En el año 2007 este poeta de
Rovira alcanza el primer puesto del premio nacional de poesía Porfirio Barba
Jacob con el poemario Abreviatura del
árbol, una inteligente reunión de textos en los que el árbol, desde
el edén hasta el imaginario, detiene la palabra en cada posibilidad de la raíz,
hoja tallo y frutos.
Dentro del poemario, y
atendiendo a la temática que convoca por estos días a la ciudad de Ibagué, sobre todo porque esta geografía se cubre con
el aroma de sus flores en caída, hallamos dos referencias directas al árbol
insigne de la ciudad: el Ocobo. El primer poema es titulado Músicas Rosadas y nos invita, con
obligada asistencia, al encuentro con el origen divino de este árbol, que en
medio de la frustración con que caminan los mil y un habitantes de la ciudad, ofrece de vez en vez su
espectáculo florido:
Me voy a permitir digitarlo:
El
árbol es un hecho de la aureolas
y de
las pesadas esferas sentadas entre el último
de
los proscritos, herederos de las
puertas.
Ellos
a su vez repitieron el eclipse,
abriéndose
a las buenas nuevas de sus maderas
Y al
sonido de sus músicas rosadas.
El poema extiende su
capacidad de evocación para llevarnos hasta el instante mismo en que los
dioses, portadores de la aureola de majestad y grandeza de aquel entonces, en
su infinita bondad para con el ojo, arrojan a la fértil tierra la semilla de su pesada esfera, de su angustia, en el
pleno reconocimiento de que en la mente del hombre ya habitaba la posibilidad
de desterrarlos, de arrojarlos del paraíso también a ellos, como venganza por
la afrenta del exilio provocado por el fruto de otro árbol; el que estuvo lleno
de pasión y mordedura.
No obstante, en la
palabra poética de Julio César Arciniegas, se abre el universo de las lógicas
imparciales, pues la vendetta de los hombres al fin se gesta; sucede en el
dominio de las técnicas del tallado, de la creatividad, que siendo propiedad
divina, ahora hace parte de la construcción con que los hombres, en el oficio
del ebanista, dan color y luz a su sombría cotidianidad.
Hay un eclipse en el
ojo de los dioses, se trata de ver obnubilada su creación; la angustia que en
su momento desapareció por la forma del Ocobo, reanima los tormentos cuando el
hombre vulnera la madera de su carnes, tan firmes, que ni el propio gorgojo,
que nos recuerda el poder de los dentados, ha podido vencerla. Sin embargo, no
es propio de los dioses olvidar los agravios
y así como el hombre se burla de la angustia divina, el dios, en su
infinita supremacía, lo castiga con el
certero látigo de la belleza, manifestada en el espectáculo que cubre la ciudad
con color rosa, violeta y blanco, astillado en la pupila, que no puede más que eclipsarse en
la posibilidad de ser viento para acariciar su caída, repitiendo el ciclo mismo
de los dioses.
El segundo poema se
titula directamente Ocobo, y atiende ya no a la
doble condición de los hombres y los dioses, sino que nos adentra en la soledad
misma del árbol, en su propia esencia, en la que el ser que emerge de su quietud con cada
florecer, desquita su eternidad contra la desdichada ciudad y sus desprevenidos
transeúntes:
Entre
calles, leve y derivado, se roba la magia
de
unos dogos que saltan alrededor del polen.
Su
corazón es leve al ácido de la ciudad, al
ebrio,
a la lluvia del asalto, a las piedras
y
a la epifanía donde se desvanece el césped.
Lo más hermoso del
Ocobo no es el tiempo en que se sostiene florecido para el ojo; la verdadera
belleza está en la rama seca que marca el inicio de la angustia, del otro año
de espera. Este es un árbol que ya no es sensible al tacto de la ciudad, pues
esta, aunque conmemora su aniversario y su florecimiento, ya no ofrece nada
distinto al ácido de sus intenciones de progreso. Él se eleva, se roba la magia
de los hombres, los envenena con su polen y hace que hasta las piedras se
muerdan en la necesidad de su propio sexo. Es este un árbol que fabula el
desvanecimiento, que en actitud solemne y
epifánica, recuerda cada año a la ciudad que en algún momento no habrá
lugar para escuchar su música y todo será el silencio de una raíz humana que
desaparece.
Abreviatura
del Árbol es un libro de poesía en el que las
miradas acercan al pensamiento natural, a la contemplación del verde estado en
que las flores, los árboles y la grama nos invitan reflexionar que la próxima
vez que te enfrentes a la belleza del Ocobo, admira tu caída, pues cada hombre
que contempla el circular desvanecimiento de sus hojas, talla para sí mismo la
derrota.
OMAR
GONZÁLEZ.
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