miércoles, 24 de septiembre de 2008

UN ACERCAMIENTO A LA NOVELA HACIA EL ABISMO

En materia de lenguaje y escritura, la modernidad literaria se caracteriza porque existe una profunda preocupación por los discursos sociales representados en la voz de los personajes, de sus roles y de sus concepciones de mundo, y por el experimentalismo en el nivel de presentación de acciones, que alteran tiempos y voces narrativas y a la par recrea múltiples espacios que dinamizan el argumento de la obra. Todos estos elementos hacen que el lenguaje adquiera matices de poeticidad y la lectura sea un juego en el que el lector es un cómplice que se ve obligado a recurrir a su propio conocimiento para desentrañar sentidos.

Para el caso de la novela Hacia el abismo, considero pertinente abordar el lenguaje, pues es este el nivel que posibilita la verosimilitud del relato y lo hace reflejar el vaivén de un individuo contemporáneo, no sólo por la fluidez sino también por la metaforización de los espacios, lugares, acciones y pensamientos de sus personajes.

Cesar Pérez es un escritor que conociendo la tradición literaria colombiana, se atreve a poner de manifiesto que la escritura postmoderna no es, como afirmó Lipovestky, un juego de absurdos y vaguedades sin sentido; por el contrario, con esta novela, el escritor devela las posibilidades y las verdades de lo que significa ser postmoderno en espacios y sociedades como la nuestra, en que los prejuicios morales y las contemplaciones carismáticas siguen dominando y coartando el desarrollo pleno de la individualidad moral.

Al recurrir a la figura del Cínico como personaje central de la novela, el narrador sugiere que es necesario que se evalúe el discurso moral que impera y se apodera de los imaginarios colectivos, para así tener una clara visión de los comportamientos hostiles y aberrantes, y mostrarlos como salidas que la misma sociedad y sus formas de pensamiento generan en los miembros marginados.

Esto conlleva a su vez a que el lenguaje que se emplea en Hacia el abismo para resaltar esta condición de marginalidad moral e individual, plantee un choque permanente entre las esferas de la poeticidad y el desarraigo, entre lo poético y la crudeza. En él se mezclan la razón y la intuición, el deseo y la norma, la mesura y el desenfreno, de tal forma que la novela transcurre entre el ir y venir de cada discurso que compromete los imaginarios del lector y lo sumen en sus propias contradicciones interpretativas, pues en determinados apartes, el lector confabula hipótesis para ayudar al personaje, lanza prejuicios contra sus actos, se hace cómplice de sus barbaries y luego lo juzga. Como un ejemplo de esta actitud sugiero que se aborde un fragmento del Capitulo Once de la primera parte de la novela, donde el personaje principal realiza algunas reflexiones provocadas por Viejo, el perro de la mujer que pretende:

La segunda separación fue peor. Exasperado con Viejo, incapaz de soportar sus ineludibles miradas asesinas y sus muestras de agresividad inalterable, lo cogió indefenso mientras dormía y le dio en la cabeza con un martillo. Fue tan certero el golpe, que su propio brazo quedó ladrando a pesar de que el artefacto iba envuelto en trapos. Después respiró con fanatismo. Se llenó los pulmones de renovadas energías y colgó al pesado animal de una viga en lo alto… Marcelo estaba orgulloso de su acto, pues conceptuaba que lo que estorba debe ser eliminado sin piedad y sin importar los medios a emplear” (Pág. 97).

Hacia el abismo se nutre de la ciudad y sus resquicios ocultos, pero sobrepasa los límites de lo tangible y se enmarca en un afán por escarbar los recovecos y rincones sucios, morbosos, contradictorios y animales de la mente humana, para destacar que somos seres sensibles. Frente a este estado, la insensibilidad que se cuestiona en la postmodernidad es una posibilidad que enriquece en la novela de este autor tolimense, las formas y comportamientos de lo que significa ser contemporáneo: un mundo ensimismado, un profundo deseo hedonista de satisfacción y un sabor amargo de ser parte de un absurdo que atrapa y constriñe la libertad de pensamiento, que oscurece los imaginarios denominados por Gilbert Durán como “diurnos”, y que lacera con sus reforzadas lecciones de moralidad y ética.

También existe en esta novela un delicado juego con las voces narrativas que nutren el desarrollo del argumento y motivan al lector a ser obstinado, a ver entre líneas y a compartir sus impresiones y reflexiones. De entrada se presenta un narrador omnisciente, partícipe de las acciones con sus comentarios e impresiones filosóficas, un narrador que está por encima de la moral misma y comparte su visión de mundo; una figura que se hace presente para ordenar los pensamientos del personaje y ofrecer monólogos interiores dirigidos con acierto: “ La gente piensa tener sentimientos, pero si se miran con riguroso sentido crítico, deberán reconocer la ausencia absoluta de dicha virtud en su condición de humanos. Juegan al sentimiento porque es otra manera de atenuar su escondido repudio por el mundo” (Pág. 61). Es un narrador que da rienda suelta a sus personajes para que deambulen por su propia conciencia sin intermediarios que hagan maniqueo su discurso.

Como escritor postmoderno, Cesar Pérez no puede resistirse a dar pinceladas de su propia visión de mundo, de tal forma que a lo largo del relato aparecen intromisiones de su voz, recordando qué tan frágil y ambigua puede ser la naturaleza del pensamiento y del ser mismo. La autoconciencia narrativa y las cajas chinas sobre las que se construye la novela, hacen que el lector se vincule de manera mucho más activa: Pérez Pinzón busca un lector capacitado para enfrentarse moral e intelectualmente a si mismo, a la sociedad y a sus paradigmas morales, y en ultimas, al significado de ser contemporáneo, de vivir en el mundo de la velocidad y el afán de producción, del envilecimiento capitalista del trabajo; un individuo con inmensas posibilidades informativas pero carente de juicios interpretativos y críticos sobre la conducta humana, imposibilitado políticamente y manipulado por los conceptos de homogenización y desarrollo, que en ultimas, lo llevan a la pérdida de identidad, de integridad y de conciencia.

Cesar Pérez muestra los excesos de lo que significa ser contemporáneo, y su escritura es apenas una prueba de ello: para él, este no es el tiempo de la ignorancia, el desenfreno, el placer, el absurdo o la vaguedad; por el contrario, sus obras, en especial Hacia el abismo, son un claro llamado a la reflexión, al conocimiento y a la sabiduría, a la preocupación por el descubrimiento de hombres intelectualmente capacitados para ser autónomos, no por rebeldía antisistémica, sino con autonomía intelectual, filosófica y moral, con argumentados juicios de valor sobre la humanidad y los comportamientos y sensibilidades. Para lograrlo emplea estrategias narrativas que discurren entre la aleatoriedad y la discontinuidad; esta convicción exige que se tenga una pluma versada, capaz de sembrar dudas con cada palabra y posibilitada para hacer que hasta los actos más crudos adquieran un matiz poético y metafórico, que trastoque los sentidos.

El recuerdo es apenas la condición de una conciencia que se resiste al abandono, “Todos somos personajes de nuestra propia literatura” sentenció Joseph Conrad, y Cesar Pérez representó en su obra su propia condición como humano vertiginoso y complicado. Policarpo Varón escribió tras la muerte de Pérez Pinzón que “Cesar es un autor elaborado, cuidadoso, refinado porque la expresión corriente es sometida a una estilización, es llevada al crisol de la composición de donde sale convertida en texto, en poesía.” Es por esta razón que este escritor debe habitar en las reflexiones que se elaboren en torno en torno a la historia de la novela colombiana.

OMAR ALEJANDRO GONZALEZ.
deathman1917@hotmail.com

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