Decididamente llegas a casa
y te encuentras en la situación de soledad y humo que has buscado desde muy temprano
en la noche. Reina el silencio de los durmientes y te ampara la añoranza de
saberte solo en medio de este resquicio que ha quedado del intento por cruzar
el día. Y lo ves, quieto ahí en su ansiedad de ojo, esperando el momento para
devorarte. Es otra vez Méndez Camacho, para
asumir la soledad. Poemario.
Ansioso persigues el
título que, por azar, ha quedado entre tus dedos, y la imagen te cubre de súbito con su ataque. Vienes hastiado de la noche y sus
lugares –para ti los cotidianos, siempre nuevos para ella- y te recibe la rúbrica
sencilla de aquello que muestra que no eres más allá de lo que dicte el poema
en esta noche de viajero
que acusa
cuando te sentencia:
Sudas,
maldices en voz baja,
cierras
los ojos y persigues
un
sueño grato que tuviste
en
la última noche de vacaciones.
Maldices
otra vez
para
apagar la luz
implorando
que acabe la vigilia.
Hay un llamado a la
oscuridad en estos versos, un reclamo para que acuda la noche y el poeta pueda hundirse en el sueño. También
ves hastío, una nausea cotidiana que asquea, ante la que no hay posibilidad
distinta a la huida, la búsqueda infranqueable del camino hacia Morfeo, porque
tal vez en los instantes del sueño puedes recordar la calma de los días, para vivirlos
nuevamente, aunque cíclicos y miméticos. Ves que en las anteriores líneas se encuentra un propósito negro que te ha
ganado por completo. Palabras que relacionan el divagar de tu cabeza que se alborota
cuando las letras confabulan para decirte que también te gana el miedo. Sudas.
Maldices lo maldito de las letras. Te declaras devoto de la luz y asumes la
esperanza del siguiente día. Sin embargo, el confabulado hace un nuevo ataque y
te confirma que la noche se ha dispersado por los rincones de la casa y hace
ruido. Cada objeto te punza
para que
lo consideres
cierto.
Entretanto,
la
noche se diluye en ruido vanos:
El
quejido del tren que sirve de cuchillo
para
punzar la oscuridad,
el
ajetreo de pasajeros y equipajes,
los
minutos marcados
por
el reloj de agua
de
un grifo que gotea.
No molesta decir las
cosas que se ocurren cuando se está solo, y se halla el hombre de bruces contra
la palabra; tan seria ella. Entonces se hace evidente de nuevo el sudor y el cigarrillo es atraído por una mano
que busca la seguridad, la calma. Afuera el bullicio es una estampida, la misma
que se manifiesta en los pasajeros y equipajes que alucinan la tranquilidad de
la voz poética, esa que después de apagar la luz da lugar a los imaginarios y
las sombras provistas de vida, para que en medio de su desvarío obsequie para la palabra misma la
imagen del tren que rompe los tímpanos y vulnera la tranquilidad con mano
criminal. El lenguaje es trasparente y no se anda con harapos o argumentos
simples. Sólo el golpe fortalece, el reconocimiento de ser frágil, de azararse
cuando Camacho asegura que eres viajero de la noche condenado por tu propia mano y sometido por
un misterio
siniestro
ante el que
Sudas
copiosamente
y
alargas la mano en la penumbra para buscar
-con
ademán de ciego-
el
frasco de los tranquilizantes,
y
te encierras
en
esa duermevela de viajero
que
teme
noestar
a tiempo en la estación
del siguiente día
para comprobar
que tu
impostada fortaleza erige una vez más el esqueleto que eres para los otros. Entonces,
ante la evidencia de saberse despojado, solo y frágil, buscas de nuevo entrar
en el sueño. Pero -sugiere el poema- te ves invadido por la imposibilidad de
hallar consuelo, te desvelas y haces el mejor de los intentos para calmarte, en
vano, pues los nudos noctámbulos se han cernido sobre ti para cegarte en el
anhelo de un amanecer al que de seguro no
llegas. Lees trastornado nuevamente ese poema, Noche de viajero, teniendo la certeza de que está en tus manos el
cuerpo completo de una cosa que te revela desnudo,
imposibilitado para
la palabra,
la pregunta:
Cuál
es tu viaje y hacia dónde,
cuál
la ruta a seguir y
losmotivos
que te obligan a huir.
Como si fuese fácil
atreverse a dar respuesta
cuando no hay otra
que no sea la misma que te ha llevado a consumir las letras en silencio. Sólo
te sabes en las fauces de la sorpresa que el lenguaje teje alrededor de las
veladas de locura rota. No eres más que las cosas que el poeta hilvana para trastorno
de tus sentidos; la iluminación nocturna, la lucidez de saberse burlado por la
palabra impresa que algún alucinado pronunció en su Cúcuta natal.
Jamás es necesario
acechar bajo el nocturno para afirmar la carne de la presa entre las fauces;
únicamente es anzuelo la escritura, que con su poder de palabra y de silencio, a
decir de Drumond de Andrade, se consume a sí misma, pues en la búsqueda
de contacto con
el verso efímero
Sería
igual si hablara tu lenguaje
pues
no hay idioma conocido
para
intentar, siquiera,
una
respuesta.
Al final, cansado de
parpadearte la noche, concilias el sueño.
Ha sido un fracaso enfrentar el poder de la palabra, de ese lenguaje
oscuro que aguarda más allá de lo nombrado
y tu evidente frustración. Te sueñas en medio de acertijos y al fin
pareces hallar salida en el fondo de tu nocturno afán. Amanece, abres los ojos
y nada parece haber cambiado, salvo tu noción de tiempo, y un poemario al que
le falta una hoja, que en medio de la noche halló nido en ti para volverse
miedo.
Omar
Alejandro González Villamarín.
Ficha
del libro:
MÉNDEZ CAMACHO,
Miguel: Noche de viajero. EN: Para
asumir la soledad. Poemario. EN:
Exilio. Revista. No 19. ISSN 0122-0063. Bogotá 2009.
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