No
es nuevo decir que el hombre es un ser
complejo por antonomasia. Su vida, no en términos biológicos sino
existenciales, guarda una asimetría radical con los otros seres que comparten con él sus mismas características, ahora sí,
biológicas. Decir que la composición literaria lleva al hombre a límites
insospechados tampoco es nuevo, que además de esto lo describe según su época y
cómo esta visiona al hombre al igual que la paideia
griega, son conceptos que ya reposan en conocidos manuales de literatura y
filosofía.
Aun
así, decir que la comprensión del hombre implica (como lo afirmara el filósofo
de la selva negra) necesariamente una
comprensión del ser, permite
centrar la interpretación del hombre habitante del texto literario en la
develación misma del hacer del
sujeto. Este hacer es un hacerse en el tiempo que es ya de por sí
histórico. Dicha historia sirve como antecedente a la propia conciencia,
manifestándose así que al surgir la pregunta sobre lo sucedido se está recordando un pasaje de la propia
historia que ha hecho mella en el ser,
y que a su vez no le es indiferente, por eso lo recuerda, busca angustiosamente reinterpretarlo, pero sabe de ante
mano que si surge una nueva interpretación esta es sólo el posible contrario a
lo ya sucedido, lo incambiable, la página impresa y publicada.
Ese
retornar al pasado es excavar la tumba donde yacen los recuerdos que otrora
marcaron nuestro paso por el mundo. De ahí que intentar recordar aquellos hechos en muchos de los casos queda en un simple
pretender, las razones de esta decisión son muchas, la primordial: conservar la
aparente calma alcanzada con precariedad.
La espléndida casa de la decadencia, cuento que hace parte del libro
titulado El falso sueño publicado en
el año 1979, narra la historia de dos personajes (Rosina y un hombre, voz
narradora) cada uno en sus circunstancias perseguido
y perseguidor del tiempo, tal como se lee al inicio de la
narración: Varias veces en el año yo me
acordaba de Rocina y me decía que lo primero que haría al volver a San
Bonifacio sería ir a verla (pág.155).
El
recuerdo -eje central en el que gira la narración- vive al acecho del hombre,
trayendo con sigo felicidad pero también angustia, necesidades no satisfechas,
aplazamientos que quizá le pudieron haber dado sentido al presente, en fin
posibilidades inconclusas que marcan proyectos frustrados. En este orden el
tiempo es como (…) la interminable
corriente del agua de la fuente (…) (pág. 158) que observa Rosina, y el ser
(…) las flores marchitas y abandonadas
(…) (pág. 159) de su jardín.
Recordar
es como si al observar la cicatriz no nos satisficiera la mera imagen que esta ha dejado en la piel, sino que
recurriéramos a provocar nuevamente la herida para sentir una vez más aquel
momento vivido, el imperceptible sonido de la piel al desgarrarse, los
dinámicos colores de los tejidos desnudos y posteriormente bañados por la
sangre. En consecuencia son todas estas escenas las que rememoran vivencialmente
el acto mismo a recordar.
Pero
desempolvar el recuerdo tiene el propósito de pensar la posibilidad de volver a
vivir estos hechos, la visita del hombre a casa de Rosina así lo hace saber. Él
va en busca del pasado que vivió al lado de ella, confronta su realidad al ver
en la mujer la misma figura férrea y hostil que conoció hace dos décadas,
claro, ya aminorada por el paso del tiempo: En
el corredor sólo había hecho una pálida imitación del esplendor que había
perdido, actuaba todavía (siempre fue la primera actriz en la comedia de la
vida) pero era una actriz acabada y desacreditada, abatida por el tiempo
(pág.157).
Tal
“abatimiento” no era sólo de Rosina, este estado lo comparte con el narrador,
de ahí que haya decidido regresar a verla pensando quizá que al volver a San
Bonifacio haría un “viaje en el tiempo” y rememoraría un estado de gozo junto a
ella. Este propósito no se pudo dar al comprender el narrador que Rosina ya no llenaba mis largos silencios
(pág. 158) y que la mujer sólo conservaba (…) la fiereza del náufrago (pág. 158).
En
tales circunstancias reconstruir la historia constituye una labor dispendiosa
para quien la ejecuta, mas si esta implica al ser mismo que se indaga y se cuestiona, pero que en definitiva es
consiente que al final de la vida es poco lo que se puede llegar a hacer para
resarcir lo postergado, que la duda es la herida que no sanó, es la voz que
habla de posibilidades, o mejor, el leve quejido agudo y continuo que sigue (…)
consumiendo sus días en la soledad y la indecisión (…) (pág.158).
JHON EDWIN TRUJILLO
Ficha del libro:
VARÓN, Policarpo. La espléndida
casa de la decadencia. En: “Cuentos Del Tolima.
Antología Crítica” Sello Editorial Alma Mater, 2011.
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