jueves, 30 de octubre de 2008

EL RUMOR DEL ASTRACÁN

Nadie puede desconocer la importancia que tuvo la llegada de los judíos a Colombia. Su arribo a estas tierras hizo posible el surgimiento de un nuevo tipo de imaginario, dadas las costumbres, hábitos, y expresiones culturales – religiosas que poseían. De ahí que la “integración social” de estos en el país no fuera del todo fácil: sucumbieron a terribles calamidades propias de su condición de inmigrantes. Sin embargo, lograron con el tiempo, afianzarse en su objetivo tras el desplazamiento de colonias a diversos puntos del territorio. Dichos fenómenos de alta trascendencia convocan tanto a intelectuales como académicos a indagar sobre rasgos que permitan dar cuenta del ser y la sociedad actual, partiendo del pasado de los mismos. La Literatura es fundamental para esta exploración y eso lo entiende el colombiano Azriel Bibliowicz, al presentar El rumor del astracán.

Esta novela da cuenta de las peripecias de una colonia judía en el país. El proyecto de los viajantes fue hacer fortuna en “Sud América” por lo que el epicentro apropiado para asentarse –según las palabras de su compatriota Abraham, quien se había instalado en el centro de la ciudad– es Bogotá.

Saúl y Jacob empiezan su travesía en las calles, vendiendo telas. El primero avanza presurosamente en tanto utiliza su ingenio y astucia para los negocios, mientras el segundo es más metódico y menos emprendedor que su amigo. Un día Jacob decide casarse. Siguiendo al pie de la letra sus costumbres religiosas, decide hacerlo con una pariente de Saúl, traída de Zelochow. Luego del compromiso, ella descubre que no es feliz con Jacob, por lo que cae en crisis afectivas. Conoce a Moisés – quien sería mas adelante su profesor de español– y cree sentir una pasión desorbitada por él. Sin embargo, Moisés parte a la Argentina y ella queda entristecida. En esos momentos, decide trabajar en pro de costear la venida de un familiar y bajo esas circunstancias logra entablar una relación amorosa con su jefe, David. Finalmente, su destino se ve truncado y luego de un accidente su esposo Jacob muere; Ruth queda prácticamente sola.

En la historia presentada por Bibliowicz existe una correlación muy fuerte de personajes: Ruth en cierta medida, sufre los avatares del desamor al igual que la emblemática Emma Bovary de Flaubert. Este aspecto deja entrever la intención del autor de valerse de una trama recurrente en la literatura universal –la dama romántica que se entrega a sus emociones con tal de ser libre, se burla de la sociedad y es infiel a su esposo– bajo la excusa de ahondar sobre el contexto; este ejercicio, es de gran valor en la medida en que refleja las cuestiones propias de la época –inicios del siglo XX– y las peripecias que debieron afrontar los visitantes de la tierra prometida en Colombia. Por lo tanto, este manejo temático, fruto de una exploración histórica, es digno de admiración.

Ahora bien, por medio de la lectura detenida de El rumor del astracán se visualizan intereses colectivos propios del ser judío: el dinero y la religión. Saúl es fiel representante del comercio ambulante ya que tiene una habilidad extraordinaria para los negocios. En cambio Jacob, es un acérrimo creyente y seguidor de las reglas de Dios. Estas características parecen ser las constantes entre los hijos de esta raza.

Planteada por secuencias, la novela suele ser dinámica en la lectura; además en sus líneas se puede encontrar varios pasajes cómicos y burlescos. Sin duda, la obra de Bibliowicz es un precedente importante si se piensa en la reconstrucción de los imaginarios social – individual. Hace poco, en un seminario de literatura colombiana realizado en Ibagué, Fabio Martínez especuló acerca de la posibilidad de que genéticamente el ser colombiano contendría en su mínima expresión genes de españoles, negros, indios y judíos. Muy posiblemente sea verdad; habría que revisar la ciencia, la historia, la cultura y el arte para acercarnos a la verdad. Por lo pronto, sigue siendo una idea inquietante.

Juan Eliecer Carrillo

Bibliowicz, Azriel. El rumor del astracán. Bogotá. Planeta Editorial. 1991.

lunes, 27 de octubre de 2008

LOS LIBERTADORES: BOLIVAR Y MIRANDA* CUANDO LOS MUERTOS RECONSTRUYEN LA HISTORIA

Una de las de las constantes de la considerada era posmoderna es la de poner a prueba las verdades absolutas tras considerar lecturas alternas. Sistemas de pensamiento, religiones, teorías científicas y hechos históricos son refutados día a día. Muchas de esas valoraciones las propicia el arte: literatura, cine, televisión, música, generan propuestas para no solo ganar adeptos sino contribuir en algo a ensanchar la cosmovisión del ciudadano que en ocasiones se reduce a su precaria formación escolar y a la imposición de los medios masivos de comunicación.

Precisamente, con motivo de que se aproxima el bicentenario de nuestra independencia Nacional, el Teatro de la Memoria presenta un acercamiento particular al emblemático Simón Bolívar y algunos instantes de la vida personal y pública del mismo, que influyeron en el destino de nuestra nación. Es una pieza teatral que se desarrolla en una hora y media aproximadamente y cuyo texto dramático fue gestado por la chilena Isidora Aguirre y dirigida por Juan Monsalve.

Según la reseña de la obra presente en el cuadernillo propagandístico, “el teatro de esta autora se nutre de los aportes de Brecht imprimiéndole un sello espiritista que la lleva a comunicarse en espíritu con los muertos o los dolientes de pobreza, historia, dictaduras y guerra”. Dichas particularidades se vislumbran en el tejido de acciones en la pieza citada; claro que en pasajes de la misma, es complejo determinar la estructura narrativa convencional (inicio, nudo y desenlace) debido - entre otros aspectos- a la rotación de acciones y papeles desempeñados por cada actor.

Sumado a esto, la puesta en escena se aleja de la organización convencional, o sea, actos, cuadros y escenas, pues confluyen en un mismo plano los tres elementos que según Wolfgang Kayser en Interpretación y análisis de la obra literaria, determinan el drama: el acontecimiento, el espacio y el personaje.

Lo anterior podría explicarse al tener en cuenta que una de las influencias de la autora es el maestro Brecht, figura del teatro del siglo XX; por tal razón, los códigos y las convenciones adoptadas para llevar a cabo el texto espectacular, pueden resultar confusos a la hora de descifrar la semiosis de la representación teatral. Dichas convenciones aluden al vestuario, iluminación, música, kinésica y proxémica: los trajes y la pintura de la cara, reflejan las almas; las luces amarilla y negra dan la sensación de penumbra, espacio lúgubre; la danza alterna entre la lentitud (eternidad, sucesión temporal), en contraposición con el vértigo de ritmos que parecen rituales; y la escenografía, donde a partir de pocos objetos se desarrolla el tejido accional; por último, la figura del anunciante permite orientar al espectador y la proyección de las diapositivas a organizar los pasajes de la pieza teatral.

En cuanto a la propuesta ideológica de la obra, el Teatro de la Memoria explica que en el montaje, lo épico y lo humano toman el ritmo de la nostalgia para visitar la utopía, - el no lugar- el vacío que ha sido llenado de fantasmas, proclamas y esculturas de bronce. De esta manera en la obra, los muertos deambulan, recriminan sus propios actos, son testigos de los aciertos y yerros de sus vidas, reclaman una nueva oportunidad de resarcirse de las cenizas del olvido o el fracaso.

De igual forma, la obra plantea conflictos entre próceres y sus acompañantes; los cuestionamientos a la historia son emitidos por aquellas almas que actúan cuales jueces. Muestra de ello en la obra son algunas locuciones provenientes de los personajes en cuanto: la historia es falsa, los españoles hacían creer a los colonos que la autoridad de Dios era representada por el Rey, o que el ejército libertador estaba conformado por hordas de ignorantes y borrachos que poco o nada sabían de milicia.

En síntesis, la pieza teatral se constituye en una propuesta original y vigente para reafirmar o desvirtuar aquello que parece incuestionable y por tal razón se intenta reconsiderar la forma de cómo se ha presentado la historia de nuestra libertad. Independencia que, centrada en este caso en Bolívar y Miranda, incurre en el trasegar entre lo mundano y lo metafísico, lo real y la suposición, lo critico y lo humorístico. En si, esa es una de las posibilidades que ofrece el arte, poner a pensar.


*Pieza teatral presentada en el Teatro Tolima el pasado 19 de agosto de 2008.

José Alejandro Lozano Cardozo

viernes, 24 de octubre de 2008

PLOP: ¿COMO PARA QUEDAR DESCONCERTADO?

Los puristas alegarán que desde el título, la novela de Rigoberto Gil Montoya ha de ser otro espécimen de la literatura light; otros buscarán con ansiedad rastros de una caricatura de infancia; para los más jóvenes acaso la palabra con la que cerraba Condorito ya no les diga nada. Lo cierto es que con este título la novela del escritor pereirano merece por lo menos una inspección que revele la realidad de las expectativas.

La novela cuenta una historia elemental: un periodista descubre que un amigo de infancia – apodado Nando – está desaparecido, y decide buscar en varios testimonios y calles de Pereira, pistas sobre el caso. El conflicto no está tan solo en esa labor de espionaje, tan cara a algunos periodistas con ínfulas de detectives, sino que el protagonista termina enamorándose paulatinamente de Susana, la esposa del desaparecido. Las sensaciones se mezclan en el aprendiz de investigador porque sueña a la vez con el retorno de su amigo y con la posibilidad de tener a la mujer en la cama.

El tema de la narración burla la primera expectativa de los lectores frente al título, en tanto lejos está la historia de hacer reír a quien la repasa: por lo cercano a nuestra realidad nacional, y por la efectividad en ciertas descripciones y escenas, de la mano del narrador, el lector comienza a hacer conjeturas sobre el destino silencioso de quienes no se vuelve a saber nada. Desfilan entonces en la novela de Gil Montoya múltiples posibilidades de desaparición: quien huye porque ya no es feliz en su matrimonio o porque una deuda lo devora; quien en un arrebato de nihilismo echa todo al traste y vagabundea hasta la perdición; el aniquilado por el vicio y por supuesto aquel que, afectado por el infortunio, es raptado por la delincuencia común y vendido luego a un grupo irregular.

¿En cuál de esos casilleros puede ubicarse a Nando, el desaparecido de Plop? Responder a esta pregunta es uno de los anzuelos de la novela de Gil Montoya. Pero este tema crudo sirve además para confrontar los temores del lector, quien acaso se sienta devuelto a la realidad que, en el diario vivir, se torna invisible: la de la violencia del país. Es evidente que el narrador de Plop no camina los trajinados senderos del lenguaje testimonial, ni se desgasta en descripciones truculentas: su estrategia está más bien en crear una atmósfera de desespero y frustración, de un desconcierto frente a la desaparición repentina de un conocido, una atmósfera que en la novela va teniendo el carácter de la ubicuidad.

Esa atmósfera se morigera con el uso de múltiples voces, que van desde la narración chabacana en primera persona, hasta las reflexiones serias sobre las desapariciones, pasando por los artículos de prensa, los testimonios de billaristas, de una mujer desplazada y hasta de los personajes de las caricaturas. Pero pese a los constantes cambios de voces y focos, el tema de la desaparición sigue martillando en toda la obra: cada historia, cada capítulo- cada viñeta narrativa – no pierde la unidad que convoca a toda la novela, es decir, la suerte de un Nando que es solo recuerdo e interrogación y, consecuentemente, el destino de miles de compatriotas que por diferentes causas, tienen esa desesperante etiqueta de desaparecidos.

El periodista va recogiendo todas esas voces y trabaja sobre posibilidades de hallazgo de su amigo, mientras se acerca con duda a Susana. Luego de esos ejercicios paralelos – el de los asedios a una situación en la que cualquiera de nosotros puede caer, y el de conquista de la mujer – la novela desemboca en un final sorpresivo para muchos. ¿Un final de caricatura? Es mejor que lo juzguen otros lectores aunque yo no repararé en decirlo: cuando terminé de leerla, casi me voy de espalda.

Leonardo Monroy Zuluaga


Ficha del libro: Gil Montoya, Rigoberto. Plop. Bucaramanga: SIC editorial, 2004.

martes, 21 de octubre de 2008

UNA APOLOGÍA METAFÍSICA EN EL "POEMA 12": OBRAS DE MAMPOSTERÍA DE NELSON ROMERO GUZMÁN

El credo niceno de los protestantes, fundamentado por Martín Lutero, manifiesta la fe completa en el creador de lo visible y lo invisible, con lo que se justifica la plena creencia en lo inmaterial, en las cosas espirituales y los lugares supra terrenos. Nelson Romero Guzmán nos presenta su credo de poeta con la sencillez profunda del lenguaje que lo caracteriza. La dualidad metafísica de lo real y lo imaginario es suplantada por el juego entre lo visible y lo invisible.

El poema inicia con el cumplimiento de un deseo; lo que se ha buscado siempre y ahora se vislumbra cercano y real. Por fin estamos en un paisaje no visto, exclama la voz poética, encargada de mostrarnos que lo no visto ya era imaginado, soñado, pero hecho símbolo bajo el referente conocido, esto es, el paisaje, único recuerdo de lo visto. En este fragmento, el poeta revela el paso de lo terrenal a lo eterno; el lugar más allá de la muerte en el que todos los seres confían y anhelan, sea para su condenación o no. Sin embargo, el poeta elimina la posición individual de lo eterno y ofrece una eternidad colectiva como si el momento de la muerte fuera exacto para muchos hombres a la vez.

Los versos siguientes son contemplativos, filosóficos –más de reconocimiento-. Ellos gozan con lo nuevo. Poseen un lenguaje elaborado para contarnos el espacio, hacen parte del nuevo espacio y observan cómo desde lo visto, lo pasado, otros, las mismas voces, llegan en manadas, repitiendo el ciclo de muertes hormigueantes.

El eje paradigmático que atraviesa el poema es la dualidad, el contraste de lo visible y lo invisible, que como un todo nos ofrece imágenes ambiguas, pero de profunda reflexión; posibles en ese otro mundo, el nuevo. Lo más hermoso de no ser visto: ¡el homenaje al ojo! Está imagen es formada por opuestos: si bien la primera parte hace referencia a la condición eterna de la no visibilidad, la espiritual, el complemento nos remonta al referente humano, al plano de la historia, pero la no oficial, tejida con lo invisible, con el silencio de nuestras generaciones.

En el juego de los opuestos, todo está impregnado de su contrario, como aseguró Bertold Brech. Nelson Romero nos revela que somos Dios; estamos hechos a su imagen y semejanza, somos su espejo; reflejo de si mismo. También Él, aquí en la tierra, remedia la afrenta a sangre y fuego en forma de ser humano, y sin embargo, allá, en lo invisible, la negación de los opuestos justifica la esencia de las cosas.

El último conjunto de versos sustenta la necesidad de la dualidad; la contrariedad es justificación de la existencia: la mariposa es astilla de aire; no existe la mariposa sin el aire que permite su vuelo, así como no existe al aire sin las alas que se alimentan de él. De la misma forma, el hombre material puede estar dentro de otro espiritualmente, y esa esencia espiritual, manifestarse en la conciencia del ser humano, de tal manera que se niega el fin último de la carne por la mano de la parca, y se acepta el hilo de la eternidad por medio de la conciencia histórica.

Nelson Romero Guzmán realiza una apología a la Metafísica; al ser y la nada, al creador, la creación y el mismo momento del acto creador poético, y lo hace a través de la metáfora de Obras de mampostería, dentro de la cual, el "poema 12", es apenas un hueso, independiente, único, dentro del esqueleto simbólico del poemario completo.

¡Comamos ávidos del manjar que se oculta en sus tuétanos!

12

Por fin estamos en un paisaje no visto,
recién llegados de lo visto.

Celebramos limpios aniversarios de aire,
muertes hormigueantes llegan de lo visto,
Piedras se hacen invisibles.

Lo más hermoso de no ser visto: ¡el homenaje al ojo!
Eso no rompe el hilo con la historia,
la teje con lo invisible.

Dios en lo visible remedia la afrenta a sangre y fuego.

Ya en lo no visto
La frontera desaparece,
La mariposa es astilla de aire,
el hombre al fin puede estar dentro de otro hombre
y aquél dentro de otro sin perturbarse.

Omar Gonzáles

Ficha del Libro: Romero Guzmán, Nelson. Obras de Mampostería. Colombia: Alcaldía Mayor de Bogotá, 2008