Son pocos los escritores nacionales que, a mi modo de ver, han logrado superar el sino del Nobel Gacría Márquez, y salen a la luz con propuestas innovadoras, y sobre todo, encantadoras. Resulta curioso encontrarse con escritores como Germán Espinosa, Carlos Perozzo, Andrés Caicedo, entre otros, en los cuales, sin lugar a dudas, he hallado gran regocijo y cantidad de momentos de alegría literaria; esa cosa de verse atrapado en la madeja de un cirquero loco, dando tumbos de escenario en escenario al vaivén de las imágenes y las historias en la que uno es el personaje , el otro y el mismo, todos a una voz diciendo que existo y que estoy tan enrarecido en verdades que no puedo siquiera imaginar o dar crédito a la realidad fantasmal de las cosas y los seres.
El caso que me atrapa en este momento proviene de la capital, de un entrado en años que logra resaltar el sentido de las cosas triviales y hace que las anécdotas más subjetivas adquieran matices de universalidad. Se trata de la importancia del detalle para configurar la parte y, de esta, el todo. Es una apología a la importancia de lo banal, de las cosas que en apariencia sólo importan a quien las vive y experimenta en su propio mundo de nómada y abandonado.
La sed de los huyentes -hermoso título- de Milciades Arevalo, es el compendio de 14 cuentos que deambulan por algunas de las grandes urbes colombianas (Cali, Bogotá y Barranquilla) hurgando en la cotidianidad de unos personajes ambulantes, míseros y bohemios, todos enamorados de la vida y las pasiones bajas, el amor fugaz y la ironía de ser ajenos a un progreso hambriento enmascarado con bondades. Hombres y mujeres que se entrecruzan de historia en historia sin la pretensión de mostrar sus vidas paralelas, antes bien, son la gran metáfora de la soledad y el abandono en que se sumergen los habitantes del tedio y la común presencia.
En este libro de cuentos puede encontrarse el lector con la intermitente aparición de personajes de historias ya contadas, con objetos que en narraciones anteriores pertenecieron a otros y fueron el punto central de tensión en otro cuento del mismo libro, así, sin explicaciones, sin pretensiones ideológicas ni estilísticas. Son la encarnación de una verdad en la que somos todos marionetas de un mismo escenario y simplemente nos cruzamos cabizbajos, ensimismados de tal forma que no percibimos la presencia del otro, la importancia que para el camino propio tienen sus huellas trasnochadas y sus experiencias porfiadas.
Es curioso ver que en una de las historias se cuenta la vida de un extranjero cartógrafo que llega a un pueblo ubicado en la nada, buscando la soledad para poder llevar a cabo la ejecución de su proyecto aeronáutico, el cual se logra y finaliza con un hombre que surca los cielos en su singular invención. Por curiosidades que no intervienen ni en la trama ni en el acontecer de otro cuento, su personaje central, esta vez un labriego, alza la mirada ante la aparición de un extraño objeto que violenta la calma celeste y marca su hasta ahora inocente vida, de tal forma que se aventura en busca de un camino que lo lleve directamente al mar; propósito que termina con su vida, pero que continúan otros amalgamados por la misma idea en otro cuento, en el que sin preámbulo y sin la mayor importancia, aparece en medio de la selva, el esqueleto de lo que pareciera ser un dirigible.
El hecho es que el libro pareciera partirse en dos: por un lado se atenazan las historias que se urden alrededor de los pueblos ignorados que quieren acceder a la capital y al mar para alcanzar un nivel de vida mejor; y por otro lado, las historias obnubiladas de hombres y mujeres entregados a los placeres carnales, a la vaguedad y al sinsentido existencial, en su mayoría habitantes de las grandes urbes, pero tan solitarios que terminan por aceptar que son entes sueltos y diseminados en un paraíso artificial de neón y vida fugaz.
Estos personajes trascienden en la medida en que sus vidas se entrecruzan entre el abandono y las ansias de terminar de una vez por todas con lo que la mano creadora que un dios inexistente inventó para regocijo de su lama y para tormento de los mortales, a tal punto, que en una de las historias existe una ciudad de inmortales que poco a poco pierden, por voluntad propia, tal beneficio añorado, para ser tan mortales como los que sufren hambre y necesidad gracias a un sistema que los conmina a la condición de mendigos.
La sed de los huyentes es un libro de lectura obligada para aquellos que todavía sufren los embates de la entrante postmodernidad, para aquellos que sin darse cuenta se anquilosan en un mundo de mentiras y baratean sus pertenencias ideológicas, encaramados en los brazos protectores de una razón que nunca los cobija y amparados en la lógica del orden y la minucia. A ellos, a los piratas y saltimbanquis del progreso de mentiras, a los bufones de la esperanza y la fugaz vida, suelto esta palabras encarnadas en el personaje del cuento Detrás de la tramoya, que redoblan sibilantes odios y resumen la intención de catorce narraciones al mejor estilo Bogotano:
“para la escena se hicieron los colores, la risa fresca y toda la tragedia del hombre en un solo acto, pero al final, al final cuando se apagan las luces, volvemos a ser los mismos, desconocidos, anónimos. Es como si un espejo en vez de reflejarnos a nosotros mismos nos mostrara la imagen del más desolado de los mortales”.
OMAR ALEJANDRO GONZÁLEZ.
Ficha técnica del libro: AREVALO, Milciades. La sed de los huyentes. Bogotá: Oveja negra, Biblioteca de literatura Colombiana, tomo 81, 1985.
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