Las relaciones entre la literatura y el cine cumplen ya varias décadas y son numerosas las obras literarias adaptadas al séptimo arte. Como se ha apuntado ya desde varios investigadores, las adaptaciones suelen tener matices diferentes, desde aquellas que se ciñen estrictamente al argumento del original, hasta las que reorganizan aspectos de la trama e incluso cambian las características de los personajes y las tonalidades de la obra que sirve de base. La adaptación cinematográfica es una expresión que, aunque conserva unos lazos de afinidad con la obra literaria de la cual extrae algunos componentes, llega a ser independiente tanto en la puesta en escena de los eventos como en la propuesta estética que pergeña.
La producción literaria de García Márquez ha estado asediada por directores y empresarios de cine que desean poner en la pantalla – no siempre con los mejores resultados – ese mundo caribeño y complejo del premio Nobel colombiano. Recientemente se ha vivido el boom – ¿y acaso la desilusión? – de El amor en los tiempos del cólera, pero también han sido llevadas al cine Crónica de una muerte anunciada y El coronel no tiene quien le escriba. Sobre esta última – dirigida por Arturo Ripstein en 1999 – deseo hacer los siguientes apuntes:
Primero. Existe un cambio en el lugar donde se desarrollan los hechos: ya no es el pueblo caribeño colombiano, sino un poblado mejicano. Este cambio es importante para algunos aspectos de la trama en tanto mientras el coronel de la obra de García Márquez luchó en el ejército de Aureliano Buendía durante la guerra de los Mil días colombiana, el de la película se embarcó en los levantamientos revolucionarios del Méjico de principios de siglo XX. En el filme, los elementos que conforman las disputas entre los partidos tradicionales colombianos – que soterradamente se deslizan en la obra escrita – no son trabajados con la misma sutileza para el caso de Méjico, pese a que en la cinta una buena parte del conflicto principal enfatiza en las pugnas políticas.
Segundo. También cambia un poco el matiz de las obras. Es cierto que los conflictos de la novela – el hambre, el orgullo de la pareja de ancianos, el problema político – ameritan cierta seriedad y dramatismo, pero algunas expresiones de la obra impresa introducen la risa por momentos. Por ejemplo, cuando el coronel sostiene un diálogo con su esposa, afirma la mujer “”Hay que ser medio carpintero para vestirte… en los carnavales te bastará con quitarte el saco” (27-28) La película no se permite, ni por instantes, esa intromisión de pequeños apuntes jocosos y mantiene ese tono serio en todas las escenas. El resultado es que en la novela se observa una faceta diferente de los personajes, en la que, detrás de la lucha contra la inanición se encuentran aun seres que se enfrentan a su destino a partir de la risa, conservando así ese espíritu dicharachero de gran parte del individuo caribeño. Para el lector, estas salidas humorísticas son también un alivio en medio de la tensión constante.
Tercero. La película cambia el énfasis de ciertos personajes y conflictos; por ejemplo, la imagen de la esposa del coronel tiene un protagonismo que no se presenta en la novela y que a mi modo de ver se realiza con un objetivo específico: acentuar el drama en el dolor de la anciana por la pérdida de su hijo, dolor que no gravita tanto en la obra escrita. Desde este ejemplo se percibe una de las diferencias de la película frente a la novela: mientras en la obra original de García Márquez hay una suerte de unidad del conflicto – el galopante paso del hambre que no cede a las consideraciones afectivas ni políticas-, en la película este problema central está a la misma altura e incluso en ocasiones se subordina a otros, como los enfrentamientos políticos y las vicisitudes afectivas entre los padres del desaparecido. Con esa intromisión de personajes que ayudan a ampliar la trama, la tensión por el hambre se diluye un poco en la adaptación de Ripstein, y de alguna manera neutraliza el efecto logrado en el lector por el texto original.
Por eso hacia el final de la obra literaria, cuando el coronel es interrogado por su esposa sobre qué van a comer mientras llega la pelea de gallos, la respuesta – esa “mierda” con la que se cierra la narración – conserva la fuerza necesaria para revelar la ira y la desesperación que se ha ido incubando en cada una de las líneas de la novela. En cambio la mierda de la película no suena – ni sabe – igual, porque el problema del hambre se ha descentrado un poco y al espectador se le ha dado la posibilidad de dejar de pensar que a la vuelta de un día los personajes ya no tendrán absolutamente nada que comer (ni siquiera ese café raspado de la olla, que sirve de consuelo y a la vez introducción del relato de García Márquez)
Estos son apenas tres elementos que pueden distanciar la novela de la película y que afectan la particularidad de cada una de sus propuestas estéticas. Considero que el principal reto del guionista fue poder elaborar una película que en aproximadamente una hora y media de proyección conservara esa tensión que García Márquez mantiene, no solo desde la trama misma sino en la manera sintética como narra los eventos. En el filme de Ripstein hubo que ampliar un poco esa historia virtuosamente condensada que nos presenta García Márquez; sin entrar en la defensa a priori del texto literario por encima del cinematográfico, considero que en este caso, y a pesar de lo entretenido de la película, Arturo Ripstein no alcanzó a lograr el impacto que perturba el lector hacia el final y que lo deja pensando en la suerte de dos ancianos aferrados a un gallo al que le faltan días por pelear y esperando una pensión que nunca llega.
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del Libro: García Márquez, Gabriel. El coronel no tiene quien le escriba. Colombia: El Tiempo, 2001 (1961)
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