lunes, 9 de julio de 2012

NOCHE DE VIAJERO


Decididamente llegas a casa y te encuentras en la situación de soledad y humo que has buscado desde muy temprano en la noche. Reina el silencio de los durmientes y te ampara la añoranza de saberte solo en medio de este resquicio que ha quedado del intento por cruzar el día. Y lo ves, quieto ahí en su ansiedad de ojo, esperando el momento para devorarte. Es otra vez Méndez Camacho, para asumir la soledad. Poemario.

Ansioso persigues el título que, por azar, ha quedado entre tus dedos,  y la imagen te cubre de súbito con  su ataque. Vienes hastiado de la noche y sus lugares –para ti los cotidianos, siempre nuevos para ella- y te recibe la rúbrica sencilla de aquello que muestra que no eres más allá de lo que dicte el poema en esta noche de viajero
que acusa
cuando  te sentencia:

Sudas, maldices en voz baja,
cierras los ojos y persigues
un sueño grato que tuviste
en la última noche de vacaciones.
Maldices otra vez
para apagar la luz
implorando que acabe la vigilia.

Hay un llamado a la oscuridad en estos versos, un reclamo para que acuda la noche y  el poeta pueda hundirse en el sueño. También ves hastío, una nausea cotidiana que asquea, ante la que no hay posibilidad distinta a la huida, la búsqueda infranqueable del camino hacia Morfeo, porque tal vez en los instantes del sueño puedes recordar la calma de los días, para vivirlos nuevamente, aunque cíclicos y miméticos. Ves que en las anteriores líneas  se encuentra un propósito negro que te ha ganado por completo. Palabras que relacionan el divagar de tu cabeza que se alborota cuando las letras confabulan para decirte que también te gana el miedo. Sudas. Maldices lo maldito de las letras. Te declaras devoto de la luz y asumes la esperanza del siguiente día. Sin embargo, el confabulado hace un nuevo ataque y te confirma que la noche se ha dispersado por los rincones de la casa y hace ruido. Cada objeto te punza
para que
lo consideres
cierto.
Entretanto,
la noche se diluye en ruido vanos:
El quejido del tren que sirve de cuchillo
para punzar la oscuridad,
el ajetreo de pasajeros y equipajes,
los minutos marcados
por el reloj de agua
de un grifo que gotea.

No molesta decir las cosas que se ocurren cuando se está solo, y se halla el hombre de bruces contra la palabra; tan seria ella. Entonces se hace evidente  de nuevo el  sudor y el cigarrillo es atraído por una mano que busca la seguridad, la calma. Afuera el bullicio es una estampida, la misma que se manifiesta en los pasajeros y equipajes que alucinan la tranquilidad de la voz poética, esa que después de apagar la luz da lugar a los imaginarios y las sombras provistas de vida, para que en medio de su  desvarío obsequie para la palabra misma la imagen del tren que rompe los tímpanos y vulnera la tranquilidad con mano criminal. El lenguaje es trasparente y no se anda con harapos o argumentos simples. Sólo el golpe fortalece, el reconocimiento de ser frágil, de azararse cuando Camacho asegura que eres viajero de la noche  condenado por tu propia mano y sometido por
 un misterio
siniestro
ante el que
Sudas copiosamente
y alargas la mano en la penumbra para buscar
-con ademán de ciego-
el frasco de los tranquilizantes,
y te encierras
en esa duermevela de viajero
que teme
noestar a tiempo en la estación
del siguiente día
para comprobar
                                         que tu impostada fortaleza erige una vez más el esqueleto que eres para los otros. Entonces, ante la evidencia de saberse despojado, solo y frágil, buscas de nuevo entrar en el sueño. Pero -sugiere el poema- te ves invadido por la imposibilidad de hallar consuelo, te desvelas y haces el mejor de los intentos para calmarte, en vano, pues los nudos noctámbulos se han cernido sobre ti para cegarte en el anhelo de un amanecer al que de seguro no  llegas. Lees trastornado nuevamente ese poema, Noche de viajero, teniendo la certeza de que está en tus manos el cuerpo completo de una cosa que te revela desnudo,
imposibilitado para la palabra,
la pregunta:
Cuál es tu viaje y hacia dónde,
cuál la ruta a seguir y
losmotivos que te obligan a  huir.
Como si fuese fácil
atreverse a dar respuesta
cuando no hay otra que no sea la misma que te ha llevado a consumir las letras en silencio. Sólo te sabes en las fauces de la sorpresa que el lenguaje teje alrededor de las veladas de locura rota. No eres más que las cosas que el poeta hilvana para trastorno de tus sentidos; la iluminación nocturna, la lucidez de saberse burlado por la palabra impresa que algún alucinado pronunció en su Cúcuta natal.

Jamás es necesario acechar bajo el nocturno para afirmar la carne de la presa entre las fauces; únicamente es anzuelo la escritura, que con su poder de palabra y de silencio, a decir de Drumond de Andrade, se consume a sí misma, pues  en la búsqueda
de contacto con
el verso efímero
Sería igual si hablara tu lenguaje
pues no hay idioma conocido
para intentar, siquiera,
una respuesta.

Al final, cansado de parpadearte la noche, concilias el sueño.  Ha sido un fracaso enfrentar el poder de la palabra, de ese lenguaje oscuro que aguarda más allá de lo nombrado  y tu evidente frustración. Te sueñas en medio de acertijos y al fin pareces hallar salida en el fondo de tu nocturno afán. Amanece, abres los ojos y nada parece haber cambiado, salvo tu noción de tiempo, y un poemario al que le falta una hoja, que en medio de la noche halló nido en ti para volverse miedo.

Omar Alejandro González Villamarín.
Ficha del libro:
MÉNDEZ CAMACHO, Miguel: Noche de viajero. EN: Para asumir la soledad. Poemario. EN: Exilio. Revista. No 19. ISSN 0122-0063. Bogotá 2009.

sábado, 16 de junio de 2012

LA ESPLÉNDIDA CASA DE LA DECADENCIA” DE POLICARPO VARÓN.


No es nuevo decir que el hombre es un ser complejo por antonomasia. Su vida, no en términos biológicos sino existenciales, guarda una asimetría radical con los otros seres que comparten con él sus mismas características, ahora sí, biológicas. Decir que la composición literaria lleva al hombre a límites insospechados tampoco es nuevo, que además de esto lo describe según su época y cómo esta visiona al hombre al igual que la paideia griega, son conceptos que ya reposan en conocidos manuales de literatura y filosofía.
Aun así, decir que la comprensión del hombre implica (como lo afirmara el filósofo de la selva negra) necesariamente una comprensión del ser,  permite centrar la interpretación del hombre habitante del texto literario en la develación misma del hacer del sujeto. Este hacer es un hacerse en el tiempo que es ya de por sí histórico. Dicha historia sirve como antecedente a la propia conciencia, manifestándose así que al surgir la pregunta sobre lo sucedido se está recordando un pasaje de la propia historia que ha hecho mella en el ser, y que a su vez no le es indiferente, por eso lo recuerda, busca angustiosamente reinterpretarlo, pero sabe de ante mano que si surge una nueva interpretación esta es sólo el posible contrario a lo ya sucedido, lo incambiable, la página impresa y publicada.
Ese retornar al pasado es excavar la tumba donde yacen los recuerdos que otrora marcaron nuestro paso por el mundo. De ahí que intentar recordar aquellos hechos en muchos de los casos queda en un simple pretender, las razones de esta decisión son muchas, la primordial: conservar la aparente calma alcanzada con precariedad.
La espléndida casa de la decadencia, cuento que hace parte del libro titulado El falso sueño publicado en el año 1979, narra la historia de dos personajes (Rosina y un hombre, voz narradora) cada uno en sus circunstancias perseguido y perseguidor del tiempo, tal como se lee al inicio de la narración: Varias veces en el año yo me acordaba de Rocina y me decía  que lo primero que haría al volver a San Bonifacio sería ir a verla (pág.155).
El recuerdo -eje central en el que gira la narración- vive al acecho del hombre, trayendo con sigo felicidad pero también angustia, necesidades no satisfechas, aplazamientos que quizá le pudieron haber dado sentido al presente, en fin posibilidades inconclusas que marcan proyectos frustrados. En este orden el tiempo es como (…) la interminable corriente del agua de la fuente (…) (pág. 158) que observa Rosina, y el ser (…) las flores marchitas y abandonadas (…) (pág. 159) de su jardín.    
Recordar es como si al observar la cicatriz no nos satisficiera la mera imagen  que esta ha dejado en la piel, sino que recurriéramos a provocar nuevamente la herida para sentir una vez más aquel momento vivido, el imperceptible sonido de la piel al desgarrarse, los dinámicos colores de los tejidos desnudos y posteriormente bañados por la sangre. En consecuencia son todas estas escenas las que rememoran vivencialmente el acto mismo a recordar.
Pero desempolvar el recuerdo tiene el propósito de pensar la posibilidad de volver a vivir estos hechos, la visita del hombre a casa de Rosina así lo hace saber. Él va en busca del pasado que vivió al lado de ella, confronta su realidad al ver en la mujer la misma figura férrea y hostil que conoció hace dos décadas, claro, ya aminorada por el paso del tiempo: En el corredor sólo había hecho una pálida imitación del esplendor que había perdido, actuaba todavía (siempre fue la primera actriz en la comedia de la vida) pero era una actriz acabada y desacreditada, abatida por el tiempo (pág.157).
Tal “abatimiento” no era sólo de Rosina, este estado lo comparte con el narrador, de ahí que haya decidido regresar a verla pensando quizá que al volver a San Bonifacio haría un “viaje en el tiempo” y rememoraría un estado de gozo junto a ella. Este propósito no se pudo dar al comprender el narrador que Rosina ya no llenaba mis largos silencios (pág. 158) y que la mujer sólo conservaba (…) la fiereza del náufrago (pág. 158).
En tales circunstancias reconstruir la historia constituye una labor dispendiosa para quien la ejecuta, mas si esta implica al ser mismo que se indaga y se cuestiona, pero que en definitiva es consiente que al final de la vida es poco lo que se puede llegar a hacer para resarcir lo postergado, que la duda es la herida que no sanó, es la voz que habla de posibilidades, o mejor, el leve quejido agudo y continuo que sigue  (…) consumiendo sus días en la soledad y la indecisión (…) (pág.158).    
JHON EDWIN TRUJILLO
Ficha del libro:
VARÓN, Policarpo. La espléndida casa de la decadencia. En: “Cuentos Del Tolima. Antología Crítica” Sello Editorial Alma Mater, 2011. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

LA LITERATURA COLOMBIANA EN EL SIGLO XX


Hacia finales de 1980 y comienzos de 1981 se vivió, en el ámbito de la prensa nacional, una disputa entre el asesinado dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado y el profesor de la Universidad de Bonn, Rafael Gutiérrez Girardot. El eje de la polémica: un extenso ensayo de Gutiérrez titulado “La literatura colombiana en el siglo XX”, publicado en el tomo III del Manual de Historia de Colombia, cuya financiación corrió a cargo del Instituto Colombiano de Cultura y Procultura.
Además del periódico El siglo y la revista Gaceta, los textos que públicamente intercambiaron Gómez y Gutiérrez Girardot se pueden encontrar en el libro Hispanoamérica: imágenes y perspectivas (1989), bajo el título de “La ciencia conservadora”. Está de más exponer cómo el profesor colombiano empequeñece los argumentos de su contendor con una prosa llena de ironía y erudición que desemboca en una postura política, de duros ataques en contra de los ex presidentes Eduardo Santos y Laureano Gómez.
Para dejar al lector el disfrute de esta polémica no desempolvaré vituperios mutuos, aunque la gazapera sirve para acondicionar la interpretación del texto. Me detendré mejor en algunas de las lecturas que realiza Gutiérrez sobre la literatura nacional en el ensayo de marras. La perspectiva del texto persiste en considerar -como todos los escritos de Gutiérrez Girardot-  la indisoluble relación entre sociedad y literatura: el crítico literario observa la literatura nacional a la luz del proceso de la modernidad occidental en el que, según su visión, estamos involucrados todos los latinoamericanos.
Desde esta perspectiva, traza una sutil línea que divide una mentalidad católico-señorial, de una moderna y que acepta la duda como su derrotero.  Entre quienes adhieren a la primera se encuentran escritores refractarios, desde lo estético e ideológico, a los imperativos modernos y, ya sea porque fabriquen en torno suyo una falsa imagen de cultivadores de la cultura universal o porque abracen abierta o soterradamente los preceptos del catolicismo, expresan una estética retroprogresista, esto es, desaliñadamente conservadora. En la otra esfera se hayan quienes han explorado nuevos lenguajes y nuevos temas, se plantean la reflexión sobre el problema de la secularización (la pérdida de validez social de las normas religiosas), asumen una postura cosmopolita y se enfrentan a la exploración del ser humano no desde el dogma moralista, sino desde la ambigüedad y el escepticismo.
Guillermo Valencia profesa, en esta historia de contiendas, una “estética de la dominación” y una “cultura de viñeta”.  La bohemia bogotana de principios del siglo XX no se enfrenta al provincianismo cachaco, Luis Carlos López (el tuerto) fue un “poeta sustancialmente conservador” y el piedracielismo fue la expresión de la política del “retroprogreso”, patrocinada por el expresidente Eduardo Santos. Los críticos de esta sociedad conservadora -que se congraciaba con una manera de ser monárquica, jerarquizada, que no asume la creación literaria como ejercicio de la oscilación y la reflexión profunda- son, entre otros, José Eustasio Rivera, León de Greiff, Luis Vidales, Tomás Carrasquilla, Baldomero Sanín Cano y Rafael Maya.
En estos últimos se narró el paso del locus terriblis al locus amenus (esto es, el paso de un aparente estado placentero al descubrimiento de la barbarie en la guerra de los mil días, y el gobierno de Laureano Gómez), el anarquismo estético se hizo presente y el sentido común se puso en entredicho. Así mismo, para algunos de ellos fue imperativo mostrar otra Colombia, la que estaba por fuera de los límites de la Atenas suramericana, y adoptar una crítica literaria con capacidad analítica. Los nombres que forman este último repertorio superaron las barreras de una sociedad pacata y señorial y trataron de poner a Colombia en el ritmo de la historia universal.
El ensayo termina con una evaluación de la generación de Mito hacia mitad del siglo pasado. De acuerdo con Gutiérrez -quien, dicho sea de paso, perteneció a la mentada generación- “Mito desenmascaró indirectamente a los figurones intelectuales de la política, al historiador de legajos canónicos y jurídicos, al ensayista florido, a los poetas para veladas escolares, a los sociólogos predicadores de encíclicas, a los críticos lacrimosos, en suma, a la poderosa infraestructura cultural que favorecía las necesidades ornamentales del retroprogresismo” (534). La historia hubiera tenido un final feliz si, siguiendo siempre a Girardot, las élites colombianas no hubieran promulgado la superficialidad en forma de una escuela aparentemente irreverente: el nadaísmo, un movimiento literario que se caracterizó por el escándalo.
La evaluación de Gutiérrez termina en ese momento de las décadas de los 60 y los 70 en que imperó el grito desgreñado de Jota Mario Arbeláez, Gonzalo Arango, Amilkar Osorio y los demás nadaístas. Ha dejado Gutiérrez este ensayo en un instante de incertidumbre y, para desengaño de quienes aspirarían a discutir con las ideas de su pluma, el profesor colombiano fallecido en 2005 no volvió a realizar el esfuerzo de observar la literatura nacional desde una perspectiva orgánica que pensara, con ese ojo provocador, la segunda mitad del siglo XX.  
Sin embargo “La literatura colombiana del siglo XX” cumple con su doble cometido: ubicar a las letras del país en el marco de la historia universal –lo que sintética y esquemáticamente se ha explorado líneas arriba-, y descabalar mitos con el uso de la ironía. Hay que ver lo perturbador que se torna Gutiérrez cuando afirma, por ejemplo, que la estética de Guillermo Valencia (el bardo de Popayán de quien recitábamos “Dos lánguidos camellos/ de elásticas cervices”) se dedicó a trivializar la cultura (452), Julio Flórez fue un “profesional del sentimentalismo” (458), y Eduardo Caballero Calderón no tuvo fortuna con sus novelas porque eran “ilustraciones de sus ensayos” (527).
Con ese humor, en ocasiones riesgoso –porque puede caer en el chascarrillo desabrido,  como lo plantea Vázquez Rodríguez en su reseña “La diatriba como discurso”-, pero siempre retador, es natural que se haya granjeado enemigos, entre ellos el inmolado Álvaro Gómez Hurtado (y tal vez muchos profesores colombianos que repiten con obediencia el canon oficial). Es el humor que se permite el ensayo, el apunte venenoso que acaso Gutiérrez haya heredado del escritor peruano Manuel González Prada y del filósofo alemán Friederic Nietzsche.
 “La literatura colombiana en el siglo XX” es un ensayo de casi obligada lectura para quienes deseen conocer las letras del país desde una perspectiva crítica en el mejor sentido de la palabra, es decir, una perspectiva que formula preguntas claras y no se queda con las respuestas que dicta el sentido común. Es un ejercicio de interpretación, a caballo entre la crítica y la historia literaria, que evalúa figuras representativas de la literatura nacional. Su lectura es fuente de conocimiento y, de paso, de risa burlesca.
Leonardo Monroy Zuluaga. 

jueves, 3 de mayo de 2012

LOS DOCE INFIERNOS


Doce infiernos, doce cuentos en que el escritor cartagenero Germán Espinosa va a desarrollar una serie de sometimientos del ser humano por parte del juego, de lo sexual,  la existencia misma y el  olvido,  su erudición, de la dominación española en esas tierras que tanto ha obsesionado sus obras y que puede establecerse en el último cuento.
En casa ha muerto un negro, es el cuento que abre el libro, y de esta manera el lector se encontrará con el sometimiento racial moderno: un trabajo mal recompensado, humillado; esclavizado por su tono de piel.  
Dicho relato se intensificará, cuando dos personas están en el cuadro sospechoso de la muerte de “el negro”. El asesinato incrementa las reflexiones sobre un modernismo fuera de estas tierras y lleno de sobras, sobre lo que uno de los personajes con un pensamiento humanístico va a reflexionar: “…las grandes corrientes mundiales llegan tardías y debilitadas a Latinoamérica, y aplicaba este axioma al antisemitismo” p. 19. Son esas corrientes que empezaron la esclavitud, son esas mismas que intentaron acabarla, pero en las tierras suramericanas se han instalado tanto en nuestra piel como  cáncer que nos consume en nuestros actos y palabras.
En Una esquela para María Victoria, las calles capitalinas de la nación colombiana son el escenario para que una mujer reciba varias cartas que logran hacer perder la tranquilidad de ella y de su esposo (Antonio), pero que poco a poco… “Un admirador se había animado por fin, al empleo de palabras francamente impúdicas” p. 29. Esas palabras serán una fragancia de nostalgia por parte de Antonio, ya que él se sumergirá en las cuentas bancarias de los gastos mensuales  mientras se sucumbe en la oscuridad del desespero por saber qué tanto lee ella.
La imagen de un personaje literario como lo es Lucifer, puede manifestarse, evidentemente por su nombre, en el cuento llamado El ángel caído, pero este título no desarrollará su historia acerca de este individuo, sino que rompe con el relato de Adán y Eva. Regina es una mujer de altos modales, de una crianza y gran fortuna esperando una salvación para su eternidad carnal. El Adán que espera es de tierras lejanas y durante el relato va haber un rompimiento con las estructuras clásicas, ya que al parecer es una pareja perfecta de “alta” clase. Pero al darse cuenta que este ángel que tanto espera la decepciona en la cama, él mismo decide marcharse ya que “Sollozaba de un modo absurdo y chocante, como si experimentase dolor y repugnancia de sí mismo”. P. 46. Y aunque lo intentaron muchas noches, el resultado fue el mismo.
La muerte y la ausencia en una familia que necesita recordar a sus muertos por medio de la infancia es lo que se desarrolla en el relato La alcoba, donde el recuerdo y, tal vez, el odio de la vida por seres que no nacieron, hagan perpetuar el fantasma de la memoria. De esta manera, la existencia misma cobra un matiz distinto y confuso para desarrollar la idea, ya que en la lectura existe una conversación constante sobre la explicación de la enfermedad de un nonato, y sus descendientes: “-Creyó que todos sus hijos nacerían mutilados. Yo traté de explicarle que se trataba de un accidente. Es posible que su madre hubiese tomado medicamentos contraindicados durante el embarazo”. P. 57. Dentro de este relato parecerá que los muertos se vengan de lo que no hicieron cuando uno de sus hijos tome la palabra y siembre la reflexión, porque “… su existencia asquea”. P. 58. Es la existencia misma del recuerdo que va a perturbar a los personajes por medio de explicaciones sobre posibles abortos.
Los artistas dejan un legado, no sólo en sus obras, sino que también, en sus discípulos, en sus alumnos. Dentro del relato Los suplicantes, un maestro de pintura va a estar presente por medio de otras bocas, de otras voces, y de una mujer caleña, que ha seguido los trazos de ese pintor con nuevas técnicas, y conflictos sociales, y que ella misma, por medio de las conversaciones con el hijo de ese  maestro va a darle consejos… “Para que veás que, cuando se asumen los riesgos de una vocación, hay que ir en confianza”. P. 74
De los bares rugen las cadenas intuitivas en las reflexiones humanas, del misterio en el  dios romano Baco, se desarrolla un símbolo de lujuria y promiscuidad. Andrés, un músico que frecuenta lechos nocturnos para su libertad, conocerá en el bar “El Partenón”,  una oferta muy distinta a sus expectativas. Pasar de un abismo hacía otro es una manifestación del Moira, del destino que le preparaba una sorpresa en su talento musical cuando en uno de esos bares, donde las nalgas gordas y ceñidas hacían una representación de la armonía carnal del mundo, su amigo Erik realiza una propuesta francamente deslumbradora, pero “Él sabía muy bien que en Colombia habíamos pasado sin transiciones de la mula al reactor, pero ir de una banda de café a la Orquesta Sinfónica se le antojaba el colmo de las acrobacias”. P. 108. Nuevamente Espinosa nos hace recordar el aceleramiento de nuestra cultura, o la Culturización cultural, como lo iba a llamar más adelante en un ensayo del libro la “Elipse de la codorniz”.
Este aceleramiento, para muchos críticos, fue o es, una amenaza que parece formar parte de una estigmatización de razas, de conocimientos y de culturas, donde el eurocentrismo propone, pero que muchas veces impone sus desarrollos para moldear el mundo y sus ideologías. Este relato concluirá con un espectador de la Orquesta, que ha estado meditabundo mediante la lectura, y  que al manifestar su armonía con la música y el mundo, nos hace recordar  el mito de Prometeo  “…cuando las águilas de estuco agitaron las alas y se precipitaron sobre sus entrañas”. P. 113.
Pero la literatura puede apartarse por mucho tiempo de esta dominación eurocentrista y de su cosmovisión del mundo, ya que las influencias escriturales desempeñarán una larga tradición en el mar. Odiseo, va a estar presente en el relato Fábula del pescador y la sirena, pero a diferencia del personaje de Homero,  que tapa sus oídos con cera y  se hace amarrar al mástil del barco, un pescador hará parte de este canto, quien al arrojarse al mar conocerá los placeres que el humano puede otorgar.
A diferencia de la Sirenas homéricas (canto de ellas que sirve para atraer los extraviados y dar un no retorno),  es que no habrá un tiempo para tal situación, es decir, que no habrá tiempo para recordarlo todo y tendrá un orgasmo con las  sirenas que puede asquearlo, ya que  no hay una proximidad para un fin, sino que es un constante abrumador por medio de sus recuerdos,  de su mortalidad, y el pescador, intentando explicarle a uno de sus compañeros su tardanza en el mar, reflexiona con ciertas palabras filosóficas: “… porque no es la intemporalidad o la condición mortal lo que diferencia a los hombres de los dioses, sino la capacidad de perdón”. P. 102. Tal parece que al sumergirse en el mar con las sirenas, a lo que le advirtieron a Odiseo, devolverá a los mortales con una sabiduría, y no, como un mal en los mares de Poseidón. De esta manera, Espinosa le dará un giro distinto a esos seres maravillosos para recrearlos en las aguas colombianas.
La Inquisición y el más antiguo artilugio que tiene la mujer  para manipular o someter al mismo ser, es lo que viene a desarrollarse en Fábula del juez Melesio y de la bella inocente. La sensualidad, el sexo, es un mecanismo que los dos personajes vienen a manifestar, pero cuando el juez posee su cuerpo por medio de las acusaciones de brujería, ella describe este acto de una forma desesperada: “Vio monstruos grotescos e infernales bailar alrededor de una hoguera. Descendió a los infiernos y se sintió picada por el chuzo perpetuo de Satán,”. P. 130.   Pero este juez cae en el artilugio de la doncella, cuando se de cuenta que la rebelión de la raza afroamericana ha empezado y los súbditos del juez están caídos y su propio infierno empezará: “Vio a Melesio correr hacia la puerta interior, para quedarse hecho piedra al descubrir el esqueleto acuchillado y aspirar el vaho de tinieblas que arrojaba la casa”. P.132.
La erudición de este gran escritor colombiano, se manifestará en el cuento El río de los salmones sagrados, sobrela vida de Marcel Proust. Dentro de este relato se mencionará, con insistencia, otro gran escritor como lo es Kafka, una de las influencias, según Espinoza, de Proust, ya que éste decide tener un ayuno de literatura: “No leería más libros fuera de este. Para ser franco, hacía dieciocho años que no lo hacía”. P. 87. La angustia empieza a roer al escritor del cuento (Proust),  cuando su deseo de publicar lo haga escribir (inconscientemente) su autobiografía, y empiece Espinosa a darnos a conocer algo de la vida de este gran escritor, como que iba a ser abogado, que tuvo complicaciones con las lecturas, ya que “Era la historia de un escritor desesperado porque no se publicaban su obras”. P. 89. Dentro de este relato,  Germán Espinosa será paródico con el estilo literario del francés, cuando menciona que “… Marcel Proust vino a estropearlo todo lamentablemente”. P. 90.
Paladines, relato de un erudito sometido a una clase de tortura por medio de los recuerdos, y que es un  preso político. En el relato el narrador se convierte en su conciencia: “No puedes, no debes perder de vista esa posibilidad. Vas a convertirte en un asesino y eso no es lo peor. Lo peor será que estos carceleros te matarán a palos…” P. 138. Dentro de esta conciencia se va a contar la vida del preso, dentro de la malicia natural de asesinar y obtener su libertad girará el relato.
En el  último relato, llamado Las fábricas vidriosas, se destaca la estructura de su escrito (muchas comas, pocos puntos) además de sus grandes conocimientos de la cultura universal (conocimiento del francés, de la historia, y otros), a tal punto que puede ser una de las primeras manifestaciones para su gran obra La tejedora de coronas, novela de la ilustración y la inquisición. En este cuento la espera de sus objetos pueden enloquecer al narrador, en la soledad de sus memorias intelectuales, “Porque la insatisfacción aspira a ser una salvaguarda de la muerte, no un camino hacia ella… porque ya no hay remedio”. P. 162.
Finalmente, el lector al acercarse a este círculo de doce cuentos, estará empeñado, quizá, en continuar la obra de este gran escritor, que le dio a Colombia y a la literatura tantas aperturas a formas narrativas, a temas históricos, y someternos al recuerdo de grandes autores universales de la literatura. Cada uno de nosotros puede estar identificado con las intermitencias de estos infiernos.

LUIS FERNANDO ABELLO
FICHA DEL LIBRO: ESPINOSA, Germán. Los doce infiernos. Instituto Colombiano de Cultura, Editorial Stella, 1976.