viernes, 24 de julio de 2009
LAS HORAS MUERTAS
Lo importante es entonces, como en todas las obras artísticas, reconocer el tratamiento que se le da al tema y explorar la densidad semántica y las posibilidades estéticas.
En la novela, el mono Rubén Jaime recibe una carta en la que se le informa de la muerte de un conocido en Bogotá y, sin dudarlo mucho, se desplaza a la capital al apartamento de su hermano Leo.
Allí proliferan diálogos extraños, en ocasiones casi inconexos, e incluso se deja en el misterio el hecho de que en realidad nadie le ha enviado una carta a Rubén Jaime. Entre líneas se conocen los intersticios de la relación entre Leo, Doralice –una fémina que lleva el sino de la muerte a sus espaldas- y el viejo, esposo de la mujer.
Los esfuerzos del narrador no se concentran en el desarrollo acoplado de las acciones y ni siquiera en la pronunciación de los rasgos de los personajes, sino en la yuxtaposición constante de técnicas que mezclan cambios en los narradores y de focalizaciones, diálogos dislocados y saltos de una historia que se ubica entre la vida en el campo y la de la ciudad. Debido al uso de estos recursos, por momentos existe la sensación de una detención constante de la trama y la creación de una atmósfera siempre lúgubre, siempre cercana a la muerte.
De golpe esta atmósfera absorbe todo el ejercicio lector y pese a que al parecer Doralice se convierte en el objeto del deseo de los tres hombres, los índices conducen a la muerte: desde el título mismo de la novela, hasta el espacio en el que se ubican algunas acciones –la funeraria LA LEY DEL TIEMPO- pasando por la descripción de algunos personajes (Doralice como una “peste” letal) o de sus acciones (el suicidio del viejo), todo parece mortífero. Sin embargo, y parafraseando a Borges, no es el muerto el que importa, sino la muerte.
Y la muerte está en todos lados, en todos los espacios. Reside con beneplácito en el campo, en donde se escenifica la violencia bipartidista de los cincuenta, hasta el punto de que el campesino termina por rehuirle, como lo afirman dos personajes: “Por eso ahora ni que nos nombren el campo. ¡Ni muertas que nos toque la tierra!” (25)
Pero también el ambiente asfixiante de la parca se planta en los espacios de una ciudad en donde ninguno de los cuatro personajes principales se puede acoplar, tal vez porque, como afirma Doralice “Los de la ciudad nos ven como gallos bastos; patiamarillos. De ese amarillo que da la mierda a las gallinas del campo” (73)
¿Es el peso de una historia colombiana manchada de sangre en los campos lo que lleva finalmente al Mono Rubenjaime a la locura, y a los demás al desarraigo? ¿Es esa imposibilidad de habituarse a una ciudad que parece tener vida propia?
Rafael Gutiérrez se refiere a cómo los personajes y las atmósferas son símbolos de situaciones reales: si leemos bajo este lente la novela de Rivera, el fresco que da de la sociedad colombiana es muy lúgubre, de descentrados y esquizofrénicos, de seres incomunicados que no pueden revelar con franqueza sus sentimientos.
A mi gusto es una mirada muy sofocante aunque está soportada bajo un dominio de la narración que, pese a presentar deliberadamente historias que se dejan inconclusas, seres que en ocasiones no parecen ser del todo coherentes y episodios fragmentarios con cortes temporales y cambios constantes de narradores, termina teniendo sentido de totalidad.
El ahogo es alivianado entonces por el juego del relato y, se debe decir, por la extensión, porque acaso hubiera sido intratable una novela que, con tanto destino preocupado por la muerte, se extendiera por más hojas.
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del Libro: Rivera Carlos Flaminio. Las horas muertas. Bogotá: Domingo Atrasado, 2007 (2005)
lunes, 20 de julio de 2009
LAS NUBES DEL PORVENIR DE GERMÁN SANTAMARÍA: UNA REALIDAD QUE ACTUALMENTE PARECE INSUPERADA
Sin embargo, el último día por fin pude entrar, y aunque no tenía en el bolsillo sino mil pesos – no se qué cosa se puede encontrar en una Feria del Libro por valor de mil pesos que no sea un separador- encontré en una estantería un libro de Germán Santamaría por ese precio, y ante lo impredecible del hallazgo, decidí llevármelo.
Una vez en casa saco el libro, que entre otras cosas era de bolsillo, y empiezo a leer el compendio de cuentos que lo conforman, - ¿no había dicho que era de cuento?- y para mi sorpresa, descubro que este autor siempre se ha dedicado a la crónica, en la que ya tiene bastante reconocimiento, pero que en esta ocasión, como algo revelador, resulta ser narrativa con visos muchos más literarios.
Cuatro cuentos conforman el libro editado por la editorial Pijao, los cuales están enfocados en la descripción de la década de los ochenta, especialmente en la zona agrícola del Tolima y en el impacto que tiene sobre la vida campesina el hecho de que existan acuerdos internacionales de comercio y la llegada de nuevas tecnologías para el manejo del campo.
Hasta el momento, son pocas las cosas que sobre este tema se han trabajado, y digo que son pocas, porque en materia de literatura, los temas que giran alrededor de estos fenómenos, casi siempre son vistos desde el intercambio y el choque cultural en que se ven sumergidos los campesinos que se aventuran a las ciudades buscando mejores oportunidades de vida.
Sin embargo, el libro de cuentos de Santamaría, se abre paso con una forma narrativa que no es recurrente ni que ofrece visiones estereotipadas, pues existe en cada cuento una manera particular de contar, como en una mujer para la segunda madrugada en el que el personaje central es una mujer, aparentemente prostituta que cuenta la historia de cómo es que llega a estar en este mundo de casas de citas; contrario a lo que uno pudiera suponer, las razones no son la pobreza, la violación o la necesidad, porque uno se encuentra con que esa mujer estuvo en otro tiempo vinculada a la vida campesina y que por motivos que no revelo yo al lector para no dañar su posible lectura, se ve en la obligación de emplear su cuerpo para conseguir lo que se propone.
Para el caso de este cuento, lo especial resulta ser un personaje que hace aparición sin siquiera pronunciar palabra o hecho: es un personaje silenciado y relatado sólo desde su dialogo con la mujer, con lo que la trama del cuento abre paso para que la interpretaciones del lector confabulen y direccionen el relato mismo.
Al igual que en este cuento, Amorcito case resulta ser interesante y entretenido, pues es la historia de un grupo de campesinos que trabajan recolectando las cosechas de arroz y trigo en el Espinal y ven despreocupados y con inocencia la llegada de maquinaria extranjera que tarde o temprano termina apoderándose de su trabajo.
Tal vez lo hermoso de este cuento es la sutileza con la cual Germán Santamaría presenta las acciones, de tal manera que aunque el lector sabe que el final de los personajes es, o tiene que ser ese, acepta seguir leyendo, porque es obvio que desde el comienzo de la narración uno se encuentra con un campesino que de forma ingenua nos cuenta paso a paso lo que sucede en la finca del gringo, y entonces uno se ríe de la narración , de los hechos y hasta de lo pendejo que es el que narra sin darse cuenta de lo que finalmente está por suceder.
En el cuento que le da título a la selección está quizá la obra maestra de este libro, pues de entrada se encuentra uno con una historia de ternura e ingenuidad unidas por un matrimonio inviolable entre el adelanto tecnológico y el desconcierto, entre el adelanto de la civilización y el fervor que genera encontrarse con cosas que nunca se imaginaron los personajes.
En este caso, el hecho que guía toda la narración es la aparición del sistema de transporte masivo por aire, el avión, que genera en los personajes un cambio radical en las formas de asumir la realidad, pues una anciana y su hijo joven encarnan toda una serie de anécdotas que permiten que el lector sea participe del choque, la ironía y lo risible que puede parecer el ser humano en su ingenuidad.
La anciana se escandaliza y poco apoco empieza a comprender cómo el hombre es capaz de imitar los fenómenos naturales y de copiar las cosas más impredecibles, por lo que llega a compararlo con el creador. Sin embargo, poco a poco va entrando en su mente un sentimiento de odio y miedo por estos aparatos que ahora son dueños del aire. Por su parte, el hijo joven no ve en estos aparatos mas que la sensación de lo nuevo y lo extremo, y se abre en una carrera en la que vende todo lo que tiene y hace hasta lo imposible con tal de tener la oportunidad de viajar en uno, de recorrer al menos el trayecto desde su pueblo hasta la capital. Un día lo logra y…
Lo demás es cuestión de lectura, de conocer la personalidad, los miedos y los temores, las esperanzas y los conocimientos de cada personaje para entender el hilo narrativo del que hace gala el autor, hilo que parece romperse en el cuento Morir Último, que se presenta como un mini cuento que rompe el sentido general del libro.
Con el título Las nubes del porvenir, Santamaría expresa el evidente inconformismo que atacó a las generaciones que fueron testigo del cambio tecnológico e industrial que sufrió el país en las décadas del setenta y ochenta, y lo hace a través de la hermosa imagen del titulo: un futuro vedado por ilusiones e ingenuidades, un camino que se cierra al progreso y no hace más que empobrecer a los que por él transitan, y un momento especifico de la historia del país que desencadena en la aparición especifica de grupos de insurgencia que pretenden descubrir las maniobras que se esconden tras la llegada de tanta cosa “buena”. Esto es Morir último, un mini cuento subversivo y sobre la subversión, que se intuye pero no se expresa, que no se revela pero que se abstrae por el contenido mismo del libro.
Las nubes del porvenir es un libro entretenido y previsible, pero que siempre da gusto leer por la finura de su tratamiento y lo hermoso de su contenido, por la ternura que inspiran sus personajes y por el desencanto del reconocimiento de la evidente estupidez e ingenuidad que siempre ha acompañado a la patria, y que siempre, -lo digo con tristeza- parece, nos va a acompañar.
OMAR GONZÁLEZ.
Ficha del libro:
SANATMARÍA, Germán. Las nubes del porvenir. Bogotá: Pijao editores. Colección libros de bolsillo. Ejemplar número 156. 2004.
viernes, 17 de julio de 2009
LOS AÑOS DE INDULGENCIA QUE TIENE EL RIO DEL TIEMPO
Sí, sí, sí, soy el Diablo. Nadie puede conmigo. En mi lugar ilímite, mi vasto imperio sin medida ni confines hago lo que se me da la gana.” (Pág., 449)
Así empieza Años de indulgencia –cuarto volumen que compone El rio del Tiempo, y el penúltimo de la serie en mención del escritor Fernando Vallejo–. Lo que sigue de esta impactante entrada es la ilustración clara de un aquelarre, en donde brujas, búhos, Satanás y demás seres de la noche hacen su festín a la luz de la luna; de esta desaforada situación rememoré La balada de los búhos estáticos de León de Greiff, en tanto existen algunas similitudes evidenciadas en la musicalidad e imagen establecida de lo profano:
Y los búhos tejían la trova paralela,
y la luna estaba lela,
y en la avenida paralela
las brujas del aquelarre
torvas decían: ¡arre! ¡arre!
escoba, ¡escoba del aquelarre!
(Balada de los búhos estáticos. I. Medellín 1.914)
Cabe aclarar que este inicio excéntrico, es en realidad una pesadilla de Fernando en otro país. De hecho, esta obra –relativamente corta en comparación con las demás de la saga autobiográfica– da cuenta de las peripecias del narrador – personaje en New York, Estados Unidos. El sueño americano, en este caso, no es ganarse la vida como lo hacen miles de latinoamericanos en Norteamérica trabajando bajo condiciones deplorables; para el personaje, la razón primordial de su decisión está emparentada con el hecho dar vida a su proyecto artístico: realizar una película sobre Colombia que trate de manera directa el fenómeno de la Violencia bipartidista.
A la par de esto, el protagonista está tras la búsqueda de un lugar donde pueda establecerse, porque como dice: “en Colombia no dejan vivir. Nunca han dejado. Tienen un millón de leyes y un millón de impuestos y un millón de puestos. Y en cada puesto un burócrata, un tinterillo, un leguleyo, un “dotor”. “¿podría hablar con el doctor, señorita?”. “el doctor no está, dice la hijueputa. Está en junta con el ministro”. “Ah…” ” (pág. 472)
En esta narración, se reconocen una serie de tópicos particulares que ilustran la nostalgia del escritor en sus constantes reflexiones; entre ellos se podría referir como primera instancia, la trágica historia del cine colombiano. En este sentido el personaje principal da cuenta del difícil desarrollo que ha tenido el séptimo arte en nuestro país, la imposibilidad del artista para concebir su obra sea por algunas barreras internas o externas. Además, el narrador señala las penosas experiencias por las que tuvo que pasar en aras de concebir un proyecto documental de la vida en Bogotá, ciudad fuertemente golpeada por los fenómenos de marginalidad y subdesarrollo.
Por otra parte, el autor – personaje rememora aquellas épocas de su juventud al lado de Salvador, su viejo amigo homosexual. Con él, y la inseparable compañía de su hermano menor, recorren algunos puntos centrales de New York. El recuerdo de Medellín, sus barrios y localidades, el ambiente festivo y ameno, se hacen fuertes en cada línea, lo que ocasiona un profundo dejo de nostalgia por la juventud ida a pasos colosales.
Por último, está presente la total aversión que siente hacia los negros y son constantes los pasajes en donde refiere certeras críticas y comentarios mordaces a ellos: “el negro en absoluto me molesta. Como es negro no lo veo, por axioma no se ven…Yo nada tengo en contra de ellos. Los demócratas le sacan votos, dicen que también tienen derecho a existir. Sí carajo, pero no como las ratas que lo que no comen lo dañan, que pronuncien bien.” (Pág. 526). Como se ve, el asunto trasciende a las esferas del uso de la lengua y las implicaciones de su mal manejo. Esto, como es sabido, es la obsesión de Vallejo en su vida.
Todos estos elementos, generan una actitud determinante en el protagonista hacia el final de la novela: la quema del edificio donde residen los negros latinoamericanos y afro descendientes. Para él, constituye un acto heroico y de redención por todo lo malo que sucede en la sociedad. La novela exalta este hecho como una hazaña, y como un acto de redención de las ratas y animales que el hombre extermina sin piedad: “Perdón humildes, inocentes animalitos por los males que les causa el hombre. En mi mundo de finales píricos éste va a ser el incendio de los incendios” (pág 552). Fernando desea morir con todo lo que está a su alrededor; para efectos de verosimilitud novelística, veremos cómo el presunto suicida logra salvarse casi de milagro, para años después contar Entre fantasmas.
En resumen, esta novela ofrece algunos elementos relacionados con la construcción de la figura del colombiano que añora su patria aun desde la distancia y las diversas reflexiones que desde el extranjero se pueden forjar. Estas remembranzas justifican el pasado nostálgico de Fernando, el cual sufre los avatares propios de la vejez y la arrogante forma de vida de nuestra Colombia, la cual lo “expulsó”, directa o indirectamente. Finalmente, se evidencia el motivo fundamental de Vallejo en esta novela: hablar de Colombia desde la distancia, aun cuando sea imposible volver a sus Los días azules, los más felices, vividos en esta tierra.
Juan Carrillo A
juanelcaibg@gmail.com
Ficha del libro: VALLEJO, Fernando. Los años de indulgencia. Bogotá: Editorial Alfaguara. 2003
lunes, 13 de julio de 2009
EL HUERTO DEL SILENCIO DE JOSÉ MARÍA VARGAS VILA
En El Huerto del silencio, Vargas Vila recrea una historia sencilla, pero dramática. Todo comienza cuando Octavio Heredia, a sus veintidós años, descubre el desamor. Este lo lleva a cuestionar su eterna soledad y, desafortunadamente, a labrar un futuro no muy prometedor. Don Hilario, un sacerdote muy cercano a su familia, es quien lo pone al tanto del padecimiento que lo confina al aislamiento.
Para ello, se remonta al pasado de la familia, específicamente a la vida de su padre y, le comenta, que al igual que él, padece “el mal de Lázaro”; mal que lo aísla y lo marginará definitivamente de la sociedad. Para garantizar la salvación de su alma, el párroco lo convence para que ingrese al Seminario de la arquidiócesis; Octavio, sin reparo alguno, lo acepta.
Después de doce años, Octavio Heredia, quien ha abandonado el ministerio, regresa a su casa junto a Mónica, su madre. Por fortuna, ella no está sola, la acompaña Clara, una familiar cercana que renunció al claustro beato de Maria y optó, sin importarle los riesgos, por convivir con la lepra. Octavio encuentra en su prima una muy buena escudera: ella lo ayuda con sus lecturas, le alegra el corazón y le regocija la vida: es tal el júbilo que Clara despierta en Octavio que se convierte en amor. Sin resistencia alguna, Mónica lo acepta y lo respalda.
En oposición a esto, don Hilario resiste, se encarga de difamar de la unión e intenta diluirla. Al no lograrlo, el camino queda libre a los enamorados, pero un desacierto le pone punto final a la ventura: la reproducción del mal es inminente. Esta noticia exalta a Octavio, quien al sucumbir ante la locura y el ansia de muerte, asesina a su amante y propicia su fallecimiento.
Para desarrollar la historia contenida en El huerto, José María Vargas Vila se ampara y explota la estructura del texto dramático, esa que se constituye en la base del texto espectacular (el teatro). Esta se expresa, por una parte, en una precisión formal extraordinaria: las escenas meticulosamente delimitadas, desde la ubicación espacio-temporal que sugieren las acotaciones, pasando por quienes intervienen y por el tópico que abordan, configuran actos plenamente definidos.
Estos erigen un nivel de sentido único, que al articularse con otros tejen la historia en cuestión. Por otra, se manifiesta en la permanente relación entre un ‘yo’ y un ‘tu’, que le permite al escritor construir personajes inconfundibles, dotados de cualidades propias y con una visión del mundo específica. Al respecto, la actividad discursiva juega un papel fundamental, por cuanto ofrece una radiografía de estos elementos y devela la multiplicidad de voces que intervienen en la obra.
En este marco, la pluma de Vargas Vila signa a la obra de un conjunto de imágenes en las que la soledad, el sufrimiento, el horror y la crítica son sus protagonistas. En esta perspectiva, los recursos retóricos le permiten al escritor poner de relieve la condición humana y las visiones del mundo de los personajes del texto. A través de descripciones sumamente detalladas, metáforas, comparaciones y exageraciones, Vargas Vila logra extraer los sentimientos más profundos de Octavio, las lucubraciones conservadoras de don Hilario, el amor de Clara y la compasión de Mónica. Asimismo, logra crear imágenes propias del horror en la que la carne ulcerada deambula por un limbo a la espera de la salvación.
De igual modo, el verbo del escritor le otorga un papel preponderante a la mujer. La faceta de madre y amante se ven absolutamente dibujadas en El huerto. El discurso de Mónica y Clara es fundamental en este sentido, en tanto les permite tejer, por medio de adjetivos, las relaciones de amistad, amor, compasión y entendimiento con Octavio.
Sin embargo, ellas no se pueden valorar como espíritus libres, despojados de la subyugación masculina. El discurso del personaje principal las subordina hasta el punto de sobreponerse sobre ellas y perpetuar el dominio patriarcal. En últimas, de manera muy sutil y llamativa, el escritor vela la sumisión a la que se ve sometida la mujer.
La ruptura que engendra El huerto del silencio en términos estilísticos e ideológicos, permite revalorarlo como una obra susceptible de ser leída; fundamentalmente para reconocer la riqueza que adquiere la voz disidente y ajena del escritor al canon literario tradicional y para otorgarle un lugar dentro de la literatura colombiana; y no repetir la historia de críticos y estudiosos, quienes marginaron al escritor “maldito”, sometiendo su obra a una crítica absurda, mediada por la opinión.
Gabriel Bermúdez
Ficha bibliográfica
Vargas Vila, José María. El huerto del silencio: tragedia lírica. Editorial Panamericana. Bogotá. 1999. 224 paginas.
martes, 7 de julio de 2009
CINCO TARDES CON SIMENON
Cinco tardes con Simenon es una novela policiaca en la que el lector conoce exactamente los móviles del asesinato y su perpetrador, y cuya intriga radica más en las posibilidades que tiene el detective para atrapar al culpable. El lector conoce entonces los delirios de un repentino criminal –Lucien Renchon- quien se aferra a una hipótesis sobre la posibilidad de justificar un asesinato, desarrollada precisamente en una novela de Simenon.
Esta obra de Julio Paredes es un pastiche contemporáneo de Crimen y Castigo de Fedor Dostoievsky: primero porque el eje central del texto gira en torno a las reflexiones que realiza un asesino que no ha estado preparado para hacerlo y que observa con paranoia los movimientos de su acusador; como Raskolnikov, Renchon se debate en profundas reflexiones sobre su proceder y deambula por las calles de la ciudad tratando de huir de la mirada de Labbé. Ambas son experiencias angustiantes, que llevan a un estado de crispación constante; así por ejemplo, en una conversación con sus amigos, Renchon siente el ahogo de la persecución: “Oigo con claridad la voz de Donadieu en el aire ¿estaré a punto de caer en otro acceso de locura?” (83)
El intento de asesinato de la mujer que amaba, deja a Renchon en un estado de desequilibrio que se concreta hacia el final de la obra. Como en la novela de Dostoievsky, el personaje principal percibe que asesinar no es una cuestión sencilla e incluso que la carga se vuelve más pesada para el asesino si este no es hallado culpable por las autoridades. Entonces comienza un proceso de lucha con la conciencia propia, una especie de revitalización del mito del Doctor Jekil y Mr Hide que carcome la intimidad de los criminales. Por eso deben buscar una excusa.
Aquí se encuentra el segundo elemento que une a la obra de Paredes con la de Dostoievsky: Renchon se aferra a una extraña hipótesis de Simenon –la historia del artículo 64 de la saga de Maigret- en la que se hace referencia a cómo, desde impulsos inexplicables, un individuo respetuoso se convierte de repente en un homicida; Raskolnikov por su parte, busca en su propia filosofía y en los ejemplos que tiene –como el de Napoleón- la explicación del crimen en nombre de la salvación de la humanidad. Ambos personajes necesitan un sustento ideológico –que en ocasiones nace de la literatura- para justificar su proceder: no son criminales desvergonzados a quienes los constantes asesinatos les ha disecado su capacidad para sorprenderse de eliminar a un ser humano. Por el contrario, ellos sufren el peso de sus acciones y buscan en las ideas la razón de sus movimientos.
Pero lo particular de Renchon, protagonista de Cinco tardes con Simenon es que ha hallado su alma gemela en un personaje de la literatura; es por eso que se aferra a la prosa de Simenon con una fidelidad inflexible, y decide acercarse al autor de carne y hueso. Renchon termina extasiado por la precisión que tiene la ficción para explicar su estado y en una parte de su monólogo afirma: “No salgo de la perplejidad porque en cada frase que decido leer puedo confirmar que Simenon, como ninguno antes, ha escrito de antemano lo que vivo y lo que me puede suceder” (161)
Desafortunadamente para Renchon, la literatura no lo salva y solo se libera de sus culpas una vez siente que va a ser castigado; otra vez aquí se repite la imagen de la expiación propia y la salida a los venenos de la conciencia desde la aceptación de la justicia humana. Tanto Raskolnikov como Renchon, consiguen la paz en esa reconciliación con sus congéneres.
Como ejercicio intertextual, esta novela de Julio Paredes es particular, como lo es su prosa que mantiene el interés del lector en un monólogo con diferentes variaciones. Cinco tardes con Simenon no es una novela policiaca convencional, aunque tampoco se pueda decir que otros no hayan intentado sumergirse en la piel de un asesino improvisado y descubrir sus cuitas; la tensión en este tipo de novelas se encuentra en las pugnas internas del homicida que mantienen atento al lector sobre su posible entrega a la justicia. No es tan sencillo y Paredes logra internarse en las fluctuaciones de quien está al borde del precipicio: tal vez eso sea el mayor atractivo de su obra.
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del Libro: Paredes, Julio. Cinco Tardes con Simenon. Bogotá: Norma, 2003
miércoles, 1 de julio de 2009
RUBÉN DARÍO Y LA SACERDOTISA DE AMÓN
La trama es atractiva: Rubén Darío viaja al Canal de la Mancha y se interna en la mansión de un amigo, en donde supone se alejará de un presente de preocupaciones maritales. Allí conocerá a unas extrañas personalidades de la aristocracia europea con las que compartirá sesiones de espiritismo, diálogos intelectuales e incluso una febril relación amorosa con la poetisa Marilú de Mezignan, quien le recuerda a la princesa Eulalia, musa de sus poemas.
Tras una serie de apariciones fantasmales que vaticinan una tragedia, el climax de la obra aparece: mientras hacen el amor, Marilú muere en los brazos de Rubén Darío; todos son sospechosos –incluso el propio escritor- pero gracias al poder de su inteligencia, el poeta nicaragüense logra resolver el enigma, relacionado con reencarnaciones –de seres y de odios- que traman crímenes.
Esta novela despliega dos momentos narrativos articulados alrededor de un tema: el enigma. El primero se revela en las sesiones de espiritismo en las que, con la mayor naturalidad del caso, se trata sobre apariciones fantasmales, almas de escritores y filósofos del pasado que encarnan en una médium con evidentes rasgos de atrofia mental. En este sentido, el narrador domina a la perfección las discusiones sobre fenómenos paranormales que se daban hacia comienzos del siglo XX en Europa, lo que hace que todos los eventos relacionados con este tema no se desnaturalicen.
Qué lejos se haya Germán Espinosa de quienes retoman la cuestión de lo sobrenatural para hacer de la literatura un discurso amarillista e insulso. Sin recurrir a títulos satánicos para cautivar lectores, el narrador de la novela hace un repaso por las diferentes corrientes espiritistas de la época, e incluso, con una sencillez encomiable, narra la aparición de un ectoplasma (emanación material de un médium) gracias a las artes esotéricas de Gustav Meyrinck. La documentación de Espinosa es palpable pero aparece en la justa medida para que el lector no se acompleje, y haga sus propias conjeturas sobre las premoniciones de las almas, al tiempo que degusta del lenguaje de la época, filtrado con virtuosismo en la novela.
El segundo momento narrativo –no del todo desligado al primero- tiene que ver con la resolución del crimen de la poetisa Marilú: el hecho de que, por las acciones y parlamentos desarrollados en la novela, todos los participantes de las tertulias sean sospechosos, hace más interesante la resolución del enigma.
Es aquí donde la figura de Rubén Darío se robustece: con una dedicación envidiable, el poeta nicaragüense agota varios textos míticos con los cuales resuelve el enigma del asesinato, y descubre que aquello que en un primer momento era una muerte en la febrilidad del sexo, se convierte en un complot, de almas que han transmigrado (la de Camilo Basili específicamente) y continúan odiando y desquitándose de quien alguna vez fue su victimaria (el alma de Marilú)
Con el final de la obra, se tiene una imagen de Rubén Darío acaso mejor que la de varias biografías: la de un ser apasionado y turbulento, sensible a los llamados del espíritu, con ademanes de aristócrata pese a su perfil indígena, y con una inteligencia suprema, tan aguda como la de los mejores detectives. La novela termina por ser una biografía literaria contada desde las técnicas de los relatos de misterio y policíacos; es la imagen plasmada en unas memorias de Ricardo Quintana, amigo de Rubén Darío quien narra todas las peripecias.
Por la tensión que mantiene, la forma como construye los personajes –varios de ellos de la vida real- el manejo de las técnicas narrativas y de un lenguaje que no traiciona la atmósfera de la época, e incluso por su carácter sintético, esta novela es una de las más recomendables en la reciente narrativa colombiana. Un brindis por Germán Espinosa, en donde quiera que esté.
Leonardo Monroy Zuluaga
Ficha del Libro: Espinosa, Germán. Rubén Darío y la sacerdotisa de Amón. Bogotá: Norma, 2003.