La trayectoria del escritor ibaguereño Boris Salazar como narrador le ha reportado éxitos nacionales: en 1991 ganó el Concurso de novela ciudad de Pereira con La otra selva, obra que retoma la biografía de José Eustasio Rivera como referente para crear el mundo de la ficción; en 1995 consigue el primer puesto en la V Bienal de Novela “José Eustasio Rivera” en un concurso que tuvo como jurados a los escritores Alberto Duque López, Germán Santamaría e Ignacio Ramírez.
La acción en El tiempo de las sombras se ubica en Jackson Heights, uno de los barrios más conflictivos de la ciudad de Nueva York, en especial porque, según la novela, allí prolifera el negocio del narcotráfico y los crímenes derivados del enfrentamiento entre las mafias. Es precisamente el asesinato de un capo el que se dispone a investigar el narrador anónimo de la novela quien se encuentra que la única testigo es una actriz muda de novelas pornográficas, Joan Sung-Lee, de nacionalidad coreana. La particularidad del crimen y las marcas que deja el asesino lleva al narrador anónimo a encontrar en esta historia un material propicio para escribir una novela y luego de revisar las películas en las que la coreana es protagonista, de escuchar los testimonios de Dick Seals, el jefe de la policía, de visitar los sitios más sórdidos del barrio, el narrador descubre al asesino entre muchos que se han presentado a declararse culpables. Finalmente Dick Seals aísla a la coreana de la prensa pero ella logra escapar: el narrador sabe de la suerte de la actriz porno y se da cuenta que sin haber estado un momento a solas con ella le ha profesado un afecto inapreciable. Su historia de ficción queda sepultada bajo la lupa de su crítica y la de Penélope – una de sus amigas – y finalmente viaja a Colombia a probar suerte con el Chino (otro amigo) en una empresa fílmica de pocos recursos.
En el cruce entre la novela policíaca y la novela de la autoconciencia de la escritura se puede ubicar esta obra de Boris Salazar. En el primero de los casos porque el eje de la narración es un asesinato irresuelto que atrae poderosamente porque la única testigo es muda. En este sentido la ubicación espacial de la novela es importante: el barrio turbulento norteamericano se convierte en el lugar de encuentro de criminales a sueldo, y en especial de migrantes asiáticos y latinoamericanos que desean coronar el sueño americano, viviendo la lógica de la acumulación fácil de dinero.
La ciudad se convierte en espacio de lucha en el que impera “el reino de la anomia y el crimen como salida o gesto de afirmación o de supervivencia” (Cruz Kronfly, 200) y en el que los personajes – las sombras que viven su propio tiempo - se distinguen por vivir en sistemas de valores diferentes a los de los individuos modernos: el derroche de dinero, la prostitución, la corrupción política y el deseo de figurar a través de los actos criminales, son algunas de estas marcas de esta sociedad sin normas, alejada de la cultura del ahorro, el puritanismo y el respeto por la vida burgués. El escenario multicultural de Jackson Heigths – que no se desnaturaliza en la novela de Boris Salazar, a pesar de que ese no es su lugar de procedencia – no es el espacio para la reconciliación y el diálogo de las diversas comunidades que pueblan a los Estados Unidos, sino el lugar de una encarnizada lucha por la autoafirmación. Así la utopía por la convivencia pacífica se convierte en el infierno de la multiculturalidad malograda.
Si bien es importante el lugar que ocupa el espacio y la caracterización de los personajes dentro de la propuesta estética de Boris Salazar como novela policíaca, es también nuclear que en El tiempo de las sombras existe un deseo por reconfigurar el género a través de nuevos matices narrativos. Ya el crítico Hubert Poppel ha señalado cómo la novela policíaca colombiana ha venido reelaborándose en diferentes vertientes, necesarias para darle una nueva dinámica a la policíaca convencional. En la novela de Salazar ni la búsqueda a partir de pistas, ni el develamiento del criminal , ni la obsesión por los métodos deductivos de investigación, ni el conocimiento de los móviles del crimen, en las que se conjugarían las preguntas clásicas del género policíaco – el qué, el cómo, el dónde, el por qué del asesinato – son materia narrativa protagónica: en El tiempo de las sombras el crimen es la excusa para desarrollar la escritura de una novela.
El narrador anónimo es a la vez el escritor de una novela que se nutre de diferentes testimonios, de personajes que tienen múltiples intereses: Dick Seals, Penélope, Bárbara Gonzáles Hoffmann (psicóloga), Julius Auerbach (historiador), Armando “el Ché” Guevara (ex jugador de fútbol, ex galán, ex modelo), el asesino del coreano, son algunos de ellos. Distribuidas en 53 capítulos cortos, cada uno de estas voces reconstruye una parte de la vida de Jackson Heights: desde aquí se estructura una novela fuertemente fragmentaria, en la que el lector está llamado a reorganizar la trama y los conflictos como si paulatinamente estuviera armando un rompecabezas.
Para algunos críticos esta técnica de la fragmentación extrema podría obedecer a los juegos posmodernos en los que se intenta destruir con la linealidad y el sentido de unidad de la narración decimonónica. Pero más allá de esta ubicación en un escenario estético, es posible que lo que busque expresar Boris Salazar con la fragmentación narrativa son los procesos mismos de la multiculturalidad malograda en los que el ciudadano-lector se enfrenta a un concierto de voces en ocasiones caótico. La estructura de la novela encuentra así su raíz en la estructura de la sociedad marginal norteamericana (Jakcson Heigths), tan llena de cruces ideológicos no siempre reconciliables.
Sumado a esto, El tiempo de las sombras también expresa un ejercicio de autoconciencia de escritura (materializado en los comentarios del autor sobre su proceso creativo) en los que el narrador se pregunta por los matices de su prosa, por las motivaciones y los impulsos que asedian a un ser humano en la aventura frente al papel. El resultado es el fracaso – la única salida del personaje moderno según Lukacs – y la resignación frente al poder de la palabra.
Si bien con todos estos elementos la novela de Boris Salazar suma aciertos estéticos, es necesario señalar que la propuesta estética de su obra predecesora (La otra selva 1991) tiene algunas de las mismas características narrativas de El tiempo de las sombras, en especial en los puntos que aquí se han anotado: lo policíaco y la preocupación por la escritura. ¿Una reiteración en la que caen muchos escritores? Puede ser, pero tal vez el reto para Boris Salazar sea el de avanzar en nuevas preocupaciones en especial en la construcción narrativa, que tengan la intensidad y la reflexión de sus dos obras premiadas.
Leonardo Monroyz
Ficha del Libro: Salazar, Boris. El Tiempo de las Sombras. Bogotá: Fundación Tierra de Promisión, 1996.
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