues tenía que pensar primero”.

La ciudad engaña, miente y destruye la tranquilidad mental que el individuo trae de su lugar de origen, hace alucinar incluso al que más deseos tiene de vincularse a ella, a sus movimientos, tanto así, que el personaje pierde el horizonte que ha trazado y se adentra en una crisis de sentido, que según Kronfly, hace que los parámetros sígnicos adquieran matices indefinidos: los rumbos se alteran, y el hombre se pierde a cada instante sin conocer siquiera la verdadera razón de su estadía.

La ciudad coarta, fastidia y envilece las pretensiones del nuevo citadino, o enreda en una masa de concreto y paranoias y ese hombre ahora deambula de un lado para otro, naufraga entre edificios, avenidas y sitios de comercio, hace que desee aun sin tener la posibilidad de adquirir y finalmente, el deseo de progreso se transforma en oportunismo; una carrera que muchos inician a la vez.

Así que hecha mano de lo que primero aparece y esa es la trampa pero él lo ignora: la ciudad no da nada, el hombre le da a la ciudad la vida, la regala a cambio de miseria y mentiras utópicas, porque ese es el juego; la ciudad es autosuficiente, como dijo Italo Calvino, es una Fedra que tiene lo que quiere y quita lo que desea, que se transforma gracias a lo que le roba a cada quien cuando lo atrapa en la carrera de los roles, los escalafones y los hábitos.

Así es. Todo es una alucinación, ya no es la utopía de llegar a la ciudad porque ahora es el desespero por salir de ella.

Una vez adentro es imposible huir, se evade pero no se huye, y Cantor lo supo porque cuando se metió en el juego del reducidor de objetos robados con la dueña del café que lo acogió tras su llegada en falso, se enteró de esa ciudad deshonesta, corrupta, y lo que es peor, incluyente sólo para el crimen, porque Cantor termina colaborando para ello; hacía de la ciudad algo más sórdido y sucio, así que sin reparos, después de entregar su inocencia de provincia:

Era el momento que la mujer estaba esperando: le dio un paquete y un papel.
-Llévelo a esta dirección- ordenó. Luego vino otro encargo, con el tiempo una más y después fueron menos espaciados y más comprometedores.

Cantor jugó, y ganó, porque le robó a la ciudad un poco de su astucia, se volvió criminal, se aprovechó de la ciudad y la urbe lo ganó a él, lo obtuvo como premio porque la ciudad es también el espacio del crimen, como asegura Kronfly, es el espacio en el que las mentes se pervierten y la deshonestidad adquiere matiz de oportunismo, de venganza, de recuperar un poco del sueño lacerado y la utopía robada.

“ de manera que Cantor se vio ante una sola alternativa: Dijo que ya había encontrado una pieza, que dentro de dos o tres días de marchaba y que inmediatamente le avisaría a Matilde su nuevo paradero. Así, ordenó su pequeño maletín y buscó la ocasión. Fue Ricardo quien encontró la caja vacía y en reemplazo del dinero una nota: Ahí les dejo su café de mierda”.

OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ.

Ficha del Libro: Fayad, Luis. "Cantor está de viaje" En Giraldo, Luz Mary (Selección y Textos) Cuentos y Relatos de la Literatura Colombiana. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2005.

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