jueves, 5 de agosto de 2010

PARA ASUMIR LA SOLEDAD

El número 19 de la revista Exilio que dirige Hernán Vargascarreño, ofrece al lector de la publicación una antología del poeta cucuteño Miguel Méndez Camacho, reconocido en el ámbito de la poesía colombiana. Esta compilación de textos corresponde al interés particular del director de la revista, quien decide, a manera de homenaje, agrupar una serie de textos poéticos que revisten lo mejor de la producción del escritor.

Para asumir la soledad es un poemario cargado de reflexión, de ausencia; es el devenir de un hombre que ha mantenido su rumbo por los horizontes de la desposesión en la memoria, que ha trasegado por los caminos del tedio y ha urdido con sus piedras la armazón de un pensamiento abierto siempre a las posibilidades del desencuentro. Textos alimentados por el encuentro con su pasado, tejidos al calor de los cuerpos en huida, solventados en la inoperancia fresca de una partida, una pérdida: una muerte.

Subyace en este antología la producción poética del autor, fundamentalmente de sus cuatro libros: Los golpes ciegos (Cúcuta, 1968), Poemas de entrecasa (Cúcuta, 1971), Instrucciones para la nostalgia (Buenos Aires, 1984), y Desencantos y cantos (Bogotá, 2003). Compendio que resalta la capacidad del autor hacia las hondas reflexiones de lo cotidiano, de la soledad continua, la inacabada sed de compañías, y sobre todo el hastío.

Ponte el pudor:
Está ahí debajo del lecho
junto las ropas caídas.
Recógelo y dilúyelo sobre tus mejillas
como si fuese un maquillaje.

La formal, ese es el título del poema que inicia con las anteriores líneas, en el que puede verse el hastío de besar mujeres que tarde o temprano serán presas de la huida; pero mujeres comprometidas con las artes amatorias, entregadas, no sumisas, arriesgadas, no atrevidas. Hembras de lecho y agonía, de esas que comparten junto con su cuerpo la soledad de quien las posee; aquellas que entienden que la cama es un tren con único boleto, que al partir se deja atrás la misma ausencia que acompaña el recorrido. Niñas, sólo niñas que nos recuerdan que…

los amantes no se dan nada nunca el uno al otro
y las manos que recorren los cuerpos
no persiguen la piel
si no el olvido de la futura soledad.
Y las caricias se prodigan
No a los cuerpos
Sino al vacío de la ausencia
Al temor de quedar sin compañía.

Méndez Camacho nos adentra ahora, a medida que transcurre el poemario, en los vericuetos del viaje, más que del viaje del viajero, el insomne transeúnte del recuerdo, el que maldice una y otra vez el olvido de la amada, el que caza peleas con sus propias ropas y equipaje, el que nunca estará a tiempo en la siguiente estación, el otro amor. Esto es, al menos, lo que puedo recibir de su poema Noche de viajero, texto hermoso en su concepción y cargado de metáforas hechas pasos, fugas.

El viaje ofrece vistas, paisajes, algo de animales; y en todo ello la representación de los ausentes, que se hacen árboles, bestias, caminos y montañas lejanas a la mano inerte, siempre pegada al vidrio, al otro. Ese que ocupamos por algún tiempo y ahora cierra puertas y ventanas para permitir la salida indiferente, para provocarnos, así, de tajo la inclemente duda…

Me he estado preguntando
quiénes ocuparán ahora
nuestro pequeño albergue transitorio.
Y qué rostro distinto
colgará en el espejo
en el mismo lugar donde quedabas
doblemente desnuda.

Sentir la soledad es abandonarse por completo a un estanque desprovisto de algas y de peces, más que estanque es una alberca en la que un día sumergimos nuestras ropas y los trapos del amor que aun nos queda, palacio de aguas turbias en las que indistintamente, la vasija del otro nos busca y nos rescata; claro está, en el recuerdo.

No sé en qué momento la lectura del poemario me atrajo y terminé de bruces en el estanque de mi propias historias, tan llenas de vacío y de ausencias, frescas como limpia agua, aun transparentes de tan recientes. Por eso, sigo el hilo de las letras y me atrevo a susurrar el poema “para leer en voz baja”…

Compartimos los cuerpos
que era lo único nuestro que teníamos,
y eso fue suficiente
para que todo aquello que soñamos
y que nunca tuvimos
también nos fuera dado.



Para asumir la soledad es muestra fina del tacto que posee el autor, para crear y recrear los mundos hostiles de la memoria del otro, para aunarlo en su propio dolor y asegurar que no hay nada más universal que el adiós que duele. Por eso, el poeta nos invita a tomar de prisa el pasaje a otros puertos, un boleto a mala parte. Nos corteja y nos seduce para que en medio del hastío hallemos regocijo en los adioses, en las manos que se baten y la lágrima que ondea, como la risa sorteada a nadie en los aeropuertos de la partida. No obstante la burla a esta parca que significa estar solo…

Y cuando los altoparlantes anuncian
que el viaje continúa,
vuelve y levanta el brazo
hacia la muchedumbre
que es posible que quienes te saludan
sean también solitarios
que no tienen
ni visitas ni ausencias.

Te vas y te quedas en este texto, y sabes de antemano que tienes que abandonarlo, que el final de la lectura será también la ausencia de compañía, de buena letra. Aun así volverás a él, tornado en reminiscencias. Tal vez, cuando leas algo similar recordarás sus páginas, desangradas en el que ahora es el recuerdo de una mujer hecha con mil y una tristezas que también te ha dejado, ebrio y vacío de costilla a costilla, esa “otra” hecha poema en los versos de Mèndez…

De todas la mujeres que te habitan
hay una agazapada que me espera.
No la recatada, la escrupulosa, la puntual,
la sutil comprensiva,
la translúcida
la dignísima requetesabiada.
La otra:
la enajenada, la procaz, la posesiva,
la lasciva imprevista,
la insaciable, la cruel, la inoportuna
la única respetable
de esas tantas mujeres que te habitan.

Ya no queda más que seguir el juego que el poemario incita, es momento de la despedida, del adiós doliente y la gota que se fuga. Sabremos soportar la ausencia y la partida, hallaremos lugar en el rincón de una memoria hermana, tal vez amante, ojalá lasciva. Sólo queda gatillar que uno siempre busca estar solo, encadenado en la nada, cerrado por el propio egoísmo, negado a la libertad del otro que nos huye. Es uno mismo quien trasgrede el orden de huída y acompasa los pasos propios con la melancolía del adiós en los labios del otro…

Uno se va sin trenes
sin aviones,
uno se va sin barcos.
Uno se va.

Omar Alejandro González.

Ficha del libro: MÉNDEZ, Camacho Miguel. Para asumir la soledad. Antología. Ediciones Exilio. Bogotá-Santa Marta. 2009. Vol 19.

2 comentarios:

  1. Buena noche. Aprovecho para felicitarles por el lanzamiento de la revista VIANDANTE.
    ¡Qué artículos tan INTERESANTES !.
    Su servidor Luis C. Avendaño López
    http://luiscaricaturas.blogspot.com/

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  2. Interesante el poema; pero no es otra cosa que más de lo mismo. El verdadero poeta es aquel que ruge con su fuerza, y no con la misma fuerza de todos. La poesía en Colombia está ansiosa de voces nuevas, pero ante todo de sonidos nuevos.

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