sábado, 21 de marzo de 2009

DESHEREDADO DEL PARAISO DE ALBEIRO ARIAS: LA VOZ DEL DESARRAIGO

Éxodo campesino en tierra de vándalos,
Aun recuerdo verlos morir por el miedo al llegar la noche,
El amanecer de un nuevo día trae
Silencio, miedo, angustia.
Éxodo.

MASACRE.

La frase de la reconocida banda de Death Metal colombiana Masacre, trae a mi conciencia el recuerdo de un país ensangrentado, “Hecho en las tinieblas”, como dice el poeta Nelson Romero Guzmán en su libro Obras de mampostería; un país sitiado por el temor a la muerte y que sume a muchos de sus habitantes a un nomadismo obligado. Una Colombia vedada por el miedo y condenada al silencio, que espera paciente por un proceso de paz que no cuaja, y por la reparación –imposible- de más de un millón de víctimas de la violencia y el desarraigo.

En esta esfera circula Desheredado del paraíso de Albeiro Arias, primera obra del ibaguereño que con su reciente aparición, apenas empieza a configurar su voz y su lamento de poeta, pero que ofrece país, verdad y, sobre todo, la posibilidad de dotar de voz a todos aquellos que la han perdido en el grito de una guerra política que se escuda en la igualdad. Porque tiene clara cuál es su posición, el poeta revela el sentido del poemario en lo que podría ser su “arte poética”: “Soy nómada. Comulgo con los desposeídos, harapientos, / desterrados y demás pétalos vacios (…) no creo en las metáforas, no hago uso del buen lenguaje; / he florecido nómada y soy, todo adjetivo, polvo, nada.”

La voz del poeta es el aliento de mil hombres que claman entre gritos. La poesía no tiene nombres ni dueños, por eso, el poemario se extiende a lo largo de 67 páginas, divididas en dos partes: Los ojos del nómada, que presenta el violento choque de dos realidades que empiezan a fundirse en la conciencia del desheredado; y Vestigios del caminante, en la que el desterrado reconoce que es ajeno al nuevo espacio pero acepta su rutina, su rol y su desdicha. El poema sin título es la metáfora de la ausencia, el despojo, de la no pertenencia y la errancia; y así se presenta en Desheredado del paraíso, para hacer parte de la totalidad indiferente de la soledad y la agonía de un país en el que las palabras son nada, en el que “los periódicos se yerguen / tras la palabra en medio de este silencio cobarde / que llega cada día con rumor a más muerte.”

Muerte verdadera muerte es el título del álbum de Masacre, que también trae en sus líricas la denuncia a un gobierno que no hace nada por la tranquilidad del pueblo; y a una “disfrazada con dinero, la puta justicia, inmune atrae la guerra. Pasos en falso para la paz. La sangre vencida en el anhelo de vida, derramándose por los campos, la sangre. Éxodo.”, que nos recuerda a los actuantes del conflicto, a los de fusil y camuflado provocadores de los desplazamientos masivos y las brutales masacres que riegan con sangre los campos. Esos que nos hacen enfrentar el miedo a cada paso y que reciben beneficios para que el pueblo sienta más el odio y la vergüenza de ser víctima; pero “para enfrentar el desarraigo / no se requiere desmembrar a sus enviados. / Sus armas, / sus botas, / sus camuflados, / ni desbrujar los camposantos.” Solamente es “preciso ligar sin azore la mochila a la espalda.” Es salir, huir, porque se prefiere enfrentar la ciudad con sus “avenidas de niebla y espanto”, al fin y al cabo, es ser una estadística y preservar la vida, “porque ser desplazado es irse y ya.”

He visto a esos hombres, a orillas del miedo, con la mirada perdida, un trozo de pan viejo entre los labios, en medio de una ciudad que los aplasta, los ignora y los degrada a menos que animales; y entonces emerge el odio, el llanto incontrolable, y por supuesto, las ganas de gritar: “¡que este ambiente no me representa, y que aunque existen cosas hermosas en mi territorio ya no puedo siquiera imaginarlas, porque un hilo grueso de sangre recorre cada uno de sus paisajes y me recuerda que son miles de muertos, mutilados y errantes los que ya no están!” “Tengo la extraña sensación de que ningún rojo tiene sentido, / que ya no hay rojos que me recuerden los azules y el amarillo.” Como en un país que no dice nada con sus símbolos. “Símbolos de muerte y guerra” dice Masacre, “símbolos patriotas, derrotados por la barbarie y el silencio.”

Emblemas que hacen que “Colombia esté consagrada al señor, porque aquí la sangre derramada es la moneda del diario intercambio simbólico para vivir en medio del destierro y desarraigo que restituye las cosas a su estado original”, como afirma Fernando Cruz Kronfly en el prólogo del libro de Arias, y aunque este sea el panorama nacional que nos revienta en cólera, el poemario recuerda que “No hay tierra en nuestra mirada, porque no hay pan ni agua que ofrecer. Porque nacemos distintos y de una manera distinta, y aunque llevamos el mismo dolor en el pecho, a la venganza le decimos no.”

En la violencia colombiana, todos somos actantes del “hurto de sus tierras, arrebato de sus vidas, por militares, guerrilleros, paramilitares y gobierno. Paramilitares y gobierno hablan de paz, mientras el pueblo sigue muriendo. ¡Muere!” canta masacre; y es que “Nadie sabe que la muerte organizó el recorrido / ni que aguarda mientras incinera los tiquetes de regreso” canta Arias, vinculando a todos los seres que habitan la esfera; al fin de cuentas el poemario rompe las fronteras del la patria y se acerca con proyección al globo entero en el que como dice Kronfly “la circunstancia de ser realidades biológicas nos inscribe en el orden de la necesidad y la precariedad.”

En Desheredado del paraíso, Albeiro Arias se la juega con el dolor, empleando matices que todos conocemos, pero con un grito construido desde las ruinas, renaciente, fresco y nuevo, que profesa y recuerda la historia reciente de nuestras generaciones en fuego y llanto. Además, deja abierta la posibilidad de un nuevo comienzo, de una nueva denuncia, con mil voces y mil versos; “incansable, te prometo la próxima línea, pero estos pies –pródigos- prometen el silencio, renunciar a toda palabra. El camino, sin embrago, desea ser hablado.”

El autor también profesa que el recuerdo es lo único que queda al desterrado para sobrellevar la carga en el pecho y la maleta a la espalda, como insinuando que en el país del viento todos olvidan lo malo, pero recuerdan esas cosas que les hacen olvidar lo malo. Los paisajes, la familia, sus cachivaches y los otros, esos mismos otros que los desterraron y que ahora ellos desechan de su mente para decirle no al violencia y a la venganza, y reconocer que en el nuevo camino, la viajera “Funda laberintos, / lugar en el que se extravían las mariposas; / donde ella y yo somos pájaros o piedras.”; Y está dispuesta a ofrecer todo por esos “perfectos herederos que proyectó al infinito, / hijos de la no esperanza, de la no felicidad, del no destino” porque sabe que ahora ellos son su porvenir, su fuerza y herencia en una tierra que los hizo para el lamento y el deterioro.

Este libro es un amargo recuerdo del sufrimiento colombiano, una denuncia a los actantes del conflicto y un grito para que despertemos del insomnio.

OMAR GONZÁLEZ.


Ficha del Libro: Arias, Albiero. Desheredado del Paraiso. Ibagué: Piajo, 2009.

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