viernes, 28 de octubre de 2011

EL SILENCIO DE LAS COSAS PERDIDAS DE LAUREANO ALBA

Contemplar el silencio sea quizá la tarea más aguda que pueda tener el hombre no solo como posibilidad de apreciar la esencia de las cosas sino, como primera experiencia estética que afronta desde que es dueño de su ser, es decir, cuando sus sentidos le permiten apropiarse del mundo con la percepción sensible a la que estos nos llevan.

Pero cuando uno de ellos carece de vida –médicamente reconocida- las condiciones cambian drásticamente para quien lo padece. En “El silencio de las cosas perdidas” del poeta y novelista boyacense Laureano Alba se halla una historia con muchas historias como las de Huracán Ramírez, Don Isidoro el zapatero, el fisiculturista, la esclava del amor, el taxista, Elías  entre otros.
Alejandro, un joven con menos de 13 años de edad y una ceguera parcial, se enfrenta a un mundo en su compleja realidad. Dicho mundo lo encuentra en la casa de inquilinato donde vive bajo ciertos cuidados con sus padres y dos hermanas mayores a él. Tal sitio es sin duda un microcosmos de la sociedad capitalina en la que historias de vida y muerte se entretejen para que Alejandro encuentre allí caminos que se bifurcan pero culminan su recorrido en el mismo punto al que el hombre está condenado a llegar.
De esta manera la vida para Alejandro goza -en apariencia- de una normalidad propia de un infante a pesar de su ceguera: él disfruta la vida escolar acompañada de juegos y demás actividades propias de esta etapa, pero las cosas cambian cuando su madre contrae una grave enfermedad y perece a causa de esta. Tal hecho se pretende ocultar, pero el panorama en su casa habla al oído de Alejandro mientras dice: “(…) ¿Por qué hay tantas coronas de flores en mi casa? pregunta. ¿Es que vamos a tener una fiesta?”
El primer encuentro con la muerte para Alejandro es representativo no solo porque la protagonista haya sido su madre sino, porque a partir de este hecho su vida se confronta con las múltiples realidades que en el inquilinato conviven, posibles reflejos de imágenes invisibles pero presentes. Alejandro se reconoce en estas historias como en un gran espejo que, quiéralo o no es parte de su propia historia.
Ruth, su hermana mayor, decide enseñar a Alejandro las personas que conviven junto a ellos “haciendo honor a su fama de amante de las bellas letras”. Ella adopta en su narración la imagen de narrador omnisciente mientras él interpreta la seguidilla de historias que le salen al paso. El encuentro con María Constanza, la mujer con “voz tan clara como un manantial de luciérnagas” Pág. 45, despierta en Alejandro el primer encuentro con el erotismo: “tiene unos grandes senos que vibran bajo sus emociones y Alejandro lo percibe como algo nuevo para su vida” pág. 45. Sin embargo lo que más llama su atención es el oficio que ella ejerce, como se aprecia a continuación: “Maravillado por la idea de que vende su cuerpo en las noches, aunque esto solo le parece el título de una canción y no esté seguro de lo que se trata” pág. 47.
El recorrido continúa bajo el celoso cuidado de su hermana encontrándose a Elías, un anciano quien vive, igual que Alejandro, entre sombras, guiado únicamente por su oído y dedicado a labores artesanales, o como lo dice el anciano “desde que tengo uso de razón no he hecho otra cosa que estos monigotes que aprendí a tallar de mi padre” pág. 66, pequeñas figuras de madera con formas definidas que sorprenden al tacto de Alejandro mientras sus cavilaciones lo llevan a contemplar la mejor manera para que la naciente amistad se consolide. De esta manera concluye lo siguiente: “decide que el silencio es un mejor medio para la amistad” pág. 67.
De ahí que en la novela el silencio se interprete como un estado inicial, espacio que alberga desafíos de vida y muerte. Alejandro siente que al anciano la vida se le agota  a la par que los dos saben que comparten el mismo panorama pero es Alejandro quien se atreve a decir: “-¿es usted ciego verdad? –Desde que comencé a conocer el mundo, contesta el anciano. Del mundo sólo he visto el silencio que acompaña a la bondad y el fastidioso sonido del siniestro y la miseria, agrega.” Pág. 68.
El anciano muere, Alejandro comprende esta muerte como el preludio de su propia desaparición mientras en la casa revolotean para recaudar el dinero destinado al entierro de Elías. De esta manera la historia toma tintes Wertherianos por los hechos que rodean la muerte de Alejandro, entre ellos el enamoramiento a su corta edad y las múltiples historias que en su recorrido por el inquilinato lo llevaron a este fin. La confluencia de varias historias en esta obra la hacen interesante para el lector, pues las múltiples voces que participan en ella la enriquecen temática y discursivamente.
Jhon Edwin Trujillo
Alba, Laureano. El silencio de las cosas perdidas
Pijao editores- caza de libros 2008

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