lunes, 26 de marzo de 2012

NOTAS DE INFRAMUNDO

 A juzgar por los antecedentes – una serie de anécdotas surgidas en Buenos Aires y colgadas en un blog, un poco desteñidas a decir verdad- es Notas de inframundo la primera obra en prosa realmente seria de Alejandro Cortés González.  Aparte de ser creativo publicitario –tal como aparece en la pestaña de la novela mencionada- y de cierto perfil al mismo tiempo irreverente y elegante, a Alejandro Cortés no se le conoce en el campo literario nacional.
Notas de inframundo es el título de su primera novela, ganadora del concurso nacional de Novela Corta organizado por la Universidad Central en 2009. La novela cala bien en la convocatoria: 108 páginas con un interlineado agradable y hojas en blanco para el cambio de capítulos. De entrada, la extensión es un aperitivo para lectores con afanes lo cual no indica que la obra sea superficial.
Notas de Inframundo narra la historia de Leo Rodríguez, un metalero que se convierte en la comidilla de un grupo de facebook conformado por sus ex novias y encargado de deteriorar su reputación. La obra se mueve entre la exploración del misterio sobre la persona que está detrás del grupo y los recuerdos de Leo Rodríguez sobre su vida como bajista de la banda Bajo Tierra.
Debo decir que tengo un prurito frente a ciertos lugares comunes de las obras que exploran la vida de los rockeros. Me desencanta esa suerte de obsesión por mostrarlos como viciosos desmedidos cuya existencia azarosa termina siempre en la tempestad de la vida nocturna (algo de eso hay en la realidad, aunque no es apropiado caer en la estigmatización, como si en otras expresiones musicales no se cultivaran la violencia y los vicios abiertamente). Me desencanta igualmente, el que a los rockeros se les muestre torpes, casi siempre irracionales, entregados al hedonismo.
En la literatura colombiana se han ensayado imágenes de rockeros –músicos y fans- con diferentes niveles de acierto. Preferiría, en ese sentido, los melómanos de Las ceremonias del deseo de Sandro Romero Rey, a esa especie de profeta del Metal, protagonista principal de la novela Conciertos del desconcierto de Manuel Giraldo. Recuerdo asimismo el grupo de amigos de la rubia de Que viva la música de Andrés Caicedo y los devaneos de algunos personajes de Opio en las nubes de Rafael Chaparro Madiedo. En todos existe, por momentos o definitivamente, esa mezcla de sexo, drogas y música que en ocasiones se torna previsible.
Aunque no se aparta totalmente de esos lugares comunes, Notas de inframundo da un giro a la representación del rockero, en especial del músico, apuntando hacia las dificultades que existen –más, en un país tropical, con una insípida tradición en el género- de organizar una banda de Metal. En sintonía con el espíritu de la obra podríamos recordar el estribillo de una de las canciones de AC/DC, que con voz profética afirma: “It´s a long way to the top if you want to rock a roll”.
Siguiendo a Bon Scott, el camino para Leo Rodríguez –protagonista de Notas de inframundo- es largo y, sumaríamos, con una nota local, pedregoso. Rodríguez debe arreglárselas, por ejemplo,  para convertir su guitarra en un bajo (quitándole las dos primeras cuerdas), ahorrar con empeño para hacerse a un bajo de verdad (de “combate”, por cierto), y hasta sonsacar de la iglesia al tecladista de la banda, y de la orquesta del colegio al baterista. Por si fuera poco, luego de consolidada la formación, Rodríguez vive junto con la banda, la decepción de los contratos incumplidos o, en ocasiones, la injusta indiferencia –cuando no repulsa- del público. ¿Qué músico de rock colombiano no se siente identificado con este camino?
Detrás de todos estos inconvenientes, que Rodríguez narra con cierta sorna, emana lo que considero uno de los aciertos de la obra, acaso no del todo explorado debido al paginaje: el imaginario del músico de Metal. Es un imaginario construido en el placer de sentirse creador, pero también de ser reconocido por fans de diferentes pelambres. Es un imaginario que se soporta en la esperanza de que en cualquier momento la fama alumbrará ese camino de espinas y se vivirá por siempre de conciertos y regalías de discos. Es un imaginario que, como en el caso de Leo Rodríguez deriva en el afán por una vida sin compromisos, en contravía con la idea de éxito que ha engendrado la sociedad burguesa. Rodríguez afirma, en este sentido:
En conclusión, mi progreso ha sido seguir siendo igual. No estudié, no he trabajado en nada diferente a Leo Pan, la mensajería en la empresa de abogados y el bar; no me he casado, ni siquiera tengo una novia estable, no planeo tener hijos, no planeo nada. (77).
Esa faceta del rockero se desarrolla en contrapunto con la de sus relaciones sexuales y cuasi amorosas, en las que Rodríguez hace gala –en sintonía con su visión del mundo- de un cinismo provocador. En el afán de descubrir cuál de sus ex amantes es la responsable de los vituperios proferidos por la red, Rodríguez realiza otro ejercicio de memoria en el que pasan escenas de sexo que varían de acuerdo con la mujer de turno. Pese a lo fugaz de las relaciones, la caracterización de los personajes –Rodríguez y sus amantes-  no trastabilla, lo que es elogiable en una novela corta.
Acaso lo que aleje la imagen común de ese rockero que asegura su promiscuidad desde la fama mínima que le produce el ser músico, es la manera como Rodríguez expresa los inconvenientes en sus relaciones: regularmente lo hace con sentencias cortas, cargadas –ya se ha dicho- de cinismo y humor negro. Tal cual, por ejemplo, esta afirmación de Leo sobre una de sus conquistas: “Ella decía que mi esperma era azucarada y le gustaba mucho. Qué bueno que alguien haya encontrado mi lado dulce” (71).
Recapitulando, hay un equilibrio casi imperceptible entre las cuitas de un músico de Metal en Colombia y su actitud desenfadada, que termina por burlarse de la vida con todo y relaciones afectivas. A esto hay que sumarle, en el plano de la estructura, la conservación de un misterio que se mantiene hasta la última página y la descripción rápida que se hace de escenas y personajes. Finalmente los lectores pueden encontrar en la escritura de esta novela el mismo vértigo de un tema de Metal lo cual podría quitarle  méritos pero a la vez hacerla atractiva. 
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del Libro: Cortés Gonzalez, Alejandro. Notas de Inframundo. Bogotá: universidad Central, 2005. 

lunes, 19 de marzo de 2012

ESTUDIOS DE LITERATURA

Los acercamientos realizados teóricamente a la literatura varían –por razones obvias- según la época,  la escuela a la que se inscribe el teórico y por la visión o experiencia del crítico con la o las obras que estudia. Esto indica –y ya se ha dicho antes- que la crítica guarda una gran fuerza ideológica, así esta sea explicita o se esconda en los llamados “vericuetos del lenguaje”. De tal forma que el abordaje de la crítica encierra un “juego binario” para el crítico y el lector de la crítica, pues este último pasa de ser, en principio, un expectante para llegar a ser un actor directo dentro de ella. Veamos por qué.
El “juego binario” inicia entre crítico y autor de la obra, pues el diálogo de discursos es una constante entre los planteamientos del crítico y el o los “horizontes” que el texto estudiado abre. Es así como inicia esa “conversación” a la que llamó Sartre de esta manera: “los libros son como voluminosas cartas a los amigos”. Ahora bien, para tratar el tema del lector de la crítica –papel que en este momento juego- este se da, como se mencionó líneas atrás, de manera expectante, dado que la lectura se presenta como el escuchar una disertación, en la que yo, sujeto lector, “desempeño” un papel –en principio- pasivo en ese ejercicio.
La pasividad es aquí entendida no en términos de quietud mental, pues es claro que el abordaje de un texto es ya una actitud que niega el quietismo. Ahora, ese papel que es en principio de pasividad cambia cuando realizo una lectura entre líneas, indagando, recibiendo, escuchando las voces que del texto me atacan por todos los flancos. En este orden la lectura se desarrolla como lo plantea Gadamer en una “mezcla de horizontes” cuya fuerza nos lleva a re-pensar la actividad lectora, más cuando esta trae consigo juicios de valor que quizá sesguen mi criterio valorativo sobre tal o cual autor.
En este sentido, lo planteado por Isaías Peña Gutiérrez en “Estudios de literatura” publicado en 1974, libro nutrido por siete aproximaciones valorativas sobre temas que competen a la Literatura Colombiana y el diálogo que esta innegablemente tiene con el mundo (concretamente el Latinoamericano) permite observar un trabajo destacado -que a grandes rasgos va a ser presentado- en cuanto a posibles nuevas formas de abordar el fenómeno literario colombiano.
El libro inicia con una valoración titulada “Génesis y contraposición de la narrativa: Colombia, 1960-1977” en el que se hace un rastreo interesante por aquellos fenómenos históricos y literarios que llevaron a que se desarrollara la llamada “literatura de la violencia” como género literario. Aquí el autor plantea un nombre para esta literatura, él la llama “Narrativa del bloqueo y del estado de sitio” haciendo alusión al bloqueo que padece la Cuba comunista como suceso latinoamericano y estado de sitio por la declaratoria presidencial en la Colombia de la época.
El criterio de llamar a la literatura escrita entre 1960 y 1977 como “Narrativa del bloqueo y del estado de sitio” personalmente me parece importante dado que responde a la típica pregunta de “¿por qué literatura de la violencia la escrita en las décadas de 60 y 70, acaso el país aún no está en guerra? O ¿en qué género queda inscrita la narrativa de las últimas tres décadas que tratan temas de la violencia?”
Preguntas que en apariencia sonarían como simples pero que traen consigo un gran número de interrogantes propicios para la discusión temática, pues no sólo es de forma sino de fondo lo que en este ensayo suscita Isaías Peña Gutiérrez. Es así como deja un interrogante mayor: "La narrativa del estado de sitio, como nombre, sólo tendría un inconveniente: que lleguemos al siglo XXI en estado de sitio". Año 2012, al parecer, la premisa se cumplió.
El siguiente ensayo titulado “El más allá y el más acá del “boom” de la literatura latinoamericana plantea lo que en la actualidad se ha tornado recurrente y monotemático, pues siempre gira en torno a la piedra en el zapato de los escritores colombianos. Este autor cuyo nombre ha sido reducido a tres iniciales como la placa de un vehículo “GGM” lleva, y llevará el lastre de “verdugo de las letras Colombianas”. Es importante nuevamente contextualizar al lector que el texto aquí reseñado fue escrito en 1979, donde aún la discusión iniciaba y el culpable se señalaba con la uña del quinto artejo de pie.  
“Praxis y tendencia en “Tierra de promisión” de José Eustacio Rivera” es el tercer ensayo que presenta Peña Gutiérrez quien, a parte del diciente título, centra al lector desde las primeras líneas cuando afirma “Queremos ver el poema como una realidad externa al hombre pero jamás venida por generación espontánea. Analizarlo como un objeto pero no al estilo escolástico donde el objeto no tiene nada que ver con sujeto, como clasificación y realidad. Queremos penetrar en él entendiéndolo como una praxis creadora en un contexto social histórico” (pág. 45). Cabe anotar que en el transcurso de la lectura, esta toma rasgos estructurales, pues la forma de llevar el estudio a la poesía de Rivera cae en el análisis estructural de categorías, aunque no por ello este pierde validez.
Siguiendo con el estudio de la poética nacional son los timbrazos de un poeta quindiano los que captan la atención del lector, Dos libros del poeta Luis Vidalesse titula el cuarto ensayo que presenta las dos más importantes obras poéticas del olvidado Vidales. “Suenan Timbres” libro por el cual se dio a conocer el poeta en 1926 cuando las sombras del romanticismo y el advenimiento del modernismo captaban la atención del público lector. La Obreríadapublicada en 1979, medio siglo después de Suenan Timbres, hace parte también de esta interesante aproximación.
“Sonaron nuevos timbres o sonó el timbre porque el timbre no existía (existía la campana) en nuestra poesía: el timbre hacía  parte del desarrollo industrial en ese momento” (pág. 74). Si valoramos este juicio de Isaías Peña Gutiérrez podemos entonces comprender por qué a este poeta se le llamó “el verdaderamente nuevo” sin demeritar por supuesto lo hecho por León de Greiff y los poetas que integraron el llamado grupo de “Los Nuevos”. Ahora bien, lo que se plantea en el ensayo es –y haciendo la relación entre los libros- como lo dice el crítico “se necesita más aire en los pulmones para leer a  La Obreríada que para cualquiera de los poemas del anterior libro” (pág. 81). De esta manera se acentúa que la poética de Vidales no fue estática al pasar del tiempo.
“De Luís Carlos López a Ciro Mendia”  muestra una relación temática en estos dos autores, pues la sátira, el humor, la ironía entabla entre ellos vasos comunicantes a pesar de la diferencia espacio temporal, pues pertenecen a épocas distintas. “Por eso López y Mendia para estas notas solamente son dos poetas concomitantes y divergentes y, sobre todo, una poesía poco cultivada en Colombia” (Pág. 86).
Aproximaciones a Las convulsiones de Luís Vargas Tejada” y “Apéndice: Poética y fonología” son los dos ensayos con los que cierra esta valoración de algunos aspectos de la Literatura Colombiana. En el primero de estos resalta la forma en que el sainete es utilizado por Tejada, aparte del estudio a los personajes y espacios escénicos de Las convulsiones. En el último se da una temática con un fuerte influjo teórico poco presente en los otros ensayos, el cual muestra acercamientos a la retórica tradicional, el encabalgamiento, el paralelismo, la rima.
Así pues queda presentado a grandes rasgos el libro de Isaías Peña Gutiérrez, el cual servirá para la discusión que gira en torno al hecho literario colombiano y cómo este entabla un diálogo directo con el mundo en general.

JHON EDWIN TRUJILLO
Ficha del libro: Peña Gutiérrez, Isaías; “ESTUDIOS DE LITERATURA”

1979 Ediciones el Huaco Ltda. Primera Edición Bogotá, D.E. Colombia

lunes, 13 de febrero de 2012

LETRAS PARA TRASHUMANTES DE LA CALLE.

Siempre que se ha escuchado hablar de un autor que resulta importante para las letras de algún lugar, se espera que lo que llegue a  las manos corresponda con lo que se ha oído. Pero en este caso, debo decir que de entrada, no fue así. Claro que la visión sobre el particular cambiaría pronto. 

El libro en su presentación es poco atractivo; un marrón vencido y una imagen de portada opaca que sólo se  entiende cuando se acerca lo suficiente a la vista (“Impasse Cottin” de Maurice Utrillo: pintura en la que se aprecia un callejón de casas impares que termina en una cuesta de escaleras y en el que no hay sino un farol desprovisto de energía. Cuatro siluetas humanas suben por la escalera). El nombre del autor muy por debajo de la letra normal, no se reconoce con facilidad, y un sello editorial  desconocido. Sin embargo, casi como único elemento que llama de entrada la atención del lector se encuentra la metáfora de lo desolado que puede resultar algún lugar: La calle del farol dormido.

Con este título cualquier lector avezado sabe que en medio de su cansada imagen, existe la  necesidad de auscultarlo, de seguirle la línea hasta que en medio de todo se descubra  por qué  el libro se presenta de esta manera y bajo ese título. Pues es claro que no se trata de una metáfora plana y falta de contenido,  antes bien, desde la simbolización del lenguaje, se hace referencia al abandono y el desarraigo, evidentes en una  calle  que se adueña de la ciudad en la penumbra.

En este libro de relatos, César Pérez Pinzón, haciendo un serio miraje a la ciudad de Bogotá, recurre al reconocimiento que se ha negado a los habitantes de la calle, y, con particular belleza,  da vida a algunas de las historias que se urden en la mala sombra del cartucho y sus barrios aledaños, como el Santa Fe y el cementerio central. Podría decirse que incluso la misma calle no es el objetivo, más parece que se buscara la inocencia clandestina que rodea la cotidianidad de los personajes que circulan por la Bogotá de la oscuridad, del vicio eterno.

No se ignora ninguna puerta y hasta los refugios, donde se ocultan algunos hombres y mujeres de actividad oscura, son sacudidos por el estrépito de un puño insistente sobre la madera engrasada y carcomida, que los separa de las heladas corrientes del aire exterior. La humedad y el frio se atenúan por la persistente bruma que se pasea por la ciudad como un sucio velo ocupado en opacar el fulgor de los astros y de los avisos luminosos.”  Pág. 15.
Cinco historias componen La calle del Farol dormido. En alrededor de 150 páginas podrá el lector encontrarse con la vida de Fabrizio Ovelar, un hombre que gasta  en prostitutas y licor el escaso pago de la pensión que ha conseguido como profesor de historia, y que en medio de una extrema urgencia familiar, decide intentar un robo para terminar en un eterno odio hacia los niños. Se encontrará seguramente el lector con el naciente cinismo de Marcelo Cabral que, en apariencia, tiene un encuentro demasiado cercano con el pasado de su padre y con su futura muerte. Este Marcelo Cabral ha de aparecer nuevamente en la escritura de Pérez Pinzón cuando publique su novela Hacia el abismo, en la que sin duda es un personaje mucho mejor trabajado.

Pero no todo en el libro se reduce al submundo del alcohol y las drogas que circulan por el cartucho. Los dos cuentos con que finaliza, están dedicados a otra suerte de destinos. En uno se asiste al descubrimiento de un acto terrorista que termina por destruir la vida de tres viejos amigos, y que hila entre su trama, la historia de la explosión del avión de Avianca en pleno vuelo en el año 1989; en el otro, un reconocido escritor pareciera dictarnos su biografía a través de un narrador que se inmiscuye con autoridad en fragmentos poco referenciados de su vida.

En fin.  Quiero hacer un breve paneo por su primer cuento, Aquella noche silbaba el viento, que  a mi juicio, encarna el sentir profundo del título del libro, y que en medio de sus líneas logra atrapar con verdadero encanto a quien lee. Tuve la posibilidad de  conocer el cartucho en mis tiempos de adolescente, y de oír algunas de las acostumbradas historias de muertos y desaparecidos, y pensé que en los relatos de esta obra hallaría el retrato de cadáveres que no se desperdician y de hombres que conviven entre el hedor y el ronquido agudo de las ratas mientras apaciguan el hambre con pegante o periódico mojado.

Sin embargo, lo que me conmueve de este relato de César Pérez no es la evidencia del abandono o el reconocimiento de la extrema miseria a que son condenados, por mano criminal o por mano propia, los habitantes de esta extinta zona álgida de la ciudad. No. Es la ternura, la calidez y los lazos de afecto que el autor desnuda para la ciudad misma, que no entiende que en medio del estrecho habitáculo por el que circulan mil y un mendigos, nómadas del centro urbano, existe la entera vocación de lo honesto, del respeto y de la ley.

Mateo y María, personajes centrales de la narración, son trabajadores de la plaza de mercado, que por situación de precariedad deben acomodar su vivencia cotidiana al trajín que ofrece la mencionada calle. Pagan un par de pesos por un cuartucho de mala saña en una pensión innombrable. Pero su rutina se ve invadida por el romance de su mujer con un hombre joven, que más temprano que tarde, hallará la muerte por causa de las lógicas de lealtad que se tejen en la confabulada noche de los desposeídos.

La lealtad  es el sentir sincero que une a dos o más hombres en defensa de común causa, por la convicción de su honrado proceder y anteponiendo, incluso, la vida. En el caso del relato de María y Mateo, los habitantes de la calle del farol saben que es preciso resarcir al inquilino que ha visto burlada su honestidad, limpiarlo de la intranquila mente de quien descubre a su mujer sosteniendo constantes encuentros de pasión con otro joven del sector, y que es necesario que el culpable pague con su cuerpo lo que le ha quitado al otro.

En esto consiste la trama, y para fortuna del lector, el ojo termina agradecido por los constantes ritmos y puntos de tensión. El narrador se acelera cuando evoca el instante en que el corrillo de míseros se reúne para dar fin  a la existencia del joven fornicario,  abre certeras dudas en el lector cuando se devuelve a la escueta vida matrimonial de Mateo y María.Reúne en nuestra memoria las posibilidades para que nos confabulemos con los criminales y no con los amantes, porque nos mete en la lógica secreta de la cuadra del farol, en la que sólo puede haber lugar para los afectos de fraternidad; suficiente desprecio se tiene afuera como para traerlo pegado al cuello hasta la propia vecindad mortuoria. Así que  el relato transcurre maligno hasta el punto en que se sentencia, con toda crueldad y legalizada mano al amante, que sólo y en medio de la lluvia, extingue cualquier esperanza de vida para su cuerpo apaleado por la horda.

A pesar de encontrar vestigios de misericordia en el relato,  y de creer que en ocasiones el narrador parece no compartir la suerte que correrá el joven, Pérez Pinzón aterriza con precisión las imágenes que la calle destina para sus hombres:

Un nuevo grito de júbilo por parte de los reunidos le usurpa los recuerdos y vuelve a ver al muchacho que se arrodilla conteniendo la sangre que salta a borbotones de su nariz golpeada. Empieza a declinar su decisión y, por unos momentos que debe parecerle despreciables, su cara es surcada por afilados gestos de urgente misericordia. (…) La fortaleza de sus músculos no se ha echado a perder, pero ahora se ven disminuidos, como un caucho al que acercan una llama. La piel de sus pómulos se ha secado buscando un pronto contacto con el hueso y el rosa natural de sus labios ha menguado. Algunas de sus costillas forcejean contra la carne de sus costados.”
Entre tanto, los esposos parecen aceptar que la lógica de la calle no está en  acabar su relación, sino en extinguir la vida de quien ose intervenir en ella. No se trata de renunciar al hogar  que han construido, tampoco a  los placeres que se ofrecen; simplemente se elimina cualquier intento de  intromisión. En ello reside la trama del relato.

La sutileza del lenguaje de este autor tolimense, permite ver que su estilo no vacila  a la hora de hacer que la realidad, por más tosca y cruda que sea, pueda dictarse para la historia con palabras precisas y que ennoblezcan el acontecer  del hombre sobre el tiempo. Hay rigurosidad en el detalle, que acompañado del sentir poético que ha caracterizado la narrativa  de Pérez Pinzón, hacen de la prosa de este libro de relatos, una continua lección de prudencia y exactitud.

Omar González.

Ficha del libro: Pérez Pinzón, césar; La calle del farol dormido. Fondo mixto para la promoción de la cultura y las artes del departamento del Tolima. Forum Pacis editores. Ibagué 1996. 148 páginas. 2da edición.

martes, 24 de enero de 2012

LAS ALABANZAS Y LOS ACECHOS


La forma como se puede concebir un libro de cuentos, ya sea por parte del   lector o escritor, subyace, en cierta parte, en descubrir una temática que encierre los relatos a través de las exigencias de la escritura dando una diversidad de temas para su entendimiento. Es decir, que las lecturas y escrituras pueden darse por un  tópico que encierre varias historias en un libro literario. En otros casos pueden ser textos fragmentados con un carácter distinto, es decir, tener diferentes temáticas con el fin de recrear un mundo poco tangible al lector para que este mismo busque afinidades.

La producción de cuentos que rondan en medio de un territorio y en intermitencias de personajes que por momentos vienen a ser vitales en los relatos, es lo que se puede encontrar en el libro de Fernando Cruz Kronfly, Las alabanzas y los acechos, del año 1980.

El libro contiene una exploración del ser humano por pasajes comunes y en territorios no poco conocidos, enmarcados desde otras ópticas que se desprenden en la amplitud de la existencia y en los recuerdos como síntoma de desequilibrio constante, para someterse al contenido social que alberga incertidumbres.

Los recuerdos acompañados de Silvestre Morón, es un claro ejemplo donde el relato le da una importancia al recuerdo en la trama de un circo. El recuerdo se viene a enfocar con la llegada de una mujer  demasiado talentosa, buscando un trabajo donde explorar nuevos territorios, y que el narrador conoce muy bien al describirlo  y describirla en su labor: “…todo aquello que guarda relación en el manejo del cuerpo con el límite del peligro… -y continúa- estuvo a punto de aprender a hipnotizar, y a quien casi mata de un mordisco en el cuello, una noche de amor, pues…” (Pág. 35). Las acotaciones del narrador, no son un simple espectáculo erótico, sino, también, el divertimiento del peligro y la imposibilidad mezquina de sondearla en los vestigios del amor en un escenario común como es su apartamento.

La expresión de este autor caleño viene a representarse en sus cuentos como un dominio de la vida en los espejismos, en la curiosa inversión de los personajes y los cambios de narradores. No obstante, los retornos que se llevan en la mayoría de cuentos se dan por la existencia de Salamando. Él es un eje en las historias que se entre cruzan en los cafés. Cuando lo habitantes de las calles deciden hilar los recuerdos, siempre entrarán poseídos por Salamando, no como una bestia infernal, sino porque se hace indispensable seguir el rastro de este personaje para tejerlo con los demás relatos: “Ver pasar al viejo Salamando, tan frágil como se observa en panoramas desde aquí,…(Pág. 14.). El personaje aparece constantemente, de cuento en cuento, como figura estructurante del libro. así por ejemplo, en otra narración se afirma que  “Eloy Salamando hizo a un lado algunos algodones entrapados…” (Pág. 81.) La presencia de Salamando es, en ocasiones marginal, aunque constante, y se proyecta como principal en un relato llamado Nadie se muere en esta vida.

Por otro lado, se observa, además de las inversiones estilísticas, que los cuentos vienen a circular por entramados indescifrables y tormentas en los muros de los barrios que provienen de una o varias guerras metaforizadas desde lo más mínimo de sus detalles: “Además, si en medio del combate un pájaro gira en el cielo de cenizas… y de aquellos promontorios de muertosinocentes que se forman en las esquinas” (pág. 105.).

No hay que mirar de soslayo las intermitencias de la escritura de Kronfly, ya que en cada uno de sus relatos se conservan estilos para bifurcarse y desentrañar el laberinto de Las alabanzas y los acechos.

LUIS FERNANDO ABELLO
Ficha del libro: CRUZ Kronfly, Fernando,  Las alabanzas y los acechos,  Editorial Oveja Negra Ltda, 1980. Bogotá, Colombia.