Llegué a este libro de cuentos por una referencia crítica que realiza el profesor Hubert Poppel en su texto Historia de la novela policiaca en Colombia; en ese libro, el profesor alemán afirma que, dentro de la historia del cuento policiaco en el país, es necesario poner la mirada sobre los tres primeros textos que conforman este volumen. Tiene toda la razón.
Pero además de los policíacos, el libro contiene cuentos con diferentes matices, y diversos temas: los conflictos colombianos del siglo XIX; la guerra de pandillas por territorio; la conformación de un aparente grupo guerrillero por muchachos de colegio; la historia de un editor pirata.
En el libro además llama la atención la titulación de cada uno de los cuentos, acompañada de una fecha específica que ubica al lector en la época, pero siempre en Bogotá: la unidad de Vamos a matar al dragoneante Peláez, se consigue desde el recorrido por diferentes momentos de la vida de la capital, desde 1900 hasta 1995.
No es exactamente una serie de cuentos históricos que pretendan recrear un hecho o un personaje importante para el país: es desde la relación de eventos de seres marginales, desde la mirada a la cotidianidad de ciertos grupos, en donde se descubren facetas de Bogotá.
Por ella pasan amigos de la revolución liberal que pierden su vida sin gloria; agentes encubiertos fracasados y caricaturescos; chicos que se dan cuenta de las diferencias entre la violencia de la ciudad y la campesina; jóvenes en las drogas, capullos de insurgentes, comerciantes sin fortuna.
Es la historia de Bogotá desde las márgenes, desde los desarraigados y, para acuñar un término de Walter Benjamin, desde los vencidos.
Algunos de estos cuentos tratan de darle un giro a la mirada de los hechos, para lograr la originalidad, tan importante en los escritores modernos. De lectores y escritores más o menos recorridos es sabido que en ocasiones es difícil construir una ficción sobre temas que ya han sido, en apariencia, agotados: ¿cómo referirse a la guerra de los mil días sin caer en una imitación burda de García Márquez? ¿Cómo hablar del detective sin revivir a los clásicos Dupin o Holmes, o incluso a los más contemporáneos, mucho más desafortunados en sus casos? ¿Cómo hablar de la violencia bipartidista sin recordar crueldades y antagonismos crónicos? ¿Cómo hablar de pandillas, sexo, drogas, sin tocar la puerta de Andrés Caicedo, o la de Antonio Caballero en Sin remedio?
Son estas algunas de las preguntas que implícitamente se formula Roberto Rubiano, y la salida es la ironía y el juego a la caricatura de los personajes: considero que esa es su mayor virtud. En los momentos en los que no lo hace, como en “Peace and Love”, sus predecesores amenazan con aplastarlo.
Pero cuando el juego de la burla de esos personajes típicos que conforman la historia de nuestro país, trabaja a favor de la estética de este libro, se recoge la atención de los lectores.
No leemos entonces el manido cuento convencional de personajes que conocemos en la narrativa colombiana (el prócer, el detective, el hippie, el campesino, etc) sino que descubrimos, perfiles extraños, que producen, en la mayoría de los casos, la risa del lector.
Es una estética que, además de la ironía frente a varios temas y caracteres (la política, el detective, la insurgencia, la violencia bipartidista) se desarrolla con técnicas narrativas diversas, y desde varios lenguajes: desde el culto y reflexivo del general, quien afirma con algo de cinismo pero tal vez con mucho de verdad “a veces los tramposos y los ingenuos piensan igual. Sin embargo, los miserables sobreviven.
En cambio los ingenuos con ideales mueren” (19-20), hasta el registro lingüístico popular, de los pandilleros y los muchachos jugando a la guerra.
En conclusión, Bogotá recorre este libro y con cada instantánea nos recuerda otros que ya lo han hecho: desde las crónicas de Cordovez Moure, hasta la capital descascarada de Sin remedio, pasando por la conflictiva Calle 10 de Zapata Olivella.
Los cuentos de Vamos a matar al dragoneante Páez son una invitación a recorrer, no solo los andenes y casas de Bogotá, sino los conflictos, matizados con la ironía, de los personajes que la pueblan.
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del libro: Rubiano, Roberto. Vamos a matar al dragoneante Peláez. Bogotá: Planeta, 1999.
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Excelente.
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