lunes, 13 de julio de 2009

EL HUERTO DEL SILENCIO DE JOSÉ MARÍA VARGAS VILA

El huerto del silencio es uno de los tantos títulos de la amplia producción de José María Vargas Vila. En esta obra trágica, el escritor colombiano aborda la soledad, el dolor y el horror en consonancia con una tendencia predominante en la literatura y el arte latinoamericano de finales del siglo XIX y comienzos del veinte: el modernismo.

En El Huerto del silencio, Vargas Vila recrea una historia sencilla, pero dramática. Todo comienza cuando Octavio Heredia, a sus veintidós años, descubre el desamor. Este lo lleva a cuestionar su eterna soledad y, desafortunadamente, a labrar un futuro no muy prometedor. Don Hilario, un sacerdote muy cercano a su familia, es quien lo pone al tanto del padecimiento que lo confina al aislamiento.

Para ello, se remonta al pasado de la familia, específicamente a la vida de su padre y, le comenta, que al igual que él, padece “el mal de Lázaro”; mal que lo aísla y lo marginará definitivamente de la sociedad. Para garantizar la salvación de su alma, el párroco lo convence para que ingrese al Seminario de la arquidiócesis; Octavio, sin reparo alguno, lo acepta.

Después de doce años, Octavio Heredia, quien ha abandonado el ministerio, regresa a su casa junto a Mónica, su madre. Por fortuna, ella no está sola, la acompaña Clara, una familiar cercana que renunció al claustro beato de Maria y optó, sin importarle los riesgos, por convivir con la lepra. Octavio encuentra en su prima una muy buena escudera: ella lo ayuda con sus lecturas, le alegra el corazón y le regocija la vida: es tal el júbilo que Clara despierta en Octavio que se convierte en amor. Sin resistencia alguna, Mónica lo acepta y lo respalda.

En oposición a esto, don Hilario resiste, se encarga de difamar de la unión e intenta diluirla. Al no lograrlo, el camino queda libre a los enamorados, pero un desacierto le pone punto final a la ventura: la reproducción del mal es inminente. Esta noticia exalta a Octavio, quien al sucumbir ante la locura y el ansia de muerte, asesina a su amante y propicia su fallecimiento.

Para desarrollar la historia contenida en El huerto, José María Vargas Vila se ampara y explota la estructura del texto dramático, esa que se constituye en la base del texto espectacular (el teatro). Esta se expresa, por una parte, en una precisión formal extraordinaria: las escenas meticulosamente delimitadas, desde la ubicación espacio-temporal que sugieren las acotaciones, pasando por quienes intervienen y por el tópico que abordan, configuran actos plenamente definidos.

Estos erigen un nivel de sentido único, que al articularse con otros tejen la historia en cuestión. Por otra, se manifiesta en la permanente relación entre un ‘yo’ y un ‘tu’, que le permite al escritor construir personajes inconfundibles, dotados de cualidades propias y con una visión del mundo específica. Al respecto, la actividad discursiva juega un papel fundamental, por cuanto ofrece una radiografía de estos elementos y devela la multiplicidad de voces que intervienen en la obra.

En este marco, la pluma de Vargas Vila signa a la obra de un conjunto de imágenes en las que la soledad, el sufrimiento, el horror y la crítica son sus protagonistas. En esta perspectiva, los recursos retóricos le permiten al escritor poner de relieve la condición humana y las visiones del mundo de los personajes del texto. A través de descripciones sumamente detalladas, metáforas, comparaciones y exageraciones, Vargas Vila logra extraer los sentimientos más profundos de Octavio, las lucubraciones conservadoras de don Hilario, el amor de Clara y la compasión de Mónica. Asimismo, logra crear imágenes propias del horror en la que la carne ulcerada deambula por un limbo a la espera de la salvación.

De igual modo, el verbo del escritor le otorga un papel preponderante a la mujer. La faceta de madre y amante se ven absolutamente dibujadas en El huerto. El discurso de Mónica y Clara es fundamental en este sentido, en tanto les permite tejer, por medio de adjetivos, las relaciones de amistad, amor, compasión y entendimiento con Octavio.

Sin embargo, ellas no se pueden valorar como espíritus libres, despojados de la subyugación masculina. El discurso del personaje principal las subordina hasta el punto de sobreponerse sobre ellas y perpetuar el dominio patriarcal. En últimas, de manera muy sutil y llamativa, el escritor vela la sumisión a la que se ve sometida la mujer.

La ruptura que engendra El huerto del silencio en términos estilísticos e ideológicos, permite revalorarlo como una obra susceptible de ser leída; fundamentalmente para reconocer la riqueza que adquiere la voz disidente y ajena del escritor al canon literario tradicional y para otorgarle un lugar dentro de la literatura colombiana; y no repetir la historia de críticos y estudiosos, quienes marginaron al escritor “maldito”, sometiendo su obra a una crítica absurda, mediada por la opinión.

Gabriel Bermúdez
Ficha bibliográfica
Vargas Vila, José María. El huerto del silencio: tragedia lírica. Editorial Panamericana. Bogotá. 1999. 224 paginas.

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