Leer autores caleños es siempre un reto que me agrada, más por aquello de la simplicidad con la que son capaces de contar historias traídas de los cabellos, o porque en medio de lo simple aparecen y se configuran propuestas serias y argumentadas en torno a las visiones de mundo que sobre lo colombiano se tejen alrededor de las calles y la vida nocturna.
Precisamente me encuentro con Germán Cuervo, escritor nacido en 1950 y graduado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, quien no posee, -según lo que he podido averiguar- más que una compilación de cuento que armó para la editorial Oveja Negra. Dicha editorial se encargó de incluirla en la colección Biblioteca de Literatura Colombiana que casi todo el mundo tiene en sus bibliotecas, pero que seguramente pocos se atreven a auscultar.
Así las cosas, cuento a manera de confesión que el libro es prestado, porque algún amigo, -de esos que lo meten a uno en lo que han leído y le hablan también de lo que leen, que no queda más que resignarse a comer hoja para confirmar o desmentir al dichoso del embrollo-, me lo pasó para que observara algunas cositas de la escritura que lo hacen particularmente curioso.
Lo realmente curioso es que Andrés Caicedo, “parcerito” de época de Germán Cuervo, nacía cuando el señor Cuervo tenía ya un añito, pero lo más curioso es que la novela que todos conocemos de Andrés fue publicada en 1977, mientras que el libro del señor Cuervo vio la luz del sol hacia mediados de los ochenta. Esto no parece importante de entrada, pero si se va al libro de Germán Cuervo titulado Los indios que mató John Wayne aparecen en escena los motivos de esta reseña.
Los indios que mató John Wayne es un libro de cuentos bastante sugerente, que nos remite a la Cali de la época de la salsa y la juventud animosa y dicharachera –al igual que la obra cumbre de Caicedo- pero que retoma historias que en apariencia no producirían mas que el morbo de saberse partícipe de los hechos y las ocurrencias de una Cali siempre caliente. Sin embargo, el libro de cuentos se abre en múltiples sentidos que contribuyen a la comprensión propuesto por Caicedo en su novela, es decir, las vicisitudes de una juventud excelsa de los ochentas, abandonada al caos y al borde de la muerte.
Como mi idea es que se acerquen a libro, sólo me permitiré hablar de la forma en que Germán Cuervo plasma con su pluma de mago las historias de unos adolescentes que rayan la mayoría de edad y sobreviven en el estrato medio, rodeados del peligro de los barrios cercanos, suburbiales y anónimos. La mayoría de anécdotas suponen un grupo de jóvenes que establecen amistades de licor, yerba y delincuencia común, pero son absolutos pensadores del contexto, de la vida y de las situaciones problemáticas que no sólo su edad les implica, sino que la misma realidad establece como su destino.
Además de esto, los personajes se amparan en la figura de un narrador que varía las formas de presentación de la anécdota, permite y cede la voz a los personajes para aclarar, contar y revertir su historia, un narrador abierto al enigma, siempre ponderando la relatividad de las verdades, pues juega a contar historias paralelas en todo el libro. Los personajes van y vienen de una a otra historia: en algunas son protagonistas y en otras son apenas personajes de reparto, aspecto este que configura la propuesta general del libro, en la que cada quien es importante y merece ser oído en declaración. El lector es el juez y termina decidiendo y armando en su cabeza las anécdotas, condenando personajes, indultando y haciendo interpretaciones para resolver los crímenes, las pasiones y los abismos urdidos en las 155 páginas del libro.
Un aspecto que llama la atención es que Cuervo retoma las figuras empleadas por Caicedo en Que viva la música. Es decir, aparecen fragmentos de canciones, poemas, grafitis y gran variedad de recursos estilísticos, y a la vez se ausculta sabiamente en el universo de las letras de los temas de salsa que circulan por los relatos y ayudan a generar sentidos a las anécdotas de los cuentos.
En fin, si alguien desea, más allá de la mirada que ofrece Caicedo, abordar la Cali ochentera y suburbial, puede acercarse sin reparo a este libro de cuentos, para que amplíe las miradas y concentre su atención en el espectáculo del espacio en el que los aceros brillan bajo lunas de polvo y sangre, las aventuras pasionales terminan en evidentes temas de sicariato, donde las drogas en auge permiten el acceso a pensamientos psicotrópicos y alucinantes, y en el cual, existe todo un universo citadino y oscuro, -flagelante realidad no vista desde las curules y los puestos- que nos muestra sin reparos en detalles, las posibilidades que lo cotidiano trae para las letras y para los temas clave.
NOTA: A Germán Cuervo se lo conoce más por ser pintor que por escritor. Sin embargo, es reconocido por ganar varios premios departamentales, nacionales y extranjeros. Ahí les dejo unos link en los que pueden encontrar poesía del hombre. Además, se me olvidaba decir que John Wyne es el último de los Cowboys del Oeste, y por lo mismo, hace parte de todo el sentido general de la obra que Germán Cuervo abre a nuestros ojos. No precisamente para recrear el viejo dicho de “Cría cuervos y te sacarán los ojos” ¿o sí?
http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/es/Revista/ultimas_ediciones/81_82/cuervo.html
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OMAR ALEJANDRO GONZALEZ.
Ficha del Libro: Cuervo, Germán. Los Indios que Mató Jhon Wayne. Bogotá: Editorial la Oveja Negra, 1985.
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Hace 22 horas
buen acercamiento y anotacion sobre la escritura caleña, que como lo ha comentado, parece que marca una etapa en la escritura colombiana dandonos vestigio de temas muy urbanos
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