-Marta, Marta: estas preocupada y te inquietas por muchas cosas,
pero sólo una cosa es necesaria.
San Lucas X: 38
Se abre la puerta de la imaginación y en el nivel de la escritura la página blanca es violentada con una certera descripción. Una cuesta escarchada y neblinosa es el primer índice que se ofrece al lector y el nombre Marta, que se presenta al final de la imagen, es la justificación única para que la historia que quiere contarnos Elmer Hernández se permita romper con el tradicional inicio contundente y prefiera el tono convencido y pausado. De entrada, la tensión es suplantada por la delicada simpleza del lenguaje: atrapa y genera intriga.
Un hombre meditativo y anónimo escala, peldaño a peldaño, hacia el encuentro con su destino y su pasado al mismo tiempo. Nadie sabe que ese personaje encarna la transposición temporal entre el pasado y el futuro, en un presente que se narra a medida que el personaje cavila, piensa y ausculta en la memoria.
Entre el pensamiento y la fatiga, la figura de Marta aparece tranquila y sosegada, sumisa ante la plancha, y para cuando el lector comprende que está metido en otra descripción, se estrella de frente con la misma Marta; la Marta muda, de mirada inquisidora, la mujer que no cabe en la dulzura o en el prototipo de belleza tierna. Elmer Hernández crea una atmosfera contemplativa en medio del silencio abismal que rodea la historia de sus personajes, de los cuales, el hombre que sube la cuesta, asume la narración e introduce al lector en un juego de interpretaciones e hipótesis ante el silencio, la ausencia de diálogos y casi que de acciones.
Sin embargo, el lector es compensado con descripciones, y relatos de acontecimientos pasados que van configurando la trama y los personajes, estos últimos redondos, perfectos, silenciosos, condenados al abandono, el desplazamiento, a la violencia, seres que encarnan un país condenado a las secuelas políticas de ignorancia.
“El tiempo no ha pasado por aquí” Advierte el personaje central en su narración, cuando echa una mirada de reojo a la casa de Marta. Todo sigue igual: calles polvorientas y empinadas, barrizales y techos de zinc que se revientan al compás del aguacero inclemente, que, como cosa irónica, propicia el único vestigio de dialogo en tiempo presente de la narración:
“cuando escampe me voy…”
“será entonces hasta la noche…”
Las gotas contra el zinc y sus personajes “flotando en un acuario vacío de agua y de peces” indican la deshumanización de los actantes, condenados sólo al recuerdo de su amor joven, amor de pueblo, no de ciudad. No obstante, el hombre sólo existe cuando del recuerdo se alimenta; y Él lo sabe, por eso, al verla medita en lo que ha perdido, lo que ha despilfarrado en la guerra: él es un militante de un grupo sin nombre, posiblemente –recalco lo de posible, no lo sentencio- de izquierda. Por eso huye, desaparece, abandona el amor de Marta, pero regresa, y la mujer no puede ser la misma porque ha perdido dos veces por la misma situación: lo perdió a Él y a su padre, “muerto por razones no muy claras todavía”.
Elmer Hernández se proyecta en las cavilaciones de su personaje-narrador, a través de saltos temporales, que, en un delicado juego de relojería, ofrecen índices, elaborados y laberinticos: marcas que van más allá de la anécdota. En el cuento se hallan insinuaciones de un país en conflicto, desmembrador de ilusiones y amoríos, como los de Marta, que debe callar, porque “el amor es el silencio más puro” -dijo Sabines-. También a Él le acomete su propia desgracia; huye de Marta y va a la guerra, tal vez sólo política, no del todo armada, no lo se, el caso es que renuncia a la belleza y cuando vuelve, lo único que desea es que escampe para no estar más “en manos de esa vieja desquiciada” que lo odia, o lo ama, no se sabe, pero se insinúa. De todas formas, Él acepta su condición, su destino: “soy un guerrero entendido (no me turbo ante el peligro de caer de la butaca)”
Elmer Hernández hace de “Marta” un artificio para mostrar, denunciar y aclarar país, para develar los efectos colaterales casi nunca evidenciados, de tal manera que configura un ejemplo del vacío en el que muchos colombianos caemos victimas de la pobreza, el abandono y la impotencia. “Marta, Marta” – dijo Cristo- y “¡Marta, Marta, Marta!” dice el narrador de la novela, desesperado por callar las preguntas de la niña inquieta que dejó, y que ahora se encuentra silenciada, como “una escultura que exhala” porque ya no tiene nada que decir.
Omar Gonzáles
Ficha del libro: Hernández, Elmer. Intersticios. Ibagué: Germinar, 2003.
John Tresch. La razón de la oscuridad de la noche
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John Tresch.
*La razón de la oscuridad de la noche.*
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Hace 15 horas
Lùcida interpretaciòn de Omar Gonzàlez, pues aporta una lectura distinta al relato referido, un buceo por lo esencial, descubriendo intenciones y sentidos.Siempre hemos afirmado que la narrativa de Èlmer Hernàndez posee una fortaleza enorme, potencialidad y talento.
ResponderEliminarGabriel Arturo Castro