Este escrito pretende hacer un recorrido por los inicios de la tradición literaria del Tolima en materia de novela, a partir de los elementos de la escritura que caracterizan y ubican algunas de sus obras dentro de la Premodernidad literaria, a la vez que intenta acercarse a una valoración estética de las mismas, acudiendo a las sugerencias de Diógenes Fajardo, que asegura que para analizar la literatura Colombiana es mejor valerse de los componentes estéticos y temáticos; de manera que sin más preámbulo podemos dirigirnos a los inicios de la novela en el Tolima.
Hacia 1905, con la reciente fundación del departamento, ya habían rasgos de la existencia de una novela que hiciera parte del nuevo territorio; me refiero a la novela Julia de Juan Esteban Caicedo. Esta novela tiene un argumento similar a María del escritor Jorge Isaacs, sin embargo, dentro de su forma de escritura aparecen ciertos rasgos que la diferencian radicalmente de la novela de la cual se nutre. Uno de estas marcas corresponde al lenguaje que se emplea para narrar los acontecimientos: si en la novela de Isaacs, el narrador se preocupa por manejar el mismo tono durante la novela, se enfrasca en descripciones que contribuyen a crear atmósfera y a elevar la imagen del “romántico” colombiano, la novela de Caicedo se enfrasca en una representación directa de la realidad lingüística de la región, lo que supone de inmediato que el deseo de llevar la oralidad al plano de la escritura es evidente y que hace falta un trabajo con el lenguaje para que sea un elemento de la construcción narrativa que sugiera una propuesta estética distinta a la de Isaacs.
Julia presenta una marcada intención y ambición por demostrar las características socioculturales de la región a partir de sus costumbres y de la forma de hablar de sus habitantes, con lo cual la novela pierde su horizonte y se enreda a medida que avanza, en un ir y venir de descripciones alargadas y detalladas del espacio geográfico. La novela carece de un tratamiento temporal experimental en la presentación de las acciones, es decir, que es completamente lineal y los eventos se presentan de manera secuencial. Este hecho constituye uno de los rasgos de la novela premoderna, pues los juegos con el tiempo y el ordenamiento del material verbal son propios de la escritura de la modernidad; además, la superstición teocéntrica y el resaltamiento de la ética del campesinado en torno de la moral sustentada por el clero, se toman gran parte de ella.
Después de Julia, en la década de los cuarenta hace aparición en la escena literaria del Tolima los cuadros de costumbres titulados Río y pampa, de Nicanor Velásquez Ortiz, que desde el título supone un manejo estricto y relacionado con los geosimbolos locales. Esta obra nos invita a hacer parte de la vida de un campesino del sur del Tolima, de acercarnos a sus vivencias y de mostrarnos de alguna forma su pensamiento, sólo que existe una particularidad: no se trata de mostrar al campesino marginal que dedica su vida a morir o entregar lo mejor de si para que en las grandes urbes se tenga abastecimiento; en esta ocasión se hace presente un campesino reflexivo, que se pregunta por su entorno y que ama y disfruta de una relación especial y directa con la naturaleza.
Si bien parece que al existir marcas de pensamiento de los personajes se pudiera hablar del monólogo como característica de las modernidad, es de anotar que las narraciones de Velásquez no alcanzan a serlo, pues se nota que no existe libertad del pensamiento del personaje (monólogo interior), sino que la mano del autor se entromete en un afán por descubrir espacios y lugares propios de la región tolimense, como si con nombrarlos se otorgara un sentido de identidad regionalista.
Hace algún tiempo, el escritor tolimense Hugo Ruiz escribió sobre esta obra, asegurando que la caracterizaba la falta de elementos distintos al costumbrismo y las ambiciosas ganas de mostrar la región, elementos que la hacían anacrónica, más cuando aparece en una época en la que a nivel nacional el movimiento costumbrista estaba empezando a ser superado. Hugo Ruiz aclara de manera soberbia y contundente que los cuadros de costumbres de Nicanor Velásquez carecen de profundidad y reflexión a la hora de establecer relaciones directas entre la forma de escritura y su contenido ideológico.
Una de las marcas que evidencian lo anterior se da en las inconsistencias lingüísticas del personaje y el narrador, de tal forma que en ocasiones se confunden los dos códigos lingüísticos, haciendo que el personaje adquiera un lenguaje acartonado, cuando con anterioridad se presenta un discurso traído directamente de la oralidad campesina, y que el narrador se torne en ocasiones una viva voz del léxico propio del campesino tolimense de las riveras. Este tipo de inconsistencias demuestra que en realidad no hay claridad en la diferenciación entre narrador y personaje, y que se desconocían avances narrativos de la literatura universal tales como las múltiples formas en las que el narrador puede estar incluido en las acciones.
Aunque distanciadas por cerca de 50 años, las dos piezas que se han mencionado son una clara muestra de los inicios de la narrativa tolimense, que propende y se inclina por el descubrimiento de la región a partir de sus marcas lingüísticas y el resaltamiento de su geografía, en un intento por mostrar cierta pertenencia y rasgos de identidad regional por parte de los autores. Ellas se pueden incluir dentro de la Premodernidad narrativa, no sólo por la carencia de experimentos con el lenguaje, sino que también, aunque hay indicios de poeticidad, por una escasez de búsqueda de nuevos sentidos y simbologías, de un lenguaje elaborado y rico en metáforas que haga de los espacios algo que vaya más allá de la geografía y se vincule directamente a la construcción de los rasgos del personaje, ya sea para influir en su construcción psicológica o social.
De todas maneras, estas dos novelas – y en este sentido no comparto con Hugo Ruiz- han aportado a la construcción de la tradición literaria del departamento, de tal forma que, aun cuando su sentido estético no es de mayor contundencia, son un referente a partir del cual muchos escritores de la época y de generaciones posteriores han construido sus novelas, como el caso de Sin tierra para morir de Eduardo Santa que retoma elementos de estas y los renueva con un aire y un ambiente poético, en el que se resalta el campesinado a partir del sufrimiento y la desolación de la violencia en el departamento.
Aunque no guste, la tradición literaria de un departamento o nación, no puede ser medida sólo en términos estéticos, o ideológicos, porque la carencia de estos elementos puede ser la característica principal de la tradición literaria, y en el caso del Tolima, estas dos novelas referenciadas, son las que dan inicio a su tradición literaria y que hacen que el departamento comience a figurar en la nación desde la construcción y recreación de la palabra.
Omar Gonzales.
Ficha de los libros. Caicedo, Juan Esteban. Julia. Bogotá: M.L. Holguín, 1901.
Velasquez Ortiz, Nicanor. Río y pampa. Ibagué: Impenta Departamental, 1964.
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