Quizá uno de los factores que más ha influenciado la literatura colombiana se encuentra enmarcado en las décadas de 1950 y 1960. Resulta evidente por la fecha saber que la violencia bipartidista potenció la creación estética, en especial en la narrativa, que permeada por el acontecimiento histórico, se abrió en infinidad de narraciones y de historias que se tejen alrededor de las crueldades y sin sabores de la guerra y la crisis del momento.
También conozco algunas de las historias que tuve que oír sobre esos tiempos de la boca de mi abuelo materno, quien lleno de tristeza y de recuerdos –que estoy seguro traía olores, imágenes de putrefacción y cuerpos desmembrados- contaba que por allá por esos años en Boyacá, en una de sus veredas, y siendo el un acérrimo liberal reconocido, había tenido que manejar las volquetas del liberalismo, y no porque estuvieran llenas de tierras de progreso, sino porque estaban atestadas de cuerpos de conservadores muertos.
Estas historias son demasiado comunes en boca de muchos, pero escuchar que mi abuelo tenía un pasado deshonroso y comprometido con lo que somos hoy, marcaba para mis oídos algo que hasta ahora me había atrevido a contar. Precisamente leyendo un compendio de cuento que promocionó la alcaldía de Ibagué para que los niños y niñas escolarizados se acerquen a la literatura me encontré con un cuento de un escritor tolimense que refiere una anécdota similar.
José Alejandro Pinzón Ríos es el escritor que aparece en dicha antología con un cuento titulado La otra Infamia. Es licenciado en ciencias Sociales y Especialista en Filosofía, razón que me da a entender el por qué, después de tantos años, la violencia bipartidista continúa siendo objeto de escritura.
El cuento como tal está inspirado en la historia de un joven de la ciudad de Alvergué (cosa que parece ser la intención del autor por incluir tanto a su natal Alvarado con la ciudad que lo vio crecer y en la que suceden los acontecimientos) que después de muchos años de escuchar la misma historia sobre un hombre que se sienta en una fuente a recordar la misma agua en la que le tocaba desaparecer a los muertos en viajados de volqueta, decide comprobar qué tan cierto es y para ello se acerca al hombre mismo, quien por motivos de la narración no recuerda casi nada más allá de lo que el joven ya conoce, pero que lo remite a otros personajes que contribuyen a la generación de sentidos y la estructuración del argumento de la historia.
Es interesante el argumento y la forma de presentación de los hechos y acontecimientos del cuento, pues a medida que se avanza se configura la historia y la voz del primer personaje, es más, se configura como personaje, pues ya en el inicio eran tantos los vacíos para el lector que apenas se logra mostrarse como un personaje plano, para desencadenar en un personaje redondo y perfectamente concebido.
La presentación por partes se sustenta precisamente en lo fragmentario y disoluto que es el pasado colombiano de esas décadas. Mucho se habla y se historiografía sobre ello, pero hacer de un acontecimiento más de esa historia algo que se enrede con lo filosófico y con los ciclos repetitivos de los estoicos es realmente interesante y digno de ser reseñado.
Reconocer en el hombre de la fuente a un pensador, y en el joven personaje de Alvergué a un filosofo que deduce magistralmente toda una interpretación acerca de lo que cuenta a medio labio el viejo, y que se detiene para analizar las ondas producidas por las gotas de agua al caer en la fuente.
Llevar por medio de un juego discursivo bien logrado, a la conclusión de que las ondas de la fuente son las mismas ondas que se llevan uno a uno, como gotas, a los muertos del río y de la patria, con lo que se mete en la tensión la frase de Van Gogh que sirve de epígrafe: La vida es probablemente redonda.
Con sobriedad incorregible, o una versión curtida por la costumbre de contarla, aquel hombre me refirió, de entrada, que en la época bipartidista de los años cincuenta del siglo veinte, los muertos eran arrojados al río, y que formaban ondas semejantes a las que él mismo había provocado en las piletas del parque Centenario del antiguo Alvergué cuando de niño les lanzaba piedras.
En este cuento, podemos reconocer que la historia del bipartidismo en Colombia está cargada de innumerables anécdotas que tarde o temprano comprometen a la nuestra, y que es imposible no reconocer que nuestra historia se teje alrededor de los hechos históricos que la han conformado, para bien o para mal, y para deducir que esta, nuestra historia, como en un ciclo de eternas repeticiones, y aludiendo a Borges, es la historia irreconocible de la otra infamia.
OMAR GONZÁLEZ
FICHA DEL LIBRO:
Alcaldía de Ibagué: En Ibagué está primero el placer de la lectura. Agustín Angarita (seleccionador de textos) edimpresos 2008, pag. 123.
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