Hasta hace unas décadas los
diarios eran una peligrosa ventana a la intimidad; guardados en los lugares más
seguros, funcionaban como una memoria de los asuntos cotidianos y, en no pocas
ocasiones, emergían de ellos confesiones sobre sentimientos de días pasados. Hoy,
cuando la intimidad se regala en las redes sociales, los diarios han pasado a
ser artilugios banales o tal vez objetos en desuso en los que no caben las
fotografías ni los videos con los que los internautas refrescan su
protagonismo. Por eso no es común encontrar un título de este género –diario-
sin sentir una cierta extrañeza.
El diarismo no sólo ha sido cultivado
por aquellos que se refugian en la soledad de su alcoba sino también por
escritores que ven en este género una opción para revelar y publicar
impresiones muy personales sobre hechos, en ocasiones triviales. Ese matiz intimista
se percibe en el prólogo del Diario de
Hernando Téllez: “quise someterme a la disciplina intelectual de hacer un
diario íntimo para verter en él la corriente de las impresiones, los
sentimientos, los estímulos confusos, las ideas vagas, las fórmulas de
pensamiento, y libertar de esta manera el universo caótico que lleva todo
hombre” (XI).
Al margen de ese deliberado
personalismo y del efecto catártico que plantea el autor, se debe pensar en las
circunstancias en las que nace esta obra. Hacia la fecha de su publicación, en
1946, Hernando Téllez acumulaba un hondo prestigio en el ámbito intelectual del
país: había participado en la llamada generación de “Los Nuevos”, -grupo de
intelectuales colombianos reunidos alrededor de la revista que llevaba el mismo
nombre de la generación- y colaboró activamente durante los gobiernos liberales,
entre 1930 y 1946. Fue redactor en el periódico El Tiempo, cónsul de Colombia
en Marsella (1937) y Senador de la República en 1944. Asimismo, tenía publicado
ya dos libros de ensayo, titulados Inquietud
de mundo y Bagatelas.
La escritura del Diario está nimbada con el renombre de
Hernando Téllez quien a la fecha era reconocido no sólo como político sino como
un dominador de la palabra, con una sensibilidad profunda que le permitía
moverse en diferentes esferas de la existencia. Sumado a esto, el Diario es escrito en medio de la segunda
guerra mundial –lo cual se verá reflejado en algunos de los textos que
conforman el libro- y, en el ámbito político local, ya se vislumbraba una nueva
presidencia conservadora.
El libro está compuesto por
47 textos cortos en los que Téllez reflexiona sobre múltiples cuestiones: por allí
pasan disquisiciones sobre las diferentes etapas de la vida, esbozos de crítica
literaria, una fina angustia por la evolución de la segunda guerra mundial,
pensamientos acerca de estados como el amor, el recuerdo, la perseverancia, la
muerte. La multiplicidad es el signo de este libro que logra su unidad en la
pericia verbal y en el objetivo de transformar imágenes pasajeras en
experiencias universales, esto es, en la necesidad de hacer poesía. ¿Cómo
consigue esa dimensión ecuménica, que puede hablar a todos los hombres sin
trivializar los temas? Aparte del refinado uso del lenguaje, se podrían citar
dos estrategias nucleares en este libro: la síntesis y la agudeza en el juicio.
En el primero de los casos,
el lenguaje tiende a ser preciso, sin menoscabo de sus posibilidades sonoras,
lo que deriva en textos cortos cuya sustancia crece al ritmo de una sintaxis
revisada en sus mínimos detalles. El lector se encuentra con imágenes que se
construyen en una prosa de no más de tres o cuatro páginas de extensión y cuyo
deleite radica no sólo en la resonancia de esas imágenes sino en el encuentro
con un lenguaje sin fisuras, aunque siempre al borde de la floritura verbal. Cómo
no percibir ese riesgo de cierto preciosismo en la escritura en expresiones
como la siguiente, en la que la frase se alumbra con un léxico y una
adjetivación que persigue la musicalidad, además de un tono sentencioso:
“Aquellos juguetes que
amamos, que deseamos poseer algún día y por los cuales hubiéramos dado un poco
de la vida o la vida entera, al volver a las manos de los hijos, son recibidos
con hierática frialdad, con gesto de invencible y perfecto desvío” (140)
La agudeza de juicio, en
segundo lugar, evita que los textos consignados en este Diario terminen naufragando en el cotilleo cotidiano o sean sólo
burdas expresiones de los sentimientos de un ser humano –como suele pasar en
las redes sociales. El autor se sobrepone a cualquier posible búsqueda de
protagonismo, de lacrimoso o eufórico afán confesional, huye de la necesidad de
exponerse con patetismo en la escritura y aplica a sus textos, utilizando su
juicio, un perfecto equilibrio entre la sensación y el hecho razonado.
En realidad los textos del Diario de Téllez, y basándonos en los
rasgos anteriormente descritos, en la libertad en la exposición, en la
capacidad de hacer universal lo íntimo, encuadrarían mejor en la categoría de
ensayos. En ellos la palabra llama al mismo tiempo la atención sobre ella misma
y sobre los diversos contenidos.
En estos ensayos el lector
encuentra suscitaciones con las que puede dialogar profusamente: la relación
entre los objetos y la memoria, la fugacidad del amor, la imposibilidad de una
evasión total en busca de la felicidad, la paulatina falta de importancia en la
que va cayendo el mundo una vez se entra a la vejez. Hay también encuentros con
Baldomero Sanín Cano, Guillermo Valencia, la poesía en Colombia, o incluso una bella
similitud entre Madame Bovary y las mujeres campesinas colombianas. Aparece
allí, en una perspectiva que se debe leer en contexto, un elogio a los soldados
de Estados Unidos, victoriosos en la segunda guerra mundial, y un caluroso
llamado de atención a cierta arrogancia francesa por la cual no obtuvo el
suficiente respaldo de otros países en dicha guerra. Incluso, y para que esta
panorámica quede lo más completa posible, hay una sesuda disquisición sobre la
literatura infantil y las obras hechas para un niño lector, que podría ser una
fuente de análisis para docentes y en general para quienes deseen involucrar a
los niños a la lectura.
Puede que, por su número, algunos
de estos ensayos cortos naufraguen en el mar de experiencias del lector, pero
en general, la fuerza en la dicción y la penetración en la condición humana,
los hacen atractivos a casi todo tipo de personas (incluso a aquellos que
quieren tomar sentencias inteligentes para adornar su cuenta en la red social).
Diario o ensayo –o quizás ambas cosas
a la vez- Téllez nos muestra el camino para desdoblar lo particular en lo universal,
uno de los retos más grandes para quien desee ser escritor.
Leonardo Monroy Zuluaga
Citas tomadas del libro:
Téllez Hernando. Diario. Medellín:
Universidad de Antioquia, 2003 (1946)
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