martes, 18 de noviembre de 2008

“EL LATIGAZO”. UNA LECTURA DESDE ALGUNAS CATEGORÍAS DE LA MODERNIDAD NARRATIVA

"El tubo dentífrico se aprieta de cualquier lado menos desde abajo”.

En un intento por recrear el periodo de la violencia colombiana de la década del 50 y 60, Eduardo Santa presenta un cuento titulado “El latigazo”. Este, a través de una narración sencilla, relata la desdicha de un integrante de la fuerza pública, quien armado de un látigo y un revolver, deja de infundir el terror en el pueblo que habitaba.

No obstante, la simplicidad mediante la cual está escrita la historia, sumerge al relato entre lo inmutable de lo permanente, habitual y normativo, y un vago intento por innovar en la forma de narrar. Por tanto, “El latigazo” se constituye en una narración pendular entre las formas de escritura moderna y las premodernas, es decir entre breves intentos de ruptura y recreación de la escritura, y anchos tramos subordínanos a lo convencional.

Desescritura a medias: la estructura sobre la cual está fundada la narración oscila entre la escritura de la convención y la que favorece las múltiples facetas, las varias caras. Este vaivén se entremezcla a lo largo de la narración, proyectándole certezas y posibilidades al lector. Las primeras líneas privilegian las verdades absolutas, nada de incertidumbres.

“Todos los días recorría el pueblo, montado en su caballo alazán, lanzando al aire sus gritos y sus amenazas. El sol brillaba en la visera de su quepis con lampos cegadores. La pequeña plaza, sembrada de almendros y palmeras, lo veía pasar a la misma hora, atravesar el parque, estrujando los matorrales y despedazando los claveles y geranios bajo los cascos. Las calles angostas, empedradas, también veían pasar a la estampida, galopando, galopando, como un fantasma que iba sembrando el terror en cada piedra. Las herraduras nuevas hacían saltar las chispas, y las mujeres cerraban las puestas y ventanas para no ser agredidas por sus palabras procaces” (13-14).

En este fragmento se puede apreciar que el narrador omnisciente no le deja nada al azar, amarra todo para garantizar la claridad. La precisión espacio-temporal y la presentación inmediata de uno de los personajes, lo corroboran. Por consiguiente, no subyace la “confusión” como un umbral para potenciar la proliferación de sentidos por parte de un lector. Empero, algunas breves descripciones proyectan la polisemia de la escritura, puesto que catapultan la deducción o la conjetura.

“Siempre salía muy bien puesto. Con su uniforme impecable, atusándose sus bigotes negros y golpeando la fusta contra el cuero charolado de sus polainas” (14).

El discurso del narrador, pone en evidencia a un capitán inspirado en los charros mejicanos; un alcohólico que irrumpe brutalmente en las cantinas de los pueblos, imponiendo su autoridad por medio del miedo que proyecta su actitud. En este caso, el capitán Rosero lo hace montado en su caballo, el cual, “estimulado por el látigo […] entraba a los cafés y cantinas, botando a lado y lado los asientos y las mesas” (14).

Desafortunadamente, la fugacidad de la escritura poliédrica dura poco en la pluma del escritor. Por ello, la univocidad regresa, la conjetura se nubla y lo convencional se vuelve a imponer:

“Desde que salía del cuartel, muy de mañana, hasta que la noche envolvía al pueblo entre sombras, el capitán Rosero no dejaba de beber. Ya lo sabían los cantineros: para aplacar su furia solo bastaba ofrecerle un buen trago de aguardiente: ‘–Nada le cuesta, mi capitán. Es una atención de la casa’. Tomaba el trago de un solo sorbo y seguía galopando por el pueblo, de cantina en cantina” (15).

La redescripción de las cualidades del capitán Rosero minimiza la complicidad del lector; el sentido mana del escritor a través de su narrador y la polisemia de la escritura se reduce. La intertextualidad desaparece y las significaciones se restringen a un capitán que ronda por el pueblo sembrando el terror en sitios carnavalescos.
La forma temporal se impone sobre la forma espacial: la percepción de mixtura que intenta presentar el escritor al comienzo del relato, sede ante una organización secuencial. La escritura fragmentaria, la que disemina en partes el todo, se opaca ante la narración de hechos consecutivos. La escritura simultanea mediante la cual el escritor presenta la figura de Rosero, se diluye ante la linealidad que instaura la tensión que sugiere el cuento. El juego de cámaras dispuesto alrededor del capitán, se rompe cuando la omnisciencia del narrador centra su atención en el conflicto entre él y Corchuelo.

“Aquella tarde, el capitán salía de la cantina de Sagrario Pineda. Desde el lomo de su caballo, alcanzó a divisar a Corchuelo, el zapatero, que venía, paso entre paso, por la mitad de la calle […] El capitán lo esperó, haciendo cabriolas en su caballo” (15).
Este fragmento inaugura la linealidad secuencial del relato. El escritor abandona el juego de yuxtaposiciones inicial y le abre el camino a la rigidez de la unilateralidad.
El recurso narrativo de la digresión comienza a campear. Este le brinda al lector unas especificaciones espacio-temporales donde se desarrolla la acción, y de paso, un perfil cada vez más claro de los personajes en contienda.

“Frente a la tienda de Sagrario, el caballo reculaba nervioso, contenido bruscamente por la bridas. Sus herraduras resbalaban sobre el pavimento, dejando una estela de luces diminutas. Pero luego, el capitán recobraba el dominio de la bestia y esperaba en acecho […] Entonces el zapatero sospecho que algo malo había en esa espera que bailaba en cuatro patas ferradas y que resoplaba impaciente pos sus belfos. Pero siguió adelante, disimulando el miedo” (16).

En el marco de una ralentización en el tiempo del relato, unas pocas aceleraciones dinamizan la historia. Pero se constituyen en una prolongación del sendero trazado: la sencillez narrativa. Así el camino hacia la luz se hace mas claro. La tensión entre el capitán y Corchuelo llega a su clímax: Rosero lo embiste, este lo esquiva, la ira del capitán explota y mientras desenfunda su arma, Corchuelo toma una piedra, la lanza y se estrella contra el revolver, el cual cae al suelo de inmediato. Luego, toma el arma en sus manos, la vacía y se marcha “para perderse bajo la sombra de los árboles” (18).

Es un final nada intrincado, sujeto a secuencias narrativas concatenadas entre sí, con relaciones íntimas y sin alteraciones espacio-temporales. Por esta razón, el relato es una narración plana; no hay reminiscencias al pasando o proyecciones al futuro, no hay si quiera un recuerdo vacuo o una posibilidad cercana, solo hay un horizonte bien trazado. En últimas es como el niño que juega en un rodadero: se sube, se lanza y desciende.

Minúsculas trasgresiones y provocaciones: en el terreno de las construcciones sintácticas, el relato privilegia estructuras gramaticales sencillas; nada de subversiones. En esta medida, la posibilidad de un sentido velado se esfuma. La mayoría de la veces los significantes cumplen la función de expresar significados; solo de vez en cuando transmiten sentidos. En contadas ocasiones la escritura se permea de sencillas imágenes. Sin embargo, no alcanzan a desplazar la lectura interrogativa, deslineal. Por ningún paraje hay juegos del lenguaje; no hay caminos enmarañados que transitar, solo calles plenamente iluminadas sin ninguna inseguridad al pasar.

La ausencia de transformaciones en la forma de narrar y la estrechez en el empleo de recursos narrativos, desdinamizan la escritura con la cual esta elaborado “El latigazo”; la sumergen en la inmutabilidad de la metamorfosis, en la imposibilidad de recrear, al máximo, el mundo posible que instaura la literatura; la encierran en el mundo de la verosimilitud sistemática: las relaciones entre los componentes del sistema son evidentes, no esta ocultas. Por ello, la genialidad recreadora de Eduardo Santa se ve frustrada cuando le sede el paso a una escritura de lo evidente, en tanto no logra una “disolución del medio lineal”.

BIBLIOGRAFÍA

Arguello, Rodrigo. El tiempo de la narración. En: La muerte del relato metafísico. Semiótica de la competencia narrativa actual (Curso I). Colección signo e imagen. Paginas 61-70.

Garrido Domínguez, Antonio. El discurso narrativo. En: El texto narrativo. Editorial Síntesis. Madrid. 1993. Paginas 207-237.

Garrido Domínguez, Antonio. El tiempo narrativo. En: El texto narrativo. Editorial Síntesis. Madrid. 1993. Paginas 157-206.

Santa, Eduardo. “El latigazo”. En: Los caballos de fuego. Pijao Editores. 1990, paginas 13-18.


Gabriel Bermúdez


Ficha del libro: Santa, Eduardo. “El latigazo”. En: Los caballos de fuego. Pijao Editores. 1990, paginas 13-18.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿QUÉ OPINA USTED?