El esquema narrativo es bien sencillo, pero en el interior de la trama se van tejiendo algunas de las particularidades de la vida de los Drag Queens, encarnados en la figura de Edwin Rodríguez. Él mismo trata de explicar en términos generales qué significa ser un Drag Queen: “los drags no son sino hombres vestidos de mujer con una fuerte expresión artística cuyo origen, sin duda, se remonta al teatro griego cuando lo hombres vestían de mujer para representar papeles femeninos… No se trata de travestis. E incluso muchos ni siquiera son homosexuales. Son hombres comunes y corrientes que de día trabajan como ejecutivos y de noche crean personajes femeninos vestidos de manera fastuosa…” (131)
Esta descripción centrada en los aspectos físicos, se amplía en toda la novela en la que se conjugan rasgos del ser gay, de acuerdo con el pensar y sentir de Edwin Rodríguez: la necesidad de mentir para mantener una reputación – ya sea como persona rica o de clase, como amante feliz, o incluso como profesional exitosa -, el amor por el lujo y las comodidades, el temor a ser la comidilla de los demás, y una tendencia a la vida licenciosa en el sexo y las drogas. Esa vida conflictiva se complementa con el constante señalamiento de la sociedad, que pese a admitir que “ser gay está de moda”, no permite la expresión libre de la homosexualidad y en ocasiones sanciona con la burla o el desprecio a quienes viven esta condición.
Sumado a todas estas particularidades, que se narran sin maniqueísmos y sin ofrecer una imagen de víctima del gay, emerge con fuerza la soledad constante: eso de que “los gays detestamos enamorarnos para no sufrir” (82), que dice con crudeza Edwin Rodríguez, cruza a toda la novela y simboliza una suerte de marca de la vida homosexual. Vivir siempre en la orfandad – familiar, social, de pareja – es una especie de lastre al que actualmente se condena al llamado tercer género, en ocasiones profundamente vilipendiado y aceptado a regañadientes.
La novela podría haberse arruinado si se hubiera convertido en un inventario de quejas de un gay contemporáneo, pero en Al diablo la maldita primavera la prosa lleva el sello del desparpajo del Drag Queen Edwin Rodríguez Buelvas. Es una prosa de diferentes tonalidades, que permite al lector navegar rápidamente entre la tristeza y el humor de “la loca”, que mantiene en el misterio la identidad de alguien en el chat y articula con pericia las introspecciones de Rodríguez Buelvas con sus experiencias en Bogotá y Nueva York. En ella se encuentran el léxico de la vida contemporánea, el lenguaje coloquial de las revistas de farándulas, y la sintaxis de un gay en confesión. Asimismo, en ella Bogotá se resemantiza y sus lugares – la gayveriana, el gayrulla de la 63 – revelan nuevas y complejas realidades.
Es la prosa del gay, quien con la misma facilidad para el drama con la que asume la muerte de Lady Di, o la desaparición de su futuro amante en las garras del sida, se sobrepone y decide continuar la vida como si nada hubiera pasado, pese a los inconvenientes que acarrea su condición sexual. Por eso puede echar al diablo la maldita primavera, con nostalgia pero sin bajar los brazos, porque al siguiente día ese drag volverá al mundo que le ha correspondido vivir: el de su propio espectáculo.
Leonardo Monroy Zuluaga
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del Libro: Sánchez Baute, Alonso. Al diablo la maldita primavera. Bogotá: Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, 2007.
A pesar de no tener nivel adecuado acerca de los temas que se tratan en “Leer literatura Colombiana”, agradezco la oportunidad que este grupo le brinda a los estudiantes que nos interesamos en alimentar algunas de nuestras necesidades, respecto a lo que nos compete como educandos de lengua castellana y literatura.
ResponderEliminarMuchas gracias
Jenny Rossana Rodríguez Cruz
Lic Lengua castellana y literatura
Universidad del Tolima