NOTA DONDE ATESTIGUO MIS PENSAMIENTOS ACERCA DE UN RASTRO HISTÓRICO REVELADOR LLAMADO BALBOA, EL POLIZÓN DEL PACIFICO DEL ILUSTRE FABIO MARTÍNEZ.
Reverendísimo y celebérrimo lector:
No puedo pasar por alto, ante Vuestra Merced, un libro que sin duda alguna me causa total admiración y del cual quisiera hablarle, ya que es menester referirme a las propuestas literarias que inundan los anaqueles locales y más ésta que hace posible un contacto complejo con la Historia de América, y en especial con los inicios de Colombia. El libro este es Balboa, el polizón del Pacifico, escrito a puño y letra por el ilustre Fabio Martínez, un gran señor que estos ojos tuvieron la dicha de percibir hace un tiempo por estas tierras y que reside en la ciudad de Santiago de Cali, fundación de Belalcázar.
La novela es, a mi pobre juicio, una de las mejores que se han atrevido a hablar de la Conquista española, comentando de buen orden, las dinámicas propias de este fenómeno nefasto para la civilización humana y tomando sutilmente como referencia a Don Vasco Núñez de Balboa, hombre sagaz y aventurero quien fundó Santa María la Antigua del Darién, en el Urabá colombiano y descubridor de la Mar del Sur –hoy llamado Océano Pacifico.
Aclaro que al correr de esta sangre indígena, castellana, judía y africana, no puedo poner a consideración mis juicios sobre los invasores e invadidos. Lastimosamente, mi lengua y ciertos rasgos distintivos del castellano, me obligan a guardar distancia más o menos parcial sobre el hecho, aunque reconozco que mis antepasados indígenas que me han ofrecido este molde facial que dan en llamar “presencia”, me dan licencia para criticar como buen hijo de esta tierra dicha invasión y exterminio.
De hecho, en honor a mi lengua que es como mi patria, escribo esta endeble nota. Sé que es algo difícil de explicar, por lo que me dedicaré a no bordear una orilla de la Historia. A continuación informo con la brevedad del caso, el por qué la obra de don Martínez debe ser vista con buenos cuidados en los círculos académicos y obviamente por Vosotros.
Para ello, empiezo con decir que la historia da viva cuenta de las vicisitudes de Don Balboa: su paso por estas “nuevas” tierras, sus conquistas, sus capacidades de organización y el interés de llevar una convivencia sana con los indígenas que le mereció entre otras cosas su trágico deceso en manos de Pedrarias Dávila, un conquistador desquiciado por el oro y el poder. A la par de este acontecimiento, surge una historia que va de manera paralela con la mencionada: la vida y obra del escribano de esas crónicas sobre Balboa, es decir, del narrador-personaje de la novela, el señor Gonzalo Fernández de Oviedo, conocido en la Historia como “Valdés”.
Para sorpresa de Vuestra Merced, este tal Valdés, es de sangre judía pero convertido al Cristianismo para preservar su vida. ¡Pobre hombre este Valdés! Dijera sin ánimo de equivocarme que tanto Balboa como él tenían la misma infortunada suerte de no abrazar la gloria y menos borrar esos estigmas que los persiguen aun en la Historia de América. Por judío y por ser un simple servil no logra ser lo que tanto quiso, que es ofrecer sus servicios a la Corona Española. Y Balboa, ni se diga: murió como un vil hombre, tratado injustamente. ¡Qué vidas tan desdichadas!
Preguntáis sin dejo de culpa, por el conquistador este, pelirrojo que desafió a más de uno ¿Quién era ese tal Balboa? Rondará ese interrogante en vuestras testas. Pues te diré algo de él, porque lo demás lo descubrirás en la novela: este hombre, quien llega de nuevo a América –había estado en otra gesta conquistadora pero los resultados no fueron positivos– escondido en un tonel de vino –por eso lo de polizón– fue uno de los pocos que trató de convivir con el indígena.
No se niega su interés por la conquista y el saqueo del oro. Pero en condiciones desastrosas que derivaron la llegada de ellos a América, fue Balboa el mas pacífico –como luego seria rebautizado el océano con ese nombre– y quien quiso, según la novela, vuelvo y aclaro, una sociedad posible.
Lo que derivó en sus gestas y la simpatía de algunos caciques indígenas fue precisamente el ánimo del dialogo y la seriedad en los tratados pactados. La mar del Sur, y la creación de una ciudad costera como Santa María la Antigua del Darién, son prueba de ello. Lastimosamente, relata “Valdés” en la crónica, la codicia, envidia y locura por el poder por parte de los demás conquistadores, permitieron eliminar el único vestigio de organización y de defensa para el aborigen americano.
Ni Hernán Cortés en México o Francisco Pizarro en el Perú, Ojeda, Pedrarias Dávila entre otros, fueron capaces de establecer este tipo de armonía; por el contrario, ellos fueron víctimas de la fiebre del oro y por ende, sus comportamientos desquiciados con los indígenas. Este Dávila, condenó a muerte a Balboa cuando este último por poco llega ser Gobernador de estas tierras. ¿No creéis que otro gallo cantaría con Balboa a la cabeza? Yo creería que sería un poco distinto, más no sé hasta qué punto.
¿Quiénes eran los españoles, pues? Una ralea –lo describe con sincera amargura el personaje–narrador, Oviedo, alias “Valdés”– que tiene por esencia “el chisme, la envidia y la maledicencia” (pág. 91) Los males de ser humano se entremezclaron y nos formaron. Quisieron aparecer como víctimas de aquellos “hijos del diablo” como decían a los aborígenes, pero otras voces como estas nos confirman lo equivocados que andaban. Henos aquí, lector propio y extraño. Bien lo dijo Valdés en una de sus reflexiones más sobrias aquí escritas, luego de aspirar a ser lo que nunca fue por su casta pobre y descontinuada de judío: “Era como si por mis poros salieran mis orígenes y me delataran. Los hombres luchamos toda la vida por ocultar lo que de verdad somos, y siempre mostramos lo que parecemos ser” (pág. 104). En fin, la exhortación de Don Martínez y de los personajes de su creación es visible: somos impostores.
Luego de caracterizar a Balboa, a Oviedo alias “Valdés”, y a los españoles, hablaré de los indígenas. Pues estos hombres y mujeres relacionados en tribus organizadas, eran bastante ingenuos. Opusieron resistencia, pero la verdad fallaron en muchas cosas. Lo cual no significa que hayan “merecido” ese fin tan nefasto. No. Los españoles pagarán en la mente del hombre americano ese daño sistemático que borrará únicamente Dios, de esta tierra. A propósito, los españoles aprovecharon muchas de sus costumbres sodomitas y fiesteras para estigmatizarlos y enviarlos directo a la extinción por medio de la represión de la Iglesia Católica, que no es Dios, pero que sin ningún permiso del Altísimo, actuó como Él, cegando miles de vidas.
Notareis Vosotros en el trayecto de la narración cómo en el territorio que hoy es Colombia, coexistieron en menos de una década cuatro tipo de sangres que se mezclaron entre sí formando ese hibrido que somos: Indígenas, Españoles, Judíos y Africanos (estos llegaron de forma sucesiva como esclavos). Eso resulta ser lo bello que expone esta novela. De hecho, don Balboa se casa con una india hermosa, gustosa de todo tipo de placeres, llamada Anayanci. De esa unión, nació el primer mestizo de América, aquí en Colombia: Juan Balboa Chimá.
De esto, y de muchas cuestiones más te daréis cuenta buen lector cuando asumáis la lectura de esta obra. Hasta aquí van mis pensamientos sobre ella, que se traducen al campo de determinar los variables ríos de sangre que nos constituyen como seres de esta tierra, con descendencia europea, americana, asiática (hebrea) y africana; quiero pues, cortar con la habladuría sobre Balboa: El polizón del Pacifico. Harto puedo volverme de contar cosas que Vuestra Merced quisiera descubrir. En ella hallarán mucho más de lo que mi imprudente lengua pueda narrarles. Eso sí, preparaos para abordar la historia de nuestra tierra que está llena de mentiras, suspensos, y ante todo, injusticias. Ya lo diría Eduardo Galeano: “La vida es una lotería: opinan los que ganan”. Bueno, pues aquí hay voces disonantes que agitan las contradicciones, como esta, la de Oviedo alias “Valdés” y la de don Fabio Martínez. Una voz más que dice que no todo está dicho sobre nuestra América.
Ante Vuestra Merced.
Juan Eliécer Carrillo Aranzález.
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