En la Europa del siglo XVIII, el escritor era considerado un “sabio” dentro de las sociedades. Su palabra tenía un valor comparable con el de la figura política, lo que permitió en ese momento a las comunidades, estar prestas a escuchar las iluminadas opiniones y reflexiones de aquellos quienes profesaban el arte de las letras. No obstante, el afianzamiento de la burguesía y las ansias de expansionismo de algunas naciones, sumado al viraje en las concepciones de producción humana, hicieron que esa figura erudita perdiera su mismo carácter, por considerarle “vago e improductivo” frente a los incontables seres que buscaban enriquecerse a costa de lo que fuera.
De esto se desprende un cambio drástico de paradigmas, en el cual primaron fuertemente las labores físicas sobre las intelectuales; al escritor, no le quedó otra salida que aislarse de la sociedad, pues era consiente en su momento que una novela (su producción) no iba a tener el mismo valor, en términos económicos, frente a lo producido por un obrero, banquero, prestamista, el cual tenía la capacidad de ascender y ganar más, producto del trabajo material.
El retiro abrupto del escritor de los espacios sociales lo ha comprometido bastante, hasta el punto de opacar su imagen y su trascendencia como el verdadero artista y visionario. En Colombia, este fenómeno no nos ha sido ajeno; recordar a aquellos poetas modernistas y vanguardistas, forjadores de la desacralización de la poética y el arte, significa ubicarlos en los sótanos de una sociedad ultra católica y sumisa a dictámenes oficiales.
El presente también nos ha demostrado sus debidas excepciones, y aun en estos tiempos, vemos por ejemplo a Fernando Vallejo como un fiel exponente de discusiones controvertidas y polémicas que causan revuelo y adquieren legitimidad en esta era del conocimiento. Este intelectual antioqueño, se presenta al I Congreso de escritores colombianos, realizado en Medellín en los años de 1998, y frente a un público selecto, ofrece el discurso correspondiente a la apertura del certamen, el cual llamó El monstruo bicéfalo.
En esta ocasión, el escritor de La Virgen de los sicarios, no arremete de manera vehemente contra la Iglesia y la religión; el blanco de sus críticas es la clase dominante del país. Vallejo expone que Colombia ha sido y seguirá siendo un país infame, gracias a la clase política que la ha gobernado desde antaño. Para deslegitimar eso de que somos “el país con la democracia más consolidada de América Latina” el escritor señala a las dos grandes corrientes ideológicas y políticas predominantes que han estado siempre en el poder, causantes del caos: Partido Liberal y Conservador. Esos dos para él han creado, luego de pactos cerrados como los del Frente Nacional, a ese Monstruo bicéfalo, cruel y sanguinario.
Para hacer notoria su apreciación, culpa a los tradicionales partidos políticos de ser los originarios de la debacle en nuestra sociedad; para el escritor, son estos los autores de todas las desapariciones campesinas en la mitad del siglo anterior que marcaron la época de la violencia. Además de provocar en el seno de la patria, guerras civiles y de encaminar a Colombia a una completa degradación social.
Del mismo modo, Vallejo arremete contra los paramilitares y la insurgencia colombiana; a esta última le intitula algunos males que imperan en la actualidad, como son el secuestro extorsivo, asesinatos a opositores de sus principios y actores de la descomposición rural a raíz del conflicto social y armado. Nadie se salva del dedo inquisidor del antioqueño. Para él, no hay salvaciones, ni consideraciones: todo se consume cuando la muerte se presenta a diario, en “el país más asesino de la tierra”; estas candentes reflexiones nos llevan a indagar sobre la opinión que pudiera merecer a los asistentes, este discurso de bienvenida ofrecido por una de las mentes polémicas y explosivas de la actualidad.
Este tipo de discursos son recomendables y pudieran, en un momento determinado, ser valiosas en el ámbito académico, porque permite tener de primera mano las apreciaciones de una historia que el propio oficialismo quiere borrar; pero que la voz de los que sufren la mantienen viva. Vallejo ha sido víctima de este sistema, y por tal motivo, él se proclama vocero de todos aquellos que por motivos ajenos han tenido que partir. Su denuncia debe ser tenida en cuenta, en los días en que nada de lo dicho hace casi diez años, ha cambiado. Todo sigue igual: las palabras de Vallejo están vigentes.
Juan Carrillo A
juanelcaibg@gmail.com
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