miércoles, 13 de marzo de 2013

ACERCA DE DOS POEMAS DE JULIO CÉSAR ARCINIEGAS


En el año 2007 este poeta de Rovira alcanza el primer puesto del premio nacional de poesía Porfirio Barba Jacob con el poemario Abreviatura del árbol,  una inteligente  reunión de textos en los que el árbol, desde el edén hasta el imaginario, detiene la palabra en cada posibilidad de la raíz, hoja tallo y frutos.
Dentro del poemario, y atendiendo a la temática que convoca por estos días a la ciudad de Ibagué,  sobre todo porque esta geografía se cubre con el aroma de sus flores en caída, hallamos dos referencias directas al árbol insigne de la ciudad: el Ocobo. El primer poema es titulado Músicas Rosadas y nos invita, con obligada asistencia, al encuentro con el origen divino de este árbol, que en medio de la frustración con que caminan los mil y un habitantes  de la ciudad, ofrece de vez en vez su espectáculo florido:
Me voy a permitir digitarlo:
El árbol es un hecho de la aureolas
y de las pesadas esferas sentadas entre el último
de los proscritos,  herederos de las puertas.
Ellos a su vez repitieron el eclipse,
abriéndose a las buenas nuevas de sus maderas
Y al sonido de sus músicas rosadas.
El poema extiende su capacidad de evocación para llevarnos hasta el instante mismo en que los dioses, portadores de la aureola de majestad y grandeza de aquel entonces, en su infinita bondad para con el ojo, arrojan a la fértil tierra la semilla  de su pesada esfera, de su angustia, en el pleno reconocimiento de que en la mente del hombre ya habitaba la posibilidad de desterrarlos, de arrojarlos del paraíso también a ellos, como venganza por la afrenta del exilio provocado por el fruto de otro árbol; el que estuvo lleno de pasión y  mordedura.
No obstante, en la palabra poética de Julio César Arciniegas, se abre el universo de las lógicas imparciales, pues la vendetta de los hombres al fin se gesta; sucede en el dominio de las técnicas del tallado, de la creatividad, que siendo propiedad divina, ahora hace parte de la construcción con que los hombres, en el oficio del ebanista, dan color y luz a su sombría cotidianidad.
Hay un eclipse en el ojo de los dioses, se trata de ver obnubilada su creación; la angustia que en su momento desapareció por la forma del Ocobo, reanima los tormentos cuando el hombre vulnera la madera de su carnes, tan firmes, que ni el propio gorgojo, que nos recuerda el poder de los dentados, ha podido vencerla. Sin embargo, no es propio de los dioses olvidar los agravios  y así como el hombre se burla de la angustia divina, el dios, en su infinita supremacía, lo castiga  con el certero látigo de la belleza, manifestada en el espectáculo que cubre la ciudad con color rosa, violeta y blanco, astillado en  la pupila, que no puede más que eclipsarse en la posibilidad de ser viento para acariciar su caída, repitiendo el ciclo mismo de los dioses.
El segundo poema se titula  directamente Ocobo, y  atiende ya no a la doble condición de los hombres y los dioses, sino que nos adentra en la soledad misma del árbol, en su propia esencia, en la que  el ser que emerge de su quietud con cada florecer, desquita su eternidad contra la desdichada ciudad y sus desprevenidos transeúntes:
Entre calles, leve y derivado, se roba la magia
de unos dogos que saltan alrededor del polen.
Su corazón es leve al ácido de la ciudad, al
ebrio, a la lluvia del asalto, a las piedras
y a la epifanía donde se desvanece el césped.
Lo más hermoso del Ocobo no es el tiempo en que se sostiene florecido para el ojo; la verdadera belleza está en la rama seca que marca el inicio de la angustia, del otro año de espera. Este es un árbol que ya no es sensible al tacto de la ciudad, pues esta, aunque conmemora su aniversario y su florecimiento, ya no ofrece nada distinto al ácido de sus intenciones de progreso. Él se eleva, se roba la magia de los hombres, los envenena con su polen y hace que hasta las piedras se muerdan en la necesidad de su propio sexo. Es este un árbol que fabula el desvanecimiento, que en actitud solemne y  epifánica, recuerda cada año a la ciudad que en algún momento no habrá lugar para escuchar su música y todo será el silencio de una raíz humana que desaparece.
Abreviatura del Árbol es un libro de poesía en el que las miradas acercan al pensamiento natural, a la contemplación del verde estado en que las flores, los árboles y la grama nos invitan reflexionar que la próxima vez que te enfrentes a la belleza del Ocobo, admira tu caída, pues cada hombre que contempla el circular desvanecimiento de sus hojas, talla para sí mismo la derrota.
OMAR GONZÁLEZ.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿QUÉ OPINA USTED?