Iba entrando al restaurante donde suelo frecuentar, a eso del mediodía, y fue cuando lo vi.
Estaba sentando en medio del lugar, solo, absorto en quien sabe qué; por su físico y sus aires de mística apariencia –llevaba barba exuberante, un bastón, libros y un saco de paño que hacia juego con un blue jean– pensé en León de Greiff.
Desde hace un buen tiempo, mantengo en mi maletín una antología interesante, eso sí, incompleta de la vasta obra del poeta.
Y me la paso “fastidiando” compañeros –sobre todo féminas– con esta lírica, grandiosa, profunda, ininteligible para la mayoría. Por eso, cuando voy por ahí, viandante indiferente, guardo fragmentos especiales y los digo sin temor a equivocarme.
Entraba, lentamente, recordando “yo señor soy acontista / mi profesión es hacerle disparos al aire” sin saber que en realidad iba a encontrarme con una aventura, digna de Guillaume de Lorges.
Decía que su apariencia no desentona con la del gran rapsoda antioqueño. A excepción del blue jean, claro está.
Por alguna razón inconsciente, pensé que también era poeta. Cuando él me dijo que estaba en lo correcto, –ya le había dicho que estudiaba Lengua Castellana y Literatura– dio su nombre pensando que quizá lo conocería: Miguel Ángel Sefair.
Hice un esfuerzo. No sabía quién era. Creo que se disgustó, sin embargo quiso que le acompañara en la misma mesa. Y allí empezó el enredo.
Me dijo demasiadas cosas en torno a su obra, sus temas recurrentes al momento de escribir, exhibió unos libros de su autoría, fue agresivo con el país porque este no sabía apreciar la cultura y las letras, sobre todo las de él, y finalmente, cuando hube de almorzar, me preguntó que cuál era el poeta colombiano que más me interesaba.
Es difícil responder, pues son varios los que entran en esa lista selecta: Julio Flórez, Barba Jacob, El tuerto Lopez, Gonzalo Arango, María Mercedes Carranza. Pero el preferido es León de Greiff sin duda. Secamente confesó que lo había conocido.
Me dijo que sabía varias historias que compartieron en el Café Automático. Me llamó la atención, y lo acompañé a la Universidad.
Mientras nos tomábamos un tinto, me comentó que fue amigo cercano del poeta paisa. Me pareció raro porque León de Greiff era de pocos amigos, mas él afirmaba que así era, incluso decía que el “maestro” era más amistoso que Gonzalo Arango, el cual sí era un gran enigmático y poco de dialogo. Le creí, era su voz contra la mía.
Después de una serie de anécdotas sobre el susodicho –eso de que le gustaba llevar en su gabán dos botellas de aguardiente cada noche, andando como un “beodo” por la Candelaria, siendo amistoso con unos, grosero y altanero con el resto; sus rabias cuando le decían Maestro, a veces Poeta; su trágica muerte a manos de una cirrosis anunciada– le pregunté el motivo de la visita a esta ciudad.
Sefair no escatimó en decir que era un invitado por la Universidad del Tolima para la muestra poética que se llevaría a cabo durante la semana. Momento oportuno aquel, para querer saber sobre su poesía. Pasó varios libros, los leí con detenimiento al principio, luego con desespero, finalmente con desgano.
La verdad fue como estar con poesía de estudiante de pregrado que anda convencido que al comprar a sus críticos con favores, tapa la pobreza estética de su producción. Perversos versos leí.
No sabía qué decir cuando el señor Miguel Ángel quiso saber esta humilde apreciación. Me fui por lo sutil: son algo convencionales –temas de amor, mujeres, naturaleza, conflictos con Dios, al mejor estilo de Cesar Vallejo, claro que a la versión Sefair le falta contundencia; todos tratados con ese lenguaje dulzón, carente de rigor, imágenes pobrísimas con tendencias fuertes a lo comúnmente establecido; insisto, poesía de estudiante de pregrado o de colegio– deberían ser analizados con mayor profundidad, total, una lectura ligera no determina mayores alcances.
Entre el desconcierto y la afirmación guardó sus materiales. A propósito, lo único que me interesó fue el título de una de sus obras: Jaque a la locura. Será porque soy cercano al ajedrez. De resto, ni hablar.
Ahora, las 2pm. Sefair tenía que estar en una presentación, supuestamente iba a abrir el recital. Lo acompañé hasta la entrada del bloque 32 de la Universidad, prometiéndole que después hablaríamos con detenimiento. Por obligación, tuve que atender otro tipo de compromisos.
Dijo que en el evento, iba a hablar con las directivas del alma mater para saber todo lo relacionado con su hospedaje. Creía que su alojamiento estaría por los lados del centro de la ciudad. Algo así le habían dicho.
Quedamos en esos términos. Intercambios de números celular. Y hasta otra vista. Supe después, que no entró a la sala donde supuestamente haría su presentación. Fue directamente a la alcaldía local a buscar a alguien. Ni lo atendieron. Se devolvió a la U. El evento estaba terminando. Bastante díscolo resultó ser el poeta, teniendo en cuenta su considerada edad.
Entrando la noche, llamó Sefair. Pobre viejo, sin hospedaje. La Universidad no se pronunció de manera positiva, dejándolo a la deriva. Como siempre, no desentona mi querida la UT. Y lo peor, con 10.000 pesos contaba.
No me cabía en la mente que este poeta comenzara a recorrer las calles ofreciendo sus libros, que en sí, superaban los 5 ejemplares. ¡Y los vendía a 30.000 pesos el pobre pillo! Claro, no iría a vender ni uno, más a estudiantes que les preocupa más un vallenato que un libro de poesía.
Aunque con esa calidad, no se sabía a ciencia cierta qué era peor. Yo creo que ellos prefieren la música y la bebida. Les cuesta leer a veces. Pensaría que no leen por recomendación médica, no vaya y les dé un derrame cerebral tan jóvenes. Con todas estas calamidades, estaba la posibilidad de ofrecerle hospedaje. Sin duda, aceptó.
Antes de eso, fuimos a un restaurante. Luego de cenar, y al calor de unas cuantas cervezas, hablamos de literatura. Gratificante la charla. Cervantes, Baudelaire, Kafka, Cesar Vallejo, Gómez Jattin y otros sobresalieron.
También me interesó los relatos sobre cuestiones que desconocía de los judíos –mi tesis de grado gira en torno a ese tema– sobretodo, elementos de su cultura y religión difíciles de saber por cuenta de ellos.
De paso, dijo ser descendiente libanes, y poseer en su sangre una cultura basta en conocimiento de las letras. No conjeturo, a lo mejor, tiene razón. Ahora, volviendo al tema literario, me comentó de un poema “maldito” de Rafael Pombo escrito en EEUU y que Colombia lo negó por ser hereje y distorsionador de las buenas costumbres.
Sefair se sabía el primer párrafo. Es extenso, en realidad. Para él, el mejor poema que se había escrito por un colombiano –fue una fortuna la no postulación de sus creaciones, aunque tuvo la intención de hacerla con Jaque a la locura–.
Me pareció curioso que de León de Greiff no tuviera valoraciones. Así son los escritores: envidiosos, egoístas y pendencieros entre ellos mismos. En el epilogo de este encuentro semi - bohemio, me comentó sobre un proyecto en ámbito de la literatura colombiana: consolidar una poesía que explore la Violencia; algo así como “la poesía criminal en Colombia”. Bastante ambicioso, lo acepto, pero las consideraciones puestas sobre el tema son interesantes.
Hubo una buena disertación. Comenzó a llover. Algo atípico en esta ciudad veranera. Llegamos a mí casa. Pudo instalarse cómodamente, en medio de la modestia del sitio. Amaneció. La urgencia estaba en llegar temprano a la Universidad, hablar con las directivas, sobre su caso, y en lo inmediato, presentarse al recital.
Tampoco hubo tal escenario de representación. Las directivas del centro educativo volvieron a quedarle mal. Creo que ni lo tenían en la lista de ponentes para ese día. Dudo que estuviera en el de la semana.
Por lo menos, no lo vi en las programaciones. Mientras tanto, ni se inmutó y por ahí se entretuvo caminando en la U, sentado de banca en banca. Luego, tras recordar que sus 10.000 pesos quedaron en nada por lo de la cena y las cervezas, empezó su tarea de vender libros. Nadie quería comprar. Me contaron eso luego.
Se acercaba el medio día. Tenía que estar en Bogotá antes de las 5pm, una cita con el abogado para llevar un caso jurídico. No volví a saber nada de él. Fui a preguntar a la biblioteca y no me dieron respuesta. Supongo, vendería un libro para pagarse el trasporte.
Lo único cierto es que don Miguel Ángel no bajaba el precio de sus ejemplares. “30.000 pesos, eso valen. Eso vale mi arte” decía cuando traté de persuadirlo a una rebaja. “Mire poeta –rótulo bastante complejo de llevar– que la gente aquí es cerrada para la compra de libros” le decía, y él señalaba: “Juan, así son.
Pero no puedo dar rebaja a mi creación. Es un precio justo”. Terco. Creo que al menos, vendería uno, eso le serviría para volver. Sefair, así como llegó se fue. Con más pena que gloria.
No me obsequió un libro de su producción, y pienso que ni yo hubiera querido aceptarlo. Por esta razón, Usted no encuentra citas o fragmentos de poesía de Sefair en este texto.
Si lo prefiere búsquelo en Internet, que todo lo sabe y todo lo puede. Será en vano. La única opción es una librería o en su defecto bibliotecas. De pronto tiene suerte. Lo que si pude hallar, fueron diversas facetas en torno a la vida “corriente” de un escritor. Sus aflicciones, penurias, esperanzas. Por ahí me insinuó la necesidad de gestionar un Honoris Causa, a su nombre.
Del mismo modo, válido, luego de esto, lo complejo de tratar con escritores. Es mejor la distancia medida con prudencia, en aras de evitar compromisos con ellos a la hora de hacer la crítica.
No es pertinente que el crítico y el objeto de estudio –obra/escritor– formalicen un tipo de amistad malsana, en donde vienen injustificadamente los elogios forzados, valoraciones dudosas y otros fenómenos que por el bien de la Literatura y el Arte es mejor evitar.
Tiene razón, de nuevo, un amigo contertulio: Tomar distancia es lo ideal en estos casos. Así como la Universidad del Tolima, y en general, Ibagué en Flor, amargamente lo hizo con él.
Juan Carrillo
juanelcaibg@gmail.com
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Traducción de Barbara Zitman.
Alianza Música. Madrid, 2024.
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Hace 1 hora
excelente, también lo conocí y el triunfo fuera de sus malversaciones de estudiante en este Blog fantasmagórica mente, queriendo ensayar a investigador y escritor a la vez sin ver el aporte que quizás pudo darle "el llego a los suyos y los suyos lo negaron"
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